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lunes, octubre 31, 2022

Pedir perdón

Tanto creo en la capacidad de perdonar como en la virtud de pedir perdón, algo tan sencillo esto último que sorprende que haya personas con la reputación por los suelos que no se digne a hacerlo. No tienen más que ganar si se deciden a confesar que cometieron errores, que se les fue la cabeza, que les pudo la avaricia, que dejaron de lado sus obligaciones, que se enrocaron en su desidia.

Hubo un tiempo en el que tuvimos un rey que hizo monárquicos a republicanos. Campechano, sonriente, conciliador, parecía un buen representante de nuestro pueblo, daba una imagen amable del país, se mojaba por nosotros.

Qué gran chasco nos llevamos.

Próximo a recorrer sus últimos días, podría conceder una entrevista, explicarnos qué ocurrió, decir cómo fue equivocándose, qué le hizo defraudar a nuestra Hacienda, aceptar regalos de dictaduras, mantener un matrimonio roto, enriquecer a su amante, gastar a expuertas en un país que sufría un empobrecimiento galopante.

No lo perdonaríamos, no. Pero siempre es una virtud pedir perdón. Hacerlo a pleno pulmón, lamentar haberlo estropeado todo, decirnos que no todo fue mentira.

Se le acaban las oportunidades de ofrecer su corazón y, luego, será demasiado tarde para siempre.

No tengo tiempo

Es la frase maldita. No tengo tiempo. A todo el que acepta mis consejos le invito a no utilizarla nunca.

Es una expresión que lleva implícitas demasiadas connotaciones negativas con poco que se analice.

Negativas hacia uno mismo, porque incluye incapacidad y soberbia. La incapacidad, por llevar una vida constreñida, donde se admite que no hay libertad de elección; la soberbia, porque al decirlo, estás lanzado un mensaje subliminal, de ego descontrolado, 'tampoco tengo tiempo para ti'.

Es negativa, además, hacia los otros, porque de alguna manera estás diciendo que tu vida está llena y la de los demás no, que a quienes te rodean les sobra el tiempo. No como a ti, que eres el centro de un planeta que no podría girar sin ti.

Tiempo siempre hay, incluso cuando la vida se te vuelve del revés. Por muy mal que vayan las cosas, muchos trabajos que encadenes, mucha gente a la que cuides... siempre hay tiempo. Debe haberlo, hay que buscarlo, debajo de las alfombras o dentro de la nevera, pero hay que encontrar para uno mismo esos momentos en los que hacer lo que a uno le venga en gana.

Cuando uno dice 'no tengo tiempo' está cerrando puertas y ventanas, y ahí dentro hay humedad, huele mal y se pasa frío.

viernes, octubre 28, 2022

O'Faolain

Cuando la religión te abandona, la ética funciona bastante bien.

Es una frase rotunda de la escritora irlandesa Julia O'Faolain.

A mí la religión me abandonó hace mucho tiempo, quizás el día en el que, con dieciocho años, enterré a mi madre. 

Eso, sin embargo, no implica que le pierda el sentido a la vida. Incluso puede que me hiciera más fuerte.

Los seres humanos no tenemos la capacidad de saber si existe algo más, aparte de nuestra limitada existencia en la tierra, por eso es importante asumir cuanto antes esa carencia, aprender a convivir con ella y aceptar que la regla fundamental de vida no debe ser otra que la bondad. El tratar a los demás como quieres que te traten a ti.

Si existiese un Dios, no podrá reprocharme gran cosa si actúo con honestidad. 

No hay que vivir con miedo, pero sí manejarse por el Amor, con mayúsculas, aunque suene cursi.

miércoles, octubre 26, 2022

Petra

Hay días en los que mi ciudad se me hace tremendamente divertida.

Paseábamos por Triana y Fran propuso un bar nuevo, Típico se llama; así que nos fuimos hacia allá. Aun recién inaugurado, buscaba recuperar la esencia de las tabernas antiguas, apuntando con tiza en la pizarra a los clientes en espera y llamando a voz en grito conforme van saliendo los platos.

No había sitio para nosotros, así que nos quedamos en la barra. ¡Qué me gusta la barra de un bar animado!

Hubo un momento en el que había tanta gente que empezamos a echarles un cable.

Perdona les interrumpía. No habéis apuntado a Joana.

Gracias, hombre.

Luego gritaban:

¡Victoria!

