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viernes, marzo 30, 2012

El futuro de Iván

Si algo caracteriza estos tiempos que vivimos es la inseguridad acerca de nuestro porvenir.

En las últimas décadas, tras dos grandes guerras y siglos de historia caracterizados por enfrentamientos, excesos religiosos, colonialismo, falta de derechos, hambrunas, gobiernos autoritarios, monarquías absolutistas, enfermedades endémicas, pestes que diezmaban la población, tiempos en que lo importante para el noventa por ciento de la población era simplemente estar vivo, en estos últimos decenios parecía que el hombre, al menos una parte importante de la humanidad, había encontrado un camino de racionalidad, se había dotado de normas, imperfectas sí, pero potentes, democratizadoras, protectoras de los básicos, el confort pasaba de convertirse en un lujo a un derecho y el ser humano comenzaba a encontrar un sitio digno en el mundo.

Desde el 2008, sin embargo, vivimos en un estado de shock permanente. Ya nada se da por seguro. La vida laboral, base de nuestra estabilidad como personas y como sociedad, comienza a convertirse en un privilegio inestable y ese miedo, el de la exclusión, se convierte en endémico y deja de ser residual.

Mi época universitaria abrigaba tantos proyectos de vida soñada como proyectos contrarios ven ahora los universitarios en sus aulas.

Cuando las cosas se tuercen cuesta mucho enderezarlas y va a ser difícil recuperar el ánimo para millones de personas que han visto cortado de raíz su mundo.

Estar parado nunca fue sinónimo de persona incapaz, pero ahora aún menos. ¡Hay tanta gente válida acercándose con la cabeza gacha a los servicios de empleo!

Es fácil relatar las cualidades del emprendedor, que parece que uno es tonto si no consigue llevar adelante un negocio.

El secreto está, seguro, en la educación, la preparación, el espíritu arrojado y audaz, en aprender idiomas, en viajar, en no desfallecer. El secreto está claro, el problema aparece cuando el ánimo cae por los suelos ante la perspectiva negra de no saber hacia dónde vamos.

Veo a mi sobrino Iván jugando con sus amigos y un balón, despreocupado, en el empedrado de la Alameda y me planteo, con todas mis fuerzas, que tenemos que encontrar el norte entre todos. Hemos recibido una herencia hermosa de nuestros padres, un mundo que se podía vivir, unos derechos ampliamente luchados, una democracia joven y audaz, posibilidades de estudiar, una sanidad universal.

Con nuestro trabajo, nuestro voto y nuestro ánimo tenemos que conseguir revertir la situación para que Iván y sus amigos tengan un recuerdo radiante de sus días con el balón por la Alameda, desde un futuro tan hermoso como el presente que un día conocimos.

martes, marzo 27, 2012

Azahar

Salir a las calles estas tardes de primavera en Sevilla es oler el aroma de los tiempos árabes de la ciudad, cuando se plantaron de forma masiva naranjos por calles y patios.

Esta flor de azahar que te sube la vitalidad, reconciliando el alma con el cuerpo y haciendo sentirte dichoso de poder vivir, de poder haber vivido desde pequeño, una experiencia así.

Días de sol de temperatura perfecta en que apetece el paseo, la charla y el encuentro con la naturaleza más que nunca en esta vieja urbe, socarrona, clásica y perversa a partes iguales.

El olor de los naranjos en flor que inunda toda la ciudad y la caracteriza, sumergiéndonos a sus habitantes en el torbellino de su más íntima esencia.

Dicen que el olfato es el sentido más desarrollado al nacer, y tal vez quienes hayamos nacido aquí, cada primavera que entra, volvemos en cierta forma a nuestro caparazón, a la feliz infancia de tardes eternas, en que uno se desconcentraba de los estudios pensando en que llegaban las vacaciones de Semana Santa y sus capirotes, la Feria y el sonido de las radios emitiendo sevillanas.

Ciudad que no deja indiferente a nadie, para lo bueno y para lo malo, Sevilla es especialista en seducirte y para ello utiliza armas infalibles desde hace siglos.

Cuando llega la primavera la explosión de azahar secuestra los espíritus más irredentos para su causa.

viernes, marzo 23, 2012

Cien

Cenando con mi amigo Helio, a quien hacía tiempo que no veía, hicimos un repaso de nuestros últimos meses.

Habiendo atravesado él una mala racha, me concentré en transmitirle con sinceridad toda la fuerza de mis proyectos y mi felicidad a nivel personal, queriendo compartirla con él.

Sin embargo, aparecían en mi discurso una serie de puntos negros, de desengaños o frustraciones en mi relación con el mundo, con la gente cercana, con nombres y apellidos, o anónima, la sociedad en la que me muevo.

Helio, como amigo que me quiere, sin poder dejar de lado su faceta de psicoanalista, me diagnosticó:

'Salva, tu problema es que crees que todo el mundo está dispuesto a dar el cien por cien'.

