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martes, septiembre 29, 2020

Sevilla

Nacer en Sevilla es nacer malcriado.

Te amamanta de luz, te educa en su belleza, te contagia de vida limpia y tú aprendes a filtrar sus gritos.

Criarte con quien transmite esa seguridad te da fuerza, sentirte fuerte en plaza es privilegio. 

Con sus grandes tetas ella te cuida, te achucha, te menea. Sevilla es ordinaria y exquisita, rotunda. No te permite obviarla, mirarla de reojo. Es azul. Es blanca. Es vida.

Te desespera, te avergüenza por excesiva, te enorgullece por valiente, te sobea. La odias por ser tan suya, por tatuarte la piel sin tu permiso, por quererte siempre alegre, y gracioso, y obediente.

Sevilla es tremenda. No hay manera de renegar de ella. Te machaca con su pulso. Constante. En tu cabeza. En el deje. En la guasa. En lo borde. En la magia.

Me busca, me seduce, me pervierte, se escaquea, me desprecia, se relame, me piropea. Se entretiene, me entretiene, me flirtea. 

Es digna pero te 'enrea'.

No te deja ser del mundo, porque el mundo es sólo ella.

Me quiero independizar, ser estándar, ser de agua, ser de nadie.

Pero ella no me deja.

domingo, septiembre 27, 2020

Línea

¡Detrás de la línea!

No ha sido una, ni dos, sino varias veces las que he sido recibido en un café, una agencia de turismo o un restaurante con un grito zafio de ese estilo.

Lo entendería, faltaría más, en profesionales desbordados por avalanchas de clientes. Pero da la casualidad que en todos los casos ha ocurrido en lugares medio vacíos, donde yo era prácticamente el único visitante.

No vale todo en nombre de la pandemia. 

Si llego a una cafetería recién abierta para desayunar con mi periódico y mi mascarilla, habiéndome lavado las manos con el gel hidroalcohólico de la puerta, con apenas otro cliente a dos metros delante de mí, no tengo por qué aguantar gritos militares para que me coloque detrás de no sé qué línea que apenas se ve. Estoy capacitado para entender las explicaciones con respeto.

Ante los gritos yo respondo con un:

Buenos días.

Y me voy.

martes, septiembre 22, 2020

Pensar

Es precioso pensar.

No como un acto reflejo paralelo a mil actividades cotidianas en que las ideas avanzan en tropel, desordenadas, sino como actividad central buscada.

Dejar bien lejos el móvil, apagar luces, si acaso programar algo de música, bajita, y elegir un tema.

Pensar sin tener sueño, en posición cómoda, sin tareas pendientes que urjan. Sin hambre ni cansancio.

Tomar un tema y desbrozarlo, quitarle ramajos, limpiarlo por fuera, observar el andamiaje, alejarse para verlo completo, acercarse para ver los detalles. Recrearse.

Anoche me dediqué a pensar acerca de Japón. Había escrito un texto sobre una anécdota y los comentarios de aquéllos que me leen me habían provocado muchas sensaciones que debía organizar. Recordé mi llegada al aeropuerto de Narita, los libros leídos, las explicaciones de cómo beber el té, la forma de no tocarse, su vida grupal, el pasado guerrero, su miedo al extranjero, la capacidad analítica, sus desastres naturales. Me fui a sus escritores, disfruté de sus cocinas abiertas, vi risas con mofletes colorados, labios temblones de timidez, cervezas congeladas y metros limpios como patenas. Entré en un templo de Kyoto y me forcé a encontrar sus aromas.

Pensar como única actividad, pensar en algo concreto, disfrutar un largo rato. Dejarse llevar por sensaciones y hacerse preguntas. Querer construir respuestas, intentarlas resumir, formarse una opinión, plantearse retos nuevos. Olvidarse del mundo.

Es precioso pensar cuando se hace de forma consciente, entregada, donde no hay más que tú y tus pensamientos.

lunes, septiembre 21, 2020

Casados

Iván quería saber si estábamos casados.

Calculo que tendría diez años. Estábamos en una de nuestras clases particulares de inglés en casa y, en la pausa para la merienda, Iván me lo preguntó.

—Pero si tú estuviste en la boda, Iván contesté, torpe.

