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jueves, enero 31, 2013

Podredumbre

Anoche me acosté triste porque me dio por pensar más de la cuenta en la situación de mi país, tras leer un artículo acerca de Urdangarín. Hoy nos despertamos con la publicación de la agenda contable de Luis Bárcenas y el chorreón de desconsuelo sobre nuestro mundo político alcanza cotas tan bajas como no se recuerdan.

Es tal la desvergüenza que la posibilidad del optimismo se convierte en quimera. Definitivamente estoy avergonzado del momento político que me ha tocado vivir. Yo no he metido la mano en ningún sobre ni he cobrado comisiones a nadie, pero sí pertenezco a una sociedad que no ha sabido elegir a políticos limpios para que nos dirijan, y algo de culpa tendré.

Personas que pierden toda su credibilidad desde el momento en que no respetan las mínimas reglas del juego, y que además nos toman por tontos.

Hace tiempo que dejé de creer en ningún partido político, y eso es duro para alguien que, como yo, cree en la política con mayúsculas, porque pienso que este mundo debe funcionar bajo cauces democráticos y leyes dictadas desde el más puro sentido ético.

Pero, ¿qué ética tienen nuestros dirigentes?

¿Cómo se pueden pedir esfuerzos a los ciudadanos cuando ellos mismos reciben dinero en negro?, ¿qué sacrificios se pueden pedir cuando han montado un chiringuito colosal de mercadeo de favores en beneficio propio?

Ayer visité una exposición de un fotógrafo inglés, fotos en sepia de las ciudades andaluzas a mediados del siglo XIX.

Como introducción había un retrato de la reina Isabel II, a la que se describía bonachona y popular, y se documentaba, en un par de párrafos, la situación convulsa del país por entonces, con una crisis tremenda de la política y un sistema financiero descalabrado que llevó a esa sociedad de hace siglo y medio a la desolación.

Veo la situación de España ahora y pienso que no tenemos remedio.

Algo marcha mal en nuestra sustancia que habrá que erradicar alguna vez y para siempre si queremos construir una sociedad sana, solidaria y ejemplar.

martes, enero 29, 2013

Ojos

Hubo un compañero de la fábrica donde trabajo, hace muchos años, que me contaba en los turnos de noche en que las averías nos dejaban respirar sus teorías acerca de la existencia.

Siendo sevillano en el habla parecía oriental en su espíritu contemplativo y reflexivo. Me hablaba de la Naturaleza como su religión, convenciéndome por momentos de la inexistencia de la muerte puesto que, decía, nosotros, como materia, no desaparecemos, formamos un conjunto indisoluble con el mundo y el universo, nos reconvertimos pero ahí seguimos. Siempre.

Es hermoso tener la capacidad de pensar así, aunque sea a ratos.

Su reflexión pasó por mis filtros noveleros y se proyectó en otro prisma para ver la vida, particular, sí, efectivo a ratos también.

Esa proyección me lleva a ver el mundo como un ser vivo, que lo es desde el momento en que encierra vida en su interior, del que nosotros somos un trozo minúsculo, pero trozo al fin y al cabo. De la misma forma que un pelo o una célula, vivísimos, pertenecen a nuestro cuerpo.

Un ser vivo del que nosotros somos sus ojos; le damos la vista al mundo. Esa gran masa de la que formamos parte indisoluble a la que entregamos información a partir de nuestras visiones, sensaciones, escuchas.

El mundo crece en función de lo que siente y es el hombre, soy yo, quien le da el retorno y lo hace evolucionar.

Mis ojos son los ojos del mundo, que mira curioso y reacciona; y por muchos ojos que tenga, los míos son suyos, y yo lo hago avanzar.

viernes, enero 25, 2013

Futuro

Me da por pensar en mí cuando no esté, pero sin centrar la mirada en mí, sino en el ser humano que hay en mí, anónimo, sin nombre, ni apellidos, ni lugar de nacimiento.

