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domingo, marzo 30, 2014

Muros

Somos animales de costumbres y en esos pequeños detalles rutinarios sabemos vernos felices. Nos dan calorcito, nos conectan con la tierra y ayudan a mantener nuestro equilibrio mental. Es importante, sin embargo, no dejarse seducir por el elixir de la rutina y encontrar palancas que nos hagan evolucionar hacia nuevos hábitos que refresquen el día a día.

A veces esas palancas las proporcionan otros.

Me encanta desayunar en el Vips de República Argentina. Tener un sitio asegurado, la prensa, mesas amplias y un batido de chocolate blanco insuperable son argumentos contra los que no puedo luchar. Hace un mes me dijeron que el local lo cerraban por reforma durante unas semanas.

Me adapté a otros desayunos de fin de semana, hasta que este sábado, cuando calculé que la remodelación habría terminado, volví a ir. Seguramente sea la crisis la que les ha obligado a reducir la superficie a la mitad, pero es cierto que el lugar está más luminoso. De hecho, cuando llegué al fondo del local, el comedor, me gustó la nueva disposición de las mesas, conformada por reservados de grandes muros acolchados separando espacios.

Esa mañana me tuve que mover dos veces. En las mesas de justo al lado hablaban a voz en grito. Traté de concentrarme en la lectura. Hoy he vuelto a acudir. De nuevo la misma situación, esta vez agravada. Un grupo de ejecutivos se habían llevado allí sus portátiles, un domingo por la mañana, para demostrar al resto de los comensales cuántos impuestos pagan, las compras realizadas en los últimos meses y cómo de efectivos son. En la reunión había, incluso, un invitado vía telefónica a volumen máximo.

Al personal le pones un muro, le tapas la cara y pierde el poco de educación que a veces consideras asentado en estos tiempos.

Pena de futuros batidos perdidos para siempre.

miércoles, marzo 26, 2014

Anís

Para un ciudadano como yo, que no ve la tele de forma regular desde hace años, tirarse en el sofá y comenzar a hacer zapping es toda una aventura. No tengo memorizados los canales, no sé qué series hay ni cuáles son los estrenos ni tengo otro hábito que el de los telediarios de las 9 de la noche, siempre que me pillen tranquilo en casa.

Desde ese desconocimiento mío de lo que se cuece en la caja tonta, el otro día fui a dar con un canal llamado 8 TV. Ni sé quién lo gestiona, si es público o privado, de derechas o de izquierdas, ni saberlo me interesa.

El caso es que llegué a él justo en el momento en que avanzaban un reclamo publicitario sobre uno de sus programas. En este pequeño corte aparecía media pantalla con un plató donde un grupo de comentaristas se carcajeaba de un pretendido humorista que ponía voz a las imágenes de la otra media pantalla en la que aparecía el que fuese futbolista del Barcelona, el camerunés Etoo.

Entre risas lo utilizaban como parodia de un anuncio de Anís El Mono, poniendo sonidos de simios en la voz del jugador y enfatizando esa pretendida inferioridad del hombre negro.

Me froté los ojos para comprender que era realidad lo que estaba viendo en pleno 2014.

¿Dónde se denuncia eso? ¿Cómo se puede permitir tal infamia sin que haya consecuencias? ¿Hacia dónde vamos?

martes, marzo 18, 2014

Amor

Somos producto de un encuentro sexual y, en cuanto tomamos conciencia de nuestra naturaleza, comprendemos que el destino inexorable, no negociable, es morir.

Con unas bases tan absurdas de existencia, al ser humano, individual y colectivo, se le exige, además y a todas horas, coherencia y ejemplaridad; pero resulta difícil mantener rodando esta maquinaria de lo absurdo sin contrapesos a una verdad tan rotunda.

Se inventó como argumento de supervivencia la religión, luego vino la ética; intentos loables de amansar a la fiera que todos llevamos dentro, de convencerla de lo inasumible, de persuadirla de que su inteligencia no llegue a descubrir, con trasparencia, en mañanas luminosas de soledad, el sinsentido de la existencia.

Sin embargo el hombre, sabio y consciente de su derrota, encontró el arma más efectiva para vencer cada día al implacable destino pintado en negro:

Un arma llamada amor.

Y funciona.


viernes, marzo 14, 2014

Cuerpo

Hay una asignatura no programada en nuestro sistema educativo cuya inexistencia nos resta un grado importante de bienestar al conjunto de los ciudadanos: el cuerpo.

Es la materia que somos, determina en gran parte nuestra calidad de vida y nos permite, su buen 'mantenimiento', construir una existencia rica y emocionalmente estable. Sin embargo, somos grandes desconocedores de nuestro propio cuerpo, lo que sabemos de él viene dado por habladurías entre nosotros mismos acerca de síntomas, remedios y medicaciones en función de lo que oímos o la experiencia propia, sin grandes bases científicas ni explicaciones sólidas.

Y el desconocimiento muchas veces va unido al miedo, porque magnificamos cualquier indicio de disfuncionamiento: una mancha, un bulto, una tos, un picor, una molestia... Tendiendo en gran parte de los casos a acogernos al diagnóstico más dramático, que solemos vivir con cierta angustia en nuestra soledad de personas analfabetas en cuestiones médicas.

No nos enseñan a cuidarnos desde pequeños, ni a distinguir con exactitud dónde tenemos cada órgano, sus funciones y las reacciones de cada uno de ellos a estímulos, virus, inflamaciones, malas posturas o hábitos inapropiados.

