Yo era un niñato imberbe e insistí terriblemente en que me
compraran una bandera de España para un partido de fútbol.
Mi padre conducía, mi madre iba de copiloto. Sólo yo estaba
detrás. Íbamos hacia el centro de la ciudad.
Les explicaba que todos mis amigos se habían citado en el
campo del Betis para ver a la selección. No sé si yo tendría quince años, ni
quiero mirar muy bien las fechas, porque me entran escalofríos de vergüenza.
Ella cortó mi discurso, pidió a mi padre que frenase en
mitad de la avenida de la Borbolla y se bajó del coche, donde se hizo un
silencio terrible entre mi padre y yo. Se alejó entre callejuelas camino de ninguna
parte.
Nunca paso por ese lugar sin recordar ese frenazo.
No puedo precisar en mi recuerdo si ya estaba operada de su
cáncer o no, ni sé qué situación económica atravesaban por entonces. Sólo sé
que era el principio de su fin.
Qué terrible dolor no haber sabido pedirle disculpas.
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