jueves, junio 29, 2017
Tablet
martes, junio 27, 2017
Estadio
Entonces apareció un conocido, de ésos con los que lo único que comparto es el interés mutuo en no vernos por la calle; nos saludamos todo lo hipócritamente que la educación impone y escuchamos su aseveración paleolítica:
-Otra vez colapsado por los turistas -se refería al Eslava-. Yo los metía a todos en un autobús y los encerraba en el estadio olímpico.
Yo lo encerraba a él. Primero, para evitar cruzármelo en el futuro; segundo, por mentecato.
Una ciudad como Sevilla, en la que un porcentaje enorme de la población vive de los servicios, especialmente bien tratados por unos turistas que llegan con ansias de disfrutar de la belleza y el saber vivir de esta urbe necesitada de riqueza para mantener el limitado bienestar económico del que disfrutamos, una ciudad como la nuestra debe batirse el cobre por mimar a aquéllos que tienen la gentileza de venir a vernos.
Al del estadio, que trabaja como funcionario nombrado a dedo, le regalaría una aplicación de móvil pensada especialmente para él, con botones que habiliten envíos rápidos de comida del Eslava a casa. No se le ocurra salir.
sábado, junio 24, 2017
Presente
domingo, junio 18, 2017
Abadía
miércoles, junio 14, 2017
Riñones
Francófilo como soy, llegué muy tarde por vez primera a Londres. Tenía 30 años, vivía una relación sentimental desastrosa y acepté una invitación de mi prima Bele para pasar unos largos días allí. Todo Londres me gustó, lo viví con la ilusión de un adolescente y me integré sin las angustias del turista que quiere visitar cada rincón. Hay una escena recurrente en mi cabeza de esos días, subido al tejado de la casa de mi prima, al anochecer, con mucho alcohol, en el clásico suburbio británico donde vivían, observando a la gente pasar. Chispazos de felicidad.
He vuelto varias veces, siempre entregado. Tengo con la ciudad el romance propio de quien la ha conocido sin las tonterías propias de la seducción forzada por la ingenuidad. La paseo siempre sin rumbo, como se hace con las ciudades que sientes propias.
Ahora aterrizo aquí, en una ciudad convulsionada por el terror y expulsada a su pesar de Europa, con ganas de integrar de una vez el mapa visual de su estructura en mi cabeza. Hacerme con las distancias y los barrios como en mi amado París. Tengo tiempo y ninguna prisa.
En una de mis últimas visitas, deliciosa, con Mariángeles y mis hermanas, de pintas de cerveza y museos a toda prisa, hubo una noche en que, de vuelta al hotel, mi amiga se asustó al ver que nuestro taxi, de conductor paquistaní, cruzaba el Támesis. '¡Pero si Gloucester Road está al otro lado del río!'. Mis hermanas se morían de risa con sus gritos de mujer 'sabelotodo' y yo me planteaba que no conocía los parámetros de la ciudad. '¡Reíd, reíd!', nos decía, incluso al taxista del turbante, que también reía sin saber de qué, 'que este hombre nos está llevando a cualquier sitio para sacarnos los riñones'.
Ése podría ser mi máximo objetivo de estos días, un viaje romántico al Londres más cosmopolita para aprender a cuidar de mis riñones.
lunes, junio 12, 2017
Sol
Así estaba el sábado cuando decidí que, para no aguarle la fiesta a Fran, aprovecharía ese rato de exposición solar para hacer algo de deporte. No hay nada como la gimnasia pasiva. Así que me concentré en hacer estiramientos de lumbares de 30 segundos. Levantar lentamente la columna, desde el coxis hasta el cuello y permanecer con todo el cuerpo levantado, en forma de pirámide, para reforzar los lumbares. El silencio de esa zona de la playa acompañaba. Cada vez complicaba más el ejercicio, levantando una pierna, cruzándola, luego la otra...
Me giré boca abajo para continuar con los ejercicios. Decidí hacer una plancha. Colocar los codos sobre la toalla y subir todo el cuerpo manteniendo bien firme los abdominales. El sol pegaba de plano.
Entonces me acordé de que estaba a punto de terminar la deliciosa novela 'Un cuento dulce', premio Goncourt del 2016. La abrí por la hoja pellizcada por la que la dejé la noche anterior. Decidí que aguantaría en la posición de plancha el tiempo de leer las páginas pares. Las impares para descansar.
De pronto vi a Fran mirarme tomando el sol, haciendo abdominales, sumergido en una novela francesa.