Veo críos que apenas saben hablar al que sus padres vociferan con palabras zafias, en la cola del Carrefour o en la barra de un bar, que me hacen desear, para esos niños, que algún ángel los rescate.
Por mucho que nos quieran vender el sueño americano de que todo el que quiere, puede, cuando la familia en la que naces es tóxica, con independencia de la clase social, es difícil salir adelante de forma equilibrada.
Observo los gestos, los desprecios, el mal rollo y me digo: que haya algún compañero de clase que lo invite a su casa a merendar, que tenga un primillo que lo saque los fines de semana al campo, que tenga un abuelo bueno que le diga que la vida no tiene por qué ser así.
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