Mi sobrino había acompañado a mi hermana Raquel, que hacía de testigo por mi parte, mientras que de parte de Fran vino Isaac. Luego nos fuimos los cinco de cena, felices como perdices. 

Eso no importaba, sin embargo. Mi sobrino me preguntaba algo concreto y yo no sabía responder con claridad. ¿Dos hombres casados? No sabía qué cacao mental podría tener en su cabeza, tal vez el miedo estaba en mí, miedo a que cambiase su relación conmigo. Que se asustase. Toda mi modernidad se deshacía como un azucarillo. Los fantasmas se me agarraron a la garganta.

Él me miró y cambió de tema. 

Nació el mismo año que yo empecé mi relación con Fran, lo conoce desde antes mismo de hablar, de andar. Se quieren y se tratan como familia. Es su tío Fran.

Pero el petardo de su tío no supo responderle a su pregunta; lo tuvo que descubrir por sí solo.

domingo, septiembre 20, 2020

Ritual

Yo tan solo había pedido revisar mis emails.

Llevábamos semanas de formación en la ciudad japonesa de Nagoya. Las jornadas eran tan largas que terminábamos a la hora de cenar. Hablamos del año 2000 y yo era feliz. 

Nos enseñaban a resolver problemas técnicos a partir de metodología nipona, de modo que cuando volviésemos a Europa pudiésemos ser nosotros formadores de esa manera de estructurar los análisis.

Al no tener ordenador propio y no sé en qué historias estaría yo metido, recuerdo que solicité en un receso poder consultar mis emails. No sé cuál era el motivo, pero me corría prisa.

Me acercaron por escaleras interminables al piso donde se encontraba la ingeniería, me señalaron una mesa y me cedieron un ordenador. La sala era infinita, perfectamente ordenada, formando un cuadrilatero perfecto donde cada ingenierito japonés trabajaba concentrado en su ordenador. Todos con sus chaquetillas de Nissan. Yo imagino que llevaría la mía de Renault.

Peleándome con el teclado, de pronto apagaron las luces y se escuchó un grito espantoso.

-¡¡¡Wasakata!!! -vendría a sonar.

Todo el mundo se colocó de pie ipso facto. A mí se me heló la sangre. No sé si alguien me observaba, pero también me puse en pie.

El que se suponía que era el gran jefe gritaba y gritaba. A cada fin de frase venía una reverencia de todos los allí congregados. Yo no sé si me movía. Hicieron salir a un chaval a la cabecera de la sala. En voz altísima le pedían explicaciones por algo. El tipo se explicaba. Y de nuevo las reverencias.

Por un momento pensé que me sacarían a mí.

Se encendieron las luces, sonó un aplauso general y todos se sentaron, concentrados en sus ordenadores como si allí no hubiera pasado nada. 

Yo escribí mi mail tan rápido como pude. Sé que expliqué a mi destinatario lo que me acababa de ocurrir.

¡Qué no daría yo por saber qué le conté, cómo se lo conté y a quién se lo conté!

Cuando vinieron a recogerme pregunté qué había pasado, pero mi anfitrión no hizo sino levantar los hombros.

'Estos occidentales...'

sábado, septiembre 19, 2020

Cerebro

Dicen que sólo utilizamos un porcentaje pequeño de nuestro cerebro, yo estoy esperanzado en que sea verdad.

La clave de nuestro equilibro personal está en ese pequeño órgano sobre el que tenemos la capacidad de intervenir para depurar nuestros miedos.

A fin de cuentas vivir no es sino escapar de los miedos en busca de paraísos; pero ni unos ni otros existen más allá de nuestra cabeza.

Soy un convencido de que, mentalmente, todo se puede trabajar; que la verdadera gimnasia productiva está en la mente, no en el cuerpo. En nosotros está la capacidad de procesar, nadie dice que sea fácil, nuestras obsesiones, complejos y proyectos.

Yo, por ejemplo, aprendí a programar mi cerebro para pensar en la muerte lo preciso. No es sencillo, pero te construyes técnicas argumentadas para darle a aquello que te inquieta el tiempo justo. Del mismo modo, comencé a superar mis complejos, a vivir con alegría mi sexualidad, a llevarme de forma amigable con el trabajo, a volcarme con los amigos que eran ciertos, a ignorar mezquindades de gente cutre, a emocionarme con lo simple, a sentirme universal.