Y todo el mundo la buscaba entre las mesas.

Sacaban un plato de espinacas con garbanzos y yo les señalaba que no era para esa pareja, sino para aquel señor mayor.

Simpáticos e ingeniosos, agradecían de buen grado los capotes que los clientes les echaban desde la barra.

¡¡¡Petra!!! Gritó uno de ellos, para llamar a la siguiente clienta de la pizarra.

Entonces ocurrió lo inesperado. Dos mujeres, cada una en una punta del bar, gritaron:

¡Yo!

Pero ¡cómo va a haber dos Petras en un mismo bar en Sevilla!

Se hizo un silencio y yo me metí en mi plato de solomillo al whisky.

Molestar

Yo soy de poco molestar.

Me pongo en la piel de la persona a la que tengo que acudir y me planteo todas las posibles alternativas antes de solicitarla, sea para lo que sea.

Quizás sea un reflejo de cómo quisiera que me trataran a mí, pero no soy tan asocial. A mí me gusta que me enreden, que me pidan y propongan. Soy facilón.

Otra cosa es estar al otro lado de la barrera. Salvo para invitar a una cerveza o quedar para dar un paseo, me freno de forma no premeditada antes de descolgar el teléfono, porque no me gusta interrumpir, ni incordiar, ni forzar a la gente a posicionarse.

Tal vez sea miedo al rechazo. Y el miedo al rechazo venga de un ego mal gestionado.

En todo caso cada uno actúa según entiende que se siente más feliz.

Y a mí, qué le voy a hacer, me gusta no molestar.

martes, octubre 25, 2022

Chino

Además de trabajador, es simpático.

No hay hora a la que pase en la que no tenga el negocio abierto. Encuentras todo lo que se te ocurra y, por muy raro que sea, se sabe todos los precios de memoria. O quizás se los invente sobre la marcha.

Cuando entras a media tarde está medio adormilado, con una pequeña televisión emitiendo un serial en su idioma. Hay mañanas en las que está en cuclillas, tal vez haciendo ejercicios de meditación. Por las noches a veces le acompaña su esposa.

El local no puede ser más cutre, pero ahí está el hombre, defendiendo su negocio.

No sé qué educación ha debido recibir el pueblo chino para generar ciudadanos tan trabajadores. Echan doce horas diarias, no cogen vacaciones, no se les ve tomando cervezas.

Trabajar, trabajar, trabajar... No sé qué hay detrás de esos negocios, quiénes los surten, si hay quién los vigile, si hay alguien que pida cuentas. Desconozco hasta qué punto se han endeudado, cómo hicieron para salir de su país, qué perspectivas tienen, qué desean para sus hijos. 

Trato de imaginar cómo de felices son, con una vida tan previsible.

A mí, despistado por excelencia, me viene muy bien tenerlo abajo de casa, porque siempre hay algo que se me olvidó comprar.

Yo entro en esa tienda en penumbra como si lo hiciera en casa ajena, no queriendo molestar.

Viven entre nosotros y son unos perfectos desconocidos.

sábado, octubre 22, 2022

Premio

Me habían llamado para decirme que era finalista de un premio internacional de novela.

Yo iba conduciendo camino de casa de mi padre y el grito que pegué en el coche debió resonar en toda la Avenida de la Palmera.

Llevaba tanto tiempo escribiendo, tanto tiempo intentándolo, que recibir una llamada anónima, de gente especializada en literatura, para decirme que mi propuesta les había parecido merecedora de semejante honor, fue para mí un empujón enorme para creer que algún día sería escritor. 

Al llegar a su casa y contarle la noticia, mi padre me dio un abrazo de los que no se olvidan.

Días después se dio el fallo definitivo, y no fui yo el ganador.

El jurado lo formaban cinco escritores de reconocido prestigio, así que aproveché que uno de ellos firmaba en una librería de Sevilla para acercarme, con toda la ingenuidad, y decirle que yo era el autor de la novela finalista. 

Él me confirmó que les había entusiasmado.

Pero... provoqué.

Pero... es una historia demasiado triste para ser comercial.

Arroz a la cubana

Se me solucionan todos los sinsabores con un arroz a la cubana.

Como una zanahoria a un conejo, yo arreglo una dura mañana laboral sólo con pensar en ponerme ese platazo, con salsa casera de tomate preparada con mucho chup-chup.

