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martes, enero 31, 2017

Atormentado

Quizás esté especialmente sensible estos días, aunque si echo la vista atrás aparecen no pocas personas que se han cruzado en mi vida con la tipología del atormentado.

Reconozco mi querencia de otras épocas por ese estereotipo de personas que me ganaban con sus desgracias, algo así como si me purificara escuchándolos, una suerte de terapia de choque para minimizar mis problemas. Afortunadamente esa actitud en mí quedó enterrada en la juventud; lo hizo desde que descubrí que la supuesta terapia no era sino un sumidero de vitalidad descontrolado.

Hay gente que se condena en vida. Se recrea en su mundo de complejos, se agarra a sus debilidades como martirio, incapaz de ver la luz del día ni su sonrisa en el espejo. Lo más grande es que muchas de ellas tienen un trabajo, no padecen ninguna enfermedad importante, viven en ciudades amables, tienen incluso muchos atractivos que compartir.

Son carne de cañón porque se agarran a la parte mala de los demás, se aventuran a jugar con sus miserias como señuelo para llegar al otro, te seducen con la pena de su incapacidad para abrir los pulmones de lleno, sin darse cuenta que cuando te agarran te manchan, chantajeando ¡sin querer! la parte de ti que está dispuesta a dar sin recompensas.

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