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sábado, junio 12, 2010

El móvil

Recuerdo haber visto el primer móvil a Rafael Abascal, antiguo novio de mi hermana Raquel, organizador, por entonces, de conciertos. Tenía autonomía de minutos, dimensiones de casi caja de zapatos y una batería pesadísima.

Mi primer móvil lo recibí en el trabajo. Era una forma de tenernos localizados entre tantas máquinas y líneas de producción. Supuso, sin duda, un impulso a la productividad, con horas perdidas en transmitir informaciones importantes en un ambiente industrial donde el minuto siempre cuenta.

La sensación más impactante la recibí cuando, hace tantos años, paseando por las playas de Cádiz, en una zona alejada de toda población, mi amiga Bárbara me llamó. ¿Me gustaba esa sensación? De pronto veía que el mundo se hacía extrañamente abarcable, ya imaginaba chips en los brazos para tenernos a todos localizados.

Fui de los reacios a cargar con él si no fuese imprescindible, pero poco a poco fui entrando en la dinámica de llevarlo siempre conmigo.

En un viaje de fin de año que pasamos varios amigos por la Sierra de Cádiz, nos hicimos una buena escalada para llegar al cerro de los Buitres, muy cerca de Ubrique. En todo lo alto de ese risco, sin huellas de civilización por ningún lado, hubo un momento que había más gente hablando por el móvil que en silencio.

Ayer estuve en una boda y decidí dejarlo en casa, pero mis manos rebuscaron en los bolsillos toda la noche, sin esperar llamada ni desear contactar con nadie, porque todo mi interés en ese momento estaba en disfrutar de mis amigos.

Intento, a pesar de todo, no llamar por llamar para no tener nada que decir; aunque entiendo que es un artefacto muy útil, quizás engañosamente, para calmar un poco la soledad de quienes no la han elegido.

1 comentario:

Javier Márquez Sánchez dijo...

Yo soy de los que apaciguo la soledad vía móvil. Algunas tardes salgo a pasear y a mitad de camino empiezo a preguntarme "¿A quién puedo echar una llamada, por charlar un rato?", y empiezo a pasar revista mental a la agenda para localizar a los amigos con los que hace más tiempo que no hablo.

Pero también creo que es una sana costumbre eso de dejarse el móvil en casa de vez en cuando. Como si fuera el niño pequeño. "No, hoy no, hoy te quedas aquí que sólo vamos los mayores. Y no te apagues muy tarde".