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viernes, enero 03, 2014

Abyecto

Si bien la fuerza del cine, como la de otras artes, toma cuerpo en gran medida a través de su capacidad de divertir, afortunadamente no es la diversión el único aliciente para sentarse delante de una pantalla (preferiblemente grande).

Estas navidades dedicamos una noche a contemplar, nunca mejor dicho en este caso, la propuesta que Steve McQueen nos hacía con su última película: 12 años de esclavitud. Tener en la memoria Shame, su anterior trabajo, nos daba cierta garantía y, aun sabiendo de la dureza del tema central, nos predisponíamos a sumergirnos en los paisajes húmedos de Georgia de mitad del siglo XIX, ¡ésa es la grandeza del cine!, a comprobar con humillación cómo llegó el ser humano a una de sus mayores cotas de envilecimiento en su trato a semejantes durante el largo período de esclavitud legal en los estados del Sur de la joven nación americana.

Sí, son más de dos horas de tensión en la que se nos retrata con delicadeza y sin tapujos, aunque pueda parecer contradictorio, la sinrazón del racismo más despiadado, gracias a la narración de una historia real, que no quedó en el olvido, de un violinista neoyorquino, de color y libre (terrible palabra para hacer referencia a un hombre), que es secuestrado y vendido como un animal a la envilecida sociedad del Sur.

McQueen nos adentra sin maniqueísmos en esa pesadilla de 12 años, en la que incluso ciertos hombres blancos de la época tenían compasión del hombre negro, para removernos las tripas acerca de la condición humana, de dónde están nuestros límites y hasta qué punto una sociedad tan cercana en el tiempo se puede envilecer.

¿Ir al cine para sufrir? No. Yo no voy al cine para sufrir ni siquiera en estos casos, sino para entender mejor el mundo que vivimos, lo que nos queda por progresar pero lo mucho malo que hemos dejado atrás, los errores que no podemos volver a cometer, la inmensidad de dolor y valentía que puede esconder el alma humana.

Y sí, comprender a través de imágenes y diálogos inolvidables, el verdadero significado de la palabra 'abyecto'.

Ir al cine para afrontar de cara nuestro pasado y educarnos así como mejores personas.

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