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martes, septiembre 28, 2010

Huelga general

No soy partidario de las medias tintas en cuanto al compromiso social y político se refiere. Soy de los que piensa que hay que mojarse para reivindicar el futuro que nosotros creemos mejor para los nuestros y las generaciones venideras.

Mañana, sin embargo, comienza una huelga general y tengo más dudas que certezas.

Creo que el Gobierno desperdició demasiado tiempo en reuniones con sindicatos y empresarios, sin liderar ni marcar una línea de trabajo clara. No había visión de dónde llegar.

Los empresarios, con la imagen penosa y cicatera que representa Díaz Ferrán, parece que hicieron oídos sordos a todo atisbo de modernidad en lo que a medidas de avance social se refería, centrados exclusivamente en abaratar el despido, el gran enemigo y la única solución. Tener facilidad para echar al trabajador cuando las cosas vienen mal dadas o los beneficios no aumentan en más de dos cifras.

A los sindicatos no se les oyó con fuerza hasta que no se rompieron las conversaciones por llegar a una reforma laboral consensuada, y me cuesta pensar que tuvieran sensibilidad ante la necesidad evidente de flexibilizar el mercado de trabajo.

La única certeza es que el sistema laboral español está enfermo desde hace lustros. Siempre arrastrando la vergüenza de ser uno de los países desarrollados que peor trata a sus trabajadores y donde la cifra de parados es el doble, como mínimo, que en el resto de sus vecinos occidentales.

¿Qué hacemos mal?

Es seguro que esta reforma laboral aprobada con prisas, bajo presiones financieras internacionales, es manifiestamente mejorable. Me da pánico pensar en esas cláusulas imprecisas que justifican un despido barato ante posibles pérdidas futuras de la empresa.

Yo trabajo en una multinacional que funciona razonablemente bien en su trato con el trabajador, tengo hermanas empresarias, amigos mileuristas y familiares en paro. Estoy en el mundo y sé que hay mucha miseria en las condiciones de trabajo de mi país.

Creo que no somos suficientemente observadores de las mejores prácticas. La educación en Finlandia es un modelo a seguir, copiemos. Las cifras de paro en Alemania u Holanda son ridículas con respecto a las nuestras, copiemos. Las universidades norteamericanas son ejemplos de excelencia, aprendamos de ellas.

Mañana trabajaré, con el corazón especialmente sensible y la oreja presta a escuchar todos los razonamientos.

lunes, septiembre 27, 2010

Romaníes

Apagada ya la burbuja de la información periodística de las expulsiones de los gitanos rumanos de Francia (la actualidad exige 'más madera' y a éste episodio ya no se le puede sacar más jugo por parte de la prensa), aún no se ha apagado mi indignación por el apoyo expreso de Zapatero a esa política de trazos gruesos, por decirlo en términos suaves, del populista Sarkozy.

No soy tan simple como para pensar que no es un problema la creación de guetos en nuestras ciudades, pero de un presidente, y más si es de izquierdas, se exige una política más elaborada que la de expulsar en masa a colectivos de una raza.

Desde el poder se ha querido demonizar a la comisaria europea Reding por unas declaraciones que daban en el centro de la yaga. Ella criticaba una circular expresa en la que se ordenaba a todas las prefecturas francesas desmantelar los campos de 'roms', gitanos rumanos.

Se crea un Derecho Europeo y una Comisión que vele por ellos, pero se les ridiculiza cuando tratan de hacer aplicar la norma.

Zapatero, tratando de entender los compromisos con Francia por su lucha contra ETA o la inclusión en el G20, podría haberse remitido a la declaración conjunta de Jefes de Estado. Pero no, apoyó expresamente a Sarkozy.

Si rompemos los ideales, ¿dónde queda la izquierda?

Cuando se aprobó la entrada de Rumanía y Bulgaria en la UE, se asumía que en poco tiempo habría libre circulación de personas. Y los gitanos lo son, le duela a quien le duela.

¿Que son pobres en su mayoría?, ¿que no se integran?, ¿que montan campamentos alrededor de las ciudades?

Habría que haber contado con ello y, si no se hizo, habrá que establecer políticas de integración, contar con el gobierno rumano para establecer mecanismos de repatriación voluntaria, escolarizar a los niños de estas familias, fomentar el aprendizaje de la lengua del país, establecer convenios entre organismos sociales, sindicales...