Todavía no hay manuales de instrucción, está en cada uno querer trabajar lo mental para crecer sin atajos hacia la luz. Somos más fuertes de lo que creemos.

viernes, septiembre 18, 2020

Trapo

Tardé demasiado en descubrir que más vale no entrar al trapo.

Hay un género especial de personas, muy minoritario, que se recrea en la confrontación, en buscar las cosquillas, como si en el conflicto estuviera la música que les gusta bailar. En la mayoría de los casos como simple acto reflejo, que habrá que investigar de dónde les viene, pero en muchas otras situaciones lo hacen por pura malicia.

Siendo de sangre caliente como soy, siempre he respondido. Ante un comentario de desprecio, sarcástico, obtuso o desafiante, yo saltaba. Sin darme por entonces cuenta de que ésa es la mecha que los polemistas necesitan.

Acostumbrado a trabajar con equipos grandes, a socializar mucho en la calle, a exponer mis ideas con profusión en las redes sociales, estoy hecho a cruzarme con estos individuos que van a degüello. Si pueden ridiculizarte, malmeterte o ponerte la sangre negra, no hay la menor duda de que lo harán.

Porque van al propio lucimiento. No es tanto que quieran dañar, sino destacar ellos, mostrarse victoriosos, con la vana idea de que eso es prueba de personalidad y carácter. No hay más que verlos, cuando hacen una gracia a costa de otra persona, rápidamente buscan con la mirada la reacción en los otros, la aprobación.

La clave es el silencio. Hacer ver que para ti no están. Transparentarlos. No perder un ápice tu compostura. Seguir por tu camino. 

No hay nada que les pueda molestar más.

miércoles, septiembre 16, 2020

Llamadas

Pocas cuestiones cotidianas me hacen sentir peor que contestar a una llamada anónima de alguien que trabaja como teleoperador.

Mal porque invade mi intimidad sin derecho a hacerlo, mal porque no encuentro el tono para rechazarlo, mal porque esa pobre persona maldita las ganas que tiene de ofrecerte una venta a plazos, un contrato telefónico o un seguro de vida.

Son parapetos humanos colocados por empresas que buscan el pasadizo para meterse en tu esfera personal. Pero son ellos los que dan la cara, ellos y ellas los que tienen que aguantar los improperios mientras siguen recitando su oferta para hacer un cliente más.

-Perdón, no me interesa.

Me fuerzo a buscar la frase amable, pero los forman para atacar cualquier punto débil. Y la educación suena a debilidad.

-Simplemente, no quiero que me llaméis a mi teléfono personal.

Te aseguran que lo que te ofrecen es único. 

-¿Cómo lo puede rechazar sin escucharme?

-Porque le aseguro que soy feliz tal como estoy.

Pero se agarran a ti, te piden un minuto, dos segundos, una frase.

Les imagino volviendo a casa, soltando los zapatos, buscando en la nevera algo que picar, mientras en sus cabezas resuenan reproches, insultos y malos modos de gente anónima que no sabe lo que es la ruina, o tragarse los sapos, o detestar ser carne de trueque por un puñado de euros.

Me hacen sentir mal, porque encima minusvaloro la posibilidad de que puedan ser razonablemente felices.

martes, septiembre 15, 2020

Raros

Me gusta la gente rara.

Yo he sido siempre un tipo muy formal, y pudoroso, que no podría cambiar aunque quisiera, porque tengo integrado que la mía es la forma más adecuada de vivir. El respeto a las normas, la sensatez, lo correcto está en el frontispicio de mi trayectoria vital.

Todo eso no quita que para que yo me encandile con aquéllos que rompen con lo esperado, que visten diferente, que buscan el disfrute en aficiones estrafalarias, que desprecian comodidades por ser más libres, que se ríen del mundo.

A quienes la sociedad tacha de fantasmas yo les observo por una rendija, porque quizás, en el fondo, hubiera querido ser así. No tener rutinas, ni hipotecas, ni imagen que cuidar; no pensar en lo que piensen de mí, ser torpe con los abrazos, cantar donde no se debe, reírme de la política, vivir lejos de internet, vestir de colores imposibles, leer poemas en alto, encerrarme en una cueva, aprender a hablar suahili, vivir con quien nada tiene, creerme de ningún lado, comer sin saber el qué, sentirme dueño de nada, proyectar sin compromisos, comprarme dos bicicletas, desobedecer tendencias divinas, rechazar cumplidos extraños, dormirla a pierna suelta, decir de ti lo que pienso, amar sin calculadora, gritar al mundo ¡que te den!

No. Ése no soy yo.

lunes, septiembre 14, 2020

Abuela

Yo tenía una abuela divertidísima.

Mis padres nos dejaban en su casa los viernes por la noche, a los cuatro hermanos, para poder darse el lujo de cenar a solas.

Ella siempre nos hacía tortilla de patatas. Al menos mi recuerdo me dice eso. Y estaban buenísimas. La rodeábamos en la cocina, con su delantal, y nos ponía al día de su semana. Casi nunca salía de la casa, por lo que sus novedades se ceñían a poco más que la visita al médico y la compra semanal en la Puerta de la Carne.

Nos hacía callar cuando llegaba el 'Hombre del Tiempo'. Pienso que era su amor platónico. Moría con él. 

Con el gazpacho y las tortillas servidos, se sentaba en el sofá y comenzaba a contarnos chistes. Habría que vernos a los cuatro enanos sentados alrededor de la mesa-camilla escuchando sus carcajadas. Porque no nos enterábamos de la mitad. Se reía tanto contándolos que se atragantaba y no los terminaba. Se sacaba pañuelos del pecho y se secaba las lágrimas

Al llegar la película rebuscaba el teleprograma por debajo del cojín de su sofá. Ahí cabía de todo. Entonces nos contaba entera la peli.

-Abuela, que es de dos rombos.

-Eso es porque es de policías.

Y se quedaba frita en los primeros cinco minutos entre nuestras risillas nerviosas de maldad.

Mis padres nos recogían a rastras, sin despertarla, cada viernes noche.

Yo no recuerdo ninguno de sus chistes, pero resuenan claras en mí sus carcajadas. Como si el último viernes hubiera estado allí.

domingo, septiembre 13, 2020

Peliculero

Con el tiempo asumí que hay gente maravillosa a la que sólo verás una vez.

Mi cuerpo peliculero siempre quiso retener a quienes conseguían provocar emociones intensas en mí, aunque esas personas fueran los primos de un amigo de Barcelona, una compañera de una formación en París o un acompañante de asiento en un tren camino de Madrid.

Me aterraba no pedir el teléfono, una dirección postal, una próxima cita.

Era el vértigo a la rotura del hilo, con la escasa madurez que supone no saber que hay instantes mágicos que no se pueden comprar para disfrutarlos más tarde.

Haber viajado tanto desde tan jovencillo me hizo descubrir la vastedad del mundo, que me deslumbraba tanto como me aturdía. Tanta gente, tanta vida. ¡Tantas conversaciones interesantes! ¡Vidas inimaginables!

No sé cuántos años llevé escribiéndome con una finlandesa que encontré en la parada de un autobús de un camping a las afueras de Helsinki, ni cuántas direcciones apunté de gente a la que nunca volví a buscar.

Siempre pienso que ahí está, en el último encuentro, el próximo gran amigo, el futuro maestro, la chica más divertida, el tipo más sensible, el mejor conversador.

Me abruma, siempre lo hizo, descubrir gente maravillosa y no poder retenerla a mi lado.

sábado, septiembre 12, 2020

Atentos

Estar atento es estar vivo.

Amodorrarse es la postura fácil, la tendencia a la parálisis, la búsqueda del karma en la sombra, anhelar la mínima pulsación. 

Hay filósofos que distinguen entre biófilos y necrófilos. 

Todos tenemos una parte necrófila, ésa que tiende al agujero, a escondernos de los problemas, a no coger el teléfono, a evitar reuniones, a caminar deprisa mirando al suelo, a no protestar.

El problema surge cuando todo se vuelve estático, cuando comenzamos a relacionar bienestar con inacción.

