Henchidos de vida, salíamos de un musical en Londres y nos encontramos con una réplica del Balthazar, nuestro restaurante fetiche neoyorquino. Suena snob y pijo porque lo es, pero así se presentó la noche. Entablamos conversación con dos mujeres bien entradas en los sesenta, habituales de veranos en 'la costa'. Hablamos del pequeño Reino Unido imbricado en Marbella, de la desazón que les provocaba el Brexit, de su dificultad para entender el español, de las veces que estuvieron en Sevilla.
Fran fue al baño, yo les hablé de algo que no recuerdo y ellas salieron espantadas. Sigo estrujándome la mollera para recordar alguna frase.
-¿Dónde están? -preguntó Fran al volver.
-Han salido corriendo.
Son varias, afortunadamente escasas, las ocasiones en que relaciones, mucho más consistentes que las de esa cena londinense, se han roto de cuajo sin una explicación.
Amigos con los que viste el mundo revolverse entre cervezas y que, una tarde rara, descubres que ya no están por ti.
-¿Dónde están?
-Se han ido.
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