A fin de cuentas, la felicidad la encuentra uno con facilidad en lo sencillo, cuando confirmas que en la vida no hay más, que nadie levita ni vive en orgasmos infinitos. 

Cuanto antes se aprende, antes se despeja el camino.

Que todo el sentido de la vida puede estar en un arroz a la cubana (con tomate casero).

Impaciente

Entre las muchos defectos que trato de corregir, está mi eterna impaciencia.

Es cierto que los años ayudan a mirar las cosas con ojos más calmados, pero aún así siempre hay tics que me delatan y me llevan a reflexionar por qué me entra cierta ansiedad cuando una persona tarda más de la cuenta en pagar en la caja del supermercado o en arrancar el coche tras un semáforo en rojo.

Me he criado en una familia así, con un toque de ansiedad en el día a día que no es nada bueno para la salud.

Hay veces en las que me veo a la carrera sin ninguna necesidad de correr.

El tiempo ayuda, eso sí, a entender que los ritmos son calidad de vida cuanto menos se aceleran. Ésa es la primera condición para cambiar, saber cómo no quieres ser. La segunda condición es voluntad de actuar diferente, respirar más hondo, preguntarte a cada asalto de las prisas, qué tengo tan urgente por hacer. 

Ay

Ay, los amores.

Esos amores pasados que aparecen, el día menos pensado, al oler un perfume por la calle, que te asaltan en un sueño con escenas lejanas, a quienes te lleva el nombre de una ciudad, una expresión coloquial o un modelo de coche.

Personas que fueron para ti lo más importante en tu mundo y ya no son nada, se los ha tragado la tierra, no tendrías forma de dar con ellos, aunque sea para decirles no me acuerdo casi nunca de ti.

Porque el nunca no existe, nunca existe, no cierras del todo las heridas, el recuerdo, la atracción que hubo, las cosas que os dijisteis.

Lo bueno es cuando esas personas aparecen siendo tú feliz, protegido por la guarida del verdadero amor, para demostrarte que un día lo quisiste, de verdad, pero que ese tiempo ya pasó.

Ya que los quise, los quiero. Son parte de mí.

jueves, octubre 20, 2022

Autoridad

Era un niño muy pequeño de estatura, con un parche en uno de los cristales de mis gafas, que vivía feliz, porque tuve la suerte de nacer con una fuerza interior que actuaba como repelente de los malos de la clase.

Tenía todas las papeletas para ser el hazmerreír, bizco, con patitas de gorrión, introvertido. Por entonces no sé si supe analizar la situación, solo soy consciente de que me acoplé una armadura invisible que me hacía evitar cualquier chanza sobre mí. A pesar del ojo tapado, debía de tener una mirada aterradora con tan pocos años.

Es más, mi debilidad la convertí en fortaleza y los grandes me protegían. Echo la vista atrás de esos años de entonces y me siento un chaval terriblemente cuidado por sus compañeros de clase.

Es una consigna de vida que he mantenido hasta el día de hoy, que nadie me falte al respeto. En muy contadas ocasiones se ha roto la magia.

Cuando leo noticias en el periódico de niños que sufren bullying, me gustaría acercarme a su cole y decirles que no se arredren, que no muestren sus miedos ni debilidad, que no den un paso atrás, aunque, en el fondo, sé que no todos nacieron con mi armadura invisible ni esa mirada de un solo ojo que quitaba la fuerza a los de siempre.

Novelistas

Soy de aquéllos a los que les gustaría llenar la vida de momentazos; que pagaría por conseguir que los días no se repitieran nunca. 

Me llevo mal con la rutina, lo previsible; quiero vivir, al menos, alguna experiencia nueva cada poco tiempo, como bofetadas amistosas con las que evitar adormecerme con el elixir de lo confortable.

Las cosas no son así; el río revuelto de la adolescencia se vuelve cada vez más calmado, el paisaje más uniforme, las compañías más estables, y no se está mal. De hecho, para eso nos han educado, en eso consistía la vida sana, exitosa, deseada. En conseguir creer que lo tenemos todo bajo control.

De ahí que exista la ficción, para que los momentos de tensión que no llegan a diario los podamos buscar en un papel o en una pantalla de cine, para vivir instantes que nos meneen por dentro sin poner en peligro nuestra estabilidad emocional. Puros mirones de realidades ajenas.

