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viernes, febrero 26, 2021

Compartidor

Yo patentaría el compartidor.

Con el objetivo de conseguir un mundo más empático, este aparatejo electrónico con el que sueño serviría para conectarlo a ti y a cada persona que sufriese alguna dolencia que tú quisieras entender, más allá de explicaciones que nunca alcanzan a definir el dolor, y compartir así, un rato, su padecimiento.

Te sentarías al lado de la persona querida, os enchufaríais por medio de unos cablecillos y te solidarizarías algún tiempo con su migraña, su dolor de huesos, su dificultad al respirar, sus reúmas. Apenas un rato. Luego te desconectarías y os tomaríais un café.

Seguro, entonces, que la charla transcurrirá por derroteros más humanos, menos formales. Que la posibilidad de que os acariciéis será mayor, que os dejaréis hablar con calma el uno al otro.

Porque hoy es esa persona quien se vería aliviada por poder ser comprendida en su dolor, pero mañana puedes ser tú.

Sería un aparatillo pequeño, que funcione a pilas, de andar por casa, inofensivo, que nadie que no quiera tenga por qué usar.

Y, quién sabe, quizás en versiones futuras también permita compartir la risa. Y que, cuando ésta llegue, haya un regulador que te permita convertirla en carcajadas compartidas, de ésas que obligan a agarrarse la barriga.

Se convertiría en un chollo para los dos utilizadores, uno ganaría en humanidad, el otro en comprensión.

Yo lo inventaría, si supiera.

El compartidor.

martes, febrero 23, 2021

Andalucía

Aunque me hubiera gustado nacer en cualquier sitio, porque la tierra de la infancia vive siempre con nosotros, nací en Andalucía.

Hoy celebra su día.

No me gustan las patrias, ni las banderas. Si acaso la europea, porque es donde más gente cabe y porque no hay bandera del planeta Tierra.

Nadie es especial por ser de ningún lado, pero sí hay factores que determinan cierta aproximación a la vida.

Y en la vida de un andaluz hay sol, mucho azul, sangre mezclada de tres culturas, complejos de inferioridad, ritos paganos, alegría, casas encaladas, charlas en la calle y gritos por la ventana.

Yo quiero a mi tierra como quiero a mi familia, no porque piense que es mejor que nada ni una fortuna haber nacido aquí, sino porque oigo un acento andaluz y me siento en casa.

Microataques

Todos tenemos microataques de pánico diariamente.

Estoy convencido.

Nuestra cabeza es el más perfecto ordenador, no descansa ni durmiendo. Aunque hagamos por educar a nuestro cerebro, éste se despista, va a su bola muchas veces, y en esas escapadas se pasea por sitios abruptos que no querríamos visitar de elegir la ruta.

Imagino que no es sino una gimnasia cognitiva que practica para simular todos los escenarios posibles, como un combatiente inquieto que no quiere dejar nada al albur de lo imprevisto.

En algunos de estos entrenos casi militares para investigar el futuro, porque le va la vida en ello, se enfrenta a posibles enfermedades, despidos laborales, muertes cercanas y sustos diversos que, mientras damos un bocado a una manzana bien colorada, de golpe nos aceleran el corazón con un calambrazo de terror.

Mi clave para que esa pequeña arremetida no vaya a más es solidarizarme con mis sesos.

Suspirar para borrar la imagen y entender que, esos sobresaltos, no son sino ejercicios voluntariosos que nos preparan para estar fuerte cuando venga lo peor.

lunes, febrero 22, 2021

Bloqueo

Una amiga me preguntaba el otro día qué hago con la gente que mete cizaña en mis redes.

—Los bloqueo —le respondí.

Me pone la controversia, la discusión, el debate, pero no admito en el territorio de mis publicaciones faltas de respeto a nadie.

A mí me da la vida, como escritor y como persona, escribir un texto diario. Me hace estar en tensión, atento al mundo, a mis recuerdos; vigilo mis emociones para ver qué salta por ahí dentro, observo a la gente actuar, leo el periódico, con los cinco sentidos, presto a estímulos. Todo lo meto en la batidora para construir relatos breves que, al compartir, me ofrecen un retorno inmediato de personas de todo color y sensibilidad que me dan mucho más de lo que yo les aporto.

