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jueves, diciembre 31, 2020

Cuerdos

A veces pienso que demasiado cuerdos somos.

Incluso cuando la vida se ofrece plana y soleada, en los tiempos, que todos hemos pasado, en que existir es pura inercia celeste, con días que se suceden en plena armonía corporal, con tardes en que quedamos dormidos leyendo y nos despertamos a caer la noche, noches que se suceden entre risas en la cocina, períodos de sueños reparadores, de sonrisas al espejo, de olores a puchero por las ventanas.

También ahí se puede encontrar la locura si se mira debajo de la alfombra.

Estamos, los humanos, hecho de pasta resistente, cercana a lo surrealista. Nos manejamos con presteza sin saber muy bien hacia dónde vamos. Corriendo, corriendo... Más proyectos, más compras, más amigos, más dinero.

Lo sano en nosotros es que no queremos conocer lo absurdo de existir. Ésa es nuestra salvación.

Ocurre que llegan días duros, enfermedades terribles, personas que desaparecen, amores que mueren, desilusiones laborales y desengaños que nos hacen mirar, esta vez sí, debajo de la alfombra.

Yo soy de los que, desde pequeño, me dio por mirar ahí debajo. Ver la mierda que había, las pelusas, lo inservible, las monedillas que no valían para nada. Tal vez miré obligado la primera vez, pero ya supe lo que había. Me cabreé, ya de muy joven, con el mundo. Atravesé, con sudor frío, la montaña del desconcierto, el desierto de lo absurdo, hasta llegar al paraíso escarpado de asumir la gran verdad. Que sólo había algo seguro: siempre me tendría a mí.

Una vez que comprendes que todo es incomprensible ya tienes armas para luchar. Ya eres tú quien construyes tus reglas.

Porque entonces sí hay un objetivo, cuidarnos. Al tenerme a mí, al cuidar de mí, podía amar y recibir amor. ¿Qué hay más que eso?

Admitir nuestra endeblez es la mejor cura para permanecer cuerdos.

miércoles, diciembre 30, 2020

Crisis

Crisis en japonés de pronuncia Kiki.

Y ese Kiki se compone de un Ki (危) que significa 'Peligro' y de otro Ki (機) que vendría a ser 'Oportunidad'.

Para ellos la crisis se asimila a un peligro que presenta una oportunidad.

Qué lujo poder acercarnos a la cultura oriental a través de ejemplos concretos.

Pues sí, 2020 ha sido un año Kiki.

Una crisis total. Sanitaria, económica, personal. En todas las sociedades a lo largo del ancho mundo. No hay quien no se haya asustado, por la propia salud, por el empleo o por la situación de gente muy querida. Casi todos conocemos a alguien que ha fallecido o ha sufrido con fuerza esta crisis inesperada. Si es que no la hemos sufrido en propias carnes.

Visto el peligro, ¿aprovecharemos la oportunidad?

Sé, íntimamente, que hemos crecido como sociedad.

Tengo el convencimiento interior de que una mijita de progreso como sociedad nos la van a aportar tantos pobres muertos. Es el regalo que nos hacen. Hemos descubierto la potencia humana de nuestros sanitarios, la capacidad casi divina de los científicos por encontrar las armas contra el enemigo común. Pese a mamarrachos diversos, minoritarios, hemos descubierto nuevas tonalidades del término solidaridad.

¿Quién no ha echado o recibido un cable estos meses de pandemia por causa del coronavirus?

Puedo decir, a nivel personal, que ha sido un año que me ha hecho crecer como persona. Enfrentarme a esta situación novedosa, estar encerrado tanto tiempo en casa y el miedo al contagio han sido un cóctel explosivo que también he debido beber. Debo decir en voz bajita que me ha hecho bien. Creo que muchos salimos de este 2020 siendo mejores personas. Se nos han quitado muchas tonterías de encima. A mí me ha acercado más a mi familia, he tenido conversaciones más largas con los amigos, he leído muchísimo, he escrito más. He ganado consciencia acerca de lo que es importante. Diría que ha reforzado mi lado espiritual.

