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viernes, septiembre 21, 2018

Mediocre

Una de las ventajas de madurar es que no sientes la obligación instintiva del joven por mantener contacto a todo precio con la gente cercana. Con los años vas conformando una alergia psicológica a determinado tipo de personas de las que rehuyes con elegancia en cuanto las ves aparecer.

A mí, por ejemplo, me subleva la gente quejica. Aquellos que no ven más que los vasos medio vacíos, que ponen en cuestión todo lo luminoso, que reniegan del mínimo poso de inocencia en sus vidas.

Son gentes sin metas definidas, por lo que dedican gran tiempo a reventar las de los otros; personajes ilusionados en la desilusión de los demás.

Me asustan quienes no tienen proyectos identificables, por nimios que resulten, y se dedican a sobrevivir.

No me valen aquellos que proyectan todas sus ambiciones en los hijos, esos son de los más peligrosos, porque no ya son sólo víctimas de su incapacidad para diseñar futuros, sino que quieren construírselos a quienes están en la época de imaginar un mundo enorme sin cargar con frustraciones ajenas.

Este tipo del que huyo no es numeroso, pero se encuentra por todos lados, no hay condición social, económica o nacionalidad que se le resista. Estos seres humanos a los que escuchas continuamente berrear acerca de lo mal que lo hacen los gobiernos, las empresas, los padres, los músicos, los azafatos, los conductores de autobús, los niños, los jefes y los abuelos.

Quienes más protestan son los más mediocres.

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