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viernes, febrero 27, 2015

Manchas

Nos sentaron en la mesa más pequeña del salón al no pertenecer a ninguna de las dos familias de los novios. No tardaron en llegar una mujer mayor, Mentxo, y su hijo Álex.

Tanto caía fuerte granizo como salían tímidos rayos de luz que iluminaban la cara azulada de Mentxo, quien nos hizo una serie de preguntas sutiles, para situarnos en ese banquete de boda donostiarra.

Álex, su reconocido hijo predilecto, le vigilaba la comida y nos contaba acerca de su exitosa vida de ingeniero en Valencia, mientras su madre iba dejando caer anécdotas de una vida plena adelantada a su época, en la que decidió irse a estudiar Interiorismo a Madrid, vivir en Londres, casarse con un conde 'pobre', quedar viuda joven, enamorar hasta el intento de suicidio a una mujer, montar negocios que no terminaron de funcionar.

El chimpún de la banda hacía cada vez más difícil entenderse, y ella iba arrastrando la silla hacia nosotros preguntándonos por nuestra vida en Sevilla, mirándonos directo a los ojos para saber qué nos movía en la vida por el simple placer de conocernos.

Embelesado por su conversación y sus ojos turquesas le quise decir que debía haber sido muy hermosa, pero tuve el atino de no hablarle en pasado.

-No he empezado a quererme hasta que no cumplí los sesenta años, Salvador.

En ese momento se levantó las mangas del vestido y nos enseñó unas manchas oscuras que le recorrían todo el brazo.

-Yo paseaba por la playa de la Concha y era la de las manchas.

Se señaló la cara y entonces comprendí, con desazón por su pasado, el tono azulado tras la capa de maquillaje que dejaba adivinar en su rostro la luz tenue de un mediodía ya a esas horas lejano.

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