Viajar un poco por Internet en este aspecto es comprobar cómo esos temores son moneda común y buscamos respuestas que nos tranquilicen, porque no es sencillo tener un doctor en casa.

Nos llevamos media vida aprendiendo, afortunadamente, para ser mejores personas, pero el sistema olvida enseñarnos a conocer el maravilloso armazón donde estamos embutidos desde el principio hasta el final de nuestros días: el cuerpo, nuestro gran compañero de viaje.

domingo, marzo 09, 2014

Sopa de pescado

Llevábamos casi quince días de viaje por Europa este pasado verano, a base de trenes, desde París a Copenhague. Un placer de ésos que quedan marcados para siempre. 

Había una etapa que nos hacía especial ilusión: Hamburgo. No por otra cosa menos importante que por el hecho de que nos recibirían unos anfitriones con ganas de mostrarnos su ciudad, y eso es un placer difícil de encontrar cuando se viaja.

Gabi ya nos había localizado un apartamento en el barrio portugués, junto al puerto, donde desquitarnos de pequeñas habitaciones de hotel enmoquetadas de una Europa no tan acostumbrada al turismo. Nos explicó con detalle cómo llegar, qué metro tomar, qué ruta seguir.

Haciendo tiempo para el encuentro nos decidimos a comer. La zona, su calle principal, haciendo honor a su nombre, estaba llena de restaurantes portugueses. Tras quince días de tiempo inestable y comida poco familiar ver locales donde ofrecían platos que estamos acostumbrados a disfrutar en nuestro vecino Algarve, no dudamos.

Entramos por pura intuición en uno grande, de madera, y nos sentamos justo al fondo, cercanos al hueco de la cocina. Pedimos un vinho verde y decidimos lanzarnos a por una sopa de pescado de primero. El tiempo estaba lluvioso, apetecía. 

Sólo el olor al colocarnos el plato por delante nos descolocó. Yo miré la cara de Fran y me puse a comer para evitar que me contagiase con su cara de asco. Me la tomé entera sufriendo un quinario, apartando los trozos de pescado muerto (no podía llamársele de otro modo) y bebiendo mucho vinho verde para apaciguar el sabor saladísimo a agua sucia.

Afortunadamente, o no, ese local tenía wifi. Entramos en el Tryp Advisor cuando ya habían retirado mi plato y la sopa de Fran, a la espera de unos chocos a la plancha que nos daban miedo.

Coincidió que descubrimos en ese momento que el restaurante era el número 1279 entre 1280 restaurantes de Hamburgo.

Y llegaron los chocos.

martes, marzo 04, 2014

Tombuctú

Hablaba de mi predilección por comprar productos de la tierra cuando alguien saltó:

'A mí me da igual si los tomates que compro vienen de Los Palacios o de Tombuctú'

Fundamentaba su idea en la falta de información acerca de dónde iba a ir ese dinero, 'quizás esté mejor empleado el de Tombuctú', o falta de apego a la tierra, 'no me une nada más a una persona anónima de Los Palacios de lo que me une a una de Tombuctú'.

Conversar con alguien que pone en tela de juicio tus principios es muy enriquecedor. A mí, al menos, me motiva que traten de echar por tierra, con respeto y en positivo, mis formas de conducta porque es una manera de meditar hasta qué punto mis razonamientos son acertados o no.

En el fondo, al decir que tengo preferencia por comprar tomates de Los Palacios o Conil, lo que ese hombre estaba criticándome era, no sin argumentos, mi compra a ciegas basada en criterios nacionalistas o provincianos.

Hay dos posibilidades inteligentes ante estas réplicas: o unirte al bando del que argumenta en tu contra o refutar con elementos más sólidos.

¿Por qué prefiero comprar productos de mi tierra?

Porque es mi humilde aportación a construir una sociedad más equilibrada, que sí, no deja de ser la mía, con lo que de comportamiento de tribu eso conlleva. Ante esa crítica me gusta defenderme llevando el razonamiento al extremo: si un familiar mío abre un negocio, hago por gastar en él. Pero éste también puede ser un argumento perverso. ¿Es que puedes comparar a tu ciudad, tu región o tu país con tu familia? Resulta poco convincente, entonces, mi razonamiento.

¿No se resume todo a un puro instinto de supervivencia tribal?

Consumo productos cercanos para favorecer a mi tribu y, de paso, no enriquecer a la otra.

El argumento 'sano' por tanto tiene que admitir un cierto punto de 'sentimentalismo' al abordar este principio, del que no me bajo, de querer consumir de lo cercano, de gastar el dinero en mi tierra.

Pero, ¿no es ése un razonamiento utilizado por el populismo más casposo? ¿No grita eso en sus mítines el Frente Nacional de Marine Le-Pen?

Quiero gastarme el dinero aquí porque en esta parte del mundo donde me tocó vivir hay mucha gente a la que quiero. No hay otra. Debo bajarme del burro y reconocer que en mi razonamiento aparentemente moderno y solidario hay un punto importante de nacionalismo-provincianismo-tribu que no me gusta reconocer.

Es todo un reto para mí encontrar bases más sólidas sobre las que construir esa convicción, tal vez equivocada, de que es positivo gastar tu dinero, en la medida de lo posible, en productos y negocios de tu tierra.

Me jode dudar de mis principios.