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miércoles, diciembre 03, 2014

Fráncfort

Cuando uno se pasea por Fráncfort una mañana laborable cualquiera de finales de noviembre entiende que los alemanes tenga en su imaginario colectivo la Costa del Sol como señuelo de otra vida posible, aunque sólo sea por saber que ésta existe.

Elisa y yo salimos del hotel hace justo una semana, antes de las ocho de la mañana, para aprovechar las dos horas de las que disponíamos antes de tomar el avión de vuelta tras un viaje de trabajo al norte de Francia.

Mis recuerdos de Fráncfort eran los de un verano mochilero con nuestra añorada Araceli y mi amigo Rafa, hace casi veinte años y con la mochila encima. Sin ser las imágenes que conservo de entonces nada nítidas, sí pude confirmar cómo ha crecido la ciudad, sobre todo en altura, y la importante actividad económica que se mueve por allí, tan distante en todo de nuestra Andalucía a medio gas.

Lo que sorprende más a un andaluz, al menos a mí, es el cielo gris, el frío intenso y la escasez de luz.

El centro se recorre en un rato. Tuvimos la suerte de encontrarnos a horas tan tempranas la catedral abierta, con un amplio coro ensayando en el interior, lo que nos sirvió para entrar en calor. Maravilloso.

'Me gustan las catedrales del norte, tan austeras', comentó Elisa, en contraposición a nuestras iglesias cargadísimas del sur. Le pregunté si era creyente, algo de lo que nunca había tenido ocasión de hablar con ella.

'¡¿Yo creyente?!', exclamó sorprendida. '¡Qué va, Salva!', confirmó mientras, en un gesto instintivo, mojaba sus dedos en el agua bendita y se santiguaba maquinalmente.

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