Nos sacaron del aula y nos colocaron en mitad del pasillo. Había una larguísima barra de aluminio en el suelo, dividiendo el apretado corredor en dos. El monitor nos hizo colocarnos a un lado y otro del tubo metálico para comenzar el juego, cuyo objetivo no era otro que subir la barra en el menor tiempo posible a la altura de nuestras cabezas sin que se nos cayera, y nos explicó las reglas del juego a los veinte alumnos:
"Vuestras manos siempre deben estar en contacto con ella y ésta debe subir paralela al suelo'.
Cuando dio el 'ok' de salida, con todos en cuclillas, la barra salió por los aires. No tardó un segundo en caer al suelo. Nadie se lo explicaba y nadie se sentía responsable. ¡Qué gente más desastre! pensamos todos de los demás.
Otra vez lo intentamos, y de nuevo igual, como si un fantasma camuflado nos estuviera haciendo la puñeta.
Volvimos al aula y el profesor nos explicó:
"Os he dado dos reglas: una individual y otra de equipo. Sólo habéis hecho caso a la primera. Cada cuál ha tirado de la barra hacia arriba sin pensar en el resto".
No hizo falta decir más. Salimos de nuevo al pasillo, nos colocamos en silencio cada uno en nuestro lugar y atendimos al pitido inicial.
La barra subió suave, ligera, equilibrada, hasta justo colocarse a la altura de nuestras cabezas.
"Vuestras manos siempre deben estar en contacto con ella y ésta debe subir paralela al suelo'.
Cuando dio el 'ok' de salida, con todos en cuclillas, la barra salió por los aires. No tardó un segundo en caer al suelo. Nadie se lo explicaba y nadie se sentía responsable. ¡Qué gente más desastre! pensamos todos de los demás.
Otra vez lo intentamos, y de nuevo igual, como si un fantasma camuflado nos estuviera haciendo la puñeta.
Volvimos al aula y el profesor nos explicó:
"Os he dado dos reglas: una individual y otra de equipo. Sólo habéis hecho caso a la primera. Cada cuál ha tirado de la barra hacia arriba sin pensar en el resto".
No hizo falta decir más. Salimos de nuevo al pasillo, nos colocamos en silencio cada uno en nuestro lugar y atendimos al pitido inicial.
La barra subió suave, ligera, equilibrada, hasta justo colocarse a la altura de nuestras cabezas.
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