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lunes, diciembre 17, 2018

Laura

Queda apenas media hora para que comience el telediario y no apetece. Apetece poner música, olvidar el mundo, plantearse qué cenar y qué próximo libro leer.

Encender la tele para escuchar en qué lugar de la sierra de Huelva encontraron el cuerpo de Laura no apetece. Entran ganas de taparse entre cojines con un buen libro, no pensar en esa sonrisa cortada de golpe por un monstruo. Ni imaginar los momentos de terror previos, ni escuchar los detalles que vendrán, ni asistir al llanto de una familia rota.

No es agradable verse en el espejo de lo más miserable del ser humano ni asumir que haya gente así. No apetece.

Con cada Laura muerta morimos un poco todos. Y no apetece verlo tan claro. Ver cómo de repugnante puede llegar a ser el vecino, cómo de dura puede ser la vida. No apetece pensar qué podría haber sido de esa joven entusiasta hace unas semanas por una plaza en un instituto. No entran ganas de ponerse en la piel de ese pueblo destrozado de Zamora.

No apetece.

El cuerpo pide no encender la tele, no aceptar que nos han matado un poco más, que somos un poco menos inocentes, un poco menos buenos, un poco más desengañados de lo que podríamos llegar a ser y nunca seremos.

miércoles, diciembre 12, 2018

María Emilia

Mi querido José Ibáñez alabó hace años que este blog encabezase cada reflexión con una sola palabra. Me agarré a ese piropo hasta que ayer conocí a María Emilia.

Ya la crucé antes del verano con una cerveza. Recién terminaba la presentación de un libro, salió del bar de enfrente cabreada.

-¡La mujer del bar me ha destratado!

Entonces supe que era uruguaya, de vida nómada y que hablaba como los ángeles.

Anoche, en una cita a cuatro organizada por mi amiga Marisa, caí definitivamente rendido. Nos hizo viajar varias veces de su Uruguay natal a la Suecia de la que acababa de aterrizar para contarnos cómo en su juventud fue apresada por la policía política argentina, maltratada, vejada y encapuchada para conseguir tiempo después, allá por los 70, asilo en el país nórdico, donde reharía su vida y tendría a sus hijos, Felipe y Sofía.

-Mi hija nació dando bocados al aire -nos contaba con emoción a Marisa, a Machuca y a mí.

Yo jugaba con la información privilegiada de saber que encandilaba, pero pregunté todo al no conocer nada. Empecé por interesarme por su relación con Sevilla.

-Aquí murió mi hijo Felipe, Salvador -a mí se me heló la sangre.

Él tendría treinta y tantos años, y fue hace no mucho. Siguió a su hermana pequeña, Sofía, bailarina enamorada del flamenco, y acabó aquí cuando ella, once años después, decidió volver a Estocolmo. Un Felipe de corazón frágil desde pequeño rendido definitivamente al Sur. Ella, Sofía, estrenó durante la bienal un espectáculo homenaje a él. 'Pulso'. El pulso del corazón de su hermano.

-Él llegó a asistir al estreno de su hermana, ya muy malito -nos contaba su madre.

De arrugas bien marcadas, pelo rojo y figura esbelta, anoche María Emilia flirteaba con el buen trato del camarero que nos atendió.

-No sabes el bien que me hace que me traten con cariño.

Negoció con el casero quedarse un tiempo con el apartamento de su hijo en el barrio de las Golondrinas. Necesitaba estar a solas acá donde vivió él. Patearse Sevilla y adentrarse por los recovecos del Virgen del Rocío, por la UCI, las salas de espera, los pasillos donde no hace mucho se le iba la vida esperando un trasplante que no llegaba, una operación que no terminaba nunca.

-Cuando me dijeron que no podían cerrarle el pecho supe lo peor.

Entre copas de tinto y con gafas empañadas nos confirmó que ella no pensaba que Felipe siguiera presente.

-Felipe no está ya en ningún lado, pero yo sí, y necesito saber que estoy viva.

Aguantó varios días tras la operación, inconsciente, rodeado de hermana y madre. María Emilia le hablaba, esa vieja tupamara valiente que no se conformó nunca con el mundo que le tocó vivir. 

-Deja de luchar, mi hijo -le agarraba el puño-. Deja de luchar y vete tranquilo.

Anoche conocí un ángel de pelo rojo y tomé una píldora de vitalidad de efecto inmediato.

miércoles, diciembre 05, 2018

Tánger

Llegamos en ferry a Tánger desde Tarifa tras acordar dos días de trabajo en las plantas que Renault tiene en esta ciudad y Casablanca. Una serie de retrasos provocó que llegásemos sin almorzar y bien entrada la tarde a las oficinas de Europcar en la ciudad. Se mezclaban dos ansiedades: visitar la medina antes de que cayera el sol y comer algo sólido.

Con indumentaria impuesta, decoración infame y simpatía desbordante nos acogió el chico del 'rent a car' con un español bien currado.

-Ustedes no tienen prisa, ¿verdad?

Le puse una cara de pocos amigos que no supo interpretar. Me preguntó mil cosas innecesarias para firmar el contrato mientras Fernando fumaba su cigarrillo electrónico en la calle. Media hora después, tras imprimir y tachar no sé cuántos papeles, me entregó la documentación.

-¿Es tarde para comer algo por esta zona? -me atreví a preguntarle.

-'No hay algo que se llama tarde aquí' -me respondió con un español hecho a pedazos. Yo apunté la frase en el móvil, por rotunda.

Dos días después, por circunstancias que no vienen al caso, tuvimos que adelantar el retorno a España desde Casablanca. Las oficinas del alquiler de coches abrían a las dos y media, lo que nos hacía temer no poder coger el ferry de las tres tras entregar el vehículo. Llamamos a Europcar y nos atendió el mismo tipo con idéntica buena disposición.

-No se preocupen, abriré media hora antes y os acercaré personalmente al puerto.

Así fue. Nos dejó a los pies del barco con una sonrisa y tiempo de sobra para tomar un café, en una muestra impecable de profesionalidad impensable en otras latitudes más 'civilizadas'.

'Allí no hay algo que se llame tarde', pienso hoy desde mi atalaya; de eso tenemos de sobra a este lado del Estrecho.

viernes, noviembre 30, 2018

Vergüenza

A una foto mía de esta semana con la gran mezquita de Casablanca a mis espaldas publicada en Facebook, una mujer respondía con un comentario vergonzoso: 'si tan bonito es ese país, ¿qué hace tanto marroquí aquí?'. A esta señora yo le invitaría a leer acerca de la historia de España para que así pueda entender cómo a muchos de nuestros antepasados directos los recibieron en Alemania para escapar de la miseria.


El odio al inmigrante no es sólo una cuestión de incultura, sino de maldad, porque seguramente mucha de la gente que piense como esta mujer será católica, apostólica y romana y, sin embargo, no tiene la mínima calidad humana para evitar soltar improperios hirientes sobre la memoria frágil de miles de seres humanos que han muerto ahogados en el traicionero estrecho de Gibraltar al que desafiaban por tratar de encontrar una vida más digna.


Me aterroriza pensar que el próximo domingo las portadas de los periódicos informen de que en mi querida tierra han salido elegidos diputados del ultraderechista partido VOX (vergüenza + oprobio + xenofobia) y me tendré que tragar mis argumentos de que España está a salvo de partidos fascistas como el Frente Nacional o la Liga de Salvini.


No me vale el argumento de que en democracia cabe todo. No. Hay propuestas que no caben en una constitución democrática.


Hay mucha gente amargada que no desea otra cosa que odiar.

domingo, noviembre 25, 2018

Toalla

Era nuestro segundo día en Kyoto, habíamos caído rendidos a la belleza de sus templos y nos disponíamos a encarar una excursión en tren a Nara, la vieja ciudad imperial. Antes habíamos querido visitar el santuario de puertas naranja de Fushimi-Inari, pero equivocamos el tren, lo que apenas trastocó el orden de nuestro recorrido.

Contemplar el gran templo Todai-ji de Nara, con su gran Buda, fue una experiencia sobrecogedora. ¡Tanta belleza! Pasear, divertidos, el gran parque de la ciudad, dar de comer a los ciervos sin que te muerdan los dedos; participar en ceremonias intimistas donde escribir deseos, beber agua purificadora, hacer sonar 'gongs' sin trascender su importancia convirtió la mañana en una deliciosa incursión por el Japón más deslumbrante en un día de sol canicular.

Al entrar al tren de vuelta, lleno de colegiales salidos del instituto, con sus uniformes propios de dibujos Manga, entró un señor maduro, muy alto, de apariencia americana, con una enorme mochila y una horrorosa toalla entre la cabeza y el gorro para contener el sudor. Como si fuese invisible, ajeno a su esperpéntica vestimenta ¡Y tan pancho!

A mí se me mezclan entre las imágenes inolvidables de Nara aquella del turista insensible al hecho de que los que viajamos le debemos nuestro decoro a la belleza de los lugares que se nos regalan.


miércoles, noviembre 21, 2018

Prado

Hace un par de días, recién llegado a casa, tuve que restregarme los ojos al confirmar que no sólo la entradilla del telediario de máxima audiencia se retransmitía desde el Museo del Prado, sino que el bicentenario del nacimiento de la pinacoteca se convertía en la primera noticia del día, de manera extensa y cuidada. Un gesto de valentía inesperado de la televisión pública que demostraba cómo sí es posible colocar la cultura en el centro de las expectativas.

¿Qué impide a un medio público (y privado) cambiar el orden de los prioridades para atender lo que no es necesariamente urgente?

Imaginemos un país en el que los noticieros abran con los preparativos de la gran exposición sobre Murillo que se inaugura el próximo 29 de noviembre en Sevilla, y no necesariamente por las trifulcas electoralistas de ver quién la tiene más grande. Unos medios que dedicaran su cabecera cada día con textos de grandes de la literatura universal aprovechando aniversarios de sus publicaciones; que diariamente propusieran como primera página un hecho histórico relevante en el progreso de la humanidad; que remarcara como titular un descubrimiento científico y lo explicase con palabras sencillas al televidente medio.