Recuerdo que nuestro alcalde socialista ordenó dar una bolsa de plástico con dinero en metálico, muchos miles de euros, a gitanos de un barrio de Sevilla para que se fueran.

A mí, en mi empresa privada, me exigen resultados y un código de conducta.

Yo, de izquierdas convencido e irreductible en mi posicionamiento social, critico con fuerza a los míos, porque a los Sarkozy de turno no me queda otra que soportarlos.

miércoles, septiembre 22, 2010

Reverte

Hace unos meses, desde un foro literario en el que suelo intervenir, me invitaron a participar en una charla-conferencia-mesa redonda sobre las novelas de viaje. Acepté. En principio me lo propusieron como suplente porque había en el aire la posibilidad de un gran escritor. El tiempo pasó y como el escritor conocido no daba el sí definitivo, me confirmaron a mí como ponente. La jornada en cuestión es el próximo domingo y es en La Casa Encendida, en Madrid.

La invitación tenía cierto sentido. Mi anterior novela, 'Andrea no está loca', se puede encuadrar como 'novela de viaje'.

Cuando ya la organización me envió los billetes del AVE y yo pasaba mi tiempo libre leyendo a mansalva novelas de viaje, el escritor reconocido dio un sí tardío. Los convocantes, encantados con la presencia de este hombre considerarían brusco 'desinvitarme' a mí, así que tanto el escritor de best sellers como yo mismo estaremos allí el domingo. Él se llama Javier Reverte.

A Javier Reverte lo conocía pero no lo había leído. A contrarreloj me fui a una librería y compré obras de él. Leí 'Dios, el diablo y la aventura'. Más que novela era un estudio histórico de la figura de un jesuita misionero en tierras etíopes allá por el siglo XVII. Me gustó.

Con ciertos nervios por la conferencia en cuestión, hace un par de días leo en la prensa local que el señor Reverte daría una conferencia en Sevilla para presentar su última novela, 'Barrio cero', ganadora del Premio Fernando Lara. Lo haría en el Salón de Actos de la Cámara de Comercio. Oportunidad única para asistir, saludarlo, presentarme como próximo contertulio suyo y crear complicidades.

Pero no sabía dónde estaba la Cámara de Comercio.

Tras sucesivas llamadas que me llevaban de un teléfono a otro de forma surrealista, acabaron por confirmarme que la Conferencia tendría lugar a las ocho de la tarde de ayer martes en el Salón de Actos de la Cámara de Comercio. Di mi nombre y una explicación de por qué quería ir.

Y me fui para allá.

A las ocho en punto comenzó la charla. No había mucha gente y el señor Reverte parecía más joven y delgado que en las fotos. Comenzó a hablar del mito de Sísifo, el hombre que nunca llegaba a terminar la tarea que tenía encomendada, para pasar a hablar más tarde, de forma muy detallada, de las Ruinas de Itálica.

No entendía muy bien, hasta que el moderador le interrogó, llamándole por su nombre, Javier.

Fue muy fructífero asistir a una charla sobre los trabajos arqueológicos en las Ruinas de Itálica a lo largo del último siglo, a cargo del que fue su director y gerente, Javier... Verdugo.

domingo, septiembre 19, 2010

25 años

A las nueve de la noche de un día como hoy, a finales de septiembre, hace 25 años, mientras sonaba lejana en el hospital la musiquilla de apertura de un telediario, escuchábamos las últimas respiraciones, cada vez más lentas, de mi madre.

Ya más de media vida sin ella, aún hay días en que me levanto confundido, décimas de segundo en que pienso que aún está entre nosotros, gracias a la magia de los sueños.

Fue tan duro el golpe, a mis dieciocho años, que tardé mucho en reconstruir los cimientos de mi nueva vida. Duro de entender porque, de golpe, me daban la medicina de lo atroz que es la muerte. Asumir que una mujer hermosa de cuarenta y pico años se podía ir así, tan despacio, sufriendo lo indecible sin que el hombre ni la medicina pudiesen salvarle de esa muerte anunciada.

Ya no me daría más besos al acostarme, ni volvería yo a ayudarle a liar croquetas, ni le enseñaría mis deberes, ni me prepararía más canelones con foie-gras, ni iríamos a comprarme la ropa en autobús al centro, ni desayunaría más con ella en ninguna casa de la playa. Ya para siempre huérfano, tocaba ir por el mundo desde entonces sin su protección.