Yo comprendí hace mucho que ni siquiera eso me bastaba y fue la raíz de mi presente como novelista. Tener yo mismo el control de esos momentos que dejan sin aliento, creando escenas que te dejen con el corazón en un puño, poniendo explosivos emocionales por aquí y por allás en un mundo inventado, construyendo escenas en las que personajes bien definidos se pongan de vuelta y media, donde abunden las sorpresas, los reencuentros, los abrazos, las miradas cómplices y los diálogos en carne viva.

Soy, en el fondo, tan simple, que me creo mis universos, que convivo con ellos de por vida desde que aparecen de la nada. Sus dudas, sorpresas y aventuras se hacen mías, como afluentes de aguas bravas de ese tranquilo río caudaloso, que me permiten escapar de vez en vez de lo tranquilo, para revolearme fuera de control, antes de volver a la dulce nicotina de lo de siempre.

miércoles, octubre 19, 2022

Generoso

Soy tan generoso, que muchas veces lo soy incluso con cosas que no son mías. Me entra la emoción e invito a gente a cenar a la casa de un amigo o propongo que se apunten a excursiones que no he organizado yo.

Una noche de fin de año, con la euforia del champán, me asomé a la terraza de mi amigo Alfonso. Un par de chavales me felicitaron desde la calle y yo les animé a subir.

Les presenté a todos mis amigos, les ofrecí una copa y continué a lo mío, hasta que Alfonso vino a buscarme.

¿Tú de qué conoces a estos dos?

De nada. ¿Por qué?

Habían robado el bote más caro de colonia del baño. Por suerte los cacé antes de que se fuesen y les hice sacar todo de los bolsillos, con una autoridad que a mí mismo me sorprendió.

Vergüenza me dais cogí el tarro y les grité. ¡Fuera de aquí!

No sé si es sano pensar, de primeras, que todo el mundo es bueno.


martes, octubre 18, 2022

Bethania

Eran las tantas de la madrugada y yo había pasado la noche en la discoteca donde ponían copas mis hermanas.

Estaba descubriendo la vida, todo por entonces era novedoso, incluso esaos chupitos que me hacían perder, por primera vez, la compostura.

Mi amigo Quino estaba en Brasil de prácticas y me trajo un disco de María Bethania, con quien caí rendido de inmediato. Tenía puestas sus canciones a todas horas y las sabía recitar con un portugués destartalado.

Esperé a que mis hermanas terminaran de currar, ya casi amanecía, y les propuse, a ellas y sus amigos, con la borrachera propia de un adolescente, cantarles una canción de la Bethania.

Chega de tentar, dissimular e disfarçar e esconder o que não dá mais pra ocultar... Aún recuerdo hoy la letra, de esos tiempos, en carne viva.

Los tenía en corro, en torno a mí, pero tantos ojos me hacían perder el hilo de la letra. Se reían a carcajadas y yo suplicaba por que me dejaran empezar de nuevo.

Chega de tentar...

Y me perdía otra vez. Iba perdiendo el equilibrio. Abría los brazos para cantar y volvía a equivocarme. 

Así hasta que me caí de espaldas, en forma de cruz. No tuvieron reflejos para evitar la caída y allí seguía yo, bocarriba, cantando por la Bethania.

Desinhibido, dolorido, feliz, con todo el futuro abrazado en esos brazos abiertos.

Praims

De los padres copiamos sin querer manías, que integramos como conductas naturales al haberlas observado desde siempre.

Mi padre, por ejemplo, era tremendamente vergonzoso. Para cambiarse de ropa cerraba todas las persianas, no fuera a ser que nos viera la vecina de enfrente. Yo aún sigo echando abajo los estores cada vez que me voy a vestir.

Había un anuncio de los años ochenta que le ponía especialmente nervioso, el que anunciaba unos caramelos de la marca Praims. Una mujer con los ojos muy grandes los masticaba y al final decía ¡Qué cosas tiene mi novio!

Nunca llegábamos a esa exclamación, porque ya mi padre se había levantado y cambiado de cadena.

A mí me pasa igual, pero con el de Flogoprofen. Veo aparecer el anuncio y ya me lanzo a por el mando para apagar la tele antes de que canten 'Flogoprofeeeeeen'.

Lo bueno es que muchas veces se me olvida volver a encenderla.


sábado, octubre 15, 2022

Cruel

Hay gente cruel que se cree graciosa.

Hacía tiempo que no iba a casa de mi amiga de la infancia, tanto como el tiempo que llevaba sin ver a su madre. Era entrar en un mundo que ya había desaparecido para mí.

