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viernes, septiembre 20, 2024

Animal

No mentiría si dijera que no hay un solo día, desde que se apagara para siempre, en el que yo no haya tenido un pensamiento para ella.

Lo que es cierto es que en este período de principios de otoño, en el que empiezan las primeras lluvias, los niños vuelven al colegio y la ciudad recupera su ritmo, se hacen más presentes aún las últimas horas a su lado.

La noche inolvidable en la que el chaval de dieciocho años que era yo la acompañó en esa maldita habitación de hospital, pero la belleza al mismo tiempo de cómo nos tomábamos la mano, de su sonrisa de labios secos al pasarle la gasa mojada por los labios, de su mirada de decirme, sin hablar, 'no te olvides nunca de lo mucho que te quiero'.

Son tardes otoñales en las que las nubes me transportan a esas horas de terror en las que yo colocaba mi cabeza en el pecho de mi madre para olerla, para sentir sus manos en mi cabeza, para prometerle con mis silencios que siempre, hasta su última vejez, su niño mantendría viva la llama de ese amor imposible de olvidar.

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