Reflexiono acerca de aquellos a quienes ya no conoceré, los que habitarán esta tierra sin darle mayor importancia a los que ahora la vivimos, sin pensar en cómo estuvimos provocando en nuestro presente actual su presente futuro, así como nosotros no dedicamos tiempo a pensar en los que fueron construyéndonos esta actualidad que nos condiciona.

Somos poco generosos con aquel que vendrá a ocupar nuestro lugar, tal vez porque suficiente hacemos con saber sobrevivir. O eso nos decimos.

El ser humano suele viajar con las luces cortas: la generación que nos preocupa es, como mucho, la inmediata, y puede que esa mentalidad estrecha esté en el origen de los desequilibrios actuales.

Somos producto de civilizaciones que se han ido cimentando para vivir en exclusiva su realidad, sin importar nunca quiénes vendrían después.

Construimos deudas futuras, superpoblaciones venideras y un planeta alejado de lo verde. Los gobiernos miran por el producto interior bruto del año próximo, no del siglo venidero, sin establecerse estructuras robustas que nos anclen a sociedades consistentes.

Todo es el 'ya' porque, egoístamente lo sabemos, no viviremos en un mundo inhabitable.

Nosotros no.

Deberíamos pensar más en el hombre con mayúscula, el que siempre existirá y aún no ha nacido, y no circunscribirse a trabajar por los que votan, pagan impuestos y respiran el día que hoy vivimos.

No existe empatía por las condiciones de vida del que nacerá. Poco importa que nos maldigan.

El hombre del futuro nos mirará con desprecio. O no nos mirará siquiera. Seremos su vergûenza. Sí, nuestra generación. Y ya, para entonces, no tendremos derecho a defendernos.

lunes, enero 21, 2013

Comparar

Cuando hice mi primer viaje interrail por toda Europa, sin ni tan siquiera 20 años, comprendí que había dos formas de enfrentarse a lo nuevo, que en esas circunstancias lo era todo: las gentes, las lenguas, paisajes, costumbres, vientos y luces; o bien se miraba con ojos vírgenes o bien se pasaba por el filtro de lo ya conocido. Me decanté, como en una prueba de vida, a defender la primera estrategia para siempre.

Iba con un compañero de viaje, tan alucinado como yo por la experiencia de pasar un mes tan lejos de casa sin apenas dinero, que optó por comparar. Todo era mejor, peor o similar que Sevilla y en sus conversaciones siempre acababa mencionando a España.

La grandeza de descubrir, según el planteamiento que yo abracé, era enfrentarme al mundo, a lo desconocido, al extraño con la falta de prejuicios que supone no obsesionarme por pensar cómo son de diferentes respecto a mí y mis circunstancias.

Es una inocencia forzada, sí; resultando incluso más difícil, con los años, encontrar la libertad total que supone estar dispuesto a integrar lo inexplorado en tu vida. Difícil, sí, mantener la capacidad de sorprenderse.

Siento que se aprende más cuando no se ponen corazas a los vientos que llegan de otros lugares, aún estando éstos dentro de una parte de ti que aún no conoces.

miércoles, enero 16, 2013

Flash

La vida es desconcertante incluso en los momentos anodinos, siempre que mantengas tu sensibilidad alerta a observar el mundo pasar.

Quien más quien menos todos tenemos un historial de situaciones límite que nos llevaron a alcanzar momentos de máximo despiste en nuestro devenir como humanos, pero tendemos a estabilizar incluso la más caótica de las tesituras para conseguir que todo vuelva a su cauce, que de nuevo la existencia nos parezca normal.

Recuerdo mis años de remo, cuando entrenábamos durante kilómetros y kilómetros montados en un bote sobre el Guadalquivir, en movimientos estudiados, siempre perfeccionables a pesar de su repetitividad. El equilibrio inestable de la embarcación se conseguía a base de mantener la velocidad, conservar la postura y sincronizar tus movimientos. 

