Siempre he sido muy novelero. O melodramático. O tremendista. Incluso para las cosas tontas. Quizás de ahí venga mi espíritu novelista.
Cada vez que llegaba a casa de pequeño y me contaban algo, mi pregunta acababa siendo:
¿Pero se ha muerto alguien?
Estábamos tranquilos un domingo reciente en casa. Día de los que me gustan. Con manta, muchos libros, suplementos semanales, ordenador y música. De dar cabezadas entre rato y rato mientras ves cómo va cayendo la noche.
De golpe, se me vino a la cabeza una gran tortilla de patatas.
Mi amiga Nuria tiene una teoría que yo comparto (con sonadas excepciones): a quien no le gusta comer no es una persona de fiar.
Me organicé para ver si teníamos todos los ingredientes en la cocina y lo compartí eufórico con Fran.
Voy a hacer un tortillón de los míos para cenar.
Él me miró con cara de susto y me insistió en que olvidara la idea.
Pondrás, como siempre, toda la casa perdida de aceite.
Tras un fin de semana impecable, de no parar, y una tarde de domingo tranquila en casa, mi espíritu teatrero sacó toda su fuerza para protestar:
¡Para una vez que le encuentro sentido a un domingo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario