Anoche me acosté triste porque me dio por pensar más de la cuenta en la situación de mi país, tras leer un artículo acerca de Urdangarín. Hoy nos despertamos con la publicación de la agenda contable de Luis Bárcenas y el chorreón de desconsuelo sobre nuestro mundo político alcanza cotas tan bajas como no se recuerdan.
Es tal la desvergüenza que la posibilidad del optimismo se convierte en quimera. Definitivamente estoy avergonzado del momento político que me ha tocado vivir. Yo no he metido la mano en ningún sobre ni he cobrado comisiones a nadie, pero sí pertenezco a una sociedad que no ha sabido elegir a políticos limpios para que nos dirijan, y algo de culpa tendré.
Personas que pierden toda su credibilidad desde el momento en que no respetan las mínimas reglas del juego, y que además nos toman por tontos.
Hace tiempo que dejé de creer en ningún partido político, y eso es duro para alguien que, como yo, cree en la política con mayúsculas, porque pienso que este mundo debe funcionar bajo cauces democráticos y leyes dictadas desde el más puro sentido ético.
Pero, ¿qué ética tienen nuestros dirigentes?
¿Cómo se pueden pedir esfuerzos a los ciudadanos cuando ellos mismos reciben dinero en negro?, ¿qué sacrificios se pueden pedir cuando han montado un chiringuito colosal de mercadeo de favores en beneficio propio?
Ayer visité una exposición de un fotógrafo inglés, fotos en sepia de las ciudades andaluzas a mediados del siglo XIX.
Como introducción había un retrato de la reina Isabel II, a la que se describía bonachona y popular, y se documentaba, en un par de párrafos, la situación convulsa del país por entonces, con una crisis tremenda de la política y un sistema financiero descalabrado que llevó a esa sociedad de hace siglo y medio a la desolación.
Veo la situación de España ahora y pienso que no tenemos remedio.
Algo marcha mal en nuestra sustancia que habrá que erradicar alguna vez y para siempre si queremos construir una sociedad sana, solidaria y ejemplar.
Es tal la desvergüenza que la posibilidad del optimismo se convierte en quimera. Definitivamente estoy avergonzado del momento político que me ha tocado vivir. Yo no he metido la mano en ningún sobre ni he cobrado comisiones a nadie, pero sí pertenezco a una sociedad que no ha sabido elegir a políticos limpios para que nos dirijan, y algo de culpa tendré.
Personas que pierden toda su credibilidad desde el momento en que no respetan las mínimas reglas del juego, y que además nos toman por tontos.
Hace tiempo que dejé de creer en ningún partido político, y eso es duro para alguien que, como yo, cree en la política con mayúsculas, porque pienso que este mundo debe funcionar bajo cauces democráticos y leyes dictadas desde el más puro sentido ético.
Pero, ¿qué ética tienen nuestros dirigentes?
¿Cómo se pueden pedir esfuerzos a los ciudadanos cuando ellos mismos reciben dinero en negro?, ¿qué sacrificios se pueden pedir cuando han montado un chiringuito colosal de mercadeo de favores en beneficio propio?
Ayer visité una exposición de un fotógrafo inglés, fotos en sepia de las ciudades andaluzas a mediados del siglo XIX.
Como introducción había un retrato de la reina Isabel II, a la que se describía bonachona y popular, y se documentaba, en un par de párrafos, la situación convulsa del país por entonces, con una crisis tremenda de la política y un sistema financiero descalabrado que llevó a esa sociedad de hace siglo y medio a la desolación.
Veo la situación de España ahora y pienso que no tenemos remedio.
Algo marcha mal en nuestra sustancia que habrá que erradicar alguna vez y para siempre si queremos construir una sociedad sana, solidaria y ejemplar.