Borete, te estás quedando calvo. Pero qué gordo estás se despachó la mujer, entre risas.

A mí se me ocurrían mil adjetivos para describir a esa señora que me acababa de encontrar tras media vida sin verla, pero supe ser tan elegante como siempre y sonreír.

—Tenía muchas ganas de verte —respondí.

Aquellos que se mofan del físico, de la forma de hablar, de tu vestimenta o de la vida que lleva cada cual son individuos de los que me alejo como si los poseyera el diablo, porque algo de diablo hay en ellos.

No hace falta tener mucha sensibilidad para saber que al tuerto no debes llamarle tuerto, ni al cheposo decirle que tiene joroba, ni a quien tiene los ojos saltones recordarle que los sigue teniendo. Ellos ya lo saben mejor que nadie.

Lo grave es que, entre risitas autocomplacientes, no quieren darse cuenta del mal que hacen.

Nubosidad

Es una delicia entremezclar la ficción con la realidad.

Le pedí el Opel Kadett a mi padre y enfilé la autopista de Cádiz. Estaba llegando al final de la novela de Carmen Martín Gaite y tenía que estar allí, en la calle Amargura de Puerto Real, sentir el olor a barro, a sal, el viento de levante, otear los astilleros, recrear su mundo, meterme en él.

Si me piden consejo sobre alguna novela siempre aparece 'Nubosidad variable'.

Quizás tenga que ver por mi perdición con la mujer madura, quién sabe si producto de haber perdido a mi madre tan joven, tan guapa, padezco un complejo de Edipo que me acompañará hasta la tumba. Lo que sé es que yo hice de mirón en esa historia, la de una amistad recuperada entre dos mujeres que ya trazaron sus vidas y contemplan en la otra lo que habría sido de ellas de haber intercambiado los caminos.

Yo me acerqué al lugar donde la que decidió ser psicóloga e independiente escribe cartas, acerca de sus historias de amor y de su soledad, a quien eligió dedicarse a su familia y dejar de lado sus ansias de ganarse la vida como escritora.

Me paseé la calle Amargura mientras terminaba el libro, pude entender el paseo que se dio por allí Martín Gaite, olí lo que ella olió y me emocioné sintiéndome parte, intrusa, de esa ficción tan real.

viernes, octubre 14, 2022

Tremendo

Paso por períodos en que me pongo tremendo con algo.

De golpe simplifico al máximo en mi mente, de forma irracional, a un colectivo. No tienen por qué ser los rusos, podrían ser los camareros, o los presentadores de telediarios, o los ingenieros industriales, o los mismos sevillanos.

Algún cable hace contacto en mi cerebro y, por algún gesto, unido a una expresión o a un comportamiento inesperado, de pronto ya esa colectividad, sin que ninguno se libre, es toda ella arisca, frívola, prepotente o cualquiera sabe lo que dispone mi cabeza.

Entonces viene el trabajo de recomposición, no, que todos los italianos no son así; de buscar ejemplos, ves, ése no es idiota; de buscarles otros adjetivos, mira, también son personas atentas; de leer acerca de ellos, para saber qué hizo que parezcan como yo siento que son.

Porque el estereotipo salta rápidamente a tu cabeza y uno lo compra sin más. Todos los de esa religión son de aquella manera, ¿o es que no lo ves? Mira esa tipa cómo se comporta, no es de extrañar, es de aquel país. No sabe conducir, claro, nació allí en...

¡Es lo fácil!

Luego lleva meses descomponer esas teorías infames y volver a confirmar que toda persona es un mundo imposible de clasificar.

miércoles, octubre 12, 2022

Larga

Me gusta la gente larga.

Esa mezcla de inteligencia, descaro y picardía que hace que capten todo a la primera sin necesidad de explicaciones. Personas muy vividas a las que les basta un movimiento de ojos para comprenderte.

No es fácil encontrarlos, pero yo tuve la suerte de casarme con alguien así.

Son personas observadoras, de verbo fácil y humor del bueno, intuitivas, perspicaces, empáticas, que cogen al vuelo lo auténtico, como sabuesos en busca del mejor hueso.

A mí gusta provocarlas, por ver cuánto juego dan.

Todo el estímulo no lo va a proporcioar el físico, un bellezón puede hacer que te tiemblen las piernas, pero si detrás no hay un cerebro a un alto nivel, el erotismo acaba yéndose por el desagüe.

