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viernes, julio 31, 2009

Solo

Una de las mejores señales de que se está madurando positivamente como persona lo marca, a mi entender, la capacidad para estar solo.

Puede resultar sencillo decirlo para alguien que, como yo, lleva tantos años de vida afectiva plena, estable, de amor intenso y correspondido.

Tal vez una de las claves para el éxito de mi vida en pareja es la oportunidad que nos damos mutuamente para encontrarnos en nuestras burbujas de soledad.

Cada cierto tiempo necesito pasearme la ciudad por la noche, vagabundearla, a solas.

Se me vienen a la mente muchos nombres de gente a la que quiero que no sabe estar dos horas seguidas sin coger el móvil y llamar a alguien. Para contarse nada.

Es duro y purificante que pase un fin de semana completo sin que suene el teléfono, sin que te escriban un correo.

No me gusta llenar el silencio con conversaciones huecas.

Adoro el silencio, los espacios abiertos para caminarlos, los libros cuando se leen en una cama amplia, prepararme un gintónic con música de Suzanne Vega, conducir oyendo las noticias y dejar que tu mente razone con presteza, que profundice, que digiera cómo va el mundo.

Esta terriblemente compleja vida se ve con otros ojos, más llenos, cuando tenemos la fortaleza de mirarla de frente sin confirmar, de reojo, si tenemos ángeles guardianes protegiéndonos.

Cuando te descubres feliz en un asiento aislado de una sala de cine, sin pensar en qué dirán, tienes mucho ganado para conquistar el cariño de los demás.

Poca gente más atractiva que aquella que sabe manejarse por ella misma.

No hay mejor seducción que la fortaleza de saberse capaz de por sí, mejor amor que el dado por una persona serena.

Por mucha gente que tengamos alrededor, sea triste, duro o no, pasamos el noventa y mucho por ciento de nuestra vida nosotros con nuestros pensamientos, nosotros con nuestras miedos, cavilando, hablando con nuestro interior, dándole vueltas a lo más nimio y a lo que no. La cabeza siempre dando vueltas, sin compartir con el exterior más que una mínima parte, siempre con los límites del lenguaje, las trabas de saber expresar qué hay aquí dentro.

La felicidad es paz interior. Complicada de luchar.

domingo, julio 26, 2009

Tres mujeres

En estas últimas semanas he vivido de cerca historias frustradas de tres mujeres que me importan mucho.

En los tres casos coincide un factor: tres hombres que no valen un pimiento.

Historias de sexo disfrazadas de virilidad, cafés de media tarde a escondidas de sus esposas, promesas de estar disfrutando la mejor de las historias mientras a otras mujeres en lugares no lejanos les están contando la misma película.

Me gusta escuchar. Prefiero no dar consejos que no sé si serán correctos. Mejor escuchar e indignarme, mostrarme cercano y comprender sus desazones.

No todo vale en este mundo. No por ser una sola vida se tiene que vivir a costa de los sentimientos de los demás. La fidelidad debe ser, a mi entender, un grado.

Es fácil pensar ‘ojos que no ven, corazón que no siente’, pero es de una falta de respeto impresionante estar calentando la cama de otras personas sin decirlo, mientras promesas vagas llenan los huecos entre cerveza y cerveza.

Siempre hay una parte de culpa, importantísima, en quien se deja engañar, en quien asume juegos con quienes no van de frente. Acostarse con una persona casada es una opción que se puede tomar, pero es frecuente salir escaldado, por muy tranquila que se tenga la conciencia, por muy libre de ataduras que uno esté.

Yo, personalmente, no podría mantener una historia de amor con alguien que tiene un compromiso y duerme abrazado a otros brazos.

A estas tres mujeres a las que adoro sólo les sé aconsejar una sencilla palabra: dignidad.

miércoles, julio 22, 2009

150 años

Yendo al trabajo esta mañana, hacia una fábrica francesa en las afueras de París, escuché en la radio una entrevista a Raphaël, un cantante joven, compositor de sus letras, de su música. Un tipo de éxito.

El no vivir ya en París me hace desconocer su album 'Caravane'. De hecho, hasta hoy, sólo conocía de él su nombre. Ni siquiera una melodía, un estribillo.

Su voz en la radio era suave, tranquila, con cierto aire de tristeza impropio de su juventud.

Le preguntaron por una canción. El chaval explicó que la letra procedía de una frase que le repetía su padre cuando él era un niño, en la época en que el mundo se le venía encima a cada momento por problemas irresolubles para él.

''Tranquilo, Raphaël, dentro de 150 años nadie se acordará de ello''.

Esta tarde ando paseándome la ciudad de Mons, al sur de Bélgica, en mi enfermedad bien controlada de búsqueda de nuevas ciudades y paisajes.

Me estoy tomando un café frente a la estación de tren, tras haber subido y bajado cuestas de esta ciudad tranquila. No sé de dónde viene el nombre de Mons, tengo que investigarlo. Sé que, como ciudad fronteriza, ha sido destrozada en los últimos siglos por franceses, holandeses y españoles. Aun así, mantiene la figura, con hermosos edificios de piedra azul.

