x

¿Quieres conocerme mejor? Visita ahora mi nueva web, que incluye todo el contenido de este blog y mucho más:

salvador-navarro.com

viernes, agosto 28, 2020

Encerronas

Tengo demasiada gente querida atrapada en sus propias encerronas. 

Gente que te convence de no querer estar en las relaciones en las que están. Que justifican todo como algo transitorio desde hace demasiado tiempo atrás.

Incluso no es necesario que te expliquen para tú ver. Que ocultan a su pareja, que no presumen de ella, que no hay caricias ni guiños cómplices.

Te interesas y confiesan. Les escuchas y se desahogan. Empatizas y les animas.

Pero son mentiras, porque en lo más profundo son ellos los que no quieren escapar de esas encerronas. 

Llegan a presentarte escenarios tan tristes y faltos de amor, ejemplos tan concretos de desafecto, que comienzas a sentir pereza por ver a sus parejas. Pereza que se convierte con el tiempo en repulsión. Te solidarizas con su vida carente de motivación. Les pides que den un paso y te lo prometen.

Sin embargo, vuelves a cruzártelos por la calle, a tenerlos frente a ti, juntos, tomando una cerveza.

Dejas entonces de preguntar por su relación, obvias a la otra persona, como a un fantasma inexistente. Al no nombrar a su pareja ni a su vida emocional, dejas de hablar de temas mínimamente transcendentes, acudes a lugares comunes para acabar alejándote de esa persona querida que cada vez hace más grueso, opaco e insonoro el muro de sus encierros.

Te mienten con total sinceridad para justificarse sus propias cobardías.


jueves, agosto 27, 2020

Sabios

Recuerdo a un profesor de la universidad, Javier Aracil, que de cada inicio de clase robaba tres minutos para resumir todo lo que habíamos dado en el curso hasta ese momento.

Era glorioso. 

Mis neuronas se sumergían en una sopa espesa de placer.

La asignatura, Regulación Automática, no podía ser más áspera. De entrada.

Trabajábamos para entender cómo conseguir que cualquier artilugio pudiera mantener una temperatura, una velocidad, un caudal... de manera automática, segura y eficiente. 

Los fundamentos matemáticos eran de una dificultad extrema.

Él, en cambio, olvidaba las ecuaciones diferenciales y las múltiples integrales para llevarnos al centro de la materia. ¿Qué buscábamos? ¿Cómo lo afrontábamos? ¿Qué ganábamos?

El ideal era asimilar conceptos, no memorizar palabras.

Cuando escucho por la radio a grandes especialistas que explican con palabras gruesas problemas difíciles, tiendo a dudar de su sabiduría. 

Cuanto más tecnicismos usa, menos confío en él. Cuanto más enrevesada la frase, muestra menos dominio de la materia.

En estos tiempos de pandemia, de incertidumbre ante el futuro, de desconfianza hacia nosotros mismos, de progreso tecnológico acelerado, necesitamos de gente competente que sepa desbrozarnos el camino, eliminar todo aquello que, siendo imprescindible para sus investigaciones, no aporte nada para nuestra comprensión. 

Queremos aprender. 

Si queremos construir una sociedad fuerte es esencial que la ciudadanía sepa, esté formada, tenga criterio. Porque vienen curvas y nosotros, los humanos, estamos en el centro del huracán. 

Los grandes sabios tienen el don de explicar con palabras muy sencillas las teorías más complejas. 

martes, agosto 25, 2020

Parque

Fue en Nueva York.

Es casi lo único que pongo en pie, aunque bicheando por Google Maps puedo incluso reconocer el parquecillo que se abre entre la Sexta Avenida y la calle 32.

Yo iba solo y dudaba de mi inglés.

No importa cuál era mi duda ni dónde tenía que utilizar la frase que me atormentaba.

Sólo sé que me paré en ese parque, vi a una señora mayor sentada en un banco y me senté junto a ella.

-¿Le puedo hacer una pregunta?

Ella salió de su abstracción y me aclaró pausadamente mi duda gramatical. No imagino a dos personas más felices que esa vieja mujer y ese joven que era yo.

Me preguntó de dónde venía y yo le contesté.

-Maravillosa tu ciudad.

Seguí mi camino tan consciente de que nunca más la volvería a ver como de lo brutal que era saber que la vida se conformaba de momentos así, tan sencillos de construir y tan escasos de encontrar.

lunes, agosto 24, 2020

Sectores

Me dijo que no me llamaba porque yo era del otro sector.

Llevaba pocos días en Donosti, donde pasaré bastante tiempo en mi futuro inmediato, por lo que estoy especialmente atento a mi entorno para adaptarme bien.

