x

¿Quieres conocerme mejor? Visita ahora mi nueva web, que incluye todo el contenido de este blog y mucho más:

salvador-navarro.com

sábado, diciembre 30, 2017

Verbo

Glorieta de los Marineros Voluntarios, Clío blanco, media tarde, primavera. Girábamos hacia los Remdios y Bárbara me dice que adora nuestro silencio. Saber que era el Clío me confirma que hace 20 años.

Veníamos no sé de dónde, pero el momento se quedó grabado.

Ahora no sería posible la misma frase. La veo un par de veces al año, nos mensajeamos de vez en cuando y nos queremos con menor intensidad.

La conexión humana, cuando se produce, arroja silencios. El nivel de comunicación alcanza extremos de perfección que te permiten escoger sin titubeos los momentos en que la palabra es precisa. Cuanto menos confianza hay con nuestro interlocutor más hablamos, más incómodo se hace el no decir nada.

Paseaba este martes por la Alameda con Pepe, dieciocho años viviendo ya en Múnich, y buscaba la próxima historia que contarle antes de terminar la que él me estaba escuchando. Porque no sé cómo piensa ya, no sé dónde quedó aquel tímido químico que un día cogió las maletas para no volver.

En mi relación con Fran, en cambio, los silencios son placer. Conocer cada gesto en el otro da incluso miedo. De vez en cuando lanzamos un grito cariñoso al aire para saber que el otro está vivo, en su mundo, por cualquier rincón de la casa.

Me he propuesto, sin embargo, verbalizar más mis emociones. Tengo la sensación de que la vida me lleva por un tobogán de ensimismamiento en mis reflexiones que deshace los hilos que me unen al día a día del resto de los mortales, incluido Fran.

Y descubro que es fácil. Pienso en lo buena que estaba la cena de ayer y lo digo:

-Qué rica estuvo ayer la cena.

Porque podemos conocernos mucho, pero no está de más compartir más a menudo las películas que se reproducen en nuestras cabezas.

martes, diciembre 26, 2017

Woody

Amenazaba lluvia. Decidí adelantarme para evitar las largas colas propias del día de Navidad en el Cine Alameda. Siempre voy con nervios a cada nueva peli de Allen. Puro cine. Da la casualidad de que 'Wonder Wheel' transcurre en Coney Island, donde pasamos uno de nuestros días de vacaciones este pasado verano neoyorquino.

No había nadie en la taquilla.

Esperé a que llegase Fran y entramos. Apenas una pareja y una chica en la gran sala 4 del Alameda.

Las luces se apagan y, desde lo alto de un puesto de socorrista de una atestada playa ambientada en los 50, Justin Timberlake nos explica, tras los imprescindibles créditos jazzísticos, que va a narrarnos una historia de la que él, futuro escritor, es protagonista y cuyo hilo no sabes hasta qué punto es ficción. ¡La magia del cine!

Una historia dura, una Kate Winslet soberbia, el mismo bar de playa donde tomamos hamburguesas Raquel, Iván, Fran y yo. Incluso las mismas cestas rojas y fotos en la pared. Un matrimonio de compromiso por parte de ella, una hijastra que vuelve de una vida fracasada, un niño pirómano...
¿Hasta qué punto podemos abandonar la ética por nuestros sueños?

Las luces me devuelven a una inmensa sala vacía. Salimos a la Alameda para picar un sándwich. ¿Dónde quedan esos cines del día de Navidad?

La vida fluye, sigue, se transforma, ya la gente pasa estos días en casa viendo series de televisión, o fascinados en juegos con la play, con Operación Triunfo, o enredados en redes sociales de las que no soy ajeno... El mundo siempre gira, nunca es nada como era; aunque el cine de Allen consiga meterme durante hora y media en tiempos color salmón para recordarme, a mí, la magia inimitable que rebosa de unas enormes pantallas de cine que tiemblan de no saberse eternas, seguramente inservibles para explicarnos un día, espero que muy lejano, que una vez existieron y nos hicieron felices.

martes, diciembre 19, 2017

Resabiado

Es triste reconocer que en pequeños gestos diarios, a lo largo de una vida, vamos perdiendo la confianza en los otros.

Temas tontos, como un camarero que te toma nota de más platos de los que puedes comer, de un compañero de trabajo que no te avisa de informaciones que te pueden interesar, de un viajero de tren que se queda con tu conector de móvil pudiéndotelo entregar.

Detalles que te hacen más resabiado, arisco, desconfiado, que te lleva a decirle al camarero que ya vienes comido o a no conectar el móvil en el tren, aún estando convencido de que en este mundo abundan los que te aconsejan bien, los que te avisan de los olvidos, los que te alertan de los peligros.

