Me gustaría hacer fotos a personas que viven en su mundo, pero no quiero molestar.
Guardar para siempre la imagen que, de pronto, resume el significado de la soledad, del disfrute, del sofoco y no tener que forzar las neuronas para guardar un retrato que se difuminará con el tiempo.
Si les pidiera permiso, se rompería la magia del instante preciso.
Quizás por eso me guste dibujar con palabras esas situaciones cotidianas, de mi día a día, y así capturar, sin importunar a nadie, esos fogonazos mágicos del existir.
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