De hecho, ya me voy haciendo a la ciudad, tengo gente a quien recurrir con naturalidad y me siento feliz.

Pues bien, un donostiarra al que conocí tiempo atrás, con quien compartí cenas, cañas y confidencias, me aclaró, cuando le busqué, que no se atrevía a contactar conmigo porque yo era del sector de su pareja, sevillana, de quien tiempo atrás se separó.

Afortunadamente nos concedimos varias cervezas por la Parte Vieja para aclarar que yo no soy de ninguna fracción, sino de la gente que me inspira confianza, ternura, buen rollo, ganas de compartir.

De gente como él.

Me enorgullece haber dejado por el camino relaciones de amistad entre terceros porque un día yo los junté. Personas a las que yo ya no veo, ni trato, que quedan entre ellos, y se quieren. Que son importantes el uno para el otro, sin yo formar parte de sus vidas. Porque yo fui alguien querido para ellos, y ellos para mí, en momentos que ya pasaron.

Es hermosísimo juntar sin pegamento, sin reglas que prometer ni futuros obligados. Vamos y venimos, nos montamos en trenes que paran en estaciones en las que no todos quieren bajar, compartimos asiento durante largos trayectos con gente que nos conmovió y que ya no necesitamos buscar.

Es maravilloso estar con quien estemos porque nos hacemos sentir bien.

Sin más.


domingo, agosto 23, 2020

Vitoria

Se desató la charla tomando cervezas hace unos días en Donosti. Acababa de llegar a la comida tras pasar la mañana en Vitoria y mis amigos vascos se sorprendieron cuando les dije que mi abuela era de allí.

Para uno de ellos pareció una virtud, de golpe, que yo tuviera sangre vasca. 

Entonces salieron los orígenes, y apellidos, de cada uno. De lo más variopintos.

Yo hubiera dicho ¡qué más da! Pero hice ver que mi otra abuela era de Cantabria, y mi abuelo paterno de Cartagena y el materno, sevillano. 

Me gusta ser mezcla, incluso preferiría relatar que alguno de mis abuelos fuese japonés y otro de Perú, que tengo sangre africana y esquimal, que en mi árbol genealógico se distinguen antepasados que atravesaron las llanuras de China y que se juntaron con otros que vinieron de Madagascar.

Sin embargo, presumiendo de antepasados, estaría jugando al mismo juego absurdo de los que de enorgullecen de tener ocho apellidos vascos, o andaluces, o aztecas.

Sencillamente porque no nos aporta ningún valor de dónde vengamos, sino quiénes somos y qué hemos construido de nosotros mismos. 

Nos pusieron en este mundo en circunstancias que ninguno de nosotros elegimos. No nos vanagloriemos de aquéllo en lo que no hemos tenido nada que ver. 

viernes, agosto 21, 2020

Rayado

Una de las personas que más me quiere en este mundo vive en Huelva.

Se llama Mariángeles y nuestro amor es incondicional. Nos queremos, nos escuchamos, nos protegemos.

El otro día, apurada, me escribió. Ella lee mis textos en las redes sociales y no se manifiesta. Ella sabe en todo momento dónde estoy, pero no lo dice. No hace falta pensar igual para quererse mucho. Somos planetas diferentes en un universo sólo nuestro.

'Salva, no quiero molestarte, pero has escrito esto...'

Y me enviaba un pantallazo de uno de mis textos con una falta de ortografía como una casa. 

'Creo que pan rallado no es con y'.

Pues claro que no. Se me había pasado. Me entró un cierto acaloramiento y lo corregí rápidamente.

Son muchos los despistes, pero no quise excusarme. Menos ante ella. Uno se equivoca y corrige. 

Tendemos a buscar excusas. Son las prisas, soy medio disléxico, es el corrector... No. Me he equivocado y punto.

Admitir los errores sin matices es una forma sana de sudar nuestras imperfecciones.

'Gracias, Mariángeles', le contesté, 'ya está corregido'.

Aproveché entonces para decirle que me alegraba saber que me leía. Y que seguía cuidando de mí.

jueves, agosto 20, 2020

Pejigueras

Hay gente, a la que quiero, en la que hace tiempo dejé de pensar para hacer planes.

Son personas, muchas veces, que me sueltan indirectas respecto a mi amplia vida social. Con tanta admiración como recelo.

—Vaya como te lo montas.

Acabamos rodeándonos de nuestros semejantes y, mal que nos pese, deshilachamos los lazos con aquéllos que viven diferente.

Soy muy de juntar gente. Me gusta. Entre otras cosas porque presumo de estar rodeado de amistades luminosas. 