Este año Kiki, para mí, ha sido el año de mis lectores. He aprendido muchísimo con vosotros. Me habéis mimado, jaleado, reñido, aconsejado y valorado. Os habéis reído conmigo y habéis empatizado con mis miedos. Me siento un afortunado por teneros ahí.

El peligro nos ha ofrecido la oportunidad de un 2021 de reconciliación con nosotros mismos.

No lo desaprovechéis. No lo desaprovechemos. Soñemos en grande.

Os quiero.


sábado, diciembre 26, 2020

Espejo

Escribir y que te lean es un gustazo.

Escribir y que aprecien lo que escribes es un honor.

Escribir en la intimidad, y para ti, es un regalo que deberías hacerte de vez en cuando.

Será como ponerte delante de un espejo, con calma, mirarte bien, enderezar la espalda, sonreírte, tomar lápiz y papel y dibujarte. Pintarte a ti. Pintar esa habitación. Tu sonrisa. Los años pasados allí. El día que compraste el espejo. La mirada que una vez cruzaste con ese amor. Esa nariz que no te gusta. Las orejas pequeñas. La tristeza. La alegría de aquel día en la sierra. Tus padres. El dolor. Las risas con aquella amiga.

Escribir es, de tan innecesario, gimnasia para el alma.

No hay que pretender que te lea nadie. Debes de leerte tú. Leer en orden los pensamientos aturullados que se amontonan al hacer la compra, en el sofá, levantando pesas en el gimnasio. Sentarse a solas en un ritual viejo como lo es el hombre. Tratar de dibujar tu interior. Los bisontes de tu día a día.

No es de perezosos escribir, ni de sabelotodos, ni siquiera lo es de gente culta, ni viajada. Escribir es de gente curiosa por saber quién es, cómo es, qué siente.

Escribir, además, es gratuito.

Piensa en algo que te agobie. En algo que te maraville. Sí, esa ciudad del Norte. El día que se te cayó la copa de vino encima. Cómo te cogió la mano. Qué sentiste. Cuánto duró.

Cuéntatelo a ti, pon orden en ese día. Qué pasó después, qué fue de esa persona, trata de describir el sitio, ¿se veía el mar? Intenta viajar a esos años. ¿Cómo vestías? Trata de recordar cómo andabas de dinero, quién vivía en casa, quiénes se preocupaban por ti. ¿Eras más feliz entonces? ¿Qué has ganado con el tiempo desde ese día?

Escríbete que hubo momentos irrepetibles y quizás acabes recordando las promesas que te hiciste. Tal vez cumpliste más sueños de lo que pensabas.

Para un rato. Deja de caminar en redondo y toma un papel. Léete y corrígete. Léete y critícate. Escríbete y conócete. Descubre toda la grandeza que hay en ti.

Que no te digan que es perder el tiempo. No te digas tú a ti que es perder el tiempo. ¿En qué consiste ganarlo?

Píntate en papel frente a un espejo.

Sonríete y descríbete, a ti, esa sonrisa tuya tan particular.


Prensa

Salvo en regímenes dictatoriales, la prensa te hace más libre.

Es un ejercicio sanísimo que hay que saber practicar. No todo se puede leer a diario. Hay que encontrar métodos para llegar a los puntos clave que hacen de la narración periodística una lección vital diaria. Es una poción mágica que te sincroniza con el mundo a tu propio ritmo, que te dice dónde estás, cómo evoluciona nuestra sociedad, que peligros la acechan, cuáles son las esperanzas de futuro.

La prensa te permite llevar tú el ritmo, ir hacia delante y hacia atrás, parar y volver. Releer. Enmarcar. Pararte y suspirar.

Es a la tele como la novela al cine. Tú decides el ritmo, no vas detrás. La tienes entre tus manos.

La buena prensa te abre la mente para que tú razones, te expone con una visión prismática las múltiples realidades de un mismo conflicto. Te alerta de lo que podemos llegar a ser.

Te hace más sabio.

Salvo la bondad, no encuentro cualidad más potente que la sabiduría.