Ahí no entran los odiadores profesionales que circulan por las redes apoyados en el anonimato o la cobardía que supone lanzar la piedra sin importar el daño.

Yo bloqueo. No permito broncas en mi casa. Las malas artes se consienten allí donde no hay principios.

Insultan una vez, a la siguiente ya están fuera de mi mundo con cara de tontos.

domingo, febrero 21, 2021

Manu

Los mediodías que se viene Iván a comer a casa son una delicia.

Ya se puede hablar de todo con él a sus dieciocho años y, aunque se sigue poniendo colorado, no hay tema tabú. Su tío Fran le da caña y él lo sabe torear con arte.

Ahora está en una fase en la que presume de su tío Borete. Le pasa mis textos a sus compañeros y me transmite sus impresiones. 

—Vaya frasote que te has marcado —me escribió el otro día por teléfono.

Y se la coloca en su perfil de Instagram.

Yo le pregunto por sus amigos y él me va relatando cómo lleva cada uno sus estudios, sus novietas, si son más o menos golfos.

—Mi amigo Manu es la leche, mientras por las noches todos nos conectamos a la play, ¡él se queda en su cama leyendo novelas!

A mí se me hacen los ojos chiribitas tan sólo de pensar en verlo un día tirado en su cama leyendo.

Sí, tú, Iván.

Fotos

El diablo aparece en los detalles.

Suelo practicar un ejercicio al observar las fotos que se publican en las redes. Retratos de conocidos a los que sigues que se hacen con sus familiares, con amigos, con compañeros de trabajo. 

El autor de la publicación suele salir todo lo bien que da de sí en una foto. Lógico. Pero ¿y los demás?

Una muestra de la calidad humana de esa persona viene dada por cómo sale reflejado el resto de acompañantes en la foto que publica. Cuando su amigo sale con los ojos cerrados, su hermana con el gesto desencajado o su compañero de trabajo en una pose que le hace dos veces más gordo, ya comprendes en gran parte cómo funciona ese individuo.

Tiene su vida orientada al lucimiento propio. 

Algo que no sería censurable si, al mismo tiempo, presumiera y se preocupara de la gente que le quiere.
  

miércoles, febrero 17, 2021

Blanco

Comenzar a escribir una novela es tan duro como desafiante.

Ya tengo en mi cabeza la trama, jugosa de sangre caliente, diferente en su concepto, a estas alturas ya irrenunciable, avasalladora como reto.

Sin embargo, los personajes yacen inertes en la palma de mi mano. Algunos apenas balbucean, otros andan despistados, confusos. No todos saben aún cuántos hermanos tendrán, cómo será su físico, dónde vivirán, incluso si seguirán llamándose así o les cambiaré de empleo. Se miran y se ven muy parecidos entre ellos, cuando hablan no encuentran su tono, ni saben todavía reír.

He empezado a moldear a Lara, una valenciana de mediana edad que huye del Brexit con su hijo, al que cambié ya tres veces de nombre antes de saludarme el encargado de un restaurante, Abel, que lo bautizó, sin saberlo.

Con todos sus ahorros invertidos en un pequeño hotel en Sevilla, mi protagonista tiende a venirse abajo más de lo que yo deseo, así que le busco secundarios que la animen, que le hagan compañía, que le descubran las cualidades que atesora tras media vida como madre soltera en Londres.

Dudo si traer a su madre, ya mayor, desde Valencia, para que la cuide. O darla por muerta.

Decidí, como un electroshock, que la primera frase de la novela fuese el mayor golpe de efecto de la historia, pero ha dejado a Lara aturdida.

Pensé que su historia la narrase alguien desconocido, pero vi que no, que no hay mejor forma de contar su historia que a través de la pluma de quien más apasionadamente la quiso. Maxi.

¿Lo llamo Maxi?

Llegará un momento en que todas mis criaturas se me alboroten, tomen decisiones a pesar de mí, adquieran personalidad, tono, textura, sustento; pero aún están lejos los días en que mis manos teclearán solas la historia. Ahora necesitan de mi oxígeno y mi paleta de colores. Toda la energía la pongo yo, lo que me trae destrozado. Me despierto a medianoche pensando en ellos. Escucho conversaciones, veo películas, oigo música, leo novelas como ávido ladrón de detalles para mis personajes.

Tengo todos los avíos del puchero, ahora toca encender el fuego. 

Ya no me puedo separar de la lumbre.

lunes, febrero 15, 2021

Chungo

Tengo un vecino chungo.

Un adjetivo cuyo significado rima perfectamente con su sonido.

Chungo.

Donde ya la 'u' te introduce en un bache para meter la pierna nada más empezar y quedarte con la cara de tonto que te de la 'o' del final.

25 años en mi casa en plena armonía con el vecindario y llega el tonto de turno. Al que todo le molesta, el que te malmete con el resto, quien escribe a la comunidad sin dar la cara, el que dice hablar en nombre de quienes nunca protestan.

Pienso que a gente así hay que pararla, porque te comen. No dedicarse a aguantarles las tonterías.

Yo ya lo he hecho. De frente y sin paños calientes.

Quien se queja de todo admite mal que tú no te quejes más que de él.

Ahora tengo un vecino transparente, al que ni veo ni oigo cuando lo cruzo por la escalera. Él se rebeló al principio, pero pronto comprendió que no hay donde rascar.

No hay mejor medicina para un metomentodo que hacerle ver que no lo ves.

¿De quién hablábamos?

sábado, febrero 13, 2021

Olla

Recuerdo con risas una guerra de migas de pan en un restaurante de Donosti.

Estábamos la familia, nuestros amigos donostiarras y algún que otro conocido. No sé cómo ocurrió, pero acabamos inundando el local de bolas de pan. Se nos contagió un ramalazo de locura.

Qué sano es que se nos vaya la olla de vez en cuando.

Son situaciones que tendrían que darse más. Deberíamos ser más propensos a perder por momentos la cabeza, liberarnos de corsés y decir barbaridades. 

Sí, me lo digo a mí.

Recuerdo, como si fuera ayer, el día que comencé a cantar por María Bethania. Una noche loca en que yo desafinaba imitando a la brasileña y me caía de alegría al suelo entre las risas de mis hermanas. Y seguía cantando, con los brazos en cruz, tirado en el suelo.

O cuando a mi padre, en una atracción de feria, le tocó como premio un animal tan feo que lo bautizamos perrigato. Me río aún de mi padre haciendo el indio con el perrigato.

Estamos demasiado inhibidos. Yo el primero.

Añoro escenas surrealistas en este mundo tan serio.

Decorado

¿Y si todo fuese mentira?

Desde pequeño he fantaseado con esa posibilidad. Que todo fuese un decorado. Yo visitaba lugares, conocía personas y me enfrentaba a situaciones nuevas al descubrir el mundo. De vez en cuando me giraba en redondo, para ver si todo lo que había dejado atrás estaba allí. Quería pillar el truco.

Quizás, por entonces, fue por autodefensa. Había cosas en mi vida que no me gustaban. La enfermedad de mi madre, mi sexualidad, el descubrimiento de la muerte. Todo pesaba demasiado. ¿Quién jugaba conmigo? 

Ahora se venden cascos que te cubren la cabeza completa y te ofrecen realidades virtuales alejadas de tu presente. Hace unos días las noticias informaban de un negocio surgido en Corea que simulaba en tiempo real la compañía de seres queridos que habían muerto. Lola Flores nos vende cervezas veinte años después de dejarnos.

La realidad es tan extraña que admite incluso recrearse en posibilidades descabelladas que me llevan a jugar con la posibilidad de que todo esto no sea más que un juego. A fin de cuentas, tener dos piernas, dos brazos, un páncreas, ganas de comer, vértigo o apetito sexual ya es en sí bien raro.

Me gusta jugar a que todo sea mentira para quitar drama a la vida. 

Las cosas están ahí mientras estoy yo, ¿pero existe Nueva York si yo no lo visito?

La única verdad absoluta la descubrió Descartes. 'Pienso, luego existo'.

Sí. De lo máximo que puedo estar seguro es de que yo existo.

¿O no?

jueves, febrero 11, 2021

Buda

Me había tratado con tanto cariño cuando trabajé en Corea que. cuando Hojin Lee me devolvió la visita, yo me entregué como el mejor anfitrión posible.

Desde que salíamos de la fábrica lo llevaba a conocer la Sevilla más hermosa. Cenábamos en terrazas al aire libre, paseábamos junto al río y le presentaba a amigos con los que disfrutar de conversaciones siempre pasionales acerca de nuestras dos culturas.

La última noche él, emocionado y agradecido, me habló de su mujer y de sus hijos. 

Con la timidez propia de los orientales me fue sacando fotos de su cartera para explicarme quien era cada cual, los proyectos que se traían entre manos o, incluso, la situación económica familiar. 

Bebíamos un gintónic en la terraza del hotel Eme, con la Giralda, inmensa, acompañando sus confidencias.

Tanto se aproximó a mí que, por momentos, dudé si no habría querido darme un beso.

Salía al día siguiente temprano hacia su país, así que nos despedimos en esa azotea tras una semana intensa. Fue entonces cuando sacó un paquete:

-Esto es para ti -me ofreció, nervioso.

Por su emoción supe que aquello era algo importante para él.

-Es un regalo que me hizo mi madre -me explicó-. Es un pelo de acero que, milagrosamente, le salió al Buda de su pueblo -yo quería morirme-. Lo conservaba desde pequeña.

Le dije que no permitiría que me hiciese un regalo así, mientras veía a través de un dado de cristal el pelo reverenciado de su dios.

-No lo puedes rechazar -insistió. Yo, torpe, abrí las dos manos para aceptarlo con una inclinación de cabeza.

De vez en cuando, en casa, cada vez que me acuerdo del pelo de Buda, pego un respingo. 

¿Dónde diantres lo metí?

martes, febrero 09, 2021

Bajini

Hay quien me dice, por lo bajini y con delicadeza, te expones mucho.

No le quito la razón.

Escribir acerca de mi mundo, en cambio, no pretendo que sea un escaparate egocéntrico de mis emociones, sino un catalizador de las de los demás. Una palanca que ayude a despertar el niño que está en quien me lee, que alivie soledades a través de pensamientos que no se suelen compartir, que en mis anécdotas recuerde las suyas con ternura.

Desnudarme por dentro no es sino una búsqueda íntima del sentido de las cosas.

Soy un ferviente explorador del alma humana, pero sólo tengo la mía para experimentar. Ya de pequeño hubo quien me dijo que le gustaba cómo yo contaba mis historias, cómo las adornaba y las salpimentaba con ingredientes que no sé de dónde salieron, pero que viajan desde siempre conmigo.

Escribir es una elección, tal como lo es leer.

Cuando uno se vacía sobre un papel, el texto deja de ser suyo. No pertenece a nadie.

Yo elegí compartir mi mundo a pesar de mis pudores, con el objetivo íntimo de llegar a tu alma a través de la mía. 

Y así crecer.

Caricia

Por cada desprecio hay cien palabras de amor.

Tras cada enfurruñamiento, se ocultan muchas sonrisas. Cuando nos hablan de una mesa de comedor vacía, no nos llegan todas aquéllas donde los almuerzos son pura risa. 

Lo malo vende, lo malo atrae. 

La bondad no tiene espacio en los medios de comunicación, salvo que sean ángeles que te lleven al cielo de lo imposible.

Dicen que el ser humano tiene a imitar de forma inconsciente. Que cuando hay una masacre las fuerzas de seguridad se ponen alerta por si el fenómeno se reproduce. Si, en plena pandemia, se informa de fiestas clandestinas con determinadas características, en los días siguientes aparecen grupos similares de imbéciles copiando lo que vieron por la tele.

Si funcionamos así, ¿por qué no potenciar el buen rollo?

Yo estoy rodeado de ángeles que dedican su tiempo a ayudar a gente sin techo, a familias sin recursos, a inmigrantes perdidos en nuestro país, que dan consuelo a reclusos. 

