Cuando tomé la decisión de estudiar ingeniería, una de mis mayores preocupaciones venía de tiempo atrás, cuando me operaron de estrabismo en quinto de EGB. Nací con bizquera y esa operación, que me quitó complejos y un parche infantil eterno en el ojo, trajo consigo un ingrediente extraño: mi incapacidad para ver en tres dimensiones.
Me ponían a prueba con máquinas rudimentarias para ver diapositivas, una especie de anteojos, y yo hacía esfuerzos por ver lo que los demás veían.
Una de las principales asignaturas de la carrera era el dibujo técnico y yo sufría pensando cómo iba a aprobarla nunca si mis ojos no tenían la alineación necesaria para ver en 3D.
Tal vez ese temor produjo que fuese la primera asignatura que aprobase.
De la misma forma que yo padezco de esa carencia, creo que no todo el mundo tiene el cerebro preparado, por no decir el alma, para entender la ficción.
Recuerdo un compañero de estudios que me decía que no iba al cine porque él no se podía sustraer del hecho de que tras los actores había todo un arsenal de cámaras, luces y técnicos. Yo le intentaba explicar el porqué yo conseguía abstraerme de todo eso y meterme en la historia. Él me miraba con ojos atentos, pero no le llegaba a convencer.
Entrar en lo inventado y creértelo, aunque sea en el instante en que lo lees o visualizas, te hace cargar la mochila de recuerdos robados, que te enriquecen sin saberlo.
Ver el mundo creado por alguien ajeno a ti es sanísimo. Lo decía hace pocos días en un discurso memorable Ana María Matute. La necesidad de la ficción para el ser humano. Existe desde siempre.
Necesidad de escapar de la unicidad de su existencia para hacerse partícipe de otras.
Afortunadamente tuve la suerte, como tantos, de nacer con el don de saber introducirme en espacios inventados por otros. Verlos con sus ojos y dejarme llevar.
2 comentarios:
Pues sí, es una suerte.
Antonio Gala lo decía con mucha gracia cuando le echaban en cara incorrecciones en la novela de los nazaríes; si el crítico era de Madrid decía "qué va a saber ése si es de Madrid" , jeje; como si el hecho de ambientar una historia en un espacio mágico determinado ya fuera suficiente para creerse lo que cuenta un autor.
Bueno, yo añadiría , no hace falta creerlo, uno puede sentirlo y gozarlo, como dices tú.
Ésa es una capacidad , por supuesto.
Besos.
Y experimentando vidas e historias ajenas lo que se desarrolla la sana virtud de la empatía.
Besos empáticos.
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