El riesgo de la gente larga es que, si no espabilas, se puede cansar de ti.

Ombligo

Si hay una parte de mi cuerpo que me da repeluco que me toquen, ésa es el ombligo.

Fran lo sabe.

No pierde oportunidad, cada vez que me descuido, para meter el dedo ahí.

—¡Fran!


—Perdona, no me di cuenta —responde, guasón.

Es una manía visceral, desde pequeño, que alguna explicación tendrá en mi subconsciente, algún percance en la infancia o quién sabe si en el parto, pero hay algo ahí que me da grima. Esa parte de nuestro cuerpo que no es sino un nudo hecho, aprisa y corriendo, para desconectarnos físicamente de quien nos dio la vida.

Hay días raros en los que Fran viene tristón a casa, hay tardes contadas en las que nos peleamos, hay noches, muy pocas, en las que no me hace caso.

Entonces yo me acerco, me levanto la camiseta y le digo:

—Tócame el ombligo.

martes, octubre 11, 2022

Grifo

De pequeño soñaba con tener un grifo que echara chocolate blanco.

No lo soñaba durmiento, sino despierto. Calculaba que, cuando tuviera dinero, podría hacer lo que quisiera en mi propia casa y me extrañaba que a nadie se le hubiese ocurrido esa idea.

Un grifo para el agua y otro para el chocolate blanco.

Era muy goloso.

La vida me demostró que las cosas serían muy distintas y la realidad mucho más prosaica. Tuve mi casa con grifos de agua como las de los demás, e incluso tuve que admitir que ser tan goloso era un puñetazo a mi salud.

El futuro no se pintaba de colores tan vivos.

Ahora sueño con esa cocina de dos grifos, pero cuando estoy dormido, como tantas otras fantasías que no se cumplirán, pero me acompañarán siempre en ese mundo infantil que aún habita en mí.

Muchos días me despierto feliz.

sábado, octubre 08, 2022

Desubicado

Anoche salí a cenar sin móvil, por olvido.

El primer impulso fue el de volver al garaje, subir a casa y recuperarlo. Pensé, de forma instintiva, que si pasara algo importante siempre darían con Fran.

-¿Llevas tu móvil?

-Sí -me contestó.

Camino hacia Triana pensé en la situación como un esclavo al que quitan los grilletes. No voy a poder hacer fotos, me decía. ¿Y si me llaman mis hermanas?, me preguntaba. ¿Cómo irá el fútbol? ¿Habrá nueva ofensiva ucraniana en Rusia? ¿Tendré algún email de la aplicación que compré por la tarde?

Reconozco que antes de la primera tapa busqué varias veces el teléfono en mi pantalón, que en la conversación surgieron algún término que me hizo pensar buscarlo en Google, que cuando dijimos de volver a quedar quise mirar el calendario.

Pero ¡qué buena noche pasé! Cómo disfruté escuchando a Elisa, a Joaquín, a Marina... Metido en sus historias de amor, sus trabajos, sus niños, en las bromas de Fran, en observar a los clientes del local, las vistas del río con una tranquilidad desconocida.


viernes, octubre 07, 2022

Tierno

Me enternece pensar en los tiempos aquellos en los que salía a pasearme las calles de Sevilla sin rumbo fijo ni hora de vuelta, cuando quedaba en cualquier sitio a cualquier hora porque los amigos eran más fáciles de convocar. 

No había rutinas que nos anclaran a la casa, ni agotamientos laborales. Alguien llamaba al telefonillo del portal y yo bajaba, a tomar café por la Alameda para arreglar el mundo, porque el mundo estaba por encima de nosotros, a tomar un helado sentado un banco de la Plaza de San Pedro, a empalmar con unas cañas en el Salvador.

Sin leyes.

Esos tiempos de clandestinidad, sumergido en mi doble vida particular, anotado a mil tertulias, esos años en los que todo el dinero que hacía me lo gastaba en viajar. Esos viajes con mochila donde lo menos importante era dónde cenar, sino hacerse todas las ciudades posibles, encontrar conversaciones en inglés en paradas de autobús, decir que sí a desconocidos. Probarlo todo, dejarse llevar, volar en tierra.

Echo de menos llegar al Sopa de Ganso, con dos cervecitas de más, y pedir pechuga con bechamel.

jueves, octubre 06, 2022

Relaciones

Que las relaciones humanas se rigen por una relación de equilibrios es de las lecciones más difíciles de aprender.