Sin embargo, había momentos de lucidez u ofuscación en que tu cabeza se iba de allí, de ese entrenamiento, del río y del ir y venir de tus brazos con exquisita precisión hacia ningún lado y entonces, durante un instante, perdías el equilibrio y tu cuerpo producía un espasmo de autocontrol para recuperar el mando.

A veces me pasa que en mi vida diaria, intensa, emotiva, llena de proyectos y cargada de frustraciones aparece una situación perfecta, inexplicable, perturbadora en que creo ver durante décimas de segundo el Secreto de la Vida.

Tras ese momento mágico, casi soñado, el cuerpo te devuelve a tu sitio, al paleteo sincronizado sobre el río de tu existencia comprensible.

jueves, enero 10, 2013

Desaparecer

Nunca los argumentos propios se pueden utilizar como arma para derrumbar la elección amorosa de una persona a quien quieres.

Es muy doloroso comprobar que tú no pintas nada por muy claro que veas negro el horizonte de personas importantes para ti, pero es así.

Recuerdo un cubata compartido con una buena amiga, empecinada en buscar el amor de un hombre que a mí me resultaba tan insulso como soberbio.

-¡Bore, si me quieres déjame en paz!

Era su elección, y yo tenía que comérmela con patatas.

Y luego no vale utilizar las derrotas futuras para recrearte en tus teorías pasadas. Cuando la derrota viene o el amor no se consuma la única opción sana es estar ahí, cuanto más callado mejor, evitando hasta el soplo más diminuto de sutileza que haga referencia a indignaciones pasadas.

Si estás convencido de que la persona que quieres elige mal, en uno está el retirarse, encauzar los afectos de otro modo, tragarse la inquina como sopa boba y admitir que el mundo de las relaciones está hecho así.

Si no soportas las relaciones de la gente a la que quieres, desaparece o calla, porque no hay más errores en las elecciones amorosas que aquéllos que comete el sujeto que ama; y ahí sólo mandan dos, nunca tú.

lunes, enero 07, 2013

Roscón

Si no fuese porque a su edad yo estaba tan en la parra como él, no daría crédito a la inocencia de Iván.

Le entrego hoy su regalo de Reyes, el que han dejado en mi casa pero que no he comprado hasta esta mañana entre la marabunta de los buscadores de rebajas. No habiendo podido encontrar el ejemplar de libro que buscaba, segundo número de una serie ya empezada, le compré otro y le hice saber que los Reyes me explicaron que era mejor éste que no el que buscaba.

Dando por bueno mi relato, Iván, con los ojos abiertos, me comentó, con cara de pedir ayuda, que 'ellos' se habían comido medio roscón y las tres tazas de leche que les había preparado antes de dormir.

-¿Y tú no oíste nada?

-¡Qué va!

Fran le preguntó si no les había dejado agua para sus camellos y él reconoció que no, aunque puso cara de memorizarlo para otra vez. Yo no le di mayor importancia:

-Ya tomarán agua de otras casas.

Luego me contó que no encontraban el regalo que le había pedido el abuelo, que al final apareció junto a la puerta de entrada de la casa.

-¡Envuelto en una bolsa de El Corte Inglés!

Luego se acercó mi hermana, con él entretenido jugando a un batman 'transformer', y nos contó la odisea para recuperar el regalo olvidado del abuelo del maletero del coche y cómo les cogió in fraganti mi sobrino metiéndolo en casa.

-¡Uy, Iván!, mira dónde ha aparecido este paquete, justo en la puerta. Es que a los Reyes Magos les dan miedo los perros y no habrán querido entrar con tantas cosas hasta el salón.

Le comento a Raquel su emoción al saber que se han comido medio roscón y ella me confirma que fue mi cuñado quien, con dos cubatas encima, casi se lo liquida en mitad de la noche.

-Y lo que yo no sé -me decía él- es cómo han conseguido partirlo justo por la mitad, tan perfecto, sin cuchillo ni nada.

jueves, enero 03, 2013

Clínex

Sin planteamiento previo, con el paso de los años he ido dándome cuenta de que en mis desayunos de fin de semana, donde tanta fiesta hago a un periódico de papel mientras tomos unas tostadas en casa o en alguna de mis cafeterías preferidas del centro, he ido pasando de leer dos diarios, uno sevillano y otro nacional, a quedarme con un solo ejemplar de El País.

