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viernes, abril 24, 2015

Silencio

En esta irrefrenable evolución, cada día más rápida y menos disimulada, a la que nos conduce el progreso tecnológico, hay elementos de nuestra cotidianeidad que van cambiando tal vez de forma definitiva, algo que no debe ser bueno ni malo, pero que seguro que nos llevará en algún momento a pensar dónde se quedaron nuestras vidas anteriores.


Hay un factor intangible que a lo mejor no tiene sólo que ver con el progreso, sino con mis propios condicionantes personales, pero que yo noto que se va haciendo cada vez menos presente: el silencio.


Silencio entendido como pausa, como espacio para la reflexión o como estado de ánimo de la sociedad. Silencio en cuanto a hacer las cosas de una en una, silencio de escuchar, o de entretenerse en bucear en nuestros miedos o en nuestros sueños, a los que no les dedicamos el tiempo necesario para conjurarlos o construirlos.


Los flashes de información continua nos tientan para quitarnos de las manos un libro, para no ver una película de principio a fin, para cenar con algún móvil vibrando, para no observar un paisaje sin fotografiarlo, para ocultarnos el rugido de las olas al correr, con unos cascos puestos, a la orilla del mar.


Me asusta tanto ruido, del que no sé cuánta parte anida en mí.

sábado, abril 18, 2015

Mármol

Me senté en el mármol blanco de la encimera de la cocina, mientras veía a toda mi familia ir de un lado para otro abriendo ventanas y encendiendo luces. Era una Semana Santa fría y quizás una de las últimas ocasiones en que estuvo la familia al completo de viaje.

Imaginaba los días por delante y sentí la fuerza de la felicidad absoluta.

Mi madre organizando todo en esa cocina cuadrada de nuestra casa de entonces, en La Antilla, y yo encima del mármol frío.

El tiempo deja todo atrás, sí; todo menos la memoria.

lunes, abril 13, 2015

Gavilana

Es bueno de vez en cuando dejarse contagiar por un poco de optimismo acerca del alma humana, e incluso manejar argumentos para corroborar que no siempre damos pasos hacia atrás. Tal vez este período eterno de crisis nos ha llevado a darnos de bruces contra demasiados pájaros negros que nos han hecho pensar que el mundo en el que nos movemos es perverso y la sociedad se mueve en un paradigma de futuro imposible; pero si echamos la mirada atrás, sólo un poco, podemos celebrar cuánto ha evolucionado el hombre en cuanto a derechos sociales y respeto al prójimo.

No hay que irse muchos siglos atrás para confirmar que las mujeres no votaban, que a los negros no les dejaban sentarse en los autobuses, que la sanidad era de los pudientes o que los homosexuales eran encarcelados por el hecho de manifestar su amor en nuestro territorio occidental. Quedan muchos lugares de la tierra donde esto aún no es así, pero poca gente duda de que la evolución será, a pesar de tropezones importantes, aquélla en que cada vez sean más reconocidos los derechos individuales de las personas.

Vivimos tiempos en que la economía parece poder con todo, en que las entidades financieras y las multinacionales aparecen como el Gran Hermano que controla el reloj del mundo y nos sentimos hormigas acogotadas por el peso de la rutina, pero está en nosotros, los ciudadanos, el ir haciendo girar hacia otro horizonte más justo nuestro devenir en la tierra.

