Hay veces en que el mayor defecto de una persona se
convierte en su mayor virtud, y viceversa.
Soy consciente de que una de las claves para llevar una vida
medio coherente y que las cosas me vayan bien viene dada por mi espíritu
orgulloso.
Lo soy desde pequeñillo.
No se me puede decir nada mínimamente crítico sin que yo
reaccione, muchas veces en positivo, pero en cualquier caso nunca admitiendo el
que se me cuestione, ataque o ridiculice sin poner toda mi energía en
contrarrestar esa crítica desde la construcción de una estrategia.
Era el más chico, físicamente, de mi clase. Era bizco hasta
que me operaron. Era tímido como no se puede ser más. Todo un candidato a diana
de bromas de chavales cafres a esa edad. Había, sin embargo, una fuerza en mí
que me hacía ser respetado por los compañeros de clase. Construía una fortaleza
en torno a mí que me convertía en inexpugnable.
Mi vida universitaria, mis relaciones amorosas, mi
trayectoria profesional siempre han tenido una gran consistencia por mi
incapacidad para doblegarme. Algo que resulta tremendamente fatigoso pero que
es difícil de controlar.
Puedo fallar una vez, no alcanzar una meta, no conseguir un
objetivo, pero mi cuerpo y mi mente ya se preparan desde esa primera derrota
para no volver a caer.
Hay veces en que me gustaría ser más débil, eliminar esa
arrogancia intrínseca de quienes somos perfeccionistas y nos exigimos siempre
más.
El orgullo, entre otras muchas virtudes y defectos, me ha
llevado a estar donde estoy. ¿Cuánto ha tenido que ver en mi felicidad actual?,
¿hasta qué punto ha conformado a un hombre sufridor?, ¿qué cuota de negritud
hay en organizarse la existencia así?
La vida es un eterno camino hacia el conocimiento personal.
La vida es un eterno camino hacia el conocimiento personal.
Sí, hay días en que sueño que quiero ser más débil.