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lunes, diciembre 10, 2012

Autopista

No llevaba ni un mes viviendo en Francia cuando me encomendaron impartir cursos de determinados útiles de resolución y análisis de problemas a grupos de técnicos en las distintas fábricas que el grupo Renault tiene por el norte del país.

Mi primer destino fue una pequeña factoría que produce motores no muy lejos de Lille.

La jornada era muy dinámica. Había una parte teórica de introducción pero la mayor parte del curso se realizaba a partir de ejemplos prácticos para los que yo había traído todo el material.

No llevaba una hora en el atril explicando en qué consistía el curso cuando noté que comenzaban a reírse de mi acento. No quise dar importancia y seguí para adelante. El grupo era más numeroso de lo previsto, por lo que tragué aire y tomé fuerzas para llegar hasta el final sin dar mayor importancia.

Una vez que comenzaron los ejercicios la situación se hizo más fluida. En el tête à tête era más difícil que me faltasen al respeto. Creí haberme ganado a los alumnos, alguno de los cuales tenía edad para haber sido mi padre.

En la hora final de conclusiones, conmigo de nuevo en el estrado, comenzaron de nuevo las risas.

Enfilé la autopista hacia París dando puñetazos al volante por no haberlos puesto en su sitio, pero se me hizo en su momento una barrera infranqueable mostrar mi enfado en un francés que por entonces no me permitía mostrar cómo me hervía la sangre.

Volví a dar muchos cursos durante años. Nunca volví a dar golpetazos al volante.

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