Sí, quizás mis decepciones vengan por ahí, por creer que el personal está o debe estar por la labor de entregar el cien, en cada momento y circunstancia.

Primero viene el analizar si yo doy el cien o no, luego confirmar si es un defecto o una virtud.

Lo que sí siento es que quiero ir a por el cien en cada caso, a pesar de lo que represente de frustración asociada. Y sé, también, que me gusta la gente que se da, sin barreras.

En todo caso, sé que Helio tiene mucha razón: la gente no quiere o no sabe, en una gran mayoría, darse de pleno. No lo refiero en cuanto a su relación conmigo en un razonamiento egocéntrico y vanidoso, sino en su relación con ellos mismos, sus proyectos o querencias. La gente tiene tendencia a reservarse, a contenerse.

La sociedad, en general, no se moja. Las personas individuales, concretas, no dan el cien.

¿Qué es lo correcto?, ¿qué, lo incorrecto?

La sabiduría, tal vez, esté al lado de la contención.

martes, marzo 20, 2012

Gastar

No sé hacia dónde nos lleva este torbellino, pero sé que soy un privilegiado por tener el trabajo que tengo, por cobrar una nómina a fin de mes y poder vivir sin estrecheces.


Sí, me habré currado mi situación actual, pero muchos otros han luchado más que yo y están en la cuneta, o por haber elegido un camino que no era previsible que se viniese abajo o por no haber encontrado su lugar en el mundo laboral.



Siendo mi situación tal cual es, a mí la responsabilidad me puede y el privilegio que siento tener me obliga a pensar en mi posición en la sociedad.



Los que estamos en condiciones 'sanas' a nivel económico o laboral tenemos el deber de contribuir al dinamismo económico del mundo en que vivimos.



Estamos obligados a gastar. A gastar bien y no racanear, a consumir en tiendas del barrio, a comprar verduras o vinos producidos en nuestra tierra, o en Portugal mejor que en Estados Unidos, a invitar a tapear a quien no quiere salir de casa porque no le salen las cuentas.



Tenemos que mover nuestro dinero por varias razones: la primera es para infundir optimismo al personal. Hay que salir. Se nos tiene que ver. La miseria atrae la miseria y la mezquindad, y somos muchos los que tenemos posibilidades de que nuestra sociedad no se paralice por el miedo. La segunda es porque un dinero que fluye es actividad que se genera, y músculos sociales que se ejercitan.



Es el momento de mirar dónde se producen las cosas y qué compramos, sí. Cayendo la que cae no podemos ser ajenos al etiquetado de una botella. No porque no quiera comprar un producto alemán, sino porque prefiero uno griego.



En nosotros está que no nos anquilosemos. Los cinco millones se convertirán en seis si no hacemos porque la sociedad se mueva.



Ir al cine es dar trabajo al taquillero y al cámara, ir a Canarias de vacaciones es dar trabajo al camarero del hotel, encargar una pizza es conseguir que un negocio se mantenga.



Y si alguien innova en nuestro entorno, a muerte apoyándolo. Si alguien ha creado un programa informático, o edita vídeos originales, o reinventa excursiones para turistas, o vende hielo artificial para los americanos, a muerte con él.



En los privilegiados está gran parte del futuro. No podemos fallar.

sábado, marzo 17, 2012

Mi diáspora

Los medios con los que el ser humano se ha dotado para comunicarse permiten jubilar el pleno sentido de la expresión 'la distancia es el olvido', aunque no hacerlo de pleno.

El contacto físico es recomendable, que no esencial, para mantener los afectos.

Hay personas a las que me une tal cantidad de sentimientos, que pueden pasar años sin que nos veamos, meses sin telefonearnos, para volver a encontrarnos con la misma alegría, poniéndonos al día en minutos y renovando nuestra alianza vital.

A Mariángeles, a quien tengo en Huelva, a menos de una hora de Sevilla, la echo de menos muchísimo. Es la cerveza de entre semana, el paseo de mediodía, las cenas en casa con ella lo que echo en falta. Los años pasan y las oportunidades van reduciéndose en este mundo de vértigo en el que vivimos.

Es una alegría, sin embargo, saber que está ahí, siempre fiel, dispuesta a escuchar, a contar, apoyar cualquier causa o llorarme sus miedos.

A Pepe lo tengo en Munich. Científico concienzudo, encontró en Alemania un país más adecuado a su carácter que no esta España jaleosa e inestable. Nuestros correos son espaciados pero sentidos, sus visitas a Sevilla cada vez menos frecuentes, pero siempre se encuentra el momento para un paseo largo en que compartir nuestras ilusiones.