Internet, además, nos proporciona el placer de acudir a diversas fuentes, idiomas, países, ciudades. Leer artículos de opinión de grandes intelectuales sin salir de casa. A veces no somos conscientes de la grandeza de esa oferta tan barata.

La prensa te permite saltarte los sucesos, los deportes, la crónica social, las paparruchadas de algún político nefasto. Porque está en ti pasar página y obviar.

Sí, podemos abstraernos de todo, del mundo que nos rodea, del tiempo en que vivimos. Es una opción tan plausible como cualquier otra. Puede darnos igual qué ocurre en Perú, en Soria, en los hospitales, en el Elíseo, quién gana un Nobel, cómo es de grande la luna. Podemos elegir ser sólo de los nuestros, del minúsculo terruño en que nacimos y de las personas que podemos tocar.

Yo no. Yo siento que estoy ahí dentro. Yo quiero desayunar cada día con ella. Dedicarle mis cafés. Aprovechar el don de la capacidad de abstracción con que hemos sido regalados. Sentirme ciudadano del mundo. Envolverme en lo que del ser humano, sus miserias y grandezas, me quieran contar a mí.

Mis pulmones se abren al viajar, por las mañanas, a las entrañas del periódico, fugaz, de cada día.

viernes, diciembre 25, 2020

Acción

A mí me bastó un ejemplo para saber cómo actuar en mi vida futura.

—Salva, ¿te gustaría trabajar conmigo en París? —me dijo mi futuro jefe.

—Sí —respondí, sin dudar.

Fue un aprendizaje brutal en décimas de segundo. Tenía poco más de treinta años.

Mi vida en París durante tres años me hizo mucho más humano, feliz, abierto, simpático y vividor.

Es, de forma razonada y desde ese día, un principio de vida. No postergar las decisiones. Mirar de frente al futuro. No enmarañarme en los 'come-come' de qué será de mí si hago esto o lo otro.

Sí, hay que saber interpretar los cruces de caminos. No siempre es fácil elegir.

Hay que escoger la luz, nunca lo oscuro. Se tiene que apreciar lo que aporta vida, no lo que transmite parálisis. Ante una alternativa de salir a la calle o dormir calentito, siempre hay que elegir calle. El dormir calentito está asegurado cualquier día del año.

Que la vida es acción, no inercia. Cuanto más nos habituemos a la inacción, más nos alejamos de la vida.

Si alguien viene a verme, abro la puerta. Ante una propuesta de viaje, hago la maleta. Cuando dudo si alguien necesita de mí, cojo el teléfono para preguntar.

Si no abres la puerta, ni buscas la maleta, ni marcas ese número de teléfono la sombra de no haberlo hecho te perseguirá sin tú saberlo.

No hay nada más frustrante que pensar en lo que pudo haber sido. Es mucho más sano enumerar las veces que nos hemos equivocado.

—A ti no paran de pasarte cosas —me dice la gente.

—Porque siempre dije sí —les contesto.

No quiero arrepentirme de no haberlo vivido. Nadie va a experimentar por mí.

Nuestra vida es lo que queramos hacer de ella y se nutre de gente valiente.

Pensar que vendrán nuevas oportunidades es no entender nada.

Nunca seremos tan jóvenes como hoy.

Pavo

Un cliente regaló un pavo a mi padre por Navidad.

Él, ilusionado, lo trajo a casa. Los cuatro hermanos, todos pequeños, lo recibimos alborozados.

¡El pavo estaba vivo!

Le habilitamos un espacio en la terraza, le pusimos nombre y lo tapábamos cada noche con una manta. 
El pavo hacía unos ruidos extraños y, cada dos por tres, alguno de nosotros se asomaba, con cierta aversión, por ver si seguía en su sitio.

Llegó el día en que mi padre se metió con él en la cocina. 

Anoche le preguntaba a mi hermana Mónica cómo fue la escena, porque en nuestro recuerdo particular cada uno tenemos una versión de la muerte del pavo. La teoría más compartida es que mi padre, urbanita, amante de los animales y presa de los nervios, no terminó de hacer bien la faena y el animal corrió por la cocina sin cabeza.

Cuando mi madre abrió la puerta eso parecía el escenario posterior a la matanza de Texas.

Nadie quiso comer pavo y, tengo claro, mi padre no aceptó más regalos envenenados.

jueves, diciembre 24, 2020

Navidad

Para los que hemos nacido en grandes familias, la cena de Nochebuena era la primera ceremonia protocolaria de nuestras vidas. Cada año. Tan pequeños.

Yo, tímido como un perrillo abandonado por entonces, me moría de los nervios. 

La familia de mi madre la componían ocho hermanos. Los primos superaban los veinte. Nos esperaba cada año un recital de besos, achuchones y preguntas. Ya se iba distinguiendo por entonces quiénes eran más llanos, más pijos, más golfos, mas controlados. Pero no eran, en gran parte, sino desconocidos de nuestro día a día.

Las voces subían, el alcohol se hacía dueño de los gestos de los mayores y a nosotros nos organizaban por grupos de edad para que preparásemos obras de teatro y no diésemos mucho el coñazo.

Yo, habituado a visitar esa casa de mi abuela cada viernes, sentía que se invadía mi espacio. 

Cada año cambiaban las relaciones entre los mayores, había enfermedades, mis primos crecían y preparabas inconscientemente las respuestas a las preguntas que te harían.

El tiempo fue, inmisericorde, vaciando esa casa de la abuela. Hoy no conozco casi nada de la vida de esos primos con los que un día me pusieron a preparar obras de teatro entre las risas alcoholizadas de los mayores.

-Abuela, esto está cortito -decía mi tío Pepe cuando llegaban los turrones.

Yo me lanzaba a por el turrón de Suchard y observaba, ya libre, cómo iba muriendo la noche.

miércoles, diciembre 23, 2020

Fran

Vivo con una persona asertiva.

Hay veces que la mejor forma de entender un adjetivo complejo es tener a tu lado a quien posee esa cualidad, sobre todo cuando ésta es positiva.

Fran es luz sin escondites. Habla claro sin molestar. Usa la sonrisa con la naturalidad de quien no la necesita para comunicarse. Sabe decir que no sin ofender y cuando aporta un juicio sobre algo de ti tienes la seguridad de que no hay estrategias.

Vivir con alguien así es una constante lección de vida, porque no hay dobleces ni pelusas bajo la alfombra. Es sanísimo compartir cada día con alguien que mira a los ojos sin guardarse nada.

Me gusta observarlo manejarse en sociedad, solucionar conflictos, organizar eventos, proponer aventuras, susurrarme palabras de amor. Es puro bienestar personal el que me aporta su voz al hablar por teléfono con los amigos, sus carcajadas al charlar con su madre, su presencia a mi lado aunque esté lejos de mí.

Soy un afortunado al compartir mi vida con quien me enseña, cada día, a crecer como persona. Sin discursos ni consejos, sino al mostrarme en pequeñas cosas, con naturalidad, que hay que actuar sin complejos.

Un día encontré una joya y esa joya se fijó en mí.

sábado, diciembre 19, 2020

Fallar

Siempre estaré ahí.

Es la frase mágica que querríamos escuchar de las personas que nos importan.

La desilusión por vivir se alimenta de muchas traiciones a esa frase tan simple. De creer que gente que creíamos incondicional nos falla. En minucias, en detalles, en desengaños.

No es fácil encontrar ángeles en la tierra.

Pero más difícil es aún si tú no te pones las alas, que todos sabemos postizas. Pero hay que ponérselas para esperar del otro que te reciba con las suyas. 

No podemos esperar incondicionalidad de quien no recibe lo mismo. No podemos fustigarnos con frustraciones provocadas por quienes no reciben de nosotros amor del bueno.

Yo busco las alas cada mañana tras ponerme los calcetines. Hay días que las veo bajo la cama y me hago el loco, hay días que me pesa cuando me las pongo. Pero no las pierdo de vista.

