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martes, mayo 12, 2020

Realidad

La realidad es tan extraña que los picos de felicidad suelen llegar cuando nos alejamos de ella, en momentos precisos en que olvidamos qué somos ni qué hacemos aquí. Instantes en que burlamos al tiempo justiciero, en que escapamos de su rodillo lineal que nos arrastra siempre en la misma dirección. Pellizcos en el estómago que tienen mucho de espiritual en los animales que somos, derroches de vida asociados a lo intangible, a inventos humanos que no obedecen a leyes físicas ni se fabrican. Un abrazo soñado, un detalle de amor, una melodía que se cuela sin esperarla, la mirada de quien te quiere, fija, apenas unos segundos. Una cerveza bien tomada.

La alegría de los momentos dulces tiene mucho de desorden, poco de rutina, se alimenta de lo fortuito y se pelea con la razón. La felicidad no se razona. Estas reflexiones no son sino un intento vano de poner palabras al orgasmo encontrado en las pequeñas cosas, cuando nos despojamos de todo para ser aquel niño que un día fuimos y que siempre nos acompaña, esa criatura que no entiende de otra cosa que no sean eternidades y risa floja.

Vivir es raro. Organizarse para llevarlo con dignidad es lo mínimo que se nos exige, pero somos legiones los que queremos más, quienes nos negamos a perder el punto de locura que dé sentido al esfuerzo de tener todo en orden.

Ayer tarde me asomé a la ventana del salón y un olor con la composición perfecta de ciudad primaveral mojada por la lluvia me trajo la Sevilla milenaria de la que apenas soy un fugaz enamorado más, y en ese aroma vi, por décimas de segundo, toda mi vida pasar.

¿Qué empresa vende eso?

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