Y que los improperios de Trump, las tribulaciones en el Parlamento europeo, las catástrofes naturales, las maldades de Villarejo, las vergonzantes confabulaciones entre políticos y jueces, los entrenamientos del Real Madrid o la boda de la hija de Amancio Ortega quedaran relegadas a un apartado final de 'sucesos'.

Seríamos, seguro, más interesantes. 

domingo, noviembre 18, 2018

Inmortalidad

Una de mis principales argumentos para no creer en la inmortalidad espiritual del ser humano, y no es broma, es pensar en la gran cantidad de impresentables que hay por el mundo. ¿Qué hacemos con ellos? Me resulta insufrible tan sólo imaginar en un tiempo infinito aguantándolos; porque hay gente tan estúpida, tan cutre y con tan pocos valores que sería una ruina para las generaciones venideras pensar en esos dráculas inmortales dando vueltas alrededor de ellos para contaminarles con sus bajezas.

Me apunto más a la reencarnación, a que determinadas personas acaben en el pellejo de cucarachas. Eso me soluciona dos inquietudes, una posible salida al tema de la inmortalidad y un cierto alivio a cada pisotón que me permito cuando éstas salen de sus guaridas en las mañanas calurosas de verano.

Yo aspiraría a convertirme de nuevo en persona como máximo premio a mis días de hoy, pero en otro país distinto y una cultura diferente, aunque miedo me da pensar dónde, porque si me dieran a elegir no querría que hubiese violencia, ni que mi familia fuese pobre, ni se muriese mi madre siendo tan joven ni confirmar que la tierra se comienza a inundar por decisiones de presidentes que por entonces no serían sino cucarachas.

sábado, noviembre 10, 2018

Dormidos

Pasaban unos minutos de las tres de la tarde cuando tomé asiento en un AVE abarrotado que me llevaba de Valladolid a Madrid. Yo andaba en mi mundo, componiendo la lista de invitados para la premiere de mi peli en Sevilla cuando comencé a conocer a esa mujer que, con pantalones cortos, mallas gruesas y una bolsa de golosinas en el regazo que vaciaba compulsivamente, explicó a todo el vagón, diciéndoselo a su teléfono, que era jefa de obra de varios trabajos en Bilbao y Pamplona.

Su asiento daba al pasillo y compartía una mesa central con tres pasajeros que podrían tener la edad de sus padres.

Hablándole a voz en grito por teléfono a su interlocutor aprendí cuánto cuesta enfoscar una casa de cien metros cuadrados, pude apuntar de haber querido los nombres de la gerencia de Urbanismo de Pamplona y escuché de su boca la agenda, ¡detallada!, de su semana siguiente en Madrid.

Mujer de taco fácil y ego alto.

Ya llegados a Segovia, tras casi una hora de griterío constante en que mezclaba de forma ansiosa llamadas personales con profesionales, tras ver las caras del personal a su alrededor a esas horas tempranas de la tarde no tuve más remedio que aprovechar una pausa entre grito y grito para decirle con toda la educación con la que me parieron:

-¿No ves que intentan dormir?

Ella me miró como si hubiese visto a un extraterrestre.

miércoles, octubre 31, 2018

Usurpadores

No son pocas las veces en que me cruzo, en mi transitar intenso por el mundo, con ellos. 

No todas las veces descubren mi mirada, pero cuando lo hacen se establece una corriente extraña de desnudez entre los dos.

Suelen ser especialmente eficientes con sus vidas laborales, se afanan como ninguno de sus compañeros, en tanto desarrollan sus virtudes para adaptarse realmente al traje que les ha tocado vestir.

Los veo en los aeropuertos, indicándome las instrucciones en el control de seguridad; en los restaurantes, cuando me señalan la mesa reservada; en reuniones de trabajo, mientras toman nota en sus tabletas de discursos soporíferos; en la caja de un supermercado, interesados en saber si quiero bolsas o no; en conversaciones de barras de bar, tomando la mano entre caricias de su pareja; en mañanas soleadas de parques, meciendo con dulzura el carrito del bebé.

De pronto un ramalazo de inseguridad, una mirada cruzada, un paso mal dado que lleva a un tropezón los delata y yo, de naturaleza curiosa, cazo al vuelo su gesto de terror.

¿Seré uno de ellos?

martes, octubre 09, 2018

Esperanza

Aunque me estrené con una ópera cómica de Rossini en el teatro Garnier, no fue sino hasta unos meses después, en la Bastilla, donde caí conmocionado a la belleza de Turandot.

No era posible conexión más hermosa con el alma humana, no cabía una emoción más incontrolable producida por un evento externo a mi vida personal.

Turandot aparece por todos lados en mis relatos, mis blogs, mis novelas, mis reflexiones acerca, sí, del sentido de la vida. Exagerado tal vez, pero un aria en un teatro de ópera es de los pocos momentos en que dudo acerca de la no existencia del alma humana. Si el hombre ha conseguido crear desde la sensibilidad más pura obras que llegan tan dentro, es que hay esperanza de que seamos más que carne con huesos.

Este pasado fin de semana de Rodríguez en Sevilla me sorprendió con la muerte de la Caballé, a quien no tuve la fortuna de escuchar en directo. Sin embargo apagué luces, rebusqué por la red y fui escuchando una a una todas sus arias, en escenarios de medio mundo. Su presencia rotunda, los enormes ojos negros, su risa infantil y ese llevarnos fuera de nosotros en prolongados pianísimos.

Hace nada que la enterraron en la tumba junto a sus padres, a la gran dama de familia humilde que nos maravilló gracias a su profunda sensibilidad. Ya descansa la niña catalana junto a sus padres, ya el final llegó al principio, pero nos deja, para romperlo todo, sus ojos negros mirando al infinito mientras canta a la esperanza con música de Vivaldi.

'La Esperanza'

sábado, octubre 06, 2018

Auriculares

Nuria nos insistió en que le diéramos una segunda oportunidad y así lo hicimos.

Su ambiente cosmopolita, el árbol en la barra de cócteles y las distintos niveles ya nos habían conquistado con su estética. Fallaba la comida.

A mí me resultaba difícil desconectarlo de las citas con mi antiguo editor, cuando la certeza de publicar en plan profesional definían un terreno de juego inesperado para mí. Allí, donde no existía aún el árbol de la coctelería, me citaba con contratos y su chupito de whisky, entre narraciones de su grandioso pasado en Barcelona.

Tardaron una infinidad en ponernos una cerveza.

Rodeados de una clientela heterogénea, bien vestida, madura y poco ruidosa, investigamos la carta sin muchas posibilidades de aclarar dudas con camareros que corrían, literalmente, recibiendo órdenes en sus auriculares. El de la cerveza no era el de la carta, el de la carta no era el de los vinos, a quien solicitábamos nos respondía con una sonrisa de no ser él la persona apropiada.

Nos explicaron el ceviche de gambón tan a la carrera que apenas comprendí qué comíamos. La presa, rica pero fría de esperas no sincronizadas, me hizo ver que la copa de vino se terminaba. ¿Quién era el del vino?

Por fin alguien me hizo caso, pero me llenaron la copa con el plato ya vacío de carne.

Voy a escribirles, porque sé que de Nuria nos volverá a convencer y para entonces quiero un micrófono de corbata para poder ir orientándolos acerca de mis necesidades de sentirme escuchado cuando me siento a cenar en un sitio tan guay. Se darán cuenta de que soy un cliente sibarita pero educado y les explicaré, entre plato y plato, que la gente no quiere carreras, sino cariño. Que con una sonrisa y dos guiños uno se toma una presa fría sin vino tinto. E incluso repite.

lunes, octubre 01, 2018

Pereza

Hay dos sentimientos que me repelen y se cruzan en mí de forma contradictoria: pereza y remordimiento.

No sé si porque en el fondo de mi sustancia soy una persona que se bate contra una parte remolona que suspira por una vida simplona como objeto de bienestar inalcanzable, sin saber distinguir qué es lo adecuado para considerarme plenamente realizado en este mundo complejo.

No son pocas las veces en que observo con envidia el ritmo ralentizado, y no por ello menos digno, con que algunos manejan sus vidas, abiertos a tardes de sofá desprovistas de argumentos para justificarlas.

No entiendo las horas sin rellenarlas de contenido y sé que eso me hace ser quien soy, ávido de vida revolucionada, consciente al mismo tiempo de que hay otros horizontes posibles sustentados en dejarse ir hacia pulsiones más relajadas que, al mismo tiempo, me atraen sobremanera.

En libros que leo o películas que veo deseo para los héroes una vida campestre como trofeo victorioso.

A pesar de que sé que soy, más o menos, quien quiero ser, la vida es elegir; aunque no son pocos los días en que me subleva esa pereza que sé potente en mí, tanto como me cabrea el remordimiento que me provoca rechazar el abandonarme al placer de no hacer nada.

Quisiera ser más fácil.


martes, septiembre 25, 2018

Círculos

El pasado sábado noche me asomaba, una vez más, al mágico acantilado de Nossa Senhora da Rocha. Allí las olas suenan contundentes entre gritos de gaviotas y el océano se ofrece tremendo iluminado por la luna cuando está llena. Me gusta grabar vídeos estáticos de ese escenario para regalarme futuros relatos de calma tumbado en la cama de cualquier hotel.

Esta vez, tras el puñado asimétrico de barcas de pescadores ancladas en mar abierto, alejada de la línea impresionista de reflejo lunar que escapaba hacia el horizonte, un círculo de luz asomaba a la superficie del agua, tal como si se proyectase desde las profundidades.

Con el silencio de las olas esperé paciente a que algo inexplicable ocurriese. Una bola incandescente subiendo, una invasión de círculos luminosos, un agujero negro abriendo una catarata.

Cuánto me gustaría que la realidad se partiera en dos fuera de toda lógica, retorcida en jirones de surrealismo aunque fuese por un día para pensar que es posible un futuro imposible, que hay margen para la magia de no pensar en que todo está escrito y así poder soñar otras alternativas a nuestros envejecimientos previsibles; regalarme con una esperanza de vivir vidas que se puedan dividir en tres o multiplicar por cuatro, salirme de las escalas del tiempo inmisericorde, retozar en paisajes ingrávidos y atravesar barreras inviolables para nuestras entendederas.