Por mi vida han pasado no pocas personas que me han atraído mucho, a las que me encantaba escuchar hablar o su forma de enfrentar los desafíos, y que sin embargo no vieron el atractivo personal en mí. 

Admitir que uno no gusta a gente que te interesa es una pastilla difícil de tragar, pero el ser humano funciona así.

Se puede intentar estirar las relaciones a base de compasión, coacción o estratagemas, pero cuando una de las dos partes no siente necesidad de la otra poco hay que hacer.

Cuando se echa en cara a alguien que no devuelve la llamada, que no se acuerda de su cumpleaños, que no le invita a una cerveza, no tiene argumentos sólidos. Si no lo hace es porque no le interesas, al menos no lo suficiente.

No se pueden echar en cara las emociones y preferencias de cada cual.

Entenderlo a tiempo es vivir mejor.

No vale arrastrarse.

miércoles, octubre 05, 2022

Alienación

La alienación laboral conviene descubrirla joven, para no llevarte el chasco en la jubilación de que no eras imprescindible.

Yo tuve la suerte de verlo claro desde el principio, tal vez por trabajar en un sector excesivamente técnico o por no hacerlo de forma vocacional. Entendí, ya desde los primeros días, que tenía un compromiso serio con mi empresa, que tenía que luchar por los objetivos que me marcaban y que no debía defraudarles.

Punto.

Llevarse los problemas del trabajo a casa, hablar repetidamente de ellos con los amigos, perder horas de sueño pensando en cómo resolver un tema es una forma insana de entender nuestro vínculo con quien nos contrata.

De todos los años que llevo en mi empresa, muchos, lo mejor que me ha pasado, sin duda, es encontrarme con personas que me han hecho mucho bien. Mi emoción viene con ellos, no con gráficos de colores que apuntan hacia el cielo.

Hablaba hace unos días con una de esos compañeros de los que tanto aprendí, ya jubilado, y confesaba haber sido muy fatiga en el trabajo. Me razonaba, a toro pasado, que la realidad de las cosas la entendió después.

Yo lo vi claro el primer día, cuando entré en ese enorme fábrica de cajas de cambio sevillana. Quería hacerlo bien, quería ser brillante, pero tenía, y tengo, muchas otros proyectos a los que atender y mucha vida al otro lado de esos muros. 

Tenerlo claro es estabilidad emocional, presente y futura.

Machistas

Las mujeres, a veces, son las peores machistas. 

Tal vez sin quererlo, pero ya desde pequeños nos atribuyen roles en los que vamos cayendo, que hace que la niña acabe viendo el polvo de los muebles y los niños el enchufe estropeado.

En estos tiempos en los que no hay respiro, con cada vez más mujeres trabajando fuera de casa, la esperanza es que se reparta, de una vez, la educación de los hijos, que hasta la pasada generación estuvo pegada a las faldas de la madre. La madre protectora, trabajadora, servicial que acaba introduciendo en la mente de las niñas que una mujer está para eso, para cuidar de la familia.

Que ella se haya incorporado al mercado de trabajo es el mayor bien que se le puede aportar a la sociedad, porque quita testosterona a las empresas e instituciones, que falta hace, y promueve un reparto equilibrado de las tareas del hogar.

Que un niño vea a su padre con la plancha es la mejor forma de promover la igualdad.

Equivocarme

Soy partidario de equivocarme mucho.

Tal vez ese sea uno de mis principios vitales y a ello va unido mi disposición a decir a todo que sí.

Las equivocaciones vienen, por muy sesudas que sean las reflexiones previas acerca de una decisión a tomar, por eso siento que es mejor tirarse al río con pocos miedos. Lo que tenga que venir, vendrá, pero que no quede por mí.

La vida me hubiera tratado peor, seguro. No habría viajado a tantos países, conocido tanta gente, escrito tantos libros o vivido tantas anécdotas de haber buscado la perfección.

Meditar mucho cada paso a dar lleva a no dar los pasos suficientes. Y yo no quiero vivir con freno.

Siempre que me han propueso algo, ha podido más la curiosidad de lo que podría ocurrir que las ganas de encerrarme en mi habitación.

martes, octubre 04, 2022

El loco

Que no todo tiempo pasado fue peor lo demuestra el Loco de la Colina.

En una época en que no todos los programas se hacían en Madrid, este periodista particular llenaba desde Sevilla las habitaciones de media España con sus silencios al caer la madrugada.

Recuerdo a mi madre en la casa de la playa, con la radio puesta y cómo yo me sentaba al lado, bajo un cielo estrellado, a escuchar sus conversaciones pausadas, la música de violín, las risas exageradas.

¿Dónde quedó el tiempo de la escucha? Salvo que lo forcemos nosotros, el mundo que nos hemos construido no deja hueco para programas en los que se ponga en el centro a la palabra, la emoción, el relato.

Si algo nos enseñó Quintero es el arte de escuchar. Quedarnos callados y escuchar. Darle valor a nuestro interlocutor. Decirle aquí me tienes, no hay prisas, quiero saber de ti.

domingo, octubre 02, 2022

18 grados

Ese día tuve mi primer sexo.

A pesar de lo desastre que fue, yo iba eufórico de vuelta a casa de mis padres en mi vespa negra, gritando de vez en cuando al viento de Sevilla. Había sido un desastre, pero ese chaval, diez años mayor que yo, me había tratado muy bien y yo había atravesado una frontera que se cruza solo una vez en la vida.

Llegué entonces a la rotonda, junto al campo del Betis, que enfilaba ya para mi casa. Un panel electrónico indicaba la temperatura. 18 grados.

Del mismo modo que el sistema métrico tiene su patrón en un museo de París, yo tengo el mío de temperatura en esa rotonda, esa noche, con esa cara tonta de felicidad.

Se pasa frío en la moto, pero es un fresco agradable cuando frenas. Basta con acariciarte un poco los brazos para entrar en calor.

Cuando el hombre del tiempo pone el mapa, observo aquellas capitales donde hace 18 grados y puedo sentir, sin asomo de duda, el día que pasarán.

sábado, octubre 01, 2022

Adolescentes

Vemos a los jóvenes con el bigotillo incipiente y a las niñas con el pecho recién insinuado, e inmediatamente pensamos en lo bien que viven.

Relacionamos felicidad con juventud cuando, al menos en mi experiencia, la adolescencia es la etapa vital en la que más se acaba sufriendo, porque todo son incertidumbres acerca de qué serán, con quién acabarán, en qué trabajarán si consiguen no quedarse atrás, no volverse bichos raros, encontrarse solos en un futuro que los podría tragar con sus grandes fauces para llevarlos a un universo que se presenta ingestionable, en un período en el que, para provocar aún más el caos, aparece el sexo como regalo y como tabú.

En medio de una incontrolabe explosión de hormonas que los convierten en cobayas químicas, en la adolescencia todas las decisiones son arriesgadas, más arriesgadas en todo caso que las que tomamos cuando nuestra vida se compone de ciertas certezas.

Tomar partido por uno u otro amigo, estudiar esto o aquello, recluirte en tu habitación o golfear, vestirte como el vecino o convertirte en gótico. Todo se hace un mundo, porque empiezan a entender que decisión que tomen es camino que dejan de recorrer.

Yo los veo en corrillos por el centro de la ciudad, lacios, de risa fácil, arrejuntados como en rebaño y me digo ¡qué despistados están!

Admiración

Esta mañana me crucé con un joven de piernas delgadísimas, y largas como un camino. Mediría dos metros de alto y tenía enormes ojeras. Traté de que no viera que yo lo miraba, así que cuando pasó a mi lado me entretuve en un escaparate de violines al otro lado de la calle.

Antes sentía una estúpida compasión, que con el tiempo se transformó en admiración, por la gente con físicos así de particulares.

Pasé de considerar sus singularidades como defectos a verlas como cualidades, porque tener unas piernas muy largas, una mancha grande en la cara o un brazo más largo que otro es una herramientas que la vida les ha dado para hacerse más fuertes desde pequeños.

Yo, que paseo por la calle sin que nadie se fije en mí, no sabría cómo llevaría el que, al cruzarme con desconocidos, me convirtiese en el centro de atención. 

Deben hacerse fuertes, aprender a mirar de frente, sin hacer caso a los curiosos, perdonavidas, compasivos y ridiculizadores. Si consiguen atravesar esa barrera de no dar importancia, desde jovencillos, a lo que piensen de ellos, entonces acelerarán su comprensión del mundo y de las relaciones humanas.

Yo pierdo pie con quien luce diferente, porque me gusta la gente fuerte.