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jueves, diciembre 03, 2015

Francés

Aunque nos lo proponemos cada vez que nos coge el toro, siempre me veo dándole clases de francés a Iván el día antes de sus exámenes, con toda la materia acumulada y el tiempo en contra.

Va aprobando, pero raspado. Él es práctico. No pone interés en la pronunciación porque el examen es por escrito ni se preocupa por vocabulario nuevo que le voy introduciendo, 'porque eso no cae'.

Con una letra desastrada como la de su madre, da trescientas vueltas al boli, dos vueltas de campana sobre el sofá y le pega tres pellizcos a cada gato antes de escribir la respuesta a cada uno de los ejercicios que le planteo.

Cuando mejor entran los nuevos temas es cuando cogemos corcho, cartulinas y chinchetas, o si llenamos la mesa de objetos 'que sí entran en el examen'. El único inconveniente de cuando estudiamos jugando es que le entra la risa floja ante cada nueva prueba que le planteo.

Cada vez que termina un examen de francés le escribo un wasap para comprobar si hemos aprobado, porque es una cuestión en primera personal del plural, de ego, que mi sobrino no suspenda esa asignatura.

Él, con sus doce años, sólo está atento a buscar un hueco entre los imperativos y los adjetivos demostrativos para enseñarme con cuántos muertos ha acabado la última partida de su X-box o los vídeos chorras de animales salvajes doblados en Youtube. El de la marmota es buenísimo.

Qué edad más cándida, qué difícil ver la grandeza de aprender una lengua tan hermosa con esos años, mientras yo pienso en la de veces que me lo llevaré de viaje por París en cuanto su madre nos lo deje llevárnoslo a disfrutar del placer de conocer otras culturas.

-Pronúnciame bien 'voiture', Iván.

Él me mira con cara de perdonarme la vida y contesta, saturado:

-'Ya le vale a estos franceses'

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