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miércoles, mayo 25, 2016

Olor

Cierro los ojos para concentrar toda mi memoria en traer el olor de mi padre.

Cada vez que le besaba su frente en sus últimos días en el lecho de muerte, su aroma tan personal me inundaba por completo y pensaba cómo poder retenerlo en un tarro al que acudir para visualizar con claridad sus recuerdos en lo que me queda de vida. Esos maravillosos años felices de la infancia o las cervezas en la terraza soleada de su bar Jamaica.

Es potente el olfato como sentido. Basta oler un guiso o pasear por una plaza para que las imágenes de lo que viviste un día se hagan presentes con cierta magia.

Son 48 años los que he convivido con su aroma, con su abrazo protector y su conversación entretenida. 48 años viéndolo cuidarnos, perder a su mujer y volver a levantarse, redescubrir el amor y esforzarse por hacer frente a las necesidades de sus hijos.

Es terrible la sensación de desconsuelo que deja un padre al irse.

Ya no queda madre ni padre a quien abrazarse, ni amores incondicionales que soporten todo. Ya no tendremos a quien buscar con la mirada cuando las olas rompan encima nuestra, para confirmar que nos vigila desde la orilla.

Antes de incinerarlo, le di un beso en su cuerpo frío, y su frente no desprendía olor alguno.

Quedan, sin embargo, sus ojos en nosotros, la generosidad con los amigos, la risa fácil y el amor a la familia. Queda la vida para vivirla también con él.

lunes, mayo 16, 2016

Orégano

Vivir es decidir y decidir implica abandono de opciones a las que no se puede volver, lo que es maravilloso y frustrante al mismo tiempo.

Siempre pensé en dios como un enorme ordenador frío que contabilizase nuestras decisiones, que serían inmediatamente puntuadas para ir clasificando a los humanos en grandes tableros digitales en función de parámetros asociados a las principales virtudes: bondad, fidelidad, generosidad, solidaridad, compasión, ternura...

A veces pienso en ese tablero, oculto para los humanos, y me planteo dónde estaré situado yo, dónde lo estará la gente que me importa.

Dice Kundera que 'la felicidad es el deseo de repetir', de volver al lugar donde algún día encontramos el sentido profundo de la existencia, allí donde nos sentimos ligeros, livianos, donde todo cuadraba. Esos momentos llegan. Más a menudo de lo que pensamos. Esos instantes en que piensas que sí tomaste las decisiones acertadas.

Ocurre, también a menudo, que tratas de volver a esos sitios mágicos, físicos o imaginarios, y te das cuenta que nada vuelve a ser igual. ¡Qué decepción cuando crees retornar al lugar en que un día todo se conectó!

Hay una pequeña pizzería en Brooklyn que se llama Orégano. Tienes que comprar el vino en la enoteca al otro lado de la calle y te dan de postre una tarta de queso al pistacho indescriptible. Nunca volveré. Porque creo que, al contrario de lo que dice Kundera, la felicidad se revienta al repetir.

viernes, mayo 13, 2016

Modernizada

En el competitivo mundo de la industria en el que me muevo quien no corre vuela, por la necesidad imperiosa de fabricar de forma rentable para sobrevivir. El futuro nunca está garantizado, el cliente siempre es libre de elegir a otro.

Una de las formas de mantenerse líder es hacer las cosas como el mejor, algo que sólo se consigue sabiendo qué y cómo producen, se organizan y planean su estrategia los que están en cabeza de la rentabilidad.

A esto le llaman 'benchmarking': copiar las mejores prácticas.

Un término más dentro de los muchos que incorporamos de otros idiomas para entendernos en nuestra fábrica de Sevilla. Ya cuando nos asociamos con Nissan empezamos a tomar palabras japonesas con las que empezamos a familiarizarnos. Un 'poka-yoke' es un dispositivo antierror, el 'gemba' es un taller y 'dojo' es un espacio de formación, vocablos que se unían a los ya usuales en francés, lógicos por la nacionalidad de nuestra empresa matriz. El oficio es el 'métier', los registros de datos se hacen en 'borderaux' y cuando nos presentamos en equipo hacemos un 'tour de table'.

La unión de Nissan con Renault hizo que se instalara el inglés como idioma de consenso, introduciendo en nuestro día a día el 'kick-off' para lanzar una nueva dinámica de trabajo, el 'ramp-up' para la subida de producción de un modelo o el 'lead time' para definir al tiempo base de montaje de cada producto.

