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lunes, febrero 25, 2013

Débil


Hay veces en que el mayor defecto de una persona se convierte en su mayor virtud, y viceversa.

Soy consciente de que una de las claves para llevar una vida medio coherente y que las cosas me vayan bien viene dada por mi espíritu orgulloso.

Lo soy desde pequeñillo.

No se me puede decir nada mínimamente crítico sin que yo reaccione, muchas veces en positivo, pero en cualquier caso nunca admitiendo el que se me cuestione, ataque o ridiculice sin poner toda mi energía en contrarrestar esa crítica desde la construcción de una estrategia.

Era el más chico, físicamente, de mi clase. Era bizco hasta que me operaron. Era tímido como no se puede ser más. Todo un candidato a diana de bromas de chavales cafres a esa edad. Había, sin embargo, una fuerza en mí que me hacía ser respetado por los compañeros de clase. Construía una fortaleza en torno a mí que me convertía en inexpugnable.

Mi vida universitaria, mis relaciones amorosas, mi trayectoria profesional siempre han tenido una gran consistencia por mi incapacidad para doblegarme. Algo que resulta tremendamente fatigoso pero que es difícil de controlar.

Puedo fallar una vez, no alcanzar una meta, no conseguir un objetivo, pero mi cuerpo y mi mente ya se preparan desde esa primera derrota para no volver a caer.

Hay veces en que me gustaría ser más débil, eliminar esa arrogancia intrínseca de quienes somos perfeccionistas y nos exigimos siempre más.

El orgullo, entre otras muchas virtudes y defectos, me ha llevado a estar donde estoy. ¿Cuánto ha tenido que ver en mi felicidad actual?, ¿hasta qué punto ha conformado a un hombre sufridor?, ¿qué cuota de negritud hay en organizarse la existencia así?

La vida es un eterno camino hacia el conocimiento personal.

Sí, hay días en que sueño que quiero ser más débil.

sábado, febrero 23, 2013

Limpiador

Cenábamos ayer en el Kiosko Santi, Isaac y yo. Acababa de llegar de pasar la tarde con mi sobrino en la consulta de Nuria para que a Iván le pusieran su primer aparato dental ahora que está en la edad propicia para colocar bien la dentadura en su sitio.

Iván tiene la edad, 10 años, en que todo le interesa, incluso el detalle de mi trabajo de cada día. Me pregunta cuánta gente trabaja conmigo, qué es lo que yo hago para conseguir la calidad de las cajas de cambio, cómo se hacen las cajas, cómo trabajan los operarios, cómo son las máquinas, cuántas luces tienen, cómo de grandes son, cómo es mi jefe, cómo es mi despacho... Necesita saberlo todo y a cada respuesta mía él gesticula interpretando mis explicaciones, tal vez imaginando máquinas más grandes y galácticas en una factoría como la de Charlie (y su fábrica de chocolate).

Tras el primer impacto que le supuso verse con el aparato, y pasado el susto, volvió a hablar como un loro camino del bar, pero ahora sin poder pronunciar bien las tes, la erres tras la pes o las eses al tener el paladar inundado de metal.

Ya en la mesa él se nos unió a la cena, y el interrogatorio comenzó con Santi. ¿En qué trabajas? Él le explicó que en una empresa de limpieza. ¿Como Lipasam? Sí, algo parecido, pero mi empresa trabaja limpiando edificios y Lipasam limpia las calles.

Entonces yo le detallé un poco más, en base a ejemplos, en qué consistía el negocio de Santi:

Cuando una empresa o un bloque de vecinos quiere una limpiadora, pues contactan con Santi y llegan a un acuerdo.

¿Y no puede ser un limpiador?

'¡Plaf!'

Bofetada plena de ingenuidad a mi involuntario, pero imperdonable, comentario sexista.

Hay esperanza en las nuevas generaciones.

martes, febrero 19, 2013

Explotar


Uno de los defectos propios que más orgulloso estoy de haber corregido dentro de mi larga lista es el de la incontinencia verbal, no por la agresividad de mis palabras en determinadas circunstancias, sino por la facilidad para abrir la tapadera de la propia indignación en esas épocas en que me movía el corazón más de lo aconsejable.

Creía que uno era más auténtico cuando reaccionaba con inmediatez a lo que consideraba injusto o ridículo, entrando en espirales de tensión que me quitaban la razón de raíz al despreciar los argumentos en el otro, por muy equivocados que yo pudiese considerarlos.

Aprender a controlar los impulsos es una virtud de la madurez que a veces se considera defecto porque parece que te hace menos auténtico, libre y coherente, pero no todo, ni siquiera la mayor parte de lo que ofrece el paso de los años, hay que tomarlo en negativo o como sinónimo de pérdida de vitalidad.

Los años traen una decrepitud tan pausada que, de golpe, una foto de años atrás te hace perder el pie, te van regalando con dolores en sitios inimaginados de tu cuerpo, con manías raras y desengaños múltiples, sociales, familiares y de amistad, pero también traen la sabiduría, y ese arma es de las más hermosas con que se nos puede regalar.

La sapiencia no es sólo acumulación de informaciones, elocuencia o bagaje cultural, sino la capacidad de la que nos vamos dotando los humanos para ser menos simples, más congruentes.

