Mi espíritu siempre luminoso me hace tomarlo como una ventaja, pese a la desazón, porque ataqué esa época de descubrir el sexo, las juergas, la aventura de sentirme vivo con las armas de un trabajo fijo, un cuerpo ya hecho y un lugar propio donde dormir.
Sin embargo, muy para mí, sé que me robaron esa parte de mi vida, la de los ventitantos, la de compartir el descubrimiento del mundo junto a los amigos, la de enamorarme hasta las cejas y ser correspondido, la de cantar a los cuatro vientos que era feliz, porque nunca lo era.
Atravesé el túnel, sí, mientras la vida corría a mi lado y yo la observaba desde mi ventana, tomé las fuerzas para no caer, como tantos sí lo hicieron, y poder decirme a mí mismo que nadie escribiría mi futuro.
Tardé quince años en quitarme la carga de la culpabilidad por algo que no había cometido.
Descubrir la homosexualidad en los tiempos de mi adolescencia fue perder una juventud que ya nadie me devuelve.
La homofobia es el horror, creedme.
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