—¿Un carmen en el Ochoa?
A mi madre le volvía loca esa copa chata de metal donde nos colocaban bolas de helado adornadas con caramelo, servidas por camareros uniformados, en la más clásica de las confiterías de Sevilla.
Dejábamos las bolsas colgadas en la barra y nos apostábamos allí, hasta buscar con la cucharilla el último rastro de nata.
En esta media vida sin ella, cada vez que paso por la calle Sierpes miro de reojo a la confitería. Ya no quedará nadie de entonces, quién sabe si siguen sirviendo cármenes con caramelo, ni si habrá madres golosas que lleven a sus niños a asomarse al placer de los momentos que se van para siempre.
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