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domingo, octubre 22, 2017

Bienestar

El mejor francés lo aprendí en los atascos del Periférico de París escuchando France Info en mi Mégane. Recién llegado a mi nuevo destino, comprendí que rebelarme contra el tiempo encerrado en el coche era una batalla perdida, así que me hice a la situación y calibré la importancia de prestar atención a la palabra hablada para hacerme con un francés, hasta entonces aprendido con fascículos de Planeta Agostini, culto.

Echo en falta una cadena como France Info en España. Mezclan noticias cada diez minutos con entrevistas, reportajes o debates necesariamente cortos para dejar paso a esos puntos inaplazables de relatos de actualidad ordenados de mil maneras.

La semana pasada tenía muchas horas de coche entre París y la fábrica donde asistí a un seminario de trabajo. Oportunidades anheladas de vuelta a mi cortejo con la emisora de mis felices años parisinos. Aparecía Puigdemont como una gotera y un discurso de Macron sobre la recuperación de una policía de proximidad que Sarkozy eliminó con sus ínfulas napoleónicas.

Entonces vino una entrevista con un filósofo. Pierre-Henri Tavoillot. Hablaba del terror del bienestar. Una gran parte de la población necesita luchar contra o a favor de alguna causa fuerte para dar sentido a su existencia. El bienestar, en cambio, paraliza. Tal vez porque se da uno cuenta que su vida está vacía, que el final siempre es terrible, que no se entiende qué hacemos aquí.

Aparqué en Amiens camino del aeropuerto con dos objetivos, volver a pasearme su catedral y encontrar el último ensayo de Tavoillot.

Ya lo decía Solzhenitsyn, 'cuanto mayor es el bienestar, más grande es el desasosiego'.

Mi proyecto de vida es, entre otras cosas, desmentir esa cruda y bien argumentada aseveración.

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