Con cuatro hijos ya criados, no pudo disfrutar de su madurez, ni de un matrimonio hermoso como el que compartía con mi padre, ni de sus lecturas veraniegas, o los cafés de los martes con sus amigas o sus cabezadas tras las noticias. Ni ver a sus hijos hacerse adultos, ni conocer a su nieto, ni envejecer.

Sin que ninguno lo quisiéramos, nos estaba haciendo ese día de hace 25 años un regalo enorme: entender realmente la vida. Su dureza, sí, pero también su valor. Hacernos más fuertes.

Mis dieciocho años no me permitían ver en ella defectos que tal vez descubriría con el tiempo. Mi memoria es clara recordando su estilo, el cariño, la buena educación, su dulzura y generosidad. Pautas de comportamiento que se hicieron modelos para mí.

Mi espíritu claramente agnóstico entra en contradicción cuando pienso que uno de los cimientos de la nueva vida que reconstruí fue, y es, el de luchar por ser una buena persona, tener una vida recta y sana, hacer las cosas bien, ser coherente, cuidar de mi familia, ser fiel a mis amigos para no traicionar su memoria, hacer que se sintiera orgullosa de mí.

Esa búsqueda de la felicidad, que tan cerca tengo a diario, como homenaje eterno a mi madre muerta.

viernes, septiembre 17, 2010

Rayo de luz

Tras una semana de trabajo en Francia, me encuentro de vuelta a Sevilla en el aeropuerto de Orly.

Siempre temeroso de los atascos parisinos, tras llegar con el tiempo justo y esperar una enorme cola para facturar, al final de la fila de pasajeros me encontré con una azafata con cara y peinado de los años 50.

Con un francés exquisito, que hubiera cambiado a español de haberlo yo solicitado, me trató con una amabilidad insólita. Apenas un minuto de contacto para explicarme las cuatro cosas básicas que yo simulé desconocer por el placer de verla con sus ojos vivarachos dirigiéndose a mí.

Una frescura, simpatía y buena disposición que se reflejaba en sus ojos cristalinos de mirada directa.

Tomé mi tarjeta de embarque camino del kiosco de prensa de Orly diciéndome, ¡qué fácil es encontrar la felicidad en una sonrisa!

La vida es eso.

lunes, septiembre 13, 2010

Hilo negro

En mis tardes de biblioteca en la Escuela de Ingenieros, de las que guardo momentos imborrables, a pesar de la paliza de horas de estudiar que nos pegábamos allí, recuerdo una escena que se me quedó grabada.

Estaba en mi último año de carrera y llevaba acudiendo a esa biblioteca desde que entré. Un día, despistado como yo soy, encontré que habían instalado un 'torniquete' para acceder y era necesaria la tarjeta de estudiante para pasar. La gente protestaba porque nadie había advertido, y el bibliotecario explicaba con paciencia el nuevo método.

Cuando llegó mi turno, me dirigí a él para decirle que no traía conmigo el carnet de la universidad y, el bibliotecario, con cara de medio guasa, me soltó:

-Pasa, pasa, si tú eres más viejo aquí que el hilo negro.

Me quedé de piedra. Con el tono que utilizó se enteró todo el hall de la biblioteca.

En vez de tomármelo a mal me dio por reír. Tenía toda la razón y había sido ocurrente, sin faltarme el respeto.

Cuando la vida avanza, hay momentos en que me acuerdo de esta frase. Los años pasan y tenemos que progresar, que cambiar, que superar situaciones. La vida siempre pide más. Más combustible. Es insaciable.

Querámoslo o no, como nos quedemos parados... nos convertimos en hilo negro.

Analfabetos emocionales

Nadie obtiene un máster a lo largo de su vida en relaciones personales. Incluso los expertos, psicólogos, sociólogos o trabajadores sociales, encontrarán dificultad en aplicar sin pestañeo la teoría aprendida a su vida diaria.

Las personas somos imprevisibles frecuentemente, los años nos van cambiando y la escala de valores de cada uno de nosotros se va modulando hacia prioridades distintas con la madurez. Hay demasiados factores, en nuestro devenir mundano, como para poder construir ecuaciones que nos orienten hacia soluciones potentes y definitivas cuando nuestra pareja está triste, un hermano se cabrea contigo o un amigo comienza a aparecer menos por tu vida.

Partiendo de la base de la no existencia de recetas mágicas, el sentido común funciona bastante bien.