No sé si tendré tiempo de comprar el disco de Raphaël.

En la entrevista nombraba frases retenidas de su madre, pero no las recuerdo.

Tengo un amigo a quien también le gusta escribir, que me dice tener otro punto de vista sobre la literatura. A él no le interesan las calles de Nueva York, ni las costumbres de otros sitios, de otras gentes. Él, me dice, tiene todo su mundo en su habitacion, con una lata de cerveza y un pitillo.

Me parece hermosa su reflexión.

Voy a pagar el café y seguir paseándome las calles de Mons. El monstruo que hay en mí necesita combustible.

El combustible tiene nombre de disco esta vez, y se llama 'Caravane'.

Tal vez dentro de 150 años siga sonando la frase del padre de Raphaël en las ondas de emisoras de radio hoy inexistentes.

viernes, julio 17, 2009

Túnel bajo el Louvre

Tuve la fortuna de trabajar tres años en París. Desde un principio tuve claro que sacrificaría la comodidad de vivir junto a mi lugar de trabajo, en las afueras del oeste de la ciudad, por la calidad de vida que supondría hacerlo en el centro. La empresa me ayudó, de forma que me decidí por un pequeño apartamento en el Boulevard de Port Royal, a escasos cien metros de los jardines de Luxemburgo.

Mi ritmo vital había cambiado de golpe. A la avalancha de información en todos los sentidos que suponía la ciudad, a la oportunidad de expresarme en otra lengua y de viajar con facilidad por el centro de Europa, de conocer otras gentes, de disfrutar de fines de semana paseándome las orillas del Sena, se unían otras particularidades menos agradables.

Llegar al trabajo me suponía 45 minutos en coche la ida (no había combinación de metro posible) y más de hora y cuarto la vuelta (con suerte). Pasé por todas las fases de desespero, respiración profunda, cursos de inglés en CD, revistas para aguantar los parones… hasta que mi cuerpo se hizo. ¡Echaba tanto en falta los cinco minutos que necesitaba para llegar al trabajo desde mi casa sevillana!

Probé todas las rutas posibles. Por las autopistas exteriores, por el periférico, entrando por distintas ‘portes’, sumergiéndome en las calles del centro… Decidí que la mejor opción era entrar por la Porte Saint Cloud y tomar la voie Georges Pompidou, una vía rápida que transcurre por la rive droite del Sena. En un momento dado subía hacia el puente del Alma y en la plaza de la Concorde me unía a la confluencia de la avenida proveniente de los Campos Elíseos.

Ahí llegaba el nudo gordiano de mi historia.

Para poder acceder al túnel que me permitía desembarazarme del atasco, un gran pasadizo de varios kilómetros que discurría paralelo al Louvre, tenía que hacer lo posible por encontrar huecos que me permitieran pasar del carril más derecho, del que yo provenía, a justo el otro extremo de esa inmensa avenida.

Peleaba, a diario, con el malhumor parisino (expertos en no hacer sonar el claxon pero a desgañitarse con maldiciones desde el interior de sus coches). Pero conseguía llegar, casi siempre, al túnel que me llevaba a las puertas de mi casa.

Entonces me daba por reflexionar sobre el alma humana.

Observaba un porcentaje altísimo de conductores que suplicaban por que les hicieran un hueco en su intento de entrar en la fila afortunada del túnel pero, una vez allí, maldecían, chuleaban, impedían a toda costa que ningún otro conductor entrase en tan mágico pasadizo.

Yo observaba y lamentaba el profundo egoísmo humano.

El túnel del Louvre es paradigma de la condición humana. Cuando se trata de pedir… y cuando se trata de dar.

lunes, julio 13, 2009

Dudas meditadas

Hace pocos días un amigo me preguntaba por mi opinión acerca de las centrales nucleares. Le comenté que mi posición respecto a este tema era de un bloqueo reflexivo.

Hay numerosas cuestiones a las que dedico mucho tiempo de reflexión sin llegar a tomar posición.

No sé si eliminar centrales nucleares conllevaría aumentar la producción de centrales térmicas, que son unas de las grandes responsables del efecto invernadero con emisiones de CO2 que las nucleares no emiten. No sé hasta qué punto la ciencia avanzará para poder hacer desaparecer la radioactividad de los residuos de las centrales. Me faltan datos para posicionarme.

Sé que la humanidad tiene que hacer lo posible para crear un planeta más limpio, creo en los efectos perversos del cambio climático.

Tengo dudas sobre el consumo en la sociedad actual. Criticamos con fuerza el consumismo, y como tal concepto me parece repugnante. Pero, ¿qué sería de nosotros si no consumiéramos?, ¿qué sería de la actividad laboral si no hubiera objetos que producir porque no se consumen?, ¿qué haríamos con los cientos de millones de trabajadores de este mundo que viven de la industria, los servicios, la investigación? Investigar nuevos productos, ¿para qué? En esa sociedad sólo tendría sentido la producción de los elementos básicos. Todo basado en la agricultura, la medicina, la enseñanza, la justicia… ¿habría suficiente para mantener al ser humano en un mundo ‘hippy’ de no consumo?