Cómo disfrutaría sabiendo que hay círculos luminosos sobre el agua del Algarve que hacen de las suyas por las noches.

viernes, septiembre 21, 2018

Mediocre

Una de las ventajas de madurar es que no sientes la obligación instintiva del joven por mantener contacto a todo precio con la gente cercana. Con los años vas conformando una alergia psicológica a determinado tipo de personas de las que rehuyes con elegancia en cuanto las ves aparecer.

A mí, por ejemplo, me subleva la gente quejica. Aquellos que no ven más que los vasos medio vacíos, que ponen en cuestión todo lo luminoso, que reniegan del mínimo poso de inocencia en sus vidas.

Son gentes sin metas definidas, por lo que dedican gran tiempo a reventar las de los otros; personajes ilusionados en la desilusión de los demás.

Me asustan quienes no tienen proyectos identificables, por nimios que resulten, y se dedican a sobrevivir.

No me valen aquellos que proyectan todas sus ambiciones en los hijos, esos son de los más peligrosos, porque no ya son sólo víctimas de su incapacidad para diseñar futuros, sino que quieren construírselos a quienes están en la época de imaginar un mundo enorme sin cargar con frustraciones ajenas.

Este tipo del que huyo no es numeroso, pero se encuentra por todos lados, no hay condición social, económica o nacionalidad que se le resista. Estos seres humanos a los que escuchas continuamente berrear acerca de lo mal que lo hacen los gobiernos, las empresas, los padres, los músicos, los azafatos, los conductores de autobús, los niños, los jefes y los abuelos.

Quienes más protestan son los más mediocres.

martes, agosto 28, 2018

Respeto

A la muy manida frase de que viajar abre la mente es fácil darle sustancia cuando tienes la suerte de visitar Japón.

Convivir durante varios días con los habitantes de este país y recorrerte sus calles es una lección de vida sobre el margen de progresión que tenemos los occidentales en terrenos tan fundamentales como el respeto al prójimo.

Puede sonar a ciencia ficción, pero en diez días ni una sola persona, ya fuera hotelero, camarero, empleado de metro o ciudadano de a pie nos puso mala cara. No sólo eso, sino que todos se dirigen a ti con una sonrisa. Se respetan las colas de forma ordenada, se cede el paso a los mayores, no se arroja nada al suelo, no se escucha una sola conversación telefónica en el metro o en el tren, bien conectados a la red en todo momento, ¡no suena un móvil en los espacios públicos! Los baños están limpios, en los bares no se grita, se ofrecen a ayudarte en cuanto te ven dudar, no te cobran el billete si has cogido el trayecto equivocado en un autobús, se desviven si les preguntas algo.

Sí vimos a un chaval borracho tirar una lata al suelo, sí a una chica intentar robar un libro en una tienda de manga... No hay mundos perfectos mientras los habite el hombre, pero sí es posible organizarse en sociedad privilegiando el bienestar común.

Puedo sentir, a partir de anécdotas concretas, que son menos maduros en lo emocional o que tienen más limitadas sus capacidades para improvisar.

También a ellos, seguro, les viene muy bien viajar para encontrar otras maneras de entender este mundo inentendible.

Mi duda es si, cuando visitamos otros lugares, sabemos retener e integrar lo mejor de ellos. Si sabemos hacerlo con las defensas bajadas, abiertos a aprender, dispuestos a empatizar, animados por un espíritu de crecimiento personal.

Yo lo intento, y disfruto como un enano olvidándome de mí y de dónde vengo, sin temor a perder, aún, mis ganas infinitas de aprender.

lunes, agosto 20, 2018

Tanizaki

En un esperadísimo vuelo a Tokio he caído en las redes de Junichiro Tanizaki. Leído en dos horas su ensayo 'El elogio de la sombra', he sentido picos del placer que sólo da la lectura, el silencio y la reflexión.

Un intelectual es aquél que sabe abrir tu capacidad de raciocinio a territorios desconocidos por ti sin por ello hacerse incomprensibles.

Escrito en 1933, intuyo que de un tirón y sin esquemas previos, Tanizaki se plantea en voz alta qué habría sido de Japón de no haberse cruzado con un Occidente al que considera más avanzado y ambicioso. ¿Cómo habrían ellos inventado la luz? ¿Qué medios de transporte habrían ideado? ¿Qué cine? ¿Qué fotografía?

En pasajes preciosos donde explicita el éxtasis que puede suponer para un japonés oír el agua hirviendo previo a la ceremonia del té o el disfrute del primer sorbo a una sopa de miso en un cuenco negro lacado con ribetes dorados, nos plantea cómo seríamos cada uno sin habernos cruzado con los otros, cuánto hay de nosotros mismos en lo que somos, con las licencias que da la literatura para fantasear sociedades y vidas que no existirán, que ya no pueden existir, salvo en nuestra cabeza.

lunes, agosto 13, 2018

Mamarrachos

Lo grave no es que existan Trumps, Salvinis o Putins, todos tenemos cerca fanfarrones de medio pelo con genética parecida; lo desgraciado es que haya gente que los vote a mansalva, a estos que se vanaglorian de no tener otra ética que su narcisismo, ni más palabra que sus exabruptos.
Son personajes incultos que no conocen el pasado de sus países más que de oídas, que juzgan a los que no son de su nacionalidad como enemigos y que ven en el inmigrante al terrorista.
Imagino que todos ellos, no puede ser de otro modo, estarían catalogados, de ser tratados por un psiquiatra, como personas con deficiencias mentales que combaten sus propios males, sin conocerlos, a base de bravuconadas.
Estoy convencido que los países debemos dotarnos de herramientas contra el fanatismo, de modo que nuestros dirigentes estén vigilados contra el dislate que supone tratar al ser humano, sea nacional o no, como mercancía barata.
Se están cargando el futuro a golpe de testosterona.

martes, agosto 07, 2018

Sollozo

Estaba terminando mi reunión de departamento, tenía a los míos rodeándome para aclarar varios temas puntuales y vi parpadear el icono del Skype con el nombre de Sardasthi.

Como desde que regresé de Irán las cuestiones técnicas con ella las trataba alguien de mi equipo, supe en ese momento que ese pestañeo del Skype era un grito de socorro.

Con su inglés exquisito me preguntó si podía hablar de un tema personal conmigo, le pedí cinco minutos para estar a solas con ella.

-La situación es terrible en Teherán, Salvador.

Las amenazas de Trump se concretan en embargos y la gente se desespera una vez más. En febrero encontré un país motivado por resurgir, una juventud que abarrotaba las calles y un pueblo amable. Estaban los que hablaban con sumo respeto del líder supremo y quienes, protegidos por el inglés y una mesa apartada de restaurante, confesaban estar hasta el gorro del régimen religioso.

Hoy mi empresa está a punto de salir de allí por las coacciones de Trump.

-No te pido ayuda por mí, Salvador, sino por la gente de mi equipo. Haz lo posible por sacar a alguien de aquí. Perdemos el empleo, nuestro futuro, el de nuestros hijos.

Hoy escuchaba en la radio que la Unión Europea quiere hacer frente a las decisiones del Estados Unidos más retrógrado, que se recrea en el machaque de todas las oportunidades de concordia.

Él dirá una barbaridad, el ayatollah de turno otra más grande, a Europa le temblará el pulso y, entre tanto espectáculo canalla, Sardasthi volverá a su casa, con toda su capacidad resolutiva y liderazgo debajo del brazo, a la espera de una nueva luz.

domingo, agosto 05, 2018

Verdad

Siempre tuve tendencia a adornar las noticias graves, y así, con esa pátina de deseos conseguía endulzar informaciones pesadas de digerir.

Los muchos años de trabajo en mi empresa me han educado a ir quitando edulcorantes a los hechos, enunciarlos con la austeridad de los datos contables, objetivos y no opinables.

El maquillaje suele manchar cuando de comunicar se trata. Sazonar, ocultar o exagerar no suele obrar efectos positivos. Te hace perder credibilidad y provoca reacciones en el otro que no son las que proceden.

Si te ha ocurrido algo que te oprime el corazón, cuéntalo tal como es o no lo cuentes. Si ves que puedes echar un cable a alguien querido, háblale con toda la franqueza de la que puedas hacerte. Decir a un amigo lo que quiere oír suele no traer cosas buenas. Las claves son el tono y el momento.

Cuando se averiaba una máquina durante una hora yo le decía a mi jefe que había sido media; si alguien había llegado una hora tarde, yo decía que media; si provocábamos un incidente a un cliente yo le restaba importancia. Quería evitar conflictos.

Si alguien a quien quiero se le hace un nudo entender por qué las cosas no terminan de irle bien, yo le digo lo que observo con toda la empatía de la que dispongo. Porque quiero que hagan lo mismo conmigo.

La verdad, con ese sonido tan rotundo, es mucho más amigable cuando se la mira de frente. 

viernes, julio 27, 2018

Contadores

Independientemente de dioses, integro en pensamientos subconscientes el embrujo de una justicia universal que nos arropa desde no sabemos dónde. Algún mecanismo automático o apuntador omnipresente que toma nota, hace fotos, graba conversaciones y vigila cada uno de nuestros pasos. Discos duros espirituales con trillones de trillones de datos en los que contadores individuales almacenan sonrisas como puntos verdes y gritos como rojos, desplantes que descuentan, favores que incrementan. Memorias imparciales que nada olvidan en algún lugar del infinito espacio acerca de lo que fuimos, acotando nuestras virtudes como ventajas para calificar con limpieza comportamientos que no siempre son puros, aliviando las cargas negativas a quienes arrastran dolores congénitos de cabeza o ruinas familiares de las que no fueron culpables. Dispositivos que son más benevolentes con humanos nacidos en Uganda que con aquéllos que crecieron en California, aparatos empáticos que no se censuran, ni se estropean, que no juzgan con sesgo ni evalúan los reconcomes de miedo al vivir, sino que almacenan actos, posturas, alardes, besos y empujones sin atender a pensamientos que no saben descifrar; hadas electrónicas notarias de nuestras líneas de conducta.