Me viene a la mente una reflexión simpática de la abuela de una amiga, viuda muy joven y ya cercana al siglo de vida, cuando hacía un repaso a su más de media existencia vestida de luto por un joven marido del que casi ni se acuerda. Valorando los tiempos actuales de libertad, lanzaba con sorna un lamento al preguntarse por qué nunca más volvió a tener sexo con un hombre, en una época en que parecía que la vida amorosa de la mujer se enterraba junto al marido. Ella se preguntaba si, a lo mejor, no sería que los hombres no le gustasen, cuestionándose su propia sexualidad, tratando de buscar la palabra adecuada:

Y si yo, en el fondo decía la señora con la inocencia de sus noventa y tantos años, y si yo fuera gavilana…

miércoles, abril 08, 2015

Intenciones

Perderse una mañana soleada en el Museo de Arte Contemporáneo al aire libre de Montenmedio, entre Barbate y Vejer, es una de las mejores recomendaciones que se le pueden hacer a un buen amigo; aun más, acompañarlo a perderse por sus senderos para compartir sensaciones al enfrentarse con obras enormes integradas en terreno boscoso, amablemente provocadoras y disfrutar con sus reacciones es una apuesta ganadora.

Eso hicimos el pasado domingo con Nuria. Sin prisas, con la plenitud que da el saberse con tiempo para caminar, conversar y abrir los pulmones mientras zigzagueábamos entre champiñones amarillos que nos iban marcando el camino a seguir.

Ya hambrientos, decidimos almorzar allí mismo, en el edificio central de aquel complejo hípico, lúdico, hostelero y bien cuidado que conforma la enorme finca. Dudamos si quedarnos al ver el restaurante vacío, pero quien parecía un camarero avispado nos quitó la duda al entregarnos la carta con una sonrisa y preguntarnos por la bebida.

Tras abrirnos las cristaleras hacia el patio para recibir el fresco del mediodía, ese mismo joven nos transmitió su entusiasmo cuando narró cómo ese espacio, por el que habían pasado varios restauradores, había acabado en sus manos tras un último intento fallido de la empresa por reconvertirlo en japonés. 

'Ahora soy yo el encargado' -nos dijo, humilde, con indisimulado orgullo.

Nos habló de las futuras noches de verano con la piscina abierta para los clientes, sus ganas de incorporar productos de la tierra, especialmente el atún, a la carta de su cocina y lo hacía con tanta ilusión en la mirada que nos hizo meterlo en nuestra conversación de sobremesa para alabar la fuerza que transmite una persona emprendedora.

Los platos, sin embargo, llegaron tan tarde, y la pierna de cordero de Nuria tan quemada, que la alabanza tornó en ganas, tremendas, de siesta y bostezos varios.

sábado, abril 04, 2015

Vino

Desde siempre se ha dicho que una copita de vino al día es algo saludable para el cuerpo, sobre todo a partir de cierta edad y por cuestiones cardiovasculares. El principal argumento científico es que evita la formación de depósitos en el sistema circulatorio que obstaculicen el flujo sanguíneo.

Todo además viene acompañado de ensayos experimentales. Nada de teoría. Tomaban poblaciones con consumo diario de una copa de vino y otras que no lo consumían. Los resultados eran concluyentes.

Digamos que es un avance científico agradable para aquéllos que solemos acompañar las cenas con un buen tinto; no todo iba a ser sacrificio en este proceloso mundo de mantenerse en forma y no envejecer apresuradamente.

Resulta, por desgracia, que un grupo de científicos hace una investigación en que pone en cuestión estas conclusiones utilizando el puro sentido común.

Los estudios que se habían realizado habían dejado de lado un factor importante: el consumo de vino tinto tiene una relación directa con el poder adquisitivo de la persona. Mayor consumo medio ante mayor renta salarial. El vino como elemento social que suele consumirse en mayor grado cuando se está comiendo fuera de casa, algo que se puede permitir con frecuencia sólo quien tiene capacidad económica para ello.

Es decir, los que consumen más vino tienen mayores recursos. No sólo para tomar vino, también para cuidarse, someterse a mayores chequeos médicos y tener más posibilidades de vigilar su salud. Incluso más conciencia corporal al tener acceso a informaciones más precisas, algo que suele venir relacionado con un más alto nivel cultural.

Conclusión: no es que haya menos riesgo cardiovascular por beber vino, sino que quienes beben vino son personas que pertenecen a círculos de la sociedad menos expuestos al desamparo sanitario.