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miércoles, diciembre 12, 2018

María Emilia

Mi querido José Ibáñez alabó hace años que este blog encabezase cada reflexión con una sola palabra. Me agarré a ese piropo hasta que ayer conocí a María Emilia.

Ya la crucé antes del verano con una cerveza. Recién terminaba la presentación de un libro, salió del bar de enfrente cabreada.

-¡La mujer del bar me ha destratado!

Entonces supe que era uruguaya, de vida nómada y que hablaba como los ángeles.

Anoche, en una cita a cuatro organizada por mi amiga Marisa, caí definitivamente rendido. Nos hizo viajar varias veces de su Uruguay natal a la Suecia de la que acababa de aterrizar para contarnos cómo en su juventud fue apresada por la policía política argentina, maltratada, vejada y encapuchada para conseguir tiempo después, allá por los 70, asilo en el país nórdico, donde reharía su vida y tendría a sus hijos, Felipe y Sofía.

-Mi hija nació dando bocados al aire -nos contaba con emoción a Marisa, a Machuca y a mí.

Yo jugaba con la información privilegiada de saber que encandilaba, pero pregunté todo al no conocer nada. Empecé por interesarme por su relación con Sevilla.

-Aquí murió mi hijo Felipe, Salvador -a mí se me heló la sangre.

Él tendría treinta y tantos años, y fue hace no mucho. Siguió a su hermana pequeña, Sofía, bailarina enamorada del flamenco, y acabó aquí cuando ella, once años después, decidió volver a Estocolmo. Un Felipe de corazón frágil desde pequeño rendido definitivamente al Sur. Ella, Sofía, estrenó durante la bienal un espectáculo homenaje a él. 'Pulso'. El pulso del corazón de su hermano.

-Él llegó a asistir al estreno de su hermana, ya muy malito -nos contaba su madre.

De arrugas bien marcadas, pelo rojo y figura esbelta, anoche María Emilia flirteaba con el buen trato del camarero que nos atendió.

-No sabes el bien que me hace que me traten con cariño.

Negoció con el casero quedarse un tiempo con el apartamento de su hijo en el barrio de las Golondrinas. Necesitaba estar a solas acá donde vivió él. Patearse Sevilla y adentrarse por los recovecos del Virgen del Rocío, por la UCI, las salas de espera, los pasillos donde no hace mucho se le iba la vida esperando un trasplante que no llegaba, una operación que no terminaba nunca.

-Cuando me dijeron que no podían cerrarle el pecho supe lo peor.

Entre copas de tinto y con gafas empañadas nos confirmó que ella no pensaba que Felipe siguiera presente.

-Felipe no está ya en ningún lado, pero yo sí, y necesito saber que estoy viva.

Aguantó varios días tras la operación, inconsciente, rodeado de hermana y madre. María Emilia le hablaba, esa vieja tupamara valiente que no se conformó nunca con el mundo que le tocó vivir. 

-Deja de luchar, mi hijo -le agarraba el puño-. Deja de luchar y vete tranquilo.

Anoche conocí un ángel de pelo rojo y tomé una píldora de vitalidad de efecto inmediato.

1 comentario:

isabel dijo...

Muy bueno, me ha emocionado!!!