¿Por qué no les damos más voz?

Verdura

Nos dijo:

Los japoneses comenzamos a comer por la verdura.

Fue mi primer viaje a Japón. 

Tardamos media mañana en presentarnos todos, alrededor de una enorme mesa de trabajo. Había dos traductoras, una para los franceses, a la que rápidamente apodamos 'La Pantoja', y otra para los españoles. Masuko. Dulce como solo puede serlo una oriental.

Cuando las presentaciones estaban hechas nos propusieron comer, sin movernos de nuestros asientos.

Trajeron bandejas negras de un material lacado, cubiertas como pequeños ataúdes. Íbamos a estar más de un mes de trabajo allí y era importante que nos explicaran ciertas reglas. Así que Masuko se nos acercó y tomó los palillos para adiestrarnos en su manejo.

Uno de ellos hace de base y debe reposar entre el pulgar y el índice con gestos de princesa ejecutaba los movimientos para que los asimilásemos. El otro lo tomáis como si fuera un lápiz, que será el palillo con el que atrapamos la comida.

A mí la emoción me cogía la garganta con una escena tan sensual al otro lugar del mundo.

Una vez todo explicado, nos pidió que descubriésemos la tapa de la bandeja, para encontrarnos con diminutos platos muy coloridos y exquisitamente preparados.

Los japoneses comenzamos a comer por la verdura —nos aclaró—. Tomad los palillos, por favor.

Todos lo hicimos, tratando de imitar lo visto en ella y esperando, llenos de la ingenuidad que inspiraba el momento, la siguiente instrucción.

Así que —continuó Masuko—, coged el nabo y meterlo en salsa.

Fácil

Ser fácil es una virtud terapéutica.

Cuando eres así, todo viene bien, con lo que ello supone de ahorro en sofocones.

Eso sí, es más fatigoso que mantener rutinas rígidas.

Vivir de frente no tiene precio. Atacas lo diario sin escudo ni espada, actúas sin dobles intenciones. No llevas lista de agravios ni te inquieta en exceso lo retorcido que pueda ser el otro. Dices sí a la cerveza, pero te la tomas también si el otro no aparece.

Yo quiero ser cada día más fácil sin perder una pizca de humanidad, sin entender la capacidad para adaptarme a cualquier situación como indolencia, sino como actitud vital. 

Quiero tener proyectos que sean flexibles, ilusiones amoldables a lo que pueda venir, juntarme más con gente que sienta en libertad.

Hay demasiado miedo a todo y yo no quiero envenenarme de esa pócima maldita. 

Me cansa la gente encerrada en sí misma contando lo mal que la vida les trata, introducidos en cuevas creadas por su miedo a respirar aire puro.

Esta pandemia ha demostrado que una parte importante de la sociedad se ha quedado pillada. Gente a la que yo quiero mucho se ha metido en un agujero del que le costará salir cuando las puertas se abran. Huelo a naftalina desde aquí.

Andar escondido en cuevas inventadas es cansadísimo.

lunes, febrero 08, 2021

Varonil

El hombre más varonil es el que trata a la mujer con respeto.

Si la virilidad se entiende como valentía, ¿qué más valiente que saberse vulnerable? Si se entiende como fortaleza, no veo mejor forma de evidenciarla que mostrarse como uno es, sin complejos ni necesidad de demostrar superioridades inexistentes. Si uno es más hombre cuando va de frente, ¿qué mejor forma que acercarse a la mujer liberado de artificios?

De entre mis amigos emparejados, los hombres que más seducen son aquéllos que tienen en sus mujeres a amigas del alma, no a modelos de pasarela. Los más atractivos, a mi entender, son los que presumen de las cualidades de sus parejas sin necesidad de hablar de sí mismos. Los que entienden que no hay roles previos que asumir.

El hombre valiente sabe colocarse en segunda fila con una sonrisa.

La masculinidad debería definirse como la capacidad del hombre para mostrar su sensibilidad sin complejos. 

Para eso sí hay que tenerlos bien puestos.


domingo, febrero 07, 2021

Relámpago

¿Existe la felicidad sin pensarla?