Estos maravillosos días en San Sebastián estoy conociendo a muchos que entienden la existencia como yo. De los que se nos va la vida en cada oportunidad desaprovechada, porque queremos disfrutar del placer de estar hoy aquí. Y no allí mañana.

Cuando invitas a alguien a una cena y te hace un interrogatorio tipo 

¿Quién va? ¿Qué vas a poner de comer? ¿A qué hora terminaréis? ¿Hasta cuándo tengo para contestar?

Lo primero que apetece es deshacer la proposición.

A mí, cuando se me invita, lo primero que me sale del cuerpo es decir

—¡Claro que sí!

Y lo digo.

No apreciamos el regalo que supone tener quien te ofrezca su casa, su mesa, su tiempo para estar contigo y decirte sin decirlo:

—Eres parte de mi vida.

Luego, los remilgados, ven tus risas en una foto y te dicen, con cariño, vividor.

lunes, agosto 17, 2020

Dos

Es un juego construido para optimistas y lo titulé 'dos propuestas'.

Los juegos no aparecen solos, sino hay que fabricarlos a partir de la experimentación. 

Buscaba, tal vez sin querer, una forma de potenciar mi bienestar personal, de modo que observé a aquéllos de mi entorno que me transmitían más paz. En ellos estaba la clave.

A una de estas personas la conocí hace casi veinte años en París. Italiano de Bolonia, vivía en un minúsculo apartamento de 15 metros cuadrados, tomaba el sol en los jardines de Les Halles cuando la ciudad se iluminaba y se carcajeaba con su dentadura perfecta cualquier día que tomaras un vino con él.

Al estar viviendo solo en la ciudad, contaba siempre con Paolo para todos mis planes, que suelen ser numerosos. Le proponía excursiones, lecturas, cenas, conciertos, fiestas o películas de tirarse en el sofá.

A todo me decía que sí, siempre.

Pero, a veces, los planes se rompían. Paolo, en cambio, siempre reaccionaba bien. ¡Siempre había un plan mejor!

Así que me paolicé. Coloqué a mi amigo en el altar de mis dioses terrenales. El juego ya estaba construido, y no consistía en otra cosa que en tener siempre preparadas dos propuestas cuando organizaba cada mínimo proyecto. Quieres hacer algo pero no hay sitio, no hay coche, no hay compañía o se ha puesto a llover. Tengo siempre el Plan B. La segunda propuesta. 

¿No hay sitio para cenar? Fenómeno, verás el paseo tan chulo que nos vamos a pegar y lo bien que nos va a venir.

Es tan así que, muchas veces, me alegro de que me digan que no.

Nada es tan importante.

domingo, agosto 16, 2020

Riñones

No me gusta la gente que riñe.

Atravesamos esta época loca de pandemia en que demasiada gente se ha puesto el disfraz de policía. Me asusta. 

Porque sí, hay razones de sobra para poner el grito en el cielo por determinadas actitudes, pero me asusta la gente que riñe.

La gente que riñe tiene que ser ejemplar y dentro de la ejemplaridad no entra la palabra reñir.

Hubo tiempos negros, muchísimos en el pasado del hombre, en que la sociedad estaba plagada de delatores, de gente oculta tras visillos escrutando al impío, al impuro, al malo, al gamberro.

¡A la hoguera con ellos!

A mí me gusta la gente ejemplar de veras. La que explica con el ejemplo, la que busca vías intermedias, la que enseña con la palabra y la actitud.

El mundo está repleto de gente impresentable, sí. 

Pero ¿a cuánta de esa gente impresentable no se le estuvo riñendo sin parar?

miércoles, agosto 12, 2020

Aburrirse

Aburrirse es un verbo feo.

No en pocas ocasiones se hace referencia a él como paraíso inaccesible en estas cárceles de hiperactividad por las que a menudo transitamos sin quererlo.

Para mí, en cambio, hay pocos adjetivos menos estimulantes que el derivado de ese verbo. Yo, si en mi mano estuviera, lo quitaría del diccionario para evitar la posibilidad de utilizarlo. Obligaría así a que, en su ausencia, se utilizaran expresiones como introspección, meditación, sosiego, desconexión.

Pero no soy King-Jong-Un, ni esto es Corea del Norte, para decidir cómo la gente debe encauzar su vida, de modo que no me admitirían la prohibición.

Porque el hecho en sí de aburrirse se da, muy a mi pesar. Ya no sólo en niños pequeños que necesitan estímulos de forma continua y a los que un parón de actividad los mata, sino a muchos adultos que no han cultivado en su vida el estímulo de la curiosidad.

¡Hay tanto por descubrir!

Donde hay curiosidad no hay aburrimiento, porque en ese caso incluso una tarde tonta de sofá se convierte en un romance sereno con nuestro interior.