Quiero estar siempre para ti, quiero que cuando me busques siempre me encuentres, quiero que no dudes, que sepas que tienes mi mano, que nunca voy a fallar.

No hay nada tan sano como saber que tienes siempre a alguien.

Pero no se tiene siempre a alguien si no estás siempre tú ahí. Donde se te necesita.

Donde tú piensas, con razón, que me vas a encontrar.

Si no es así, ¿a qué jugamos?

viernes, diciembre 18, 2020

Policías y ladrones

Yo sólo quería jugar a Policías y Ladrones.

Eran veranos eternos y, sin saber razonarlo, entendía que se iban para siempre los años de la inocencia. A la pandilla comenzaba a alterársele las hormonas y los juegos se transformaban en flirteos torpes entre niños y niñas. Muchos acababan con premios que consistían en darse un beso, en tocar al otro, en decir quién te gustaba más.

Cuando eres homosexual esos años se convierten en tortura, porque sientes que todo el peso de la culpa ha caído sobre ti. Te ves solo en el mundo y un futuro pintado en negro. Acabas dándole el beso a esa chica, dejándote tocar y diciendo que te gusta Marta cuando te mueres por Enrique.

Por entonces no había referente alguno en quien apoyarse, ni un internet para investigar. Te sentías sucio y ridículo porque la sociedad había hecho sucio y ridículo todo lo que tuviera que ver con sentir diferente. No te atrevías a hablarlo con nadie, ni con tu mejor amigo, porque temías la delación. Que un día se enfadara contigo y te traicionase. Había culpa, vergüenza y rabia. Un cóctel explosivo para un adolescente que sólo quería ser como los demás.

Yo me encerré en mi caparazón desde esa lejana adolescencia hasta que fui un hombre hecho y derecho, con trabajo, independencia económica y casa propia. Pasé un desierto enorme de falta de afectos, de encuentros furtivos, de lucha contra mí. Yo era un témpano de hielo que escuchaba a los demás, pero no hablaba de nada que tuviera que ver conmigo. Luché, con la máxima dignidad, por ser alguien válido. 

No buscaba sexo, buscaba una caricia. 

Esa primera caricia de amor no llegó hasta siglos más tarde de aquellos día en que mis amiguetes, entre las risas flojas de las noches de verano, me gritaban que diera un beso a una chica cuando la botella terminaba de girar apuntando hacia mí.

Yo sólo quería jugar a Policías y Ladrones.

jueves, diciembre 17, 2020

Viejos

Parece que ser viejo incorpora el castigo de no quejarse.

Son muchas las veces en las que me he encontrado con personas mayores, empezando por mi padre antes de morir, que tratan de quitar importancia a sus achaques para no preocuparte.

Aguantan el dolor con cara de circunstancias para protegernos de la muerte, de lo negro, del horror. Están cercanos al precipicio y gesticulan que no está tan alto, que no hay miedo. Disimulan el vértigo para evitar que nos acerquemos y comprobemos la desolación del vacío. De sus vacíos.

No está en ningún lugar escrito que vivir más esté penalizado ni que haya que pedir perdón por cumplir años a partir de determinada edad. No podemos permitirnos ser tan egoístas, pero muchas veces como sociedad lo somos.

Llegarán los días, ojalá, en que seamos menos ágiles, más torpones, achacosos y es casi seguro que, por entonces, diremos que no estamos tan mal. Que no se inquieten. Que sigan sus vidas.

Que no queremos molestar.

Trataremos, entonces, de pasear con calma junto al precipicio haciendo que no lo vemos.

Vigo

Habituado a tener una amplia vida social, cuando alguien enteradillo se mete con alguien por su lugar de origen me gusta aparentar que yo también soy de allí.

-No soporto a los madrileños -escucho.

-Pues yo soy de Móstoles -respondo.

-Pensé que eras sevillano.

-Qué va, toda mi familia proviene de Madrid.

Y me sale muy bien. Me encanta ser de Vigo, Tarragona o Badajoz cuando en una conversación intrascendente hay quien le da por criticar a los gallegos, catalanes o extremeños.

Probadlo, es divertido. Se les queda una cara de 'tierra trágame'. Hay, además, que retener un poco.

-No pasa nada -les dices, para alargar la agonía.

Para hacerlo sufrir. Un poco al menos. Para que entienda la estupidez de señalar a nadie por el sitio de donde es. Le permites entonces que retome su discurso, que reoriente lo que estaba diciendo, que se retrate un poco más y es sólo en ese momento cuando sonríes.

-Que no, que soy de Sevilla.

Sí. Acabas de ganarte un enemigo. 

Pero yo no quiero amigos así, tan torpes y tan catetos.

domingo, diciembre 13, 2020

Brecha

Grité ¡Gol! y me abrí la cabeza.

Estás colgado gritó mi hermano David, sevillista. El Betis te va a matar.

Me lio una toalla de baño en la cabeza, que sangraba a chorros.

¿Dónde te llevo?

Al Hospital Militar, supongo.

Yo, con más años que un bosque, estaba haciendo la mili. Había pedido prórrogas para terminar la carrera de Ingeniería y empecé la instrucción en el cuartel de Caballería cuando ya sólo me quedaba el proyecto Fin de Carrera para terminar.

Tomamos la motocicleta y tiramos hacia el hospital. Dejamos la casa encendida, con los nervios, con todos los interruptores ensangrentados, sin pensar que mi padre estaba a punto de llegar y se iba a llevar el susto de su vida.

Mi padre, sevillista, transigió en que la familia materna me sacara el carnet del Betis antes incluso de bautizarme. Era el primer nieto varón y había que defender el castillo.

¿Quién aporrea la puerta? preguntó el médico cuando salía de la sala donde me hicieron el TAC de cabeza.

Me temo que mi padre contesté.

Me pusieron no sé cuantas grapas y me indicaron que al día siguiente, con el toque de corneta, explicara en el cuartel lo que me había ocurrido.

¡Si alguien necesita botiquín que dé un paso al frente! gritó el capitán a las siete de la mañana, con todos los reclutas en formación.

Si normalmente siempre había dos o tres con gripe, ese día el paso adelante sólo lo di yo.

¡¿Qué le pasa a usted?!

¡Que me he abierto la cabeza, capitán!

¡¿Con qué se ha abierto usted la cabeza?!

¡Con el quicio de una puerta, capitán!

Comenzó el murmullo.

¡¿Por qué se golpeó con el quicio de la puerta en la cabeza?!

¡Porque el Betis le marcó al Barcelona, capitán!

Afortunadamente el capitán era bético.

¡Es usted un héroe de guerra!

Me llevé toda la mañana bajando la cabeza y enseñándola a coroneles y tenientes-coroneles. A falta de operaciones especiales, ése era el mayor trofeo para el capitán en tiempo de paz.

Cuando terminó el paseíllo por los despachos de los oficiales, el capitán me llevó a su despacho.

Recluta, dígame algo que pueda hacer por usted.

Capitán, me vendría muy bien tener las tardes libres para terminar mi proyecto Fin de Carrera.

Es usted un cabrón protestó.

Pero me lo concedió. 

Si ya era verde mi corazón...








Piedras

Son demasiadas las veces en que personas cercanas se han visto apuradas al verme.

Se rigen por el mismo perfil, son inconstantes. No pongo en cuestión el aprecio que me puedan tener, sí su capacidad para ir de frente.

Son aquéllos que no están ahí para cuestiones menores. Que no responden a una invitación, que no devuelven una llamada, que no cumplen lo que prometen, que esconden la cabeza cuando los necesitas.

Siempre llega el momento en que te los cruzas por la calle y no saben dónde meterse, en que los saludas y buscan las palabras para disculparse de algo que quizás ni yo mismo recuerdo. Llevan la carga sobre las espaldas.

Con lo fácil que es no crearse apuros futuros al encarar el presente de frente. Dejar asuntos pendientes aparcados y mirar a otro lado te soluciona de forma artificial el momento de ahora, pero te complica los momentos de después.