Si imaginamos una tormenta en un espectacular paisaje desértico, ¿se oirían los truenos si no hubiese nadie para escucharlos?

Hace unos días me enviaba mi hermana Raquel un vídeo de Iván en la playa, de muy pequeño. Abría los brazos, se reía a carcajadas y flirteaba con la cámara. 'La felicidad', me escribía mi hermana.

Nosotros la vimos entonces, ahora también. Pero, ¿la disfrutó Iván en su momento?

Es la época de la vida en que todo fluye, la infancia, pero también es un período en que los conceptos abstractos no existen. De ahí que nos vengan tantas imágenes sobrevaloradas de nuestra niñez, de esos tiempos en que fuimos, sin saberlo, gloriosos.

A mí me ocurre observando a Fran, con su nueva empresa, sus carcajadas al otro lado del teléfono, su música a todo volumen mientras cocina garbanzos con langostinos. Y se lo digo. 

-Qué alegría transmites.

Disfrutar del recuerdo es una terapia sanísima, pero más potente es recrearse en el presente.

A veces pienso en ponerme alarmas de felicidad en el móvil, que suenen con una musiquilla diferente a la del despertador. La programaría a diferentes horas del día en que sé que estoy pletórico. Al desayunar con el periódico, al escribir mi texto diario, al tomar la cerveza previa a la cena en mi banqueta alta con la televisión sin volumen, al responder comentarios ocurrentes de mis lectores, mientras hago deporte escuchando las noticias.

Tomar conciencia del disfrute absoluto. Sentir un cosquilleo cerebral. Un pellizco en el estómago. Décimas de segundo, sí. Pero ¡qué décimas!

He ido aprendiendo a hacerlo sin alarmas. Parar de golpe y decírmelo. Soy feliz.

Es una pastilla baratísima que no necesita de receta médica ni prescripción.

sábado, febrero 06, 2021

Estrabismo

Apenas recuerdo que yo era bizco.

Me daban, como juguete, un aparato rojo para ver diapositivas en tres dimensiones. Yo no veía esa tercera dimensión.

Debía provocar una mezcla de dulzura y tristeza en mi madre verme con ese parche en uno de los cristales de mis gafas.

Su hijo tiene un ojo vago.

Hubo un día, yo tendría diez años, en que me llevaron a un hospital para operarme. Apenas recuerdo la bata azul, un gran foco iluminándome y mi madre tomándome la mano.

Todo va a ir bien, Borete.

No entendía muy bien las conversaciones, el músculo que tenían que coser, la sangre en las curas, el ojo  rojo y los días sin colegio.

Muchas veces, cuarenta años después, me tapo los ojos alternativamente cuando leo novelas en mi cama para averiguar cuál era el ojo vago. Me miro al espejo para comprobar cuál es el más pequeño. Trato de ver una cicatriz que nunca encuentro.

Fran me dice que le erotiza verme aún bizquear cuando soplo la sopa caliente, enamorado del niño frágil que un día fui.

La anestesia perdió su efecto y ahí estaba mi madre. Ya las gafas y los complejos pasaron para siempre.

Me agarró como a un muñeco y me abrazó.

Ya todo pasó.

viernes, febrero 05, 2021

Protagonismo

Hay gente que nace para mirar.

Que disfruta, padece o se desespera al ver la vida de los otros. Que proyecta en los demás sus propias ilusiones, sin darse cuenta de que ella misma, como persona individual, es un centro de energía inigualable.

Todos deberíamos tener derecho a nuestro momento de gloria, a sentirnos importantes, a visualizarnos. En cada persona hay un valor que compartir que debería potenciarse.

Un ejercicio muy sano que me gusta practicar es el de pensar dos veces antes de criticar lo malo en alguien. Tan sencillo como evitar la salida fácil de definir a una persona por lo que la hace mediocre y buscar lo luminoso que hay en ella.

Todos tenemos una luz.

A muchas de esos hombres y mujeres grises alguien se encargó de apagárselas, cortándole cables, desconectando baterías, taponando sus focos al exterior. Gente que, cuando se oscurece del todo, se dedica a ver la vida pasar. Se sienta en el rellano de los transparentes para ver a los vivos y se convierten en carne de cañón para desconectar las luces de los suyos. Creen que es lo adecuado, que la vida está en los otros.