No.

Somos seres vivos, somos naturaleza. Nuestros sentidos están ahí, alerta, por mucho que los queramos desconectar de nuestro ordenador central. No es cuestión de obligarse a ser fuertes, sino de apreciar que hay vida en nuestro interior. Que tenemos un entorno que requiere de nuestra energía. Que somos válidos como el que más.

No valen desengaños, complejos, frustraciones o derrotas para alimentar en nosotros el discurso de que todo es mentira.

Porque no todo es mentira.


Cursi

La gran carencia del género masculino es la castración a la que ve sometidos sus sentimientos.

Al menos los compartidos, los hablados, los que se manifiestan. 

Se obligan a tramitarlos a solas con sus tripas.

Confunden sensibilidad con masculinidad. Confusión que fabrica muros de censura ridículos con su propia realidad. Todo lo que implique abrirse es debilidad y cualquier confesión de debilidad es considerada cursi.

Enajenados por esa dictadura de la apariencia, muchos ridiculizan todo aquello que querrían practicar. Sentirse solo, tener miedo, verse inseguro, querer llorar no está hecho para ellos. No queda bien.

Mostrar vulnerabilidad, en vez de considerarse lo que es, una virtud muy ligada a la honestidad, se transforma en un pecado en la religión no escrita de los machos. No hay necesidad de retirar escudos.

El problema es que esa frustración de mostrarse fuerte, de carcajear con sonidos impostados, de ridiculizar a quien no es como la mayoría, se transforma en un odio subconsciente a quien sí se permite la libertad de expresarse sin tapujos.

Siento ráfagas de alegría cuando escucho a un hombre hablar con naturalidad de sus sentimientos. 

No es tan difícil pintar un corazón.


martes, septiembre 08, 2020

Novia

Tengo debilidad por mi sobrino Iván.

No es sólo porque sea mi único sobrino carnal, sino porque nos hemos trabajado durante sus diecisiete años de vida una relación de complicidad que a mí me llena el corazón.

Con él, desde que era un enano, he organizado excursiones por media España y medio mundo. Ha venido a casa no sé cuántas veces a dormir; le he dado durante años clases particulares de partirnos de risa o de darme chocazos contra la pared; nos hemos pegado homenajes culinarios los dos en los mejores restaurantes de Sevilla; le he regalado menos libros de los que me hubiera gustado, porque a esas edades parece que no existe otra cosa que la playstation. 

Y un día, con dieciséis años, se echó novia.

Nos seguimos mutuamente en las redes sociales. Bueno, la red social por excelencia para su edad es Instagram. Así que nos seguimos en Instagram.

Él, un chavalillo casi mayor de edad, con la voz ya cambiada de hombre, me envió un mensaje no hace mucho.

-¿Por qué no le has dado me gusta a mi último post?

Rápidamente abrí el Instagram, y vi que había publicado una foto dándose un beso con su novia. Se me había pasado. Precisamente esa foto se me había pasado. Yo, que le doy 'me gusta' a todo lo que publica y le envío corazones por doquier.

-Acabo de darle 'me gusta', Iván. Una foto muy chula.

Son hombrecillos valientes que aún necesitan saber que estamos ahí.

lunes, septiembre 07, 2020

Nunca

Hubo un día en que mi añorado entrenador de remo, Anchoa, me dijo que era muy bueno contando historias. Yo era un chaval enclenque de no más de quince años, no muy dotado para el remo. Me quedé en blanco. Es cierto que esa tarde, en ese momento, en los campos de entrenamiento de Mequinenza, tenía a todo un grupo de compañeros en corro a mi alrededor, atentos a mis anécdotas.

Hubo un estafador que un día me alegró los oídos tras enviar mi primer manuscrito a una editorial. Me sacó los cuartos, publicó mi novela, mala, deslavazada y naif, me enfrenté a la sensación de ser leído por desconocidos. 

Hubo un crítico literario que desbrozó mi tercera novela en una crítica entusiasta, que señaló sin compromisos, qué es lo que faltaba en ella para hacerla grande. El joven que era yo lo anotó todo.