Cuando vemos todo lo que vamos dejando por la vida no debemos soslayar el hecho de que ésta, al fluir, nos surca no sólo de arrugas sino de talento para gestionar las tensiones con mucho más humor y distancia.

jueves, febrero 14, 2013

Extremos

En los extremos nunca está la Verdad.

Fundamentalmente porque la Verdad absoluta no existe, sino criterios, certezas y verdades que dependen de la persona, las circunstancias o las sociedades.

Decir que la vida no tiene ningún sentido porque siempre desemboca en la muerte es una frase que tiene bases lógicas para ser cierta, pero está alejada de la Verdad desde el momento en que la inmensa mayoría de la población encuentra ilusiones, incluso coherencia, en el hecho de vivir.

Sentenciar que el hombre es un lobo para el hombre puede resultar incluso plausible en determinados momentos, ante grandes desengaños personales o colectivos, pero no es menos cierto que hay momentos espectaculares en que uno se reconcilia con el ser humano y vuelve a creer en él.

Apoyar opciones políticas extremas puede llegar a ser entendible para personas desubicadas, apaleadas por la vida o insolentes con el mundo, pero una sociedad no se puede dirigir desde la radicalidad de posturas dogmáticas.

Madurar en la inteligencia es bucear en la duda, porque la vida real es inconstante, maleable, desazonadora y arrebatadora.

Nadie nunca tiene toda la razón, no hay opciones impecablemente congruentes, todas las sensaciones tienen su base lógica, cada persona tiene motivos para errar y entenderlo es un paso, quizás, hacia la verdadera felicidad.

Porque no hay felicidades verdaderas que se sostengan en el tiempo, pero bien es verdad que ser feliz es posible.

Y tanto.

domingo, febrero 10, 2013

Casco

Cada vez que atravieso el túnel bajo la calle Arjona en moto me acuerdo de Olga.

Hará veinte años de esa noche de sábado en que bebimos como cosacos, nos recorrimos todos los garitos de Sevilla y nos amaneció en algún bar del Arenal.

Atravesando el túnel, de recogida, a ella se le cayó el casco y yo, piloto, di un giro en redondo para recogerlo, sin atender a otro interés que el de recuperarlo, sin pensar en quien pudiese venir a esas horas para arrollarnos. Un coche pasó lanzado a nuestro lado y nos pitó con fuerza.

Hay imágenes que quedan grabadas a fuego marcando un antes y un después en los comportamientos, en la conciencia de la madurez, el peligro y la fragilidad de uno como ser humano.

Ese día, al despertarme con la resaca, la escena se me repetía una y otra vez. Aparecía un coche a toda velocidad que nos empotraba contra las paredes del túnel.

Es un recuerdo compartido con ella, que años después sigue recordando que ese amanecer de fin de semana fue uno de esos momentos en que uno se transforma, haciéndose cargo del paso directo hacia la madurez.

Algunos tuvimos la suerte de la segunda oportunidad, a otros les arrollan.

viernes, febrero 08, 2013

Universos

Es curioso pensar cómo todos los seres humanos nos sentimos centros del Universo.

Roza lo ridículo pero, al mismo tiempo, es sano.

Solemos hablar de nuestras vidas con cierta complacencia, explicamos nuestro día a día con un lenguaje  grandilocuente y nos reímos poco de nosotros mismos.

Incluso las personas más anodinas construyen su propia realidad en base a sentirse importantes, lo que tal vez tenga que ver con nuestro espíritu de supervivencia. Si nuestras rutinas diarias no estuvieran adornadas con ese barniz de autosatisfacción seguramente nos costaría muchísimo levantarnos cada mañana para volver a repetirlas.

Puede resultar, incluso, que el más lúcido sea quien menos bases energéticas encuentre para enfrentarse a diario a las exigencias menos transcendentes.

Somos millones de universos pequeñillos que viajamos por este espacio terrenal deslumbrándonos con nuestras luces propias, sin ver otras estrellas más brillantes que no hacen más que entorpecernos en el constante ir y venir hacia, muchas veces, ninguna parte.

Afortunadamente somos así.

martes, febrero 05, 2013

Enemigos

Es de inteligentes tratar de rehuir de los espacios en común con la gente que no soportas.

Se va aprendiendo, con los años, a evitar guerras inútiles con personas que, si bien algún día pudieron ser importantes para ti, no te aportan nada positivo.

Cuando el enriquecimiento que viene del otro es nulo o negativo, lo mejor es cerrar las puertas de la comunicación, por el bien de ambas partes.

El problema es cuando las circunstancias no te permiten establecer esas estrategias de higienización al estar uno obligado a compartir el campo de batalla, entiéndase vida laboral. Entonces la estrategia cambia de forma radical.

En el trabajo ofrezco mi mejor sonrisa al compañero que menos soporto.

Cuestión de supervivencia.

Con los pejigueras, insulsos, trepas, cuentachistes, tomacafés, clavapuñales e integristas del trabajo hago lo posible por llevarme bien. Soy impecable, acogedor y amable, aunque sumamente frío. Hago lo máximo por caerles bien, sin perder demasiada energía, porque aunque de ellos no espero nada sí sé que tendría que multiplicar la energía desperdiciada en caso de que ellos me vieran como enemigo.