Un batiburrillo de palabras fácilmente traducibles al castellano que no cesa de incrementar.

La última, con sonido arcaico, viene del inglés y significa modernizar: 'retrofit'.

Ante la disyuntiva de comprar una nueva máquina o renovarla, sin darnos cuenta hemos ido adquiriendo esta expresión, de tal forma que ya nos suena habitual la expresión 'hacerle un retrofit a tal o cual medio de producción'. La estética lingüística poco importa en la industria del automóvil.

La pasada semana no pude más que soltar una carcajada incomprendida cuando hacíamos una visita a una de las líneas de mecanizado de piezas y un directivo preguntó a un técnico, a la vista de los problemas de rendimiento, cuándo íbamos a invertir en una máquina de los ochenta con aspecto, como mínimo, mejorable.

El chaval le respondió con pasión, aclarándole con un fuerte acento andaluz que no era necesario hacer nada, que todas las tripas de esa máquina se habían renovado:

-¡Pero si está 'retrofitá'!


lunes, mayo 09, 2016

Banal

Me atrae escuchar conversaciones de las que no soy partícipe, como espía ajeno de otros mundos que no son míos. Si hay algo que envidie de no usar transporte público es la posibilidad de filtrar charlas cotidianas de gente anónima. Mi vida sevillana, con coche de ida y vuelta al trabajo, es de tertulias radiofónicas y música de spotify, donde no se cuelan voces de gente con mi acento ni nadie que no sea elegido por mí.

Envidio, racionalmente, esos parloteos en que se habla durante largos ratos de nada. Añoro, con humildad, lo banal. La capacidad para mantener la atención en un diálogo sobre alineaciones de fútbol, compras de supermercado o de previsiones meteorológicas.

Nací intenso, dramático, novelero, incómodo con frivolidades, arisco con lo soez, beligerante a mi pesar con la risa tonta, la más feliz y sana de las risas.

Hablar sin decirse nada esencial es una medicina perfecta para disfrutar del otro que yo no sé recetarme. Charlar sobre un muro blanco en días primaverales comiendo pipas junto a un amigo balanceando los pies, sin prisas ni nada que solucionar.

Debería echar de menos conversaciones así, pero mi yo más mío no las echa en falta. Es mi mente racional quien las pide. Es mi espíritu reflexivo el que me dice que debería aprender a banalizar. Pero mi cuerpo, el de carne y hueso, el que observa la vida pasar, el que adora sus espacios y es selectivo, el de los silencios buscados y las cenas largas, en cambio, me pide marcha.


jueves, mayo 05, 2016

Incendios

Jugar al límite es una opción vital por la que ciertas personas optan en su relación con los demás.

Se trataría de establecer una continua medición de fuerzas con el otro, de forma que cada momento en que hay un contacto con alguien cercano el susodicho saca el cronómetro, la balanza, el libro de notas y la cámara de fotos para controlar cómo de bien, rápido y pasionalmente ha actuado cada uno frente al otro, para anotarlo con todo lujo de detalles en el cuaderno de sus recelos.

Yo era así de joven.

Son individuos excesivamente exigentes consigo mismos, por lo general, que aplican a los demás el mismo nivel de severidad en la evaluación del otro, sin comprender que la vida no es una competición ni hay medallas que repartir al final del camino. Suele ser gente interesante, con muchos valores que, sin embargo, no empatizan con las virtudes que no le son propias.

Si uno al madurar no se aplica el cuento de quitarse de encima estos comportamientos infantiles corre el riesgo de convertirse en un incendiario dedicado a regodearse en el reproche, especialista en ver en los demás el labio seco pero no la mirada brillante, incapaz de disfrutar de la parte luminosa de su pareja para centrarse en las lavadoras no puestas y los cumpleaños no felicitados por sus amigos.

Estas personas, de cuya secta salí hace tiempo, te lanzan a la cara sus frustraciones de analfabeto emocional para hacerte reaccionar, con la torpeza de quien lo hace en la creencia de ayudarte a ser mejor. Te calientan con frases irónicas, comparaciones basadas en medias verdades y autoflagelaciones que muestran cómo ellos sí son de raza; si se pasan de frenada en sus reconvenciones, son especialistas en lanzarse en tromba a apagar el incendio con una sonrisa, seguramente sincera.

Llega el día en que los amigos juzgados prefieren dejar de dar explicaciones de sus propias flaquezas y vuelven la cara a quien hubo un día que vieron desnudo de prejuicios.