El problema es cuando el sentido común no funciona porque un individuo es un analfabeto emocional (concepto utilizado por mi amiga Mariángeles).

Por mi vida han pasado muchos, y muchas, de esas personas. No les huyo, pero trato de no hacer migas, a no ser que ya estén integrados en mi mundo.

Entre estos últimos, tengo amistades que se arrastran imperturbables por el amor de alguien, valorándose a la altura de un zapato y traicionando a los más cercanos por una cita a cualquier precio.

Yo mismo he llegado a creerme enamorado de gente así, personas que, hasta que las descubres en su infantilismo de inmadurez, te dañan y desconciertan, porque no se rigen por parámetros en que los sentimientos nobles sean la guía.

Recuerdo compañeros de universidad con expedientes impecables, impensables para mí, pero que no sabían darte la mano firme ni mantener la mirada. Grandes candidatos de por vida a no enterarse de la misa la mitad.

Gente que no sabe ponerse en la piel del otro, que rehúye conversaciones complejas, que prefiere una revista de coches a una novela, una sesión de gimnasio a una cena con velas, un vulgar programa de cotilleo a una buena película; no saben acariciar con movimientos suaves, ni encuentran momentos para decir que son felices, envidian a la gente sensible pero no investigan sus propias sensibilidades.

¿Cómo van a entender a sus parejas si ni siquiera se han planteado entenderse a ellos mismos?

En todo habrá un porqué. A saber dónde está el origen de esos desfases que hacen de muchos humanos, a veces brillantes profesionales en su terreno, auténticos analfabetos emocionales.

viernes, septiembre 10, 2010

Medio kilo

Dice mi amigo Miguel que un hombre, a partir de lo 35 años, engorda medio kilo por año. Es decir, que si queremos cuidarnos nuestro principal objetivo puede ser mantener el peso.

En la época universitaria recuerdo los descansos que nos pegábamos en la biblioteca por las tardes y cómo nos poníamos de palmeras de chocolate, batidos y demás porquerías. ¡Qué tiempos aquéllos! Podías comerte un rinoceronte por las patas que no engordabas. Pura energía, como si fuera una chimenea a la que echases leña, tu cuerpo todo lo fundía.

Cuando llegué a Francia caí rendido a los croissants de almendras. Para más inri, la boulangerie la tenía justo debajo de mi casa. No podía resistir ese olor que penetraba por todos lados. Es de esa época que recuerdo mis primeras luchas contra mi glotonería. Cada croissant que caía implicaba una vuelta haciendo footing a los Jardines de Luxemburgo. Y había días de frío y lluvia en que pasaba junto a los croissants sin mirarlos, de pensar en la carrera que tenía que pegarme luego.

Pocos placeres encuentro más completos que comer bien. Si, además, se es tan goloso como yo, el placer se transforma en venenoso.

Uno de mis sueños repetitivos es tener en mi habitación dos grifos. Uno lo abres y sale chocolate blanco, bien espesito y fresco. Del otro salen gominolas.

La vida se nos intenta hacer cuesta arriba con historias como las del medio kilo, pero no sabe que cuanto más viejos somos tenemos más capacidad de disfrutar otros detalles, no ser tan primitivos y pasar por al lado de croissants a los que, con mucho dolor, le hacemos cortes de manga imaginarios.

miércoles, septiembre 08, 2010

Sol

Saliendo esta tarde del trabajo, a eso de las seis, caía el sol de plano en esta Sevilla que habito.

Los que aquí vivimos llevamos tras nosotros, casi como maldición, ese sol enfurecido que amenaza con volvernos desierto de Arizona en este mundo cambiante de contaminaciones, poco respetado, que se acalora a marchas forzadas.

Sin embargo yo, sin defenderme absurdamente de las críticas a mi tierra, disfruto del sol.

El cielo azul de Sevilla, que tantos meses dura, me da vida.

Es, para mí, una alegría convivir con esa certeza de luz infinita en la que llevamos moviéndonos casi toda nuestra existencia. Cuando estoy enfermo, alicaído o estresado pienso en días plenos de luminosidad para buscar la vida con mayúsculas, el corazón batiendo fuerte.

Sé lo que es el calor, como pocos pueden saberlo mejor que los que vivimos en esta vieja urbe.