Hubo una llamada desde el Ayuntamiento de San Fernando, en Cádiz, en que me anunciaban que un jurado de cinco grandes escritores había seleccionado mi cuarta novela como finalista de un Premio Internacional. 

Hubo un editor, de trayectoria contrastada, de edad avanzada, fumador y delicado de salud, que puso toda su confianza en mí. Esa novela me abrió la puerta a una gran editorial y fue llevada al cine.

Hubo años para aprender del retorno que me daban lectores de toda España. 

En justo un mes presento mi séptima novela, la más trabajada de todas, la menos dramática de ellas, la más compleja. Espero que la más divertida. En ella condenso el aprendizaje de tantos años de trabajo y, no menos importante, de toda una vida de amor por la literatura. 

Una historia donde mi primer objetivo es que quien se gaste su dinero en ella, pase grandes momentos al leerla.

En los próximos días os ofreceré extractos de 'Nunca sabrás quién fui', una novela de suspense sobre cómo escribir una novela. Un divertimento en el que el lector sabrá tanto o más que el propio autor; un autor ficticio que se devanará los sesos por encontrar las claves de cómo construir una obra de éxito, donde no se distinguirá qué es ficción y qué es real.

Confío en despertar vuestras ganas de sumergiros, a partir del 8 de octubre, en 'Nunca sabrás quién fui'.

sábado, septiembre 05, 2020

Vértigo

El mayor vértigo es la provisionalidad, esa sensación no definible de pensar que nada queda. El confirmar en gestos cotidianos que hay situaciones que no volverán. El, de pronto, recordar una pareja que ya no existe, un bar que desapareció, aquel programa de radio, un compañero de trabajo que ya no lo será más. Lo fugaz. Carcajadas de otros tiempos, coches ruidosos, cubatas en vaso de tubo, ganas de enredar. Como un remolino, las hojas giran más rápido, no se están quietas. Habíamos apostado todo a escenarios que no paran de moverse. Atrapas algo y vuela lo que dejas de mirar. Miras para otro lado, para no encontrar nada igual al volver la cara. Ves agujeros cuando acudes a sitios que te hicieron estar en perfecta sintonía con tu otra piel, la de esos días. Se cruzan caras como un relámpago, que se ríen como entonces, pero que ya están mudas para ti. Te paras, respiras, y ves un paisaje que te tranquiliza, porque lo has construido tú. Pero mejor no pensar que es como una nube, que ves con claridad, bien definida. Sabes que te distraerás y, cuando levantes la cabeza, ya no estará ahí. ¿Te dejas llevar? ¿Consiste en dejarse llevar? A veces apetece darle al botón de stop. Ya me vale así. No quiero que os mováis. Quedaos a mi lado, volved a reíros como ese día, miradme con el brillo de entonces, tomad mi mano y confiad en mí. 

El vértigo es saber que ese remolino te traerá nuevas pantallas de emoción, el vértigo es saber que tiene truco.

jueves, septiembre 03, 2020

Ángeles

Murillo perdió a tres hijos pequeños por la peste en la Sevilla del XVII.

El pintor quiso homenajear el recuerdo de los niños muertos con su pincel, y colocó sus caras en los angelitos rollizos de sus cuadros. Su mujer, loca de dolor, se recorría las iglesias de Sevilla para ver las pinturas y encontrar allí a sus hijos, con el terror que le producía que se desvaneciesen para siempre sus imágenes en su cabeza.

Anoche cené con Miguel y Carmen.

Él escribió el guión y Carmen acaba de terminar el rodaje del cortometraje 'Los ángeles eternos'. Me estuvieron contando, entre cervezas, la construcción del personaje, la búsqueda de vestuarios, la localización de calles de Sevilla para recrear las carreras de Beatriz a la búsqueda diaria de sus niños, Me enseñaron fotos, me explicaron la creación de la atmósfera de las pesadillas de la mujer, velando a sus tres hijos. La impresión de los tres pequeños actores con la escena.

Terminando de cenar apareció Murillo. Es la magia de una ciudad como la mía. El actor que dará vida al pintor iba de tapas por el mismo barrio.

Yo los escuchaba, ilusionadísimos, les hacía preguntas y les decía lo orgulloso que me siento de tener amigos así. Con tanta fuerza y ganas de contar. Brillantes.