Es un comportamiento digno de estudio: analizar la impaciencia por cortar el discurso de quien nos habla para decir que lo mío es más fuerte, más desgarrador o más divertido de lo que esa persona, por muy querida que sea, me está contando.
En lugar de habitar la historia ajena, de dejarnos llevar por la experiencia de quien nos habla, con el aprendizaje asociado que conlleva el experimentar en la piel del otro, nos aferramos a nuestro relato, archiconocido para nosotros.
Sueño con un mundo menos ruidoso, carente de atropellos, donde nuestros semejantes se sientan atendidos cuando quieran explicarnos acerca de su interior.
Un mundo en el que nos demos la palabra con sinceridad, porque realmente nos interese lo que nos tienen que narrar.
Pocas cosas hay más atractivas que alguien que sabe escuchar sin la urgencia de interrumpir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario