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miércoles, abril 01, 2009

El Muerto

Cuando era un jovencito de octavo de EGB, un amigo de mi tío Yiyi me convenció para hacer remo. ¿Remo? Estaba delgado como una cerilla, era tímido y no me relacionaba con casi nadie. Vendría bien.

‘Tú te vienes, lo pruebas y, si te gusta, te apuntas’. Me llevé ocho años y llegué a participar en finales de campeonatos de España.

Haber estado tantos años haciendo remo en la adolescencia ha tenido su parte positiva, mi despertar a la vida, el amor al deporte, la pérdida de la timidez, el valor del esfuerzo… y su parte negativa, una escoliosis (desviación de columna) que hace que haya días en que reviente mi dolor de espalda sentado en mi despacho frente al ordenador.

En esa época en que yo hacía remo en el Guadalquivir, hubo un par de temporadas en que me asignaron un doble scull (un barco fino y largo, preparado para dos remeros con dos palas cada uno) y me colocaron de pareja al ‘Muerto’. Era un chaval de mi edad, simpático y siniestro, que cada vez que daba una palada movía el cuerpo como el hijo de Frankenstein. Yo, para nivelar el barco, tenía que hacer el mismo movimiento que él pero en sentido contrario. De ahí mi ‘S’ en la columna. Debo tener la ‘anti-S’ del ‘Muerto’. Mi espalda debe ser el negativo de su espalda.

Remar era un placer. No sólo el rato grande que pasábamos los fines de semana oyendo las campanas de la Giralda a las ocho de la mañana mientras rodeábamos el puente de Triana, sino los ratos disfrutados recibiendo el sol mientras sudábamos y sentíamos el ruido de cada palada, agua inabarcable a nuestro alrededor, las palmeras de chocolate y los xuxos de luego, los entrenamientos de lunes a viernes, las sesiones de pesas, la cultura del sacrificio, el compañerismo de pensar que nuestro éxito era el éxito de los demás.

A veces, cuando en ese movimiento repetitivo de ir hacia delante y hacia atrás, repetido hasta la saciedad, perdía la consciencia del por qué, llegaba a marearme y perder el equilibrio. Una metáfora de la vida. Llega un momento en que lo que se da por supuesto deja de ser razonable y todo se te desmorona. Remar era mecánico mientras no te lo planteases. En el momento en que te lo planteabas, en mitad del Guadalquivir, perdías el equilibrio.

La otra tarde, en una de las sesiones de fisioterapia para aminorar los dolores de la escoliosis, la chica que me trata tomaba mi cabeza entre sus manos, me pedía un relajamiento total, sentir la desconexión de la cabeza del tronco, mientras me movía con rapidez a veces, suavemente otras, la cabeza como si fuera una pelota de balonmano, como una bola de cristal.

En esos instantes mi bola de cristal ha soñado con no ser hombre, con no ser persona, con ser algo distinto. Con ser.

He creído en la posibilidad de volar. Cerrar los ojos y volar. No físicamente. Simplemente sentir que era posible no tener dos piernas, no tener cabeza, no tener sexo. Existir de otra manera. Creer en un mundo que no sería mundo, en seres humanos que no serían humanos, dejar atrás las definiciones, perder el ritmo de la palada y sentir que otra realidad era posible. Sin física, sin carne, sin dolor, sin dinero, sin gusto ni tacto ni rencores ni malicias ni reproches.

Otra realidad en que volemos fuera de vanidades y egoísmos.

Perder el equilibrio, el ritmo de la palada y volar.

1 comentario:

nosequé dijo...

“Sin física, sin carne, sin dolor, sin dinero, sin gusto ni tacto ni rencores ni malicias ni reproches”.


¿Te moristé, viejo?


(acento platerense)
jajajajajaja