Sé, en cambio, que detesto la especulación, el hacer dinero a costa de cualquier principio. Estoy convencido de que las empresas tienen que apurar su pilar humano, dejar de creer que los beneficios deben crecer a costa de cualquier cosa. Potenciar la productividad sin dejar de lado el respeto a las personas.

Tengo dudas y certezas.

Admiro a la gente que tiene una posición clara y contundente acerca de cualquier tema, siempre que sea apoyada en principios y datos, no en radicalismos de barra de bar.

Yo me apunto a la duda reflexiva y los principios firmes.

miércoles, julio 08, 2009

Ojos abiertos

Hace pocos días terminé la novela autobiográfica de Amélie Nothomb, 'Ni de Eva ni de Adan'. De ella extraje una cita:

Me gustaba la idea de no saber si iba a ver pintura, escultura o una retrospectiva de varios estilos. Sería bueno acudir a las exposiciones siempre así, por casualidad, con total ignorancia. Alguien quiere mostrarnos algo: simplemente eso ya cuenta.

No sé por qué, pero en los últimos meses me he encontrado sumergido en conversaciones, con personas que aman la creación literaria, sumamente críticas con el llamado 'arte moderno'.

Comentarios del tipo: todo es una farsa, un niño de cinco años hace mejores dibujos que muchos de esos artistas, es un mundo de arribistas...

Se critica 'el urinario de Duschamp', los cuadros de salsa de tomate de Warhol, las esculturas de Picasso con elementos básicos, los contenidos del Centro Pompidou de París, del Reina Sofía de Madrid, de la Biacs de Sevilla.

Creo, sinceramente, que no es un problema tan sólo de falta de humildad de quien critica (que estoy convencido que algo hay), sino de incapacidad de disfrutar.

La arquitectura de hoy es consecuencia de movimientos rompedores, los logotipos de las empresas, los apeaderos de los autobuses, el diseño de los automóviles... No podemos volver a tiempos en que no existía la fotografía, el vídeo, donde la única forma de reflejar la realidad era el pincel o el cincel.

Si Duschamp consiguió que un urinario entrara en el Museo de Arte Moderno de Nueva York sería por algo... Al menos así lo veo. No tengo la formación ni la experiencia para emitir juicios firmes, casi que ni quiero, pero como persona que trata de crear, de hacer reflexionar, de plantearse el mundo desde su propia esencia, sé que cuando entro en el Gugenheim de Bilbao o en el Museo de Arte Moderno de Estrasburgo, estoy totalmente dispuesto a dejarme seducir.

Quiero que me provoquen, quiero ver momias colgadas de un ventilador, habitaciones desordenadas, desnudos impúdicos, video-performances, manchas en el techo, cuadros de un solo color, lámparas que son tetas, tetas hechas de corcho, corcho repartido en vitrinas... Me apetece ver sillas de siete patas, relojes sin agujas, interpretaciones del dolor hechas por Francis Bacon, interpretaciones de Bacon hechas por escultores de metal, paisajes sin paisaje, figuras deformadas que me transmitan que la vida es eso: absurda, imprevisible, sarcástica, terrible, hermosa, incomprensible, interpretable...

No niego el derecho a criticar, a veces, con fuerza, incluso con desprecio, obras no entendibles o posibles farsas.

Pero quiero ver con ojos abiertos y tratar de entender al otro.


jueves, julio 02, 2009

Escoria europea

Nací dos generaciones después de los ignominiosos acontecimientos nazis que condenaron por siempre a Alemania a arrastrar las cadenas de la vergüenza.

En poco tiempo se constituirá el nuevo Parlamento europeo, votado con desgana hace pocas semanas. Según se lee en algunos artículos, uno de cada cinco parlamentarios electos es extremista, entendiéndose por tal, en ciertos casos, a personajes que militan en partidos políticos xenófobos, fascistas, neonazis…

Asistimos con preocupación a elecciones en Bélgica, Holanda o Hungría donde hay porcentajes altísimos de votos para partidos que muestran desprecio por las minorías, sin sonrojo.

Afortunadamente a España no ha llegado aún esa lacra de forma notoria.

Soy partidario, firme partidario, de elaborar una ley de rango europeo en que se defina claramente lo que no es posible.

Cualquier cámara de televisión que salga por las calles de cualquier ciudad se puede encontrar con ciudadanos que sueltan por su boca barbaridades que da miedo escuchar. La gente tiene tendencia al más bajo populismo. ‘Muerte al moro, al gitano…’

No estaría de más prohibir lo que no puede tener sentido.

Un partido xenófobo, por definición, es escoria. La historia de la humanidad ya debería habernos enseñado los límites que nunca conviene trasvasar.

Y a la escoria no se le debe poder votar. No es cuestión de coartar la libertad de expresión, sino de limitar el perímetro del campo de juego (la Declaración de los Derechos del Hombre como fronteras de ese terreno no estaría mal).

Buen ejemplo tenemos con Batasuna. Si a estas alturas del siglo XXI no condenas el asesinato impune, no tienes derecho a representar a nadie.

Nos jugamos mucho.