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viernes, mayo 25, 2018

Patria

Vivo con tanta desazón determinadas dinámicas del mundo actual que me está ocurriendo algo impensable en mí: rehuyo las noticias, las miro de reojo, me empieza a dominar la sensación de que atravesamos una época fea en que todo gira en círculos retrógrados. Yo no quiero sentirme así. Siempre he creído, honestamente, que la sociedad evoluciona en positivo. Porque es un hecho que hay menos guerras que nunca, más derechos que nunca, avances médicos y tecnológicos como nunca hubo. Hemos tenido la suerte de vivir una era de transformación en todos los campos imaginables que multiplica por diez, cien, ¡por mil!, las velocidades de ningún tiempo pasado.

De ahí que cuando veo en las portadas de los periódicos la cara a Donald Trump, Kim Jong-Un o Taryp Erdogan se me revuelve físicamente el estómago; algo a lo que no son ajenos los políticos de mi país, llenos de contradicciones, prejuicios y soberbias.

Estoy convencido que una de las principales raíces de esta involución está en la patria, ese concepto maleado que se inculca al ser humano desde pequeño para hacerle ver que su tribu es la buena, por encima de algo tan evidente como es el hecho de que somos una especie única en la inmensidad del universo. El sistema educa en la diferencia con el francés o el chino en base a un porcentaje infinitesimal de cosas que nos distinguen en relación con lo ilimitado que nos une con el francés o el chino. La vanidad del nacionalismo es veneno que se vende gratis, que se te agarra a las venas y te revienta las entendederas para no aceptar que sentirse mejor que el otro por haber nacido más allá de la frontera es de imbéciles avanzados.

Sólo admito en mi moral, tan respetable como cualquier otra, al patriota que lo es por el simple hecho de querer a su gente. Y ya me cuesta horrores. Cualquier paso más allá es peligroso.

Mi patria es la gente de mi tiempo, la generación con la que convivo, aquéllos que estamos viviendo esta transformación brutal de un mundo abducido por la tecnología buscando su lugar en la historia. Yo te puedo querer más por tenerte cerca, por el roce y las risas, por las vivencias en común, pero no te puedo creer mejor o peor por haber nacido a mi lado.


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