Hay gente a la que le dices siempre que sí y que, cuando las buscas, no las encuentras.

Hasta que un día te los cruzas por la calle y la sangre les sube a la cabeza.

Tristeza

La tristeza se conforma también de felicidad. 

Dejarse llevar por ella es tan sano como caminar un día de lluvia. No siempre hace sol en nuestras vidas.

Cuando algo nos aprieta y duele es cuando nos ajustamos para liberar carga. Los sofocones nos ayudan a conocernos mucho más que los días de risas. De ahí que tenemos que ser inteligentes para encontrar en el llanto combustible suficiente para remontar.

Yo sé que crecí cuando me asusté, que gané en calidad humana cuando comprendí las dificultades, que aprendí a amar mejor las veces en que me sentí solo.

Hay que saber nadar esas aguas, entender que la tristeza es un estado necesario del que hay que salir. Uno no se puede recrear en la pena para construir nada, sino construirlo contra ella, porque te muestra el reflejo de ti que no quieres ver. Es ahí donde el espejo de la pesadumbre te ofrece el camino.

Yo tengo el hábito de bucear en los períodos de tristeza hacia las luces que se muestran bajo el agua pesada de los momentos duros. No sé qué palanca se activa en mí para alertarme de todo lo bueno que tengo en las situaciones de desconsuelo, que no han sido pocas.

Un llanto bien echado es un baile de ángeles rebeldes, un soplo de otoño en primavera; es descarga de emociones comprimidas, es pinchar el globo de nuestros miedos; es querernos débiles, es sabernos humanos, es reivindicar que no podemos con todo, admitir fragilidades, soltar músculos, vencer complejos, respirar mejor. Unas lágrimas pesadas son elixir carísimo que nos da vergüenza comprar. Es una preciosa concesión al niño que no debemos perder.

Con lo bien que sabe esa agüita salada y lo guapos que nos ponemos.

viernes, diciembre 11, 2020

San Clemente

Hace una eternidad que vivimos al lado y nunca habíamos visitado el convento de San Clemente.

Sus horarios extraños y el desconocimiento de la grandeza que encerraba se conjuraron para no haberle prestado la atención que merecía. Abierto en el siglo XIII tras la conquista de Sevilla por los cristianos, este recinto cisterciense está gestionado desde hace siglos por monjas de clausura.

Este viernes entramos. Estábamos sólo Fran y yo cuando se abrieron las puertas. Nos recibió una monja al otro lado del torno.

—¿Es usted peruana? —le dije, para abrir conversación, tras escuchar sus frases cantarinas de recibimiento.

—Salvadoreña, señor.

—Yo me llamo Salvador —susurré, por ganar complicidad.

—A los Salvadores les llamamos Chamba en mi tierra —sonrió.

Pagamos la voluntad para entrar, sin imaginar la majestuosidad de la iglesia que nos íbamos a encontrar, no sin antes comprarle bizcochos y dulces.

Nos explicó su vida contemplativa, las pocas veces que salen de allí.

—Para ir al médico, caballero.

Estuvimos un buen rato Fran y yo en el interior. La paz se respiraba en cada rincón, de una belleza arrebatadora. La monja nos observaba. Leí en el folleto explicativo sus jornadas, mezcla de oración, estudio y trabajo.

—¿Cuánto tiempo lleva usted aquí? —le preguntó Fran.

—Diecinueve años, señor.

No sé, hubo un momento de silencio en que nos miramos difícil de explicar. Quieres preguntar, quieres opinar, quieres entender. Daba la sensación de que ella también necesitaba alargar el momento.

—Vengan ustedes cuando montemos el Belén. Es napolitano. Una joya artística —quizás se sintió demasiado lanzada—. Ya que son vecinos —se justificó.

Decidimos retirarnos, sin tener prisa, con las bolsas llenas de bizcochos.

—¿Y usted cómo se llama? —medio gritó ella.

Nos giramos.

—Fran —le sacó su mejor sonrisa—. Me llamo Francisco.

—Como el Papa —susurró.