El subconsciente tiene esos miedos que la razón ignora, aunque sus teorías sean todo lo difusas que su condición subterránea implica.

Mi subconsciente, en duermevelas pausados de soledades, quiere pensar que en algún lugar alguien sabe cómo fuimos, cómo estamos siendo; tal vez porque mi subconsciente tenga elaborada la teoría de que si no existiera esa justicia sabelotodo la gente no tendría escrúpulos en mostrar su peor cara a escondidas de la justicia humana.

miércoles, julio 18, 2018

Triturado

Cada vez que la mañana se complica en el trabajo, me escapo a un bar cercano para abstraerme del mundo con un buen desayuno. El único problema es que cambian mucho de personal y no terminan de quedarse con mis rutinas:

-Un batido de chocolate y media con jamón serrano y tomate.

-¿En rodajas o triturado?

-Tiru... tritru... rado

Hay veces que vengo con la frase preparada.

-Un batido de chocolate y media con jamón serrano y tomate tiru... tritru... rado

Hay una puerta de la fábrica por la que he pasado miles de veces, desde hace más de veinte años. No reparo en ella hasta que me la encuentro de frente y entonces me digo... es de empujar, es de empujar... Pero no. Es de tirar.

Hay genes rebeldes en mí, que se empeñan en provocarme siempre los mismos tropiezos.

Son dos interruptores en la cocina de Conil y uno alumbra un foco agresivo de luz blanca. Cuando acerco el dedo siempre pienso... es el de la derecha... y enciendo con el izquierdo la luz maldita.

Estos días de auditoría me hacen escribir tonterías para bajar 'estreses' que no son buenos. Uno de los técnicos que nos visitan se llama Mustafá, y yo debo presentarlo a mis compañeros conforme se desarrolla la semana de trabajo. Se dan la manos todos entre sí y cuando me toca introducirlo:

-Él es Mohamed.

Mustafá se ríe y le quita importancia, pero yo trato de abstraerme para no repetir el fallo. No me conoce para evitar pensar en mofas extrañas por mi parte. Cambiamos de zona, nuevas presentaciones... No es Mohamed. Es Mustafá. No es Mustafá.

-Os presento a Mohamed.

Hay frustraciones ocultas o defectos de fábrica. Tra-tre-tri-tro-tru... Sé decirlo. Seguro.

-¿El tomate se lo corto?

-¡No!

Maldito el momento en que le cogí manía a las rodajas de tomate.

domingo, julio 08, 2018

Foto

Cuartel general de mis sueños, esta noche volví una vez más a Manhattan, en un caluroso paseo de avenidas coloridas donde, sin previo aviso, me dieron la gran noticia de la visita de mi padre. Estaban mis hermanas como organizadoras y él preguntó por su nieto, que viajó con la velocidad sideral que permiten las reglas oníricas para acompañarnos a la subida de un Empire State que siempre tuve como asignatura pendiente con mi padre desde que muchos años atrás se me quedara sin respiración subiendo la Torre Eiffel. Entrar en la última planta imponía echar 3 monedas de dólar que no teníamos y a mí se me quedó enganchada la mano tratando de manipular el dispositivo para no perder la ocasión única de mostrarle la inmensidad de la ciudad.


Me desveló la luz de amanecer y me negué a irme sin enseñarle la Estatua de la Libertad, con esa gran suerte que tengo de poder entrar en mi otro mundo con la única fuerza de mis ganas de hacerlo.


Protestó por la muchedumbre en la estación de South Ferry, sin saber que yo estaba en un duermevelas entre lo real y lo deseado, disfrutando de su voz inconfundible y su irremediable impaciencia. Le busqué un hueco en la cubierta del barco y se asomó a la barandilla, frágil, para que el viento húmedo le moviera su pelo canoso. Me organicé con un turista para que nos hiciera una foto. Agarré su cintura esquelética a través de su chaqueta y él me pasó el brazo paternal por encima de mi hombro sin saber que yo me derrumbaba de volver a sentirlo.


La muerte, terrible, te quita placeres para siempre; pero quiero esa foto, es mía, agarrados en la cubierta del ferry con la estatua majestuosa detrás. Reivindico esa foto para la mutante casa de mis sueños. Es mía.

miércoles, julio 04, 2018

Reflejo

Hay un ejercicio muy sano que trato de aplicarme desde hace media vida: no empezar las frases con un 'es que...' en conversaciones con gente que me importa.

Al practicarlo saco lo mejor de mí, porque me obliga a reflexionar unos segundos antes de hablar, me hace descartar excusas para posicionarme y, al cambiar la perspectiva de los argumentos, transmito seguridad.

Incluso para decir 'no' se pueden estructurar frases en positivo. No es lo mismo ante una invitación a una cena responder 'es que ya he quedado' que 'me apetece un montón aunque hoy no pueda'.

Va de lo más tonto a lo más profundo y no es sencillo de manejar. Es un reflejo que el ser humano lleva dentro. Defender el castillo, lo conocido, lo calentito, lo fácil, lo propio.

Es que estoy cansado, es que la gente es retorcida, es que los portugueses son tristes, es que la sanidad es un desastre, es que no va a responder, es que va a llover, es que no da tiempo, es que está muy lejos, es que se reirá de mí, es que no me hace caso, es que no tengo tiempo, es que...

Da igual el tema del que se trate, transmite mala energía. Y yo de eso no quiero para mí.

No hay placer más grande que convivir con personas que a todo responden sin excusas, y como a mí me gusta ser como la gente que me gusta, me empeño en ello. Vivir una vida coherente con tus principios no es del todo difícil a partir de cuatro reglas y una pizca de buen humor.

viernes, junio 29, 2018

Generosidad

Hace diez o veinte años la noticia que la mayoría de ciudadanos de nuestra querida España hubiese querido ver en las portadas era el fin de ETA, una banda malhechora, asesina sin escrúpulos, retorcida, siniestra, que se escondía en pasamontañas para pegar tiros en la nuca por la espalda con el pretendido aval de un pueblo maltratado.

Esos criminales fueron entrando en prisión, uno tras otro. Se les fue juzgando con toda la fuerza del estado de Derecho con el que nos dotamos hace décadas y comenzó el declive, acelerado por el repudio propio de una sociedad vasca hastiada de que en su nombre se cometieran salvajadas indefendibles.

Nadie que lo haya vivido puede sacar de su corazón el quebranto que supuso la pérdida de Miguel Ángel Blanco. Ni de tantos otros.

A ETA la vencimos porque, entre otras muchos argumentos, la razón estaba de nuestro lado. La superioridad moral era total. El bien y el mal tenían claramente trazado su camino en ese conflicto.

ETA desapareció porque perdió en todos los frentes. Ya no existe.

Quedan muchos muertos, sí. Un dolor infinito y vidas irrecuperables, sí.

Precisamente porque ganamos los buenos, debemos tener la altura moral de actuar con generosidad hacia con ellos; para terminar de demostrar cuál es el camino del correcto comportamiento humano.

Acercar los presos a sus hogares no es rebajarse, ni achantarse, ni doblegarse. Es mostrar con generosidad que somos una sociedad sana y que estamos muy por encima de los comportamientos execrables que, durante años interminables, demostraron hacia quienes hoy les respondemos con grandeza.

lunes, junio 25, 2018

Sillas

Terminada cada reunión de trabajo, François Frenette venía a quejarse de lo mismo.

-No arrastren las sillas, por favor.

Las sillas hacen ruido al arrastrarse. Un sonido incómodo que molesta más a quien no lo produce, a quien no mueve la silla.

En la vorágine de decisiones por tomar hay mañanas que me escapo a desayunar fuera de la fábrica. Pido mi batido de chocolate y media tostada con jamón. ¿Triturado o en rodajas? Siempre triturado. Me concentro en mis pensamientos, trato de evadirme de todo. De las charlas del bar, de la tele encendida, del sonido de la cafetera. El camarero, sin embargo, recoge las tazas de café como si no pudiera hacerlo sin golpear escandalosamente unas con otras.

Ni que uno fuera a desayunar para relajarse...

No me gusta la gente que no controla los ruidos que provoca. Quien grita a lo lejos sin atender a los que están cerca, quien hace sonar el claxon sin atender al peatón de justo al lado, quien taconea suelos sin pensar en los vecinos de abajo.

El mundo chirría de sillas arrastrándose, tazas golpeándose, cláxones sonando que no dejan observar el silencio con el que muchos otros se manejan con cuidado pensando en ti.

lunes, junio 18, 2018

Ayuda

Escuchaba la radio conduciendo, pocos placeres comparables, y entrevistaban a una voluntaria de la Cruz Roja preparada para recibir a los desheredados del Aquarius.

Ante la pregunta del locutor acerca de sus razones para trabajar de forma altruista, la mujer respondió:

-Porque me gusta ayudar.

Se hizo un silencio en el estudio y un silencio en mi coche.

Ya sobraba el resto de preguntas ni los detalles del dispositivo de acogida a esas personas desorientadas, vacías de mochila y repletas de valentía, que tanto queremos sin conocer.

No imagina ese chica la envidia que nos produce a muchos esa capacidad de ser felices de forma tan pura.

lunes, junio 11, 2018

Claridad

Si desgajamos la asertividad en ingredientes, uno de ellos es el hablar claro. Está también la empatía, la educación, el tacto, la escucha.

Aprecio enormemente a la gente asertiva, tal vez porque deba aprender mucho de ella, y especialmente a aquélla que se expresa sin contemporizar, que no da vueltas en redondo para no decir lo que su interlocutor no llega a interpretar.

Hace mucho más daño andar con rodeos que mirar a los ojos y decir lo que uno siente acerca del otro. Sin necesidad de aleccionar ni mostrarse en posesiones de la verdad que no existen.

Son numerosos los recuerdos, más frecuentes cuanto más joven era, en que perdí oportunidades de expresarme de frente acerca de mis posicionamientos interiores respecto a gente que fue importante para mí. Cuando estas certidumbres internas no enganchan con tus gestos, tus acciones, las miradas hacia aquél que enfrentas, todo se pudre, empezando por la confianza.

Es mucho más parecido a la Vida el quitar filtros que ésta no tiene. La vida es salvaje, transgresora, no tiene piedades, te reta, es directa, no tiene estrategias, impone, golpea, maravilla y no avisa, te revolea, es azarosa, contundente, no tiene reglas, te enamora, te chulea, se ríe de tus proyectos, no se casa con nadie, te da cancha y te ningunea. Somos más vivos cuanto mejor nos mimetizamos con ella para ofrecerle a la gente que queremos el espejo en que ellos se reflejan sin que nos escondamos a la sombra, ni nos pongamos de costado, ni empañemos el cristal de las verdades propias que necesitan encontrar en nosotros. 

Siempre pincelada por el amor, a mí me gusta ver en quien me quiere la imagen que tienen de mí, no la que piensan que yo quiero ver.

lunes, junio 04, 2018

Quoi

Cuando llegué a París, para instalarme a vivir allí durante unos años, comprobé la distancia sideral entre un idioma aprendido, en mi caso con fascículos de Planeta Agostini, y el que se habla en la calle. Entendía con cierta claridad lo que se hablaba en reuniones de trabajo, más cuanto más formales eran, pero me quedaba a cuadros en las charlas junto a la máquina de café. No pillaba una.

Los atascos parisinos, inmensos, me hicieron ganar en paciencia, algo que no es mi fuerte, y en mi capacidad de escucha. Esas dos o tres horas diarias encerrado desesperadamente en el coche me sirvieron para hacerme con la lengua a partir de programas de radio. Entrevistas, debates o programas humorísticos que me abrían puertas a un idioma del que me fui enamorando a partir de que comencé a introducirme en sus sutilezas.

Sin embargo había expresiones, casi todas callejeras, que me sacudían. Yo las repetía como un mono en conversaciones sin saber ni cómo se escribían y observaba las reacciones. Brigitte a veces me miraba con sus grandes ojos pintados de celeste.

-'¡Salva! eso es un taco muy feo' -y me traducía al oído la grosería que yo acababa de soltar sin saberlo.

Un día le pregunté cómo traducir ese 'quoi', pronúnciese 'kuá', que casi todo el mundo colocaba, tarde o temprano, al final de alguna frase. 'Je viens de manger, quoi'. Ella me decía que eso era de gente malhablada. Una coletilla que no aportaba nada y era una forma de ensuciar el francés. Entonces yo esperaba el momento a que ella lo dijese.

-¡Lo has dicho!

-¡¡¡No!!!

-Sí, lo has dicho.

Nunca lo reconocía. Intenté traducirlo al español, más aún, al andaluz. Vendría a ser el '¿sabes?' que remata una frase y que por aquí muchos acaban pronunciando como... ¿abe?, o el 'vamos' final que no viene a decir nada. 'Que no viene a decir nada, vamos...'

-Estuve anoche en el cine, 'abe'

-¡Lo has dicho!

-¡Sí, hombre!

No. No vemos los 'quoi' más que en los otros. El malhablado siempre es el otro, ¿abe?

viernes, mayo 25, 2018

Patria

Vivo con tanta desazón determinadas dinámicas del mundo actual que me está ocurriendo algo impensable en mí: rehuyo las noticias, las miro de reojo, me empieza a dominar la sensación de que atravesamos una época fea en que todo gira en círculos retrógrados. Yo no quiero sentirme así. Siempre he creído, honestamente, que la sociedad evoluciona en positivo. Porque es un hecho que hay menos guerras que nunca, más derechos que nunca, avances médicos y tecnológicos como nunca hubo. Hemos tenido la suerte de vivir una era de transformación en todos los campos imaginables que multiplica por diez, cien, ¡por mil!, las velocidades de ningún tiempo pasado.

De ahí que cuando veo en las portadas de los periódicos la cara a Donald Trump, Kim Jong-Un o Taryp Erdogan se me revuelve físicamente el estómago; algo a lo que no son ajenos los políticos de mi país, llenos de contradicciones, prejuicios y soberbias.

Estoy convencido que una de las principales raíces de esta involución está en la patria, ese concepto maleado que se inculca al ser humano desde pequeño para hacerle ver que su tribu es la buena, por encima de algo tan evidente como es el hecho de que somos una especie única en la inmensidad del universo. El sistema educa en la diferencia con el francés o el chino en base a un porcentaje infinitesimal de cosas que nos distinguen en relación con lo ilimitado que nos une con el francés o el chino. La vanidad del nacionalismo es veneno que se vende gratis, que se te agarra a las venas y te revienta las entendederas para no aceptar que sentirse mejor que el otro por haber nacido más allá de la frontera es de imbéciles avanzados.

Sólo admito en mi moral, tan respetable como cualquier otra, al patriota que lo es por el simple hecho de querer a su gente. Y ya me cuesta horrores. Cualquier paso más allá es peligroso.

Mi patria es la gente de mi tiempo, la generación con la que convivo, aquéllos que estamos viviendo esta transformación brutal de un mundo abducido por la tecnología buscando su lugar en la historia. Yo te puedo querer más por tenerte cerca, por el roce y las risas, por las vivencias en común, pero no te puedo creer mejor o peor por haber nacido a mi lado.


martes, mayo 15, 2018

Aburrido

Lógico en edades del pavo, cuando la sangre fluye rápido y los despistes son mayúsculos, el aburrimiento es para mí un estado que enarbolan personas en las antípodas de aquéllas que me resultan atractivas.

Es sano tirarse en el sofá para hacer nada una tarde cualquiera, disponer tu cuerpo y mente a abstraerse de todo lo externo para levitar por espacios donde no hay reglas ni obligaciones. De hecho, creo que se ejerce poco el arte del 'dolce far niente'; lo triste, a mi entender, es cuando uno llega a ese estado casi vegetal con demasiada frecuencia y por carencia de alternativas personales.

No tener en el intransferible maletín de pequeños, o grandes, placeres un juguete particular del que tirar es para hacérselo mirar, porque si hay algo que nos pertenece es nuestra capacidad para inventar enredos de los que hacernos protagonistas con tal de construir vidas divertidas, entre las que mirar al techo o empaparse infumables programas de televisión no dejan de ser opciones de escasa riqueza.

La curiosidad, el ejercicio, la inventiva, el deseo de aprender, la competencia personal deberían ser asignaturas obligatorias de por vida, pagadas por el seguro para quien carezca de ellas. Meneadores profesionales pagados por el Estado para zarandear vidas insulsas que no tienen otra excusa para ser así que la predisposición íntima al lamento de quienes piensan que todo lo bueno le pasa a los otros.

jueves, mayo 10, 2018

Invisibles

De nuevo Carmela me propuso y de nuevo le dije sí, porque tengo la suerte de tener gente a la que puedo decir sí sin saber cuál es la propuesta.

Me citó a las 8 de la tarde en la Plaza Nueva en plena Feria del Libro. La ONG para la que trabaja, Solidarios, organizaba una actividad literaria con gente sin hogar. Consistía en repartirlos en grupos, tirar unos dados para elegir acciones y temáticas, darles papel y lápiz y media hora para construir un relato. A mí me daba la misión de apoyarles durante esos treinta minutos en la creación de una historia coherente que tuviera como personaje principal... a Frankenstein.

Una decena de corrillos en los escalones que rodean la estatua de San Fernando en un día fresco de primavera soleada, la desconfianza inicial de quienes te ven por vez primera, mi interés por saber qué querían contar, en una frase, los juegos de palabras de gente que no se impresionan por nada porque lo han vivido todo.

Hurgué por las ficciones que creaban para intentar, ingenuamente, entender sus vidas raras, aparentemente destrozadas para los que las observamos desde la normalidad de quienes tienen salario, casa, coche y unos horarios que respetar. Observé a los voluntarios inmiscuidos alentando el espíritu creativo de quienes no saben cada mañana dónde acabarán la noche.

Tuvimos que negociar con la directora de la Feria del Libro más premios. Necesitábamos más libros que regalar. Tercer premio, 'Los 5 fantásticos', segundo premio, 'Los retales', primer premio, 'Sevillanstein'. Y hubo premio del público, al Capitán Morgan, que con su gorro de pirata y la litrona en la mano nos pidió que no nos olvidáramos de ellos.

-No queremos que dejéis de cuidar de nosotros, los que dormimos en la calle, ni queremos que dejéis de mirarnos a los ojos.

Me sentí un intruso feliz y envidioso de tanta gente buena que no sale en los telediarios y regalan sus horas libres para ayudar a construir historias a Frankensteins abandonados que buscan mantas cada noche para abrazar sus sueños en cajeros automáticos con pestillo.

domingo, mayo 06, 2018

Purple

Como Supermán, yo tengo mi kriptonita en forma de canción.

Di un paso al frente ante el agotamiento general en lo anímico y lo físico. Recién cumplidos mis dieciocho, en un septiembre calurosísimo, me ofrecí para quedarme a dormir con ella. El final se vaticinaba tan cercano que no había planes posibles.

Me llevé mis walkmans y cintas de cassette grabadas de los 40 principales. Coloqué mi chiringuito de libros y cintas junto a su cama de hospital, le di un beso en la frente y me dispuse a pasar la noche más larga.

Hace unos años me dieron mis hermanas un sobre ocre en el que ella escribía sus últimos años. Se dirigía a cada uno de nosotros para decirnos qué soñaba de nuestras vidas venideras. Nunca he conseguido la fuerza para abrir el sobre y enfrentarme del tirón, treinta años después, a las reflexiones de mi madre acerca de un futuro que ya nunca sería de ella. Me aseguro de que está a buen recaudo, lo paso de la librería a una cajonera, lo meto en carpetas distintas, pero no lo abro.

Hacía un calor surrealista y ella me pedía que le mojara la frente. Yo desconectaba la música, me sentaba en su colchón y le pasaba la gasa húmeda por la cara. No sé hasta qué punto me reconocía ya. Me miraba fijamente y confirmaba ese placer primitivo de alivio.

-¡Qué fresquita!

Yo volvía a mi asiento, le agarraba la mano y volvía a escuchar 'Purple rain'. Le daba volumen para escapar de allí, para no oír su respirar agitado ni enfrentar sus lamentos agudos.

Creo recordar que me apretaba las mano, que me miraba a los ojos, que me sonreía para evitarme asumir el horror de su muerte.

