Son muchas las ocasiones, imagino, en que confundimos evoluciones en nuestro propio ser con cambios en la sociedad a la que pertenecemos, porque es claro que hay un influjo real en nuestra percepción del mundo exterior provocado por la naturaleza propia, el estado de ánimo de uno, la madurez alcanzada.
Hay certidumbres, sin embargo, que confirman que este mundo al que pertenecemos se mueve más rápido de lo que lo haya hecho en ninguna época pasada.
Una de ellas, a mi entender, viene precipitándose a un ritmo endiablado y parejo al de las nuevas tecnologías, que nos hace seres dispersos, emocionalmente más frágiles, en esencia menos reflexivos, o asentados, sobre lo que somos.
Estos avances nos hacen más libres, sí, desde el momento en que nos asomamos al mundo desde una inmensa ventana que nos permite elegir, centrar el foco donde nos interesa, localizar esto o aquello que nos motiva, cosmopolitizarnos, descubrir nuestra pequeñez.
Lo que sí es cierto es que cambiamos rápido la forma de relacionarnos y, algunos, comenzamos a echar de menos conversaciones largas sin un móvil de cuarta generación recordándonos que tal vez haya un email sin leer, que el paisaje por el que caminamos lo tendríamos que enviar a nuestro grupo de wasap, que quizás haya subido la prima de riesgo en las últimas horas, que, a lo mejor, alguien ha puesto algún me gusta en mi facebook.
El ser humano, frágil, tendrá que reeducarse a un ritmo acelerado para combatir esa taquicardia tecnológica que le dispersa.
Hay certidumbres, sin embargo, que confirman que este mundo al que pertenecemos se mueve más rápido de lo que lo haya hecho en ninguna época pasada.
Una de ellas, a mi entender, viene precipitándose a un ritmo endiablado y parejo al de las nuevas tecnologías, que nos hace seres dispersos, emocionalmente más frágiles, en esencia menos reflexivos, o asentados, sobre lo que somos.
Estos avances nos hacen más libres, sí, desde el momento en que nos asomamos al mundo desde una inmensa ventana que nos permite elegir, centrar el foco donde nos interesa, localizar esto o aquello que nos motiva, cosmopolitizarnos, descubrir nuestra pequeñez.
Lo que sí es cierto es que cambiamos rápido la forma de relacionarnos y, algunos, comenzamos a echar de menos conversaciones largas sin un móvil de cuarta generación recordándonos que tal vez haya un email sin leer, que el paisaje por el que caminamos lo tendríamos que enviar a nuestro grupo de wasap, que quizás haya subido la prima de riesgo en las últimas horas, que, a lo mejor, alguien ha puesto algún me gusta en mi facebook.
El ser humano, frágil, tendrá que reeducarse a un ritmo acelerado para combatir esa taquicardia tecnológica que le dispersa.