El mal se merienda al bien y lo contamina todo; porque el bien es lo natural, lo supuesto, lo que fluye, la armonía... y eso lo damos por ganado cada día. Sin embargo, se nos cruza aquél que sólo piensa en él y te coloca el cuerpo en tensión, alerta, en una posición de defensa que no distingue quién de entre los compañeros de viaje cuidará de ti cuando te quedes dormido.

jueves, diciembre 14, 2017

Balthazar

Henchidos de vida, salíamos de un musical en Londres y nos encontramos con una réplica del Balthazar, nuestro restaurante fetiche neoyorquino. Suena snob y pijo porque lo es, pero así se presentó la noche. Entablamos conversación con dos mujeres bien entradas en los sesenta, habituales de veranos en 'la costa'. Hablamos del pequeño Reino Unido imbricado en Marbella, de la desazón que les provocaba el Brexit, de su dificultad para entender el español, de las veces que estuvieron en Sevilla.

Fran fue al baño, yo les hablé de algo que no recuerdo y ellas salieron espantadas. Sigo estrujándome la mollera para recordar alguna frase.

-¿Dónde están? -preguntó Fran al volver.

-Han salido corriendo.

Son varias, afortunadamente escasas, las ocasiones en que relaciones, mucho más consistentes que las de esa cena londinense, se han roto de cuajo sin una explicación.

Amigos con los que viste el mundo revolverse entre cervezas y que, una tarde rara, descubres que ya no están por ti.

-¿Dónde están?

-Se han ido.

miércoles, diciembre 13, 2017

Gamberros

Hay actitudes que dan la vida y entre ellas está la poca vergüenza. Siempre me he sentido atraído por gente gamberra, de risa fácil y pudor escaso. Una forma inconsciente, tal vez, de cómo querría ser yo y no alcanzo a imaginar.

No tiene que ver con faltas de respeto ni frivolidades, sino con la íntima convicción de que la vida es más sana cuando se vive sin complejos. Hay algo en mí, por ejemplo, que me hace parecer, sin ser cierto, emocionalmente distante de las personas que más quiero. Esa barrera estúpida del autocontrol que, llevada a extremos, tanto daño hace al intangible del cariño verdadero.

Porque no sólo basta con querer, que yo quiero mucho, sino mostrar en gestos aparentemente sencillos, y siempre gratis, la devoción real por aquéllos que me importan.

Quitar esa coraza es tarea ímprova, pero saber que te constriñe ya es un paso clave para buscarle las costuras.

Recuerdo hace muchos años que Anchoa, mi entrenador de remo, me dijo:

-Borete, qué gracioso eres cuando te sueltas.

Pero el Borete se suelta poco, aún consciente de lo que gana abriendo la sonrisa escondida de los mejores momentos.

miércoles, diciembre 06, 2017

Kang

De pocas cosas estoy más convencido que de mis sesiones mensuales de osteopatía con Juan, un profesional siempre innovador al que llegué hace muchísimo tiempo de la mano de mi amigo Isaac.

No es necesario llegar con ningún dolor ni molestia; ésa es la razón última de acudir a él. Evitar que el desgaste del estrés, las malas posturas o el paso del tiempo vayan anclando en mi cuerpo desajustes a los que tener que habituarme.

Siempre pregunta cómo van las cosas antes de comenzar cada sesión. No sólo la espalda o las articulaciones, cómo van mis días, qué cosas me preocupan. A cualquier comentario le saca punta antes de ponerse manos a la obra. Nunca aplica la misma metodología y yo me dejo llevar por él. Cierro los ojos, experimento con los movimientos de sus manos y escucho sus explicaciones.

Este lunes acudí con cierto peso en la espalda y un principio de resfriado.

-Muy bien, Salva. Hoy voy a aplicarte 'los doce puntos del doctor Kang'. Va a desaparecer tu resfriado y el cuerpo se pondrá en sintonía.

Mostré mi entusiasmo. No es para menos. ¡Los doce puntos del doctor Kang!

Consistía en doce agujas de acupuntura, tres en cada pierna, otras tres en cada brazo. Me las dejó puestas media hora y quedé a solas en el gabinete.

Lleno de agujas en puntos clave, no me atrevía a moverme, pero me estaba quedando congelado. Asomé la cabeza y vi que el calefactor marcaba 27ºC. Me tranquilicé. Pero el cuerpo tiritaba. Entró a hacerme una inspección, moviendo agujas. Le dije que tenía mucho frío -estaba en calzoncillos- y reconoció que el aparato no funcionaba bien. Me tapó con remiendos de sábanas, sorteando las agujas. Y volvió a irse.

Hoy ando empachado de couldina, rodeado de pañuelos, acordándome de los antepasados del doctor Kang.