jueves, diciembre 31, 2020
Cuerdos
miércoles, diciembre 30, 2020
Crisis
sábado, diciembre 26, 2020
Espejo
Prensa
viernes, diciembre 25, 2020
Acción
Pavo
jueves, diciembre 24, 2020
Navidad
Para los que hemos nacido en grandes familias, la cena de Nochebuena era la primera ceremonia protocolaria de nuestras vidas. Cada año. Tan pequeños.
Yo, tímido como un perrillo abandonado por entonces, me moría de los nervios.
La familia de mi madre la componían ocho hermanos. Los primos superaban los veinte. Nos esperaba cada año un recital de besos, achuchones y preguntas. Ya se iba distinguiendo por entonces quiénes eran más llanos, más pijos, más golfos, mas controlados. Pero no eran, en gran parte, sino desconocidos de nuestro día a día.
Las voces subían, el alcohol se hacía dueño de los gestos de los mayores y a nosotros nos organizaban por grupos de edad para que preparásemos obras de teatro y no diésemos mucho el coñazo.
Yo, habituado a visitar esa casa de mi abuela cada viernes, sentía que se invadía mi espacio.
Cada año cambiaban las relaciones entre los mayores, había enfermedades, mis primos crecían y preparabas inconscientemente las respuestas a las preguntas que te harían.
El tiempo fue, inmisericorde, vaciando esa casa de la abuela. Hoy no conozco casi nada de la vida de esos primos con los que un día me pusieron a preparar obras de teatro entre las risas alcoholizadas de los mayores.
-Abuela, esto está cortito -decía mi tío Pepe cuando llegaban los turrones.
Yo me lanzaba a por el turrón de Suchard y observaba, ya libre, cómo iba muriendo la noche.
miércoles, diciembre 23, 2020
Fran
sábado, diciembre 19, 2020
Fallar
Siempre estaré ahí.
Es la frase mágica que querríamos escuchar de las personas que nos importan.
La desilusión por vivir se alimenta de muchas traiciones a esa frase tan simple. De creer que gente que creíamos incondicional nos falla. En minucias, en detalles, en desengaños.
No es fácil encontrar ángeles en la tierra.
Pero más difícil es aún si tú no te pones las alas, que todos sabemos postizas. Pero hay que ponérselas para esperar del otro que te reciba con las suyas.
No podemos esperar incondicionalidad de quien no recibe lo mismo. No podemos fustigarnos con frustraciones provocadas por quienes no reciben de nosotros amor del bueno.
Yo busco las alas cada mañana tras ponerme los calcetines. Hay días que las veo bajo la cama y me hago el loco, hay días que me pesa cuando me las pongo. Pero no las pierdo de vista.
Quiero estar siempre para ti, quiero que cuando me busques siempre me encuentres, quiero que no dudes, que sepas que tienes mi mano, que nunca voy a fallar.
No hay nada tan sano como saber que tienes siempre a alguien.
Pero no se tiene siempre a alguien si no estás siempre tú ahí. Donde se te necesita.
Donde tú piensas, con razón, que me vas a encontrar.
Si no es así, ¿a qué jugamos?
viernes, diciembre 18, 2020
Policías y ladrones
jueves, diciembre 17, 2020
Viejos
Vigo
Habituado a tener una amplia vida social, cuando alguien enteradillo se mete con alguien por su lugar de origen me gusta aparentar que yo también soy de allí.
-No soporto a los madrileños -escucho.
-Pues yo soy de Móstoles -respondo.
-Pensé que eras sevillano.
-Qué va, toda mi familia proviene de Madrid.
Y me sale muy bien. Me encanta ser de Vigo, Tarragona o Badajoz cuando en una conversación intrascendente hay quien le da por criticar a los gallegos, catalanes o extremeños.
Probadlo, es divertido. Se les queda una cara de 'tierra trágame'. Hay, además, que retener un poco.
-No pasa nada -les dices, para alargar la agonía.
Para hacerlo sufrir. Un poco al menos. Para que entienda la estupidez de señalar a nadie por el sitio de donde es. Le permites entonces que retome su discurso, que reoriente lo que estaba diciendo, que se retrate un poco más y es sólo en ese momento cuando sonríes.
-Que no, que soy de Sevilla.
Sí. Acabas de ganarte un enemigo.
Pero yo no quiero amigos así, tan torpes y tan catetos.
domingo, diciembre 13, 2020
Brecha
Piedras
Tristeza
La tristeza se conforma también de felicidad.
Dejarse llevar por ella es tan sano como caminar un día de lluvia. No siempre hace sol en nuestras vidas.
Cuando algo nos aprieta y duele es cuando nos ajustamos para liberar carga. Los sofocones nos ayudan a conocernos mucho más que los días de risas. De ahí que tenemos que ser inteligentes para encontrar en el llanto combustible suficiente para remontar.
Yo sé que crecí cuando me asusté, que gané en calidad humana cuando comprendí las dificultades, que aprendí a amar mejor las veces en que me sentí solo.
Hay que saber nadar esas aguas, entender que la tristeza es un estado necesario del que hay que salir. Uno no se puede recrear en la pena para construir nada, sino construirlo contra ella, porque te muestra el reflejo de ti que no quieres ver. Es ahí donde el espejo de la pesadumbre te ofrece el camino.
Yo tengo el hábito de bucear en los períodos de tristeza hacia las luces que se muestran bajo el agua pesada de los momentos duros. No sé qué palanca se activa en mí para alertarme de todo lo bueno que tengo en las situaciones de desconsuelo, que no han sido pocas.
Un llanto bien echado es un baile de ángeles rebeldes, un soplo de otoño en primavera; es descarga de emociones comprimidas, es pinchar el globo de nuestros miedos; es querernos débiles, es sabernos humanos, es reivindicar que no podemos con todo, admitir fragilidades, soltar músculos, vencer complejos, respirar mejor. Unas lágrimas pesadas son elixir carísimo que nos da vergüenza comprar. Es una preciosa concesión al niño que no debemos perder.
Con lo bien que sabe esa agüita salada y lo guapos que nos ponemos.