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lunes, enero 28, 2019

Puño

Siempre he presumido de dormir como un niño, aunque hay noches en que me despierto de madrugada y me observo, desde fuera de mí, con el puño bien cerrado agarrando un trozo de la almohada.

No sé hasta qué punto el cuerpo, sin yo saberlo, se tensa asustado por los días que vivo, ni imagino cuánto de mis miedos no conocidos ya los adelanta mi mano al engancharse con fuerza al edredón mientras mi mente vaga plácida por territorios no sometidos a la ley de la gravedad.

Me gusta imaginarme en épocas pasadas, y futuras, rebelde ante la imposibilidad de no poder ser otro ni de verme en el espejo con ojos distintos. ¿Cómo me sujetaría a la almohada en tiempos sin móviles de luces rojas ni despertadores que rasgasen nuestros amaneceres?

Siento el puño contra la almohada como una señal nítida de lo que no quiero ser y anticipo que la única medicina es desprenderme de todo lo prescindible, hacerme más sabio, sentir menos fuerte por todo lo que se mide en euros, quitar sonidos al teléfono, sortear alabanzas que son veneno, pasear más por las tardes.

Amar más y mejor.

miércoles, enero 23, 2019

Julen

Todos intuimos la imagen dolorosa de un Julen desfallecido en manos de un minero asturiano, y lloraremos; sin embargo, no hay noticia más hermosa que la que estamos recibiendo de un equipo de cientos de personas excavando una montaña contrarreloj por salvar a una criatura de la angustia de su prisión helada.

Hartos de aguantar miserias de un mundo que parece evolucionar hacia atrás, con una ciudadanía torpe rebuscando en los horrores del pasado pócimas milagrosas para el futuro, aparece una luz al final del pozo, un chavalín que nos pone frente al espejo de lo realmente transcendente en esta vida: el cariño a los nuestros.

Estos diez días he cerrado muchas veces los ojos en un intento de simular al crío delgado, lleno de rasguños, congelado, incapaz él de imaginar cuánto amor ha provocado.

Veo las grúas, los focos en la noche, las trampas de la montaña, los errores involuntarios, las conexiones en directo y pienso: podríamos ser grandes.


domingo, enero 13, 2019

Trabajo

En fiestas de cumpleaños abarrotadas sueles hablar de forma desinhibida con gente que tratas con códigos más rígidos en el día a día.

Tuve ocasión de hacerlo no hace mucho con compañeros de trabajo con los que me comunico a diario  y no necesariamente en un tono seco o estresante. Gente que me cae fundamentalmente bien aunque no por ello aspire a su amistad.

Me sorprendió una confidencia que uno de ellos me hizo, con su esposa delante, hablando de su relación en casa.

-Nunca hablamos mi mujer y yo de trabajo -me dijo, a lo que ella asintió con el gesto.

No quise polemizar porque uno con los años cada vez es más prudente y duda de las propias certezas, pero no entendí el juego. ¿Cómo se puede estar en pareja desde hace tantísimos años, como es el caso de ésta que nos ocupa, y no hablarse entre ellos de sus trabajos?

Para mí mi pareja es, entre otras cosas, mi mejor amigo. No podría asumir no compartir en mi día a día las preocupaciones que me asaltan en relación con mi empresa, mi jefe, mis colegas o mi equipo. Ni entendería que él no me contase por qué trae el gesto cambiado o viene acelerado tras ocho horas de curro. ¿Es posible guardar en espacios estancos las horas del día según sea el escenario en el que se desarrollen? ¿Cómo uno puede salir a cenar y obviar con la persona a la que ama aquello que ocupa tanto tiempo en tu día a día?

Suena moderno, pero no (me) suena real.

sábado, enero 05, 2019

Casa

No seré nunca de banderas en el balcón, ni de creer en pueblos más válidos que otros, creo por encima de todo en el ser humano, desnudo, tal cual, imperfecto, indefenso y luchador.

Haber viajado tanto por cuatro continentes me reafirma en esa idea primigenia y cuanto más viejo me hago más convencido estoy de todo cuanto nos une y de la imbecilidad de los nacionalismos rancios. Somos apenas vividores de momentos que pasan rápido y en nosotros está el saber quedarnos con lo importante.

Sin embargo, tras haber vivido años en París, meses en México, haber hecho largos viajes a Asia, pasar decenas de fines de semana en el Algarve portugués, este viaje que acabo de terminar recorriendo España, de Sur a Norte y de Norte a Sur, me ha provocado profundas emociones que podría resumir en una frase: 'he estado en casa'.

No es cuestión de idiomas, en México se habla un español precioso, o de paisajes, el Algarve es pura Huelva. Simplemente llegas a una farmacia de Cáceres y te atienden de una forma familiar, entiendes el tono de broma de una guía turística leonesa, estableces charlas pausadas con la dueña de una librería en Oviedo, sabes cómo pedir un gintónic en un bar en San Sebastián o un consejo a un viandante en Zaragoza. Hay una química cercana.

He recorrido dos mil kilómetros, sí, sin salir de casa.