Tuvimos una cena hace poco en casa, y apareció el sobre entre mis papeles. Vi la última página. Me pedía que fuera ordenado, que cuidara de mis hermanos, que estaba orgullosísima de mí. Hablaba a mi padre para decirle que era lo más hermoso que jamás le había pasado.

Esa noche oscura, siglos después, dejó aparecer por la ventana un tímido rayo de sol.

No puedo oír 'Purple rain' sin desbaratarme por dentro.

domingo, abril 22, 2018

Zazie

Una de las primeras cosas que hice tras instalarme en París, allá por 2001, fue la de preguntar por cantantes y escritores. Los segundos me los escribieron en una servilleta en una cena veraniega en Niza, y de casi todos permanece algo. Me quedé con Anna Gavalda, Amélie Nothomb y Emmanuel Carrère. De los cantantes me hice fan de Calogero, Pascal Obispo y, por encima de todo, de Zazie.

Una cantante pop compositora de sus propias canciones, con hechura de modelo y comprometida con la sociedad. Recuerdo las noches bailando en el desgraciadamente famoso Bataclán al ritmo de Adam et Yves.

Hay, sin duda, una letra que me toca especialmente el corazón, porque tiene mucho que ver con todos los que componemos historias, con mayor o menor acierto: Je n'écris pas sur ce que j'aime.

Es cierto, yo también escribo sobre aquello que me desespera, o lo que me sorprende, o acerca de mis fantasías, del lugar el hombre en el mundo, del miedo y la fascinación por el futuro, de la vida buena, de las enfermedades de la sociedad.

Pero, como dice Zazie, je n'écris pas sur toi.

A pesar de que lo eres todo para mí, de que mi mundo tiene todo el sentido desde que apareciste tú; que me cuidas, me proteges, me deseas y me admiras tanto como yo a ti; no se escribe del amor que se tiene, de los días soleados, de la alegría de sentirse profundamente amado y de saber que mi vida es lo que es gracias a ti.

Por siempre tuyo, amor.


miércoles, abril 18, 2018

Tiempo

La verdadera dimensión del tiempo se adquiere mirando hacia atrás.

En nuestra infancia el futuro es infinito, en la adolescencia todos los proyectos caben. La madurez consiste en elegir caminos para abandonar otros, constriñendo ese horizonte inabarcable cada vez un poquito más, hasta tal punto que llega un día en que confirmas que no podrás ser casi ninguna otra cosa de lo que eres ya.

Con mi edad miro hacia atrás y toco con la punta de los dedos a ese niño que pasaba veranos eternos riendo en la playa, veo con nitidez mis años de universidad e incluso recuerdo los olores de mis primeros días en el trabajo; las declaraciones de amor, que varias hubo, el primer sexo, con el cuerpo temblando de turbación, el primer viaje a Francia, el abrazo de mi padre al firmar mi contrato, las guardias en el cuartel de Caballería. El día que Fran apareció con su camiseta roja en el Barón. Todo está accesible sin necesidad de prismáticos.

Esa comprensión certera me niego a tomarla con la angustia de quien asume la liviandad de los años; saber cuánto estos pesan es la mejor terapia para no desperdiciar tardes en no hacer nada, la mejor medicina para asegurar bien el tiro de las decisiones, todavía muchas, por tomar.

Ver tan de cerca al niño que fui me permite visualizar el viejo que quiero ser y lo mucho que quiero crecer hasta ese día.


domingo, abril 15, 2018

Arándanos

Reconozco que soy intenso. La curiosidad juega un papel importante en mí, las ganas de experimentar; de ahí que los placeres en los otros se conviertan en retos que cumplir.

Estaba en casa de mi amiga La Polemique hace unos años, en los tiempos en que me invitaba a comer a su casa, donde almorzamos un plato exquisito del que sólo recuerdo lo importante que era tener un colador muy pequeño para prepararlo. Nos dimos dos besos tras escucharle la receta y confesarle mis ganas de siesta; pero yo había olvidado algo en su casa y ella me llamó minutos después de salir para advertirme. Debió oír jaleo al otro lado de la línea a una hora en que me suponía a punto para dormir. No pude evitar sentirme delatado entre los pasillos de El Corte Inglés:

-¿Ya estás comprando el colador?

Si me hablan de los tapices de la dama y el unicornio en París, de una novela arrolladora de un argelino, del local de copas más divertido de Nueva York, de una pequeña capilla de azulejos en Portugal o de una taberna de tapas elaboradas en Sevilla y me llama mínimamente la atención, no hay impedimento que pueda con mis ganas de comprobar el disfrute de vivirlo en carne propia.

Hace pocos fines de semana en Portugal mi hermana Raquel me habló de las ventajas para la salud de comenzar el día desayunando tostadas con aguacate, y ya no hay día en que no lo haga, encantado de empezar con energía la mañana. No hace mucho mi querida Mariángeles me habló de la potencia anticancerígena de los arándanos. Yo le dije que me parecían ácidos. Ella me insistió.

Desde entonces me salen los arándanos por las orejas.

martes, abril 03, 2018

Sonrisa

Tendríamos 18 años y hacíamos el indio en el coche de Francis. Eran las primeras salidas con los amigos, llevábamos todo el día callejeando por el centro y volvíamos al barrio. El tráfico era lento, algo se nos cayó por la ventanilla del coche y me bajé a recogerlo. Tenía la risa floja de los momentos felices. Me volví a mi posición de copiloto, giré la cabeza hacia el coche de al lado y una mujer mayor, que tendría mi edad actual, me sonrió.

No sé cuántas veces ha venido a mi memoria ese instante mágico y tonto. Una desconocida, una señora madura, a sus cosas, en el coche, me sonreía.

Como una comunicación especial con el universo, esos momentos en que dejas de ser transparente para aquéllos que no son de los tuyos, esas simplezas de sentirte de pronto ciudadano del mundo son de una inocencia infinita que no quiero perder nunca.

Tal vez no tuviera 18 años, ni esa señora fuera mayor, ni el coche fuera el de Francis, ni se nos cayera nada a la carretera... Sólo sé que me giré y me sonrió.

Estar en tu universo, girar la cabeza a un lado y recibir una sonrisa franca, de lleno, hacia ti y porque sí.

lunes, marzo 26, 2018

Influencias

Defiendo que no está reñido tener unos principios claros y al mismo tiempo capacidad para dejarse convencer.

Atesorar el conjunto de tus convicciones como inamovibles roza ya no sólo lo pretencioso, sino incluso lo ridículo, pues por muy trabajadas que tengas tus reflexiones acerca de lo divino y de lo humano, siempre te cruzarás con gente inteligente, cultivada o sensible que haya construido con igual o más intensidad los razonamientos para concluir que tus certidumbres tal vez sean discutibles.

Defiendo incluso el placer de dejarse moldear, de encontrar en el otro argumentos frescos que te lleven a plantear que a lo mejor no eres tan de izquierdas, o tan agnóstico, o tan pudoroso como pensabas.

De ahí lo importante que me resulta estar siempre con la caña de pescar lanzada, relajado pero expectante a la llegada de gente maja en mi vida, que me enseñe el mundo con sus ojos y me permita ver a través de ellos que la realidad que creí de unos colores determinados resulta que puede ser de tonos insospechados.

jueves, marzo 08, 2018

Mujer

A mí me educaron en un machismo sin maldad, en el que sin darnos cuenta acababan siendo mis hermanas quienes cuidaban de la casa, de mí y del día a día. Y ese dolor les queda. Cuando mi hermana Mónica bebe más de dos cervezas hace el gesto de darme con la fregona en la cabeza. Debía haberme dado.

Aún tengo clavadas las imágenes de Irán. Hamid me decía: 'no las toques nunca'. Como objetos de porcelana. Yo obedecía y no les ofrecía la mano al saludarlas. Qué horror. El velo siempre, un paso detrás del hombre, la mirada perdida.

Hoy cientos de miles de españolas han salido a la calle para decir 'aquí estamos' y uno se pregunta por qué han tardado tanto en explotar.

Es jodido pensar en tantos siglos de historia repletos de nombres de hombres, brillantes, eruditos, rompedores... pero siempre hombres.

Mi mundo está lleno de mujeres tan preparadas o más que yo, mucho más valientes que yo, capaces de bregar con todo... y con los demás. A mí, a veces, ya me produce pereza bregar conmigo mismo.

Les exigimos ser madres, estar guapas, ser fieles, dar buena imagen, demostrar que valen; porque a los hombres se nos da por supuesta la calidad.

Os admiro, os quiero, soy uno de vosotras.

viernes, febrero 16, 2018

Dentro

Una pregunta recurrente que se nos hace a la gente que escribimos es identificar cuánto de nosotros hay en las experiencias que narramos, cuántos de nuestros personajes son gente conocida, en un intento naif de justificar ante sus ojos las ganas que podamos tener de contar historias.

No se suele narrar la vida de gente plana, mis novelas se llenan de protagonistas con aristas, los conflictos al límite se entrecruzan y acabo por preguntarme, como un lector más de mí mismo, inmerso en la construcción de esos mundos que objetivamente no son los míos, dónde encontré la chistera de donde sacar tanto conejo.

No dudo que todos los defectos están en mí, y todas las virtudes; todas las perversiones están en mí. Los intentos de gritar, de abandonar, de amar; la vanidad, el remordimiento, el viejo que aún no soy, el niño que fui; los complejos, la desfachatez, la bondad perfecta y el rencor. Todo está en mí y en el grado en que yo lo quiera encontrar. Sólo tengo que concentrar todas las lupas, hacerme con los más precisos audífonos, buscar la calma absoluta, olvidarme del mí actual, conseguir bisturís de extraperlo y maniobrar por ahí dentro a la captura de esos infinitos personajes que tengo por ahí danzando; darles su espacio, acariciarlos, reírme con ellos y de ellos al tiempo que me río de mí, me condeno y me perdono, dejo los pudores arrumbados entre cerrojos para concentrarme en el pomposo disfrute de construir frankensteins creíbles con retazos del volcán que todos llevamos dentro.


lunes, febrero 12, 2018

Absurdo

La gran confesión que nos ocultamos los humanos es la asunción sin excusas de que la vida es un absurdo, pero no sólo no lo admitimos, por nuestro bien, eso sí, sino que jugamos a disimular que no lo sabemos, actuando como si todo tuviera sentido y la naturaleza se rigiese por leyes justas.