En mi modesta opinión la prensa sevillana va a rebufo de las inquietudes más básicas de la población menos inquieta. Que la población quiere fútbol, toma fútbol. Que el pueblo quiere hermandades de Semana Santa, ración doble todo el año. Que a los sevillanos les gusta saber cuántas farolas hay rotas semanalmente, ahí tenéis vuestro informe.

Es una caricatura, sí.

Una misión que no debe olvidar el periodismo, entiendo, es la de crear opinión e incluso provocar una evolución de ésta a partir de informaciones contrastadas, complejas y tendentes a no solo informar, sino formar.

Prefiero mil veces saber cómo transcurren los acontecimientos en una Siria que se desangra o los últimos avances en investigación médica en Estados Unidos que no el parte diario de besamanos en las iglesias sevillanas.

Pero no habría que ir muy lejos para que yo volviera a caer en las redes de la prensa de mi ciudad. Bastaría con que me provocasen contándome historias de la Sevilla real con la profundidad que nos merecemos o artículos de opinión de cómo va el mundo, del que no somos ombligo, con el punto de vista de nuestro carácter andaluz.

Llevo años observando la sonrisa casi nunca correspondida de los negros que abarrotan las principales avenidas del extrarradio de la ciudad vendiendo clínex. Son personas que habitan a mi lado, que no creo que puedan vivir de esa miseria. Quiero saber quiénes los organizan, qué comen, dónde duermen, de qué países vienen, cuánto tiempo se quedan de media, cuántos se integran, cuántos regresan. Quiero saber si se casan con gente del lugar, cuáles son sus sueños, hasta qué puntos están atendidos sanitariamente, qué es de sus familias.

A cambio encuentro, más veces de lo que mi estómago es capaz de soportar, fotos de señoras aristocráticas con pelo de peluquería vendiendo muebles antiguos en rastrillos benéficos.

Periodismo de investigación, moderno, no entrevistas hechas con rejillas del siglo pasado.

Necesito riesgo, aventura, inconformismo, innovación, propuestas, provocación... pero la encuentro en otros periódicos que no son andaluces.

La pena es que sé que todo es ponerse y romper.

martes, enero 01, 2013

2013

El único pero que le pongo a las celebraciones en que festejamos el paso del tiempo es precisamente eso, admitir con contundencia que el tiempo vuela.

Estas uvas las he tomado en un ambiente tan agradable, tranquilo y relajado como nunca hasta ahora, en una casa en mitad de la nada entre Tarifa y Algeciras, que me ha dado lugar a trasladarme a las antiguas campanadas en casa de mi abuela, cuando mis tíos y primos lo inundaban todo y uno no era más que un niño o adolescente perdido entre tantos.

El haber disfrutado de los cubatas posteriores sentado en el sofá, oyendo buena música y charlando a ratos me ha permitido recordar la gente pasada, sobre todo la que ya nunca más estará, sin amargura, con emoción.

La evolución de los afectos en mi familia, mis complejos infantiles, el despertar al sexo, las temporadas de remo, la aparición del amor, la muerte de mi madre, el cambio del colegio por la universidad, los viajes por Europa, el paso de la universidad a Renault, mi primer clío, mi piso céntrico de Sevilla, la primera novela, mis años en París, el nacimiento de Iván, mi mégane, el descubrimiento de Nueva York, el encuentro del verdadero amor, el apartamento de Conil, los viajes por medio mundo, las alegrías de mi última novela, el proyecto eterno de su película...

Y todo este tiempo rodeado de gente fiel y de otra que fue yendo y viniendo.

Con lo que a mí me gusta disfrutarla y plantearle nuevos retos, las uvas sólo me fastidian por recordarme que la vida es finita.