Montse es Madrid, todo Madrid. Fuerte, risueña, pasional, despistada. Tenerla como amiga es un regalo. Tenemos mil ocasiones de acordarnos uno de otro y nos lo hacemos saber. Ejerciendo de madre resuelve todo, me apena no poder haber vivido su día a día más de cerca, haber podido compartir sus dudas laborales, sus ganas de escapar de la gran ciudad.

En París dejé a Guillaume y Paolo, en Toulouse a Vincent y Elodie, en Barcelona a Rafa.

La distancia no es el olvido, no puede serlo.

miércoles, marzo 14, 2012

Palabras raras

No es sólo característico de los políticos o economistas, sino esencialmente de aquél que no sabe de lo que habla, el utilizar palabras incomprensibles.

Produce varios efectos: distrae tu atención del tema principal, que no domina, provoca inseguridad en ti evitando que le rebatas, produce un efecto sonoro llamativo, aunque artificial, y refuerza su propia imagen a ojos de quien no quiera ver más allá.

Ser culto es apreciar, entre otras cosas, quién es tu interlocutor y qué grado de conocimiento tiene de las cosas. Es saber adaptar tu lenguaje a esa persona.

Tuve esa conversación con el dire de la peli que estamos montando, Manuel, cuando hablábamos de determinados técnicos. Él me lo decía con meridiana claridad: cuando te empiezan a explicar en qué consiste su trabajo con palabras ininteligibles o sumamente especializadas, es que no tienen ni idea de lo que hacen o son malos en lo suyo.

Es cierto.

Un buen médico te sabrá explicar con un lenguaje sencillo el porqué de tus dolencias; siempre que conozca el porqué, claro.

Es un ejercicio que deberíamos practicar cuando charlamos de nuestras cosas con gente que no está en nuestro mundo profesional, o de aficiones o querencias.

A mí me gusta que la gente cercana o la que acabo de conocer me hable de su trabajo, sus estudios, sus inquietudes. Si ante esa pregunta empieza a expresarse con acrónimos o da por supuestos en mí determinados conceptos, me mosqueo.

Saber explicar con palabras simples no es ser simple, es ser interesante.

domingo, marzo 11, 2012

Aomame

La buena literatura divierte, informa y forma.

A más calidad, más fácil es que se cumpla esa función de formación humana, sutil y carente de moralejas; a mejor literatura más permeable se hace al lector a la reflexión e interconexión con el que escribe, por muchos años que hayan pasado de su muerte o miles de kilómetros que te distancien de él. Son momentos únicos en que un autor te abre la mente a su mundo, que haces en parte tuyo.

Son innumerables los aprendizajes que, como ser humano, he recibido de los grandes clásicos o de la buena prosa contemporánea.

Son frases o reflexiones que provocan un 'clic', un antes y después en tu forma de pensar, que haces tuyas, incorporas para siempre y además sabes ponerle nombre al personaje, le encuentras un paisaje a la escena, recuerdas circunstancias y te acuden emociones de cuando un día atravesaste esa página.

Recién finalizado 1Q84 de Murakami, tendré para siempre en mí el momento en que Aomame, la joven protagonista de esta historia intimista, se introduce en la cama con su amado Tengo para hacer el amor tras veinte años sin verlo.

Ella, desnuda en la cama, emocionada y henchida de amor, le confiesa con rubor la desconfianza en su físico, falsamente protegida por la poca luz que atravesaba las sábanas que les cubrían:

'Imagino que no te gustarán mis pechos, son pequeños, y uno es mayor que otro'.

A lo que él responde con sinceridad:

'Me encantan. Si tus pechos no fueran así, no serían tuyos'.

miércoles, marzo 07, 2012

Violencia

Como muchos otros, hay un sueño que se me aparece con frecuencia: Me encuentro en una situación límite y no me sé defender, no sé si paralizado por el terror o la cobardía, pero no tengo fuerzas para dar un puñetazo, me siento como un muñeco de trapo que no sabe reaccionar.

Si los sueños se pudieran interpretar, éste podría hacerse de distintos prismas, que vendrían a decir mucho o muy poco de mí.

Hace años, sin embargo, me vi enfrentado a una situación real de violencia.

Estábamos en casa, tranquilos, tirados en el sofá, durmiendo la siesta, y un vecino que creíamos perturbado, y que esa noche lo demostró, llamó a la puerta repetidamente. Yo quedé dormido mientras mi pareja se acercaba a abrir, cuando escuché gritos y golpes. Di un salto del sofá y me encontré con una escena desagradabilísima de violencia inadmisible.

No sé cómo ni de dónde saqué la fuerza, pero casi le abrí la cabeza a esa persona a base de puñetazos para conseguir alejarlo. Recuerdo los regueros de sangre en la escalera.

Llamamos a la Policía, denunciamos el caso y ese vecino desapareció del bloque para siempre.

El médico forense del juzgado certificó mi brazo amoratado por golpes de autodefensa que, ahora, conforman otro tipo de sueño indeseado.

Cuando las circunstancias se vuelven límites, la fiera que llevamos dentro despierta a pesar de nuestra exquisita racionalidad.

Y asusta.

domingo, marzo 04, 2012

Avaricia

Dicen que todos tenemos un precio; lo triste es que seguramente sea cierto.

En esta España en la que vivimos hemos padecido situaciones sonrojantes que han chocado con la ética más elemental desde siempre, pero sin duda la corrupción es aún una de las grandes vergüenzas, junto con la existencia de ETA, de nuestra joven democracia. No hay partido político, región o gobierno que se libre de esa mancha.

Aceptando el hecho inicialmente expuesto de que el hombre es víctima potencial de su propia avaricia, tendremos que concluir que lo que ha fallado en todo este tiempo son las instituciones y las reglas de juego que nos hemos dado, no suficientemente robustas ante este lastre.

El pueblo, en sí, se ha mostrado incapaz de condenar con su voto al corrupto; quizás no haya que echar toda la culpa al ciudadano, aunque sí mucha, porque siempre había excusas para argumentar que no había partido político limpio de culpa a quien entregar la confianza.

Ahora vemos atravesar el corto espacio físico entre su coche y las puertas del juzgado a un demacrado Iñaki Urdangarín, producto de los años más opulentos de nuestra reciente historia, brillante deportista, con apellido vasco y jugador del Barcelona, impecable en sus formas, apuesto y fértil procreador; progenitor, en suma, de una familia perfecta.

En mis reflexiones personales, lo que me ha hecho no poner en duda la Monarquía española es la figura en sí del rey Juan Carlos. La racionalidad se enfrenta claramente a la ilógica de que un gobernante salga de la cuna y no de los votos, pero las circunstancias específicas de nuestra historia hicieron de este rey afable y demócrata una figura querida.

La avaricia de un hombre envalentonado por el mérito de haberse hecho un hueco en la Casa Real puede hacer, sin embargo, que la ciudadanía se replantee la lógica de las cosas.

Cuando no hay otro argumento que el ser un privilegiado para hacerse con posiciones de nepotismo, lo dado por supuesto empieza a no serlo tanto. Utilizar el nombre adquirido por matrimonio para solicitar favores a sabiendas de su ilegalidad es difícilmente perdonable.

Lamento la situación a la que ha llegado, pero quiero que nuestra joven democracia haga caer sobre él, en caso de demostrarse su culpabilidad, todo el peso de la ley.

La gente lo está pasando realmente mal, y no podemos permitir una vida de ensueño en mansiones americanas de seis millones de euros a quien recurre a actos condenables para hacerse con dinero público. ¡Es muy grave!

La Monarquía será aceptada en el futuro si se admite el principio republicano de que todos somos iguales ante la ley. El caso Urdangarín debe servir para reforzar las reglas del juego de este país tan proclive a prácticas inexcusables.

viernes, marzo 02, 2012

Un plan

Con pocas cosas disfruto más que con baños de inteligencia y sabiduría.

Ayer tuve la suerte de poder asistir a la presentación de la última novela ganadora del Premio Café Gijón, Blues de Trafalgar, en la que el autor, José Luis Rodríguez del Corral, acompañado de gente querida y de intelectuales humildes, desgranó todo el proceso creativo intercalándolo con grandes dosis de humanidad.

Es entrañable tener la posibilidad de compartir el discurso de una persona sabia.

Más aún cuando al saber se le une el buen humor y la modestia.

José Luis ahondó en la fuerza de la literatura, '¡qué feliz he sido desde pequeño con un libro en la mano!', conectándolo con lo que supone de estudio del hombre como individuo y como elemento social.

Lo que más me impactó, sin embargo, fue su reflexión final: 'Ahora más que nunca, con los tiempos que corren, es necesario tener un plan'.

Él explicó su plan 'Blues de Trafalgar'. Qué quiso contar, cómo quiso hacerlo y dónde quería llegar. Quería plantear un conflicto ético en el que involucrar desde las tripas al lector, lo quiso recrear en las playas de Cádiz, donde siempre veraneó, como retrato implícito de una generación feliz, y buscó ganar el Premio Café Gijón.

'No se puede ganar un Premio si no vas decididamente a por él'.

Capturé su reflexión y la hice mía, porque creo que desde pequeño me ha salvado para hacerme fuerte el haber tenido un plan.

A mucha gente querida que me rodea, a gran parte de la sociedad en la que vivo le aconsejaría lo mismo: hay que tener un plan.

Porque ahora más que nunca comprobamos que ninguna estancia superior va a hacer nada por nosotros, porque nuestra unicidad sólo puede hacerse sólida desde el momento en que asumimos que es nuestra energía interior, en forma de proyectos concretos y definidos, la que nos salva.