Esa inmensa mentira nos hace fuertes, porque si el hombre hubiese consentido caer en la trampa de la verdad que mueve al mundo, donde entramos sin ser consultados y nacemos condenados a muerte, la tierra sería un manicomio descabellado de batallas cruzadas.

Adentrarse en la eternidad, comprender nuestro lugar en el mundo, asumir las soledades de cada uno es demasiado reto para seres tan pequeños y fugaces a los que se nos exige, nosotros mismos como tribu, un respeto a normas que intuimos venidas de otras esferas compuestas de verdades universales que, sin embargo, hemos creado entre todos a base de tropezarnos.

Tal vez el culmen del engaño, bendito culmen, sea el amor. Verle sentido a este teatro de obligaciones autoimpuestas gracias a la solidaridad con el otro que no eres tú, y entender que ese esfuerzo por hacer sentir especial a esa persona es de por sí la más hermosa de las locuras.

El mayor consuelo para el hombre no lo dio ningún Dios, sino un filósofo, que nos hizo comprender que en medio de todo este sinsentido hay una verdad irrefutable: somos una realidad única cada uno de nosotros, porque tenemos la capacidad de pensar nuestra existencia.

viernes, febrero 02, 2018

Sardasthi

No entendieron mi pronunciación del nombre de esa mujer al llegar a las oficinas de Renault en Teherán, pero a base de pistas que pude darles consiguieron localizarla.

Ya desde días antes había ido orientando la organización de mi viaje, tanto como el objeto de la visita, en mensajes cercanos y detallistas.

Tras muchas horas de ruta junto a Sardasthi por carreteras iranies acudiendo a concesionarios, visitas guiadas a las instalaciones de las fábricas que Renault gestiona en el país y tras varios almuerzos y cenas compartidos, no pude sino expresar a su jefe, en presencia de ella, que estaba maravillado por las cualidades técnicas y capacidad organizativa de esa mujer cercana.

No sé si es machista decir que un hombre difícilmente puede acaparar tantas virtudes como las de Sardasthi, porque el hombre, torpe, oculta la parte emocional y afectiva, o simplemente carece de la actitud o valor de explotarla sin complejos.

Ahora que temina mi semana de trabajo en Teherán, siento la pérdida de un ángel custodio en forma de mujer de cuarenta años, con acne mal cuidado y velo negro.

Sus compañeros, torpones y lentos, me hablan de ella como una madre que les organiza el trabajo; su jefe me dice que tiene plena confianza en ella desde que le encarga cualquier proyecto; los concesionarios se entregan a sus decisiones a pesar de los incidentes a los que a ella se hace responsable de resolver; en las reuniones lleva la voz cantante.

Uno piensa en Iran como un país complicado, falto de libertades y radical en sus posicionamientos religiosos. Todo es verdad. Como también lo es que existen Sardasthis y que yo tuve el placer de ponerle cara a una de ellas, una mujer trabajadora y brillante que recela del sistema politico de su país, que habla de su familia con pasión, tal vez evitando escalar posiciones por no abandonar su ciudad de siempre, y que resuelve los problemas técnicos de una gran empresa sin perder en ningún momento la sonrisa.

jueves, febrero 01, 2018

Chií

Al entrar en la mezquita principal del Gran Bazar de Teherán, Hamid quiso explicarme el sentido de una vieja fuente que aparecía tras cruzar la puerta.

-Kerbala es una ciudad iraquí que es santa para los chiíes. Allí murió nuestro tercer mártir, torturado por el enemigo. 
Al mártir lo mataron de deshidratación y los chiíes colocan una fuente en cada mezquita, a la que nunca puede faltarle el agua. Entendí, ya en ese momento, que el enemigo era el suní. Más que el cristiano o el judío, el enemigo siempre es el más cercano.
Ya dentro del templo, nos quitamos los zapatos y él tomó una especie de pastilla de jabón dura, marrón. Dudé si coger una… Ya fuera le pregunté el sentido de esa pieza, tras ver que chocaban su frente contra ella al inclinarse sobre la moqueta.
-Los chiíes, Salvador, no podemos tocar la moqueta sagrada con la cabeza. 
Por si no me quedó claro, prosiguió:
-Los suníes sí la tocan-
Una vez en el museo islámico, mostró interés en llevarme a la sala de los manuscritos, preciosos libros amanuenses de colores, hasta dar con el libro buscado.
-Es del siglo XII –comenzó, se trataba de un mapa-. ¿Conoces el conflicto acerca del nombre del Golfo?
Lo preguntó con tal rotundidad que me avergonzó reconocer que no.
-Sí, ellos dicen que es el Golfo Arábigo –los suníes-, pero aquí está bien claramente escrito –en persa- que ése es el Golfo Pérsico –asentí, entregado a la causa chií.
Fue entonces cuando nos acercamos a la vitrina con el original de uno de los más famosos cuentos persas, el del príncipe Rostám.
-¿Quieres que te lo cuente?
Moría por escucharlo.
‘Rostám era un príncipe famoso por su fuerza y valor, ya mató un elefante de pequeño. De joven, aventurero, cruzó a caballo la frontera con territorio turco y se enamoró de la princesa enemiga, con quien tuvo un hijo, Sohrab. Con el tiempo volvió a territorio iraní, abandonando a su familia. Y llegó la Guerra con el vecino del norte. Las fuerzas estaban tan igualadas que acabó interviniendo él, montado a caballo y con armadura. Frente a Rostám, sin poder imaginarlo, estaba su  hijo. Sohrab lo hirió primero, sin saber que era el padre, que se repuso. Entonces cargó contra el turco, sospechando ya que pudiera ser su hijo. Lo malhirió. Pidió, angustiado, que le quitaran la coraza. Se derrumbó al ver la cara de su hijo repudiado. Gritó ayuda a los suyos, medicinas… Pero murió en sus brazos antes de que pudieran llegar’.
Me dice Hamid que hay un proverbio iraní para lamentar las oportunidades perdidas. ‘Son las medicinas de Sohrab’.
Sohrab era turco, pero pudo ser suní.

martes, enero 30, 2018

Hamid

El chaparrón de emociones contradictorias que me está suponiendo este viaje a Teherán explota dentro de mí con un ramalazo de ideas a desplegar e informaciones a investigar. 
Hamid ha sido la trinchera desde donde poder asomar la cabeza a una ciudad que, de no tenerlo a él como catalizador, se me habría escapado por todos lados de tan extraña. Él, sin embargo, me ha permitido acompañarle en sus abluciones y me ha reservado un hueco en la moqueta de su mezquita, regalándome un rato enorme de sosiego sintiendo los espíritus brotar en genuflexiones aprendidas de pequeños. Es él quien me ha llevado al Gran Bazar para presentarme al más viejo preparador de tés, sonriente en su cuchitril de fuegos y cacerolas. He comprobado cómo sus vecinos se meten en todas las conversaciones, aparentando un pequeño pueblo de ocho millones de habitantes. 
Tomamos unos kebabs de corderos tan grandes en su rincón preferido del bazar que no pude terminarme el plato. Lo observé hablando con el camarero y entendí que me disculpaba por haber dejado comida, pero me confesó que estaba rogándoles que se la entregara a los pobres de esa plaza. Ha sido él quien me explicó por qué la ley obliga a las mujeres a llevar pañuelo y ha asumido con naturalidad mi disimulado mosqueo. Me ha sorprendido el fervor con el que habla del líder supremo, Alí Jamenei, sin admitir poner en discusión su carácter democrático. ‘Lo votan los religiosos, Salvador’. Me habló del Sha con respeto, de sus tres mujeres, de la dinastía Palevi y sus errores. Visitamos tumbas de mármol de antiguos reyes, palacios llenos de paredes de cristales y jardines nevados. Y cuando, ante un gran cartel de Jomenei le pregunté, con cierta maldad, si estaba muerto, él me contestó ‘he passed away’.
Me abrió la puerta de una antigua residencia. 
-¿Ves la oscuridad? –asentí-. A esto se le llama ‘ichta’. Es la entrada octogonal a las casas, sin ventanas…
Me explicó por qué hay dos llamadores. Los hizo sonar. El más agudo indicaba que era una mujer quien visitaba la casa, el otro un hombre. Pero si el hombre engañaba utilizando aquél de la mujer, y si al otro lado abría la dueña de la casa, la oscuridad protegía a quien recibía, hecha a lo negro. Si encontraba un hombre tenía tiempo de cubrirse o de cerrar. ‘Así es la naturaleza humana, Salvador, desconfiada’.
Le pedí visitar la torre Azadi, y me llevó a la carrera entre un tráfico infernal. Me daba la mano con naturalidad y me hacía cruzar parando coches. Un policía nos paró.
-Por aquí no se puede atravesar.
Y se sonrieron los dos.

lunes, enero 29, 2018

Catar

Hordas de obreros enfilaban el páramo urbano al que me asomaba este amanecer desde la ventana de mi hotel de Doha. Su formación disciplinada y el color oscuro de piel me hizo pensar en sus vidas desprotegidas de todo lo que un occidental considera exigible.

Un país con fotos de su jeque en todas las calles y edificios, una bandera omnipresente y ausencia de elecciones libres en un estado donde sólo tienen la nacionalidad propia menos de una décima parte de sus habitantes es un cóctel complicado de digerir. ¿Quién se atreve a protestar?

Doha se muestra como una ciudad artificial en plena efervescencia urbana en la que los turistas deambulan sin saber muy bien qué ver. Todos, en cambio, tienen aprendido su rol para que el sistema funcione, a pesar de que falta, a simple vista, la alegría propia en las calles de quienes se sienten dueños de su ciudad.

La mejor noticia ha sido ver mujeres militares, azafatas, camareras, directivas... Y no siempre con el pelo tapado. No llegué a ver a ninguna conduciendo por más que puse interés.

