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martes, junio 26, 2012

Un ángel

A quienes la vida les va muy deprisa se les suele dar mal tener bases sólidas. Quienes alcanzan la fama, la gloria o el dinero en grandes proporciones tienden a parecer más grandes, menos jóvenes, más temibles.

En estas últimas generaciones ese rol le ha tocado jugarlo a estrellas del pop, actores o futbolistas. Existencias de ensueño en que se reflejan las ambiciones de muchos mortales que creen saber que en cien vidas que tuviesen no llegarían nunca a disfrutar del paraíso en la tierra que sus ídolos toman como normal.

Sin embargo, no hace falta ser muy inteligentes para adivinar que tras esas capas luminosas subsiste un ser humano frágil como nosotros, en muchos casos más quebradizos aún al no tener en el día a día el reflejo de buscar argumentos sólidos que justifiquen sus esfuerzos.

Hace un par de días, un chaval de veintitrés años que soñaba con ser una figura del fútbol, que había conseguido jugar la Champions con el Liverpool y que se había convertido en titular en un club tan seguido como el Betis, moría en su cama de un cáncer más combativo que sus ganas de vivir.

Si ya impactó la imagen de sus lágrimas frente a una nube de micrófonos, hace poco más de un año, cuando tuvo que explicar, con toda la valentía que se puede tener en esos trances, que tenía que abandonar su sueño del fútbol para extirparse un tumor en la pelvis, la noticia de que ese tumor había acabado con él aún provocó más conmoción.

Los ves jugar en la tele o el estadio, con millones de seguidores y miles de espectadores atentos, y se muestran como inexpugnables centauros del presente. Aparece, sin preverlo, una adversidad de este calibre y emerge el chaval vulnerable que se esconde tras el cartel heróico.

Hablan de él que no perdió la sonrisa, que animaba al personal de la clínica que le atendía, a quienes hasta hace pocos días insistía en su sueño de jugar con el Betis en Primera, en prometer para su familia proyectos de vida mejor con su juventud y talento como primer argumento.

La impotencia de no poder retener a un ángel entre nosotros debe ser tan cruel como el dolor de no haber podido dar respuesta a esa sonrisa de ilusiones para siempre incumplidas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué triste no? Pero así de dura es la vida. Realmente no somos nadie. Nuestra vida terrenal es pasajera, corta, indudablemente inevitable su final. Deberíamos ser conscientes de ello para valorar las pequeñas cosas que tenemos día a día y ser felices que es el fin último del ser humano, la felicidad.

Manuel