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lunes, agosto 25, 2014

Piscina

Dicen que un burro encerrado en mitad de una habitación simétrica, con dos grandes sacos de pasto en cada esquina, moriría por su incapacidad de decidir hacia cual de los dos fardos dirigirse.

Tan feliz estaba yo ayer al borde de una piscina que tuve la sensación del burro en la encrucijada. No había argumentos suficientes que me provocasen moverme, allí tirado al sol con los pies dentro del agua. Apetecía una cerveza, apetecía bañarme, apetecía dormirme… Y todo era tan fácil que no era capaz de decantarme por nada.

Lo jodido es cuando esa indecisión dura más que treinta minutos, se hace norma y vas poco a poco entrando en dinámicas de no arriesgar, permaneciendo cada vez más calentito en esa zona confortable en la que lo que entiendes por mayor placer viene dado por la ausencia de movimiento, de proyectos a fin de cuentas.

Tengo gente cercana que entra, sin que ellos quieran admitirlo, en el cuadrado narcotizante del burro inmóvil que basa todas sus respuestas en excusas para no avanzar.

Esta época de crisis ha zarandeado con fuerza al personal y son muchos los que han tenido que ponerse las pilas para buscar un camino de salida a situaciones vitales muy desagradables; pero también hay una gran cantidad de afectados que se han ido metiendo en el agujero de la falta de decisiones que te engulle como arenas movedizas.

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