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miércoles, julio 17, 2019

Aria

Escuchar 'Mon coeur s'ouvre à ta voix' en su representación de los años 70 en el Covent Garden de Londres, observar cómo Shirley Verrett se derrite de amor en los brazos de Jon Vickers suspirando por su ternura es de una emoción indescriptible. Un mecanismo barato y directo para levitar fuera del mundo propio.

Y en ese instante, cuando aún resuenan los aplausos, viajar a Italia y teclear Tiziana Fabbricini en Youtube y dejarse arrastrar por su porte de mujer madura, envuelta en gasa negra, para acompañarla hacia el culmen final de su 'Mamma morta', cuando casi llega a caerse de la pasión con la que canta su desgarro a un teatro de Novara que se deshace en aclamaciones, rendidos como yo ante tanta belleza.

La belleza de Anna Netrebko en Baden Baden, enfundada en un ajustadísimo vestido de oro para ofrecerme una versión magistral de la Casta Diva de Norma, apoyada en una descomunal capacidad de transmitir desde sonidos a capella hasta finales explosivos con la orquesta, tremenda, a sus pies.

Hay tardes, tontas, en que uno puede volar, sin aditivos, sin compañía, sin dispendios, sólo dejándose llevar por la grandeza de mujeres excepcionales que, de vez en cuando, se ofrecen a cantar para mí el placer de estar vivos, la grandeza de la música, el enorme derroche del ser humano por alcanzar el cielo prometido.

martes, julio 09, 2019

Esquizofrenia

Al poco de llegar a vivir a Francia, allá por el 2002, saltó la sorpresa en las Elecciones Presidenciales. El previsible duelo del conservador Chirac con el socialista Jospin se convirtió, para horror de muchos, en una segunda vuelta entre Chirac y Le Pen. Yo mismo me manifesté en La Bastilla contra el horror. Ganó Chirac con el ochenta por ciento de los votos, de conservadores, socialistas, comunistas, liberales. Me produjo un enorme alivio.

Años después vi, ya desde España, el duelo televisado entre Macron y la hija de Le Pen. Las invectivas de ella contra el euro, contra los inmigrantes, contra el multilateralismo se volvía azucarillo ante las réplicas impecables de Macron. ¿Cómo pagará la deuda de Francia si sale de la Unión Europea? ¿Cómo garantiza la supervivencia del sistema de pensiones si no entran inmigrantes a realizar trabajos que los franceses no quieren hacer? ¿Cómo pretende vender nuestros productos en el resto del mundo si cierra las fronteras?

Mi mayor satisfacción, sin embargo, estaba en saber que en España no teníamos un Frente Nacional.

Pero el Frente Nacional llegó, con su oscurantismo, su xenofobia, su homofobia, su soberbia, su ridiculización de los 'progres', su visión exclusivamente castellana de un país que dicen amar y que no entienden.

Hubo un líder en España que se vendió como el Macron hispano. El liberal, el salvador, el de la cartera limpia y el corazón rojigualda. El que hablaba de otra España posible, desacomplejada y pujante. Y yo casi le creí.

Hoy gobierna gracias a votos de Vox, pero dice que no. Acepta llamar a la violencia de género violencia intrafamiliar, pero dice que no. Se sienta cinco horas con la ultraderecha para mendigar un gobierno, pero dice que sólo tomaban un café. Habla de la socialdemocracia como de una corriente anticonstitucional y admite los apoyos de quienes quieren suprimir nuestro estado autonómico. Y se presenta en desfiles reivindicativos de millones de personas que hemos tenido que estar aguantando media vida de insultos, chistes groseros y desprecios sobre nuestra sexualidad y pretende que le lancemos vítores.

Esquizofrenia ciudadana, norte perdido, pena de oportunidad desperdiciada para siempre. Nunca mi voto.