Observaciones ligeras de un tipo curioso que se sustenta en los datos frágiles y escasamente estadísticos de un viajante más.

Ahora toca Teherán.

jueves, enero 25, 2018

Teherán

Envié este lunes la foto para obtener el visado por la vía rápida sin advertir de la letra pequeña del comunicado de la embajada iraní: 'No debe aparecer sonriente'. Así que le pedí a la compañera de Comunicación de la fábrica que me hiciera una foto contrarreloj y cara de mosqueo.

Hace unos días leí que deberíamos conocer un nuevo lugar en el mundo cada año y poco después me tuve que organizar este viaje laboral de urgencia a Teherán. No es un sitio que hubiese elegido por placer, porque soy cagueta y existen muchos a prioris, alimentados por decenios de confrontación, guerras y embargos desde el derrocamiento del Sha de Persia, que han corrido paralelos con mi vida personal desde la infancia. Ahora, sin embargo, a pocos días de salir, me horrorizaría suspender el viaje, no poder visitar su gran bazar o dejar escapar la oportunidad de perderme entre las calles por las que huyeron los protagonistas de Argo.

El miedo lo he conjurado fichando a Hamid por Instagram, un guía turístico free-lance que me recogerá en el hotel el único día libre de trabajo con el que cuento para poder visitar los palacios y museos de la gran metrópoli persa, a quien invitaré a comer en el restaurante que él me recomiende y de quien escucharé las leyendas que todo buen cicerone narra de su ciudad.

A partir de este domingo, y durante una semana, quiero olerlo todo, sentir sus calles abarrotadas y entregarme a la pura observación activa de un pueblo milenario.

Tengo apenas tiempo para comprarme alguna novela de Parinoush Saniee con la que alimentar mis horas de vuelo hasta aterrizar en la gran meseta donde descansa la capital.

Qué afortunado me hace trabajar para Renault.

martes, enero 23, 2018

Duda

Uno de los enemigos que tengo mejor identificados tiene que ver con el embotamiento en las decisiones por tomar que éste adversario me provoca. Microparálisis la mayor parte de las veces, pero que sumadas entre sí lo convierten en un ladrón de vida que te hace patinar en espacios vacíos.

Ese contrincante que me mantiene en tensión, sin embargo, se hace invisible para muchas de las personas que quiero. Se camufla entre los pliegues de sus ropas, se alía con las sábanas de sus camas, se confunde con el agua de sus duchas para insinuarles por qué salir esa noche con lo tranquilo que se está en casa, para tentarles con una siesta cuando les apetece un café, para obligarlos a lanzar un mensaje cuando en realidad quieren llamar a ese amigo que les importa.

Luchar contra él me lleva a veces a precipitarme por no darle cancha. No hay disyuntivas que no tengan una respuesta rápida. Si el cuerpo me pide salir a correr, me deshago de él para ir a calzarme las zapatillas de deporte. Si no quiero correr, no permito que me enrede en remordimientos.

A veces salgo magullado en mi lucha contra este enemigo de nombre femenino que me asalta en las horas bajas para decirme que no tiene sentido implicarse tanto en currarse proyectos que no me llevarán a ningún lado, porque este oponente te necrofiliza en cuanto te descuidas, jugando con esa parte de ti que ya está desengañada del mundo.

Hay días en que tengo la sensación de que caigo enredado en su tela de araña; que me coge la vuelta y me narcotiza el hermoso veneno paralizante de la duda.


lunes, enero 15, 2018

Calambrazos

A fuerza de resultar contradictorio, la ciencia en su más estricto significado es mágica.

Sorprende cómo el ser humano se hace a sus descubrimientos, los aplica y los integra, con la naturalidad de un crío. Nos paramos poco a pensar en la magnificencia de un vuelo en avión, en lo inenarrable de enviar un mensaje que es recibido décimas de segundo después al otro lado de la tierra o en la proeza de un transplante de corazón.

Del científico tenemos, tengo, la imagen ingenua del personaje menos humanista, más abstraído, menos sometido a los vaivenes de lo terrenal, sostenido en su fría capacidad de analista para ver el mundo en otros ritmos en pos de objetivos que apenas suponen, en la mayor parte de los casos, un avance minúsculo en el hallazgo de una molécula, en el aumento de velocidad de un milisegundo en la transmisión de datos, en la comprensión certera de un fenómeno físico inapreciable para el resto de la humanidad que les puede llevar una vida de trabajo.

Yo hubiera querido serlo, como quise siempre ser tantas cosas, e introducirme en aparatos que no entiendo para viajar por lo más profundo del sistema neuronal del hombre. Cabalgar por su cerebro de colinas retorcidas a lomos de microscopios inteligentes que me enseñaran a descifrar qué calambrazos minúsculos son los que provocan la sorpresa o el terror, cuáles son las combinaciones químicas que hacen que una persona caiga en el desconsuelo, cuánto de auténtico hay en una sonrisa, cuánto de acto reflejo.

Daría media vida por averiguar cómo se producen las conversaciones que mantenemos, desde pequeños, a solas con nosotros mismos, dándonos ánimos, justificándonos, retándonos a ser mejores, más valientes, menos dramáticos. Querría ser un sabio que al final de sus días supiera discernir cuánto de nosotros hay en nuestra cabeza, cómo de dependiente somos del azar del espermatozoide que navegó ufano en busca de la vida que un día nos trajo aquí.

Cuánto de nosotros nació realmente de nosotros.

domingo, enero 14, 2018

Gijón

Hace tantos años que no pongo en pie qué era de mi vida por entonces, en ese bar de la calle Betis donde un matrimonio joven de Gijón recién llegado a Sevilla me preguntó, con la excitación propia del recién llegado, qué era imprescindible visitar en la ciudad.

Es un flash de felicidad que asoma de vez en cuando; esas risas y las cervezas mientras les señalaba en un mapa la ruta a seguir, convencido plenamente de que el mayor placer siempre es del que da.

Esa experiencia simplona me sirvió para establecer una consigna vital: Sevilla no es de los sevillanos. En ese bar trianero me sentí como simple facilitador de la entrada de un par de asturianos en la magia de una ciudad que era tan suya como mío es Gijón, donde nunca estuve.

La vida me ha llevado a visitar decenas de ciudades por todo el mundo y a recibir invitados de lo más variopintos, de ahí que siempre intento tratar a aquéllos que vienen a casa como a mí me gustaría que se detuvieran y me explicasen sus terruños con la magia que no desprenden las guías de viaje ni wikipedia, con el sabor exquisito de la irrepetible visión individual de quien la habita.

Nada más torpe que creerse propietario de lugares en los que tuvimos la suerte de nacer.

miércoles, enero 10, 2018

Respeto

Como nací pequeño, delgado y con bizquera, perfecto candidato a fuente de escarnios en el colegio, mi lema supremo, trabajado desde la autodefensa, era 'hazte respetar'.


Eso me llevaba a tener que equilibrar mis fuerzas para no volverme un ser aislado, porque mi obsesión por no sufrir mofas me hacía necesariamente distante a bromas propias de los niños de mi edad. No sé cómo lo hacía, pero mi técnica funcionaba. Siempre estaba en el bando de los fuertes, protegido por mis propios compañeros. Había algo en mí que irradiaba una cierta luz de seguridad que me convertía en un chaval atractivo.


Todo lo que funciona se protege, se potencia, te estimula.


Me operaron la bizquera, me obsesioné con el deporte para abandonar al niño enclenque y crecí convencido de que en la fortaleza estaba la clave de mi vida equilibrada.


Dejé por el camino confidencias que me hubieran hecho más humano, pero lo daba por bueno para guardar mi torreón. Abandonar el castillo, la coraza y el escudo era escapar de esa figura que era yo para convertirme en alguien irreconocible. Uno no podia defraudar.


Afortunadamente los años me hicieron comprobar que había ganado mi sitio entre personas que me querían; cuando fui consciente de ello comencé a convencerme de que había mucha gente valiosa a mi lado a quienes les debía un relato construido de mis silencios de entonces.


Nunca, sin embargo, abandoné mi lema. Hazte respetar. Porque en el respeto a la persona, trabajoso de mantener, está la clave de mi existencia.


Puede llegar a ser jodido, pero no puedo ser yo sin ser fuerte. Mi felicidad va en ello.

viernes, enero 05, 2018

Orejitas

Soy consciente de mi amplio sentido del ridículo, quizás alimentado desde la niñez por mi padre, especialmente reacio a disfraces, desnudos y payasadas; algo que contrastaba con su carácter abierto y alegre. Que el pudor sea algo común a sus hijos debe implicar que nos inculcó esa suerte de recato en lo más interno de nuestro subconsciente.

Si a eso le añadimos, en mi caso, lo poco dado que soy a la frivolidad, se conjura en mí la receta perfecta para mantenerme totalmente ajeno a personajes, programas y tendencias que abundan en el recurso al esperpento.

Ser así no implica querer serlo, porque los miedos al ridículo seguro que están cargados de prejuicios y la crítica interiorizada a quien no tiene vergüenza puede que implique cierta envidia por tener tantos fantasmas en la cabeza.

Una vez en mi vida decidí ir a una fiesta de disfraces, temática para más inri. La fiesta del terror. Hace más de diez años. Como sólo consiguieron convencerme en el último minuto, no había disfraz para mí. Fran se acercó a Pichardo antes de que me arrepintiese y se hizo con el traje de 'la muerte eterna'. Le costó diez euros e implicaba un kit de maquillaje. Cara blanca con trazos rojos.

Hice por liquidar todas las fotos de esa noche en las que yo aparecía, porque me lo pasé tremendamente bien hasta que me vi retratado. Entre todos los monstruos aparecía Sara Montiel. Y ese ser pálido de túnica negra no era ella, sino yo.

Ahora veo en las redes sociales a la gente poniéndose orejitas y narices de chimpancé, o de cerditos. Y sigo sin entender la gracia. Aparto las imágenes rápido con cierto sonrojo ajeno, intentando olvidar quiénes son para no grabarme estampas que no quiero retener.

Hasta que el otro día abrí Instagram y apareció mi sobrino Iván con las orejas y la nariz de lo que debía ser un conejo.

¿De dónde ha salido este niño?