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jueves, enero 02, 2020

Ansiedad

Fue atravesar una pared desconocida. Se me acercó un compañero de trabajo, me hizo partícipe de un problema nada extraordinario y noté que no me llegaba la respiración. Mi cuerpo, de golpe, dijo hasta aquí hemos llegado. Puede hacer diez años de esa escena.

Dicen que la ansiedad es un exceso de futuro, la depresión un exceso de pasado y el estrés un exceso de presente. Definiciones acertadas por su generalidad.

Entender por primera vez que el cuerpo se me desajustaba fue angustioso, porque nunca me había planteado que eso pudiese ocurrir, que situaciones que yo sabía resolver con soltura provocaran en mi organismo una reacción de rechazo. No conseguir llenar los pulmones, tener el cuello contracturado, sufrir taquicardias inesperadas, maldormir por las noches.

Acudí a la Seguridad Social para pedir ayuda y me ofrecieron una medicación que resultó milagrosa en los primeros días, sobre todo en las primeras noches, pero que no terminaban de paliar el desajuste. Insistí, hasta acabar en un centro de salud mental en que me recetaron algo más fuerte que calmara mi profunda inquietud.

Ese medicamento, casi milagroso, me ayudó no tanto a superar esos episodios de ansiedad como a entender que eran resolubles. Meses después, tal como me indicaron, dejé progresivamente la medicación.

Luego vino todo un trabajo personal de establecer prioridades claras en cuanto a mis tareas profesionales que me ayudaron a convertirme en una persona más fuerte, menos sujeta a los vaivenes de las decisiones de otros, de los imprevistos y los malhumores que uno no tiene en su mano controlar.

Ha habido nuevas alertas que me han asustado, períodos difíciles que he debido controlar con las armas de la racionalidad, a sabiendas de la debilidad del cuerpo que nos sostiene.

Haber pasado por situaciones así me hace mejor persona, más empática con aquéllas que atraviesan por períodos, a veces eternos, de ansiedad o depresión. Haberla superado una vez me ha vacunado en cierta medida contra los peores efectos, porque sé que se puede salir victorioso, con el corazón más grande, el pulso firme y la creencia clara de qué es lo importante y lo que no.

5 comentarios:

Fesaro dijo...

No sabes lo que me has ayudado con este escrito. No tiene precio, sobre todo para alguien que aún carga con esa mochila.

Salvador Navarro dijo...

Nada más que por tu reacción, Fernando, me ha merecido la pena escribirlo. Un abrazo.

Esther dijo...

Me gusta que se cuente, que lo cuentes. Cuando pasamos por esas etapas nos sentimos muy solos, una isla remota, y está bien conocer que le ocurre a otros, no es como lo llaman a veces “un consuelo de tontos” sino no saberte o sentirte un bicho raro. Estamos muy acostumbrados a ir al traumatólogo si nos duele uña pierna, pero es nos cuesta más cuando los síntomas no son tan visibles. Gracias por tu escrito, y a Fernando por compartirlo.

Cristina dijo...

Cuando tanta gente se lo toma de forma tan trivial, y tu lo sufres durante años y acabas conviviendo con ello , cuando tienes herramientas para vivir con ello. Gracias por escribir así, Salvador. Gracias por entender.,.

Salvador Navarro dijo...

Gracias a vosotras, Esther y Cristina. Me hace mucho bien saber que os ha venido bien. Un beso grande