Los que no queremos verlos así tenemos la oportunidad de hacer que recuperen ese brillo con el recurso sencillo de averiguar dónde estaba ese foco de luz.

Tu risa lo ilumina todo.

Y boom. El milagro comienza a funcionar.

Perdón

Cuando se perdona, se perdona.

No valen perdones de boquilla. 

Uno no cuelga en el ropero una camisa con una mancha que ya no puede quitar. Porque no se la va a poner. Pero ha tenido que poner detergente en la lavadora si realmente quería dejarla limpia.

Al decidir pasar página hay que hacerlo de verdad, con el esfuerzo que requiere asumir que en el futuro no vas a tirar del repertorio de traiciones sufridas para defenderte.

Perdonar es un acto de grandeza si se hace de verdad. Es un ejercicio que, sin implicar olvido, es más sano para el que lo ejecuta que para el supuesto beneficiado.

Al exculpar a alguien estamos indultándonos nosotros, porque hacerlo implica mirar muy dentro y ver que nosotros también fuimos puñeteros, rencorosos, impertinentes y traicioneros. Excusas con generosidad al otro también porque conoces tus propias fragilidades.

Yo trato de perdonarlo todo, de corazón, salvo la maldad. 

A esa mancha no le echo detergente.

martes, febrero 02, 2021

Presumir

No confío en aquél que cuenta a los siete vientos que está ocupado hasta las cejas.

Me da mal rollo quien se vende como imprescindible de nada, quien parece que me quisiera cobrar su tiempo. Quien sonríe estudiando su sonrisa.

A mí me da lástima la persona que se toma por alguien de importancia. Mucha pena.

Aquéllos que presumen de ser jefes, de ganar dinero, de cómo de apretada tienen la agenda, de cuánta gente le espera, le llama, le pide, le asalta, le admira, le solicita favores para llegar a ser como ellos son.

Triunfadores de papel maché.

A mí me gusta verlo yo. Atravesar a través de sus actos la grandeza de quien tengo cerca. Descubrir en sus silencios todo lo valioso que hay en ellos.

No creo que exista forma de mezclar una buena crema si los ingredientes son la vanidad y la brillantez, porque esta última repele a la primera. 

Tuve un jefe que me dijo un día en su despacho 'te llevas demasiado bien con tu equipo, así que te voy a envenenar la sangre'. 

¿Perdona?

U otro, llamado Fulanito Pascual, que con voz impostada me aseguró que algún día yo llegaría a ser un 'Fulanito Pascual'. Qué horror, pensé.

Alguien sobresaliente en el campo que sea debe ser, antes que nada, sensible. Humano. Porque es del verdadero conocimiento de la naturaleza humana, frágil por definición, desde donde se puede construir algo grande. Honesto.

Sí, ha habido grandes sabios insoportables, dirigentes mundiales hechos de soberbia que han triunfado, poetas excelsos insufribles. Pero quiero creer que son la excepción de este mundo complicado de entender.

Yo soy incapaz de admirar a quien no es bueno; y no es bueno quien no es humilde.

lunes, febrero 01, 2021

Corazón

De vez en cuando me gusta enviar corazones.

Por puro placer.

Por hacer ver a la persona a la que se lo envío que está presente en mis pensamientos.

No hay que esperar momentos especiales para decirle que es importante para ti. El momento es ahora.

Sí. Son amistades que ya se saben que son valiosas, lo que no quita para que yo les haga ver que lo son. Demasiadas veces damos por supuestas emociones que no demostramos.

Son los emoticonos la nueva literatura, porque algunos de ellos encierran mensajes tan directos que evitan frases extensas difíciles de construir y el receptor, a veces, no necesita más que una imagen simple para entender tus emociones.

Mi oficio de escritor no está reñido con la pulsión de un corazón bien rojo que, palpitando, vuela a los móviles de aquellas personas que me son imprescindibles.

Anda, no lo pienses.

Envíale un corazón.