x

¿Quieres conocerme mejor? Visita ahora mi nueva web, que incluye todo el contenido de este blog y mucho más:

salvador-navarro.com

viernes, septiembre 04, 2015

Guay

La iglesia de San Bernardo estaba a rebosar. Hacía tantos años que no iba, desde los tiempos en que vivía mi abuela, que la imaginaba más recogida. Allí estaba ya mi padre, mis hermanas e Iván que, inquieto, me preguntaba en susurros incontenibles cada cinco minutos cuánto faltaba para terminar la misa.

-¿No conociste a mi tía Cuqui?

Iván negó con la cabeza y eso me dio una idea del tiempo pasado sin verla.

-Ella era una tía 'guay' -le expliqué-. ¿Sabes cómo puedes comprobarlo?

Él me miró con la cara con la que miran los chavales que se adentran en terrenos desconocidos, yo observé los grandes ángeles sosteniendo los candelabros y entendí que, a su edad, estos escenarios impresionan; más aún cuando ya no viven en una generación de misa los domingos y fiestas de guardar, sino en una sociedad desacralizada, afortunadamente, que abandonó a la iglesia hace ya muchos años.

El cura habló de mi tía como una mujer de fé, y yo miré a mi hermana Mónica, que me cruzó una mirada de asombro.

Cuqui era una mujer de corazón y uniforme blanco, siempre resuelta entre los pasillos del Virgen del Rocío echando un cable, y una sonrisa de tranquilidad, y caricias, a cualquiera de los que tuvimos que pasar alguna vez por sus habitaciones o quirófanos. Era una mujer curranta y divertida, de la que recuerdo su risa hueca, los enormes vasos de coca-cola y su noviazgo con mi tío Pepe. Cuqui, para mí, era una imagen dulce de mi adolescencia.

-En esta iglesia hay cientos de personas, eso demuestra que muchísima gente la quería. Que era una mujer 'guay'.

-Si se muere un 'esaborío' no viene nadie, ¿verdad? -Confirmó Iván con media sonrisa.

-Muy poca gente.

A poco de jubilarse los dos y sin previo aviso, mi tío Pepe se queda a solas con sus tres hijos veinteañeros y el rictus roto de la incomprensión.

Allí nos abrazamos primos, tíos y amistades de mi época adolescente enfrentando un sinsentido más. Me abracé a sus hijos por la necesidad de hacerlo, de transmitirles mi dolor más sincero y mi solidaridad más pura. Perder a una madre es atravesar un río muy caudaloso que para siempre queda atrás.

-¿Sabes lo que es un pésame? -Le pregunté a Iván.

No hay comentarios: