Llegan días en los que echas terriblemente de menos los tiempos en los que no echabas de menos nada, porque siempre había cosas por descubrir.
Tardes de verano en las que te dormías sin pensar en lo fácil que era dormir, porque vivir era fácil. No había otra cosa. Dormir era lo que tocaba cuando tocaba dormir.
Un día te das cuenta de que las sorpresas no son infinitas y te remueves por dentro diciéndote que puedes fabricártelas tú, pero que quizás no venían tan solas, tan limpias, tan inocentes esas tardes de verano.
Llega un momento en el que descubres que toda la felicidad la fabricabas tú y no lo sabías. Y rebuscas por todos lados dónde está el manual de instrucciones.
Te aterroriza haber perdido la fórmula mágica, la contraseña a la producción de sueños. Y tecleas, tecleas, tecleas una contraseña que no existe. Que quizás nunca existió.
No hay mayor enemigo que el miedo.
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