No refuto nada, no critico a nadie, no utilizo argumentos peregrinos de provinciano ni justifico mejor vida aquí que en ningún otro sitio del mundo. Faltaría más.

Simplemente razono en la felicidad propia y pienso en lo afortunado que me siento teniendo a 'Ra' tan cerca. Fuerte, agresivo, directo, deslumbrador, potente.

lunes, septiembre 06, 2010

Batas blancas

Cada uno tenemos nuestro historial más o menos intenso, dramático, desesperante o satisfactorio con la medicina, pero ésta es una parte de nuestra vida que no podemos obviar, la de los hospitales, consultas y radiografías.

Mi primer recuerdo, a parte de las visitas al médico de cabecera por gripes o las revisiones escolares, fue la operación a la que fui sometido en quinto de EGB -tendría que hacer cálculos para averiguar la edad- para corregir mi estravismo, o bizquera. Fue tal el impacto de esa luz de quirófano, de la separación de mis padres, la sangre, las vendas, el postoperatorio, que resulta imposible de olvidar.

Desde entonces mantengo una innegable admiración por el oficio del sanitario. Médicos y enfermeros.

Quien se enfrenta al cuerpo humano de frente, al enfermo, en cierto modo a la muerte, contiene en sí mismo un valor encomiable. Relativiza a cualquier otra de las profesiones.

En mi época de adolescencia en que hice frente al choque tremendo que supone aceptar la certeza del morir, tuve un momento de 'crisis' en mi relación de adoración hacia ese mundo. ¿Para qué afanarse en curar si no son más que parches en un cuerpo que no tiene más que un final conocido?

Luego han llegado muchas operaciones familiares, algunas realmente de vida o muerte, he conocido salas de hospitales dedicadas a enfermos terminales. Oncólogos, cardiólogos, psiquiatras, traumatólogos, cirujanos, enfermeros de la UCI, de ambulancia, médicos de urgencia.

Están donde la mayoría de nosotros no queremos estar, asumen como habitual en sus vidas el dolor de los otros, sus angustias y lo hacen, en la mayor parte de los casos, con una profesionalidad encomiable.

Sabemos que nos tendremos que cruzar con ellos muchas veces en nuestras vidas. Por nosotros y por los nuestros. Y estarán allí, poniendo lo mejor de ellos...

sábado, septiembre 04, 2010

La casa de la playa

Tuvimos la osadía hace unos cuatro años de embarcarnos en la compra de un pequeño apartamento en Conil.

Cuando nos lo vendieron nos explicaron que jamás construirían delante nuestra y tendríamos de por vida las maravillosas vistas del río Salado, del campo de Vejer, el Parque de la Breña y el faro de Trafalgar, la torre de Castilnovo y las playas vírgenes que conducen al Palmar.

En menos de un año se presentaron grandes excavadoras para meterle mano a ese terreno vendido como eternamente virgen, en esas estrategias rastreras de una importante parte del mundo empresarial, especialmente inmobiliario, por mentir, deformar, hacerse los locos...

Afortunadamente, las edificaciones de enfrente dejaban un hueco justo frente a nuestro dormitorio, por lo que mantuvimos en gran parte las vistas que nos enamoraron. Aunque ahora haya que desnudarse observando de reojo a un posible vecino mirón.

Con los primeros inviernos, el terreno empezó a ceder, las humedades a entrar. El dinero gastado en pintar, empapelar algunos rincones... se resquebraja con las grietas de casi un centímetro que rajan de arriba abajo el edificio. Ese edificio de materiales de primera.

Escrúpulos, ninguno.

A pesar de todo, no estamos en absoluto arrepentidos de habernos hecho con este pequeño lugar del mundo de la costa gaditana. Este verano han estado por aquí casi todos nuestros grandes amigos. Marta con su sonrisa eterna, inocente de ideas claras, Isaac el revolucionario, sacándonos cada dos por tres de paseo, Mariángeles de conversaciones profundas y divertidísimas, David pura educación y cariño, Miguel, el portugués más vitalista, Vincent y Elodie, nuestra pareja francesa favorita, siempre asombrados por los pasionales españoles, Raúl el tranquilo y observador, Cinta con sus nervios de boda próxima, Pilar lectora empedernida y entusiasta de paisajes nuevos, la Polemique de paseos larguísimos por la playa.

Que nuestra casa de la playa, un verano más, sea el lugar de encuentro de nuestros amigos es el mejor sortilegio contra grietas y mirones.