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miércoles, julio 31, 2013

Hormigas

Haciendo transbordo ayer por la tarde en la aparentemente caótica estación de cercanías de Chatelet-Les Halles, sucumbiendo a los olores nauseabundos que la caracterizan, más aún en pleno verano parisino, húmedo y caluroso, me vi como una hormiga más de un lugar cualquiera.

Por siempre orgulloso de haber vivido tres magníficos años de mi paso de la juventud a la madurez en esa ciudad de ensueño, cada vez tengo más clara mi voluntad de no sentirme hormiga, de no correr detrás de metros que no tengo prisas por coger, de no martillear con mis zapatos la alfombrilla del coche en atascos interminables, de no recibir como respuestas caras enfurruñadas en cualquier bar, de no medir con angustia las horas de relax para no perder tanta oferta imperdonable que, tú mismo te dices, no se puede dejar pasar.

sábado, julio 27, 2013

Orangután

Tengo claro que pasarán generaciones antes de que determinados países lleguen a garantizar un mínimo respeto por los derechos del hombre, pero apena enormemente que un país cuna de civilizaciones, perteneciente a la Unión Europea, permita que queden en anécdota los insultos de un senador hacia una ministra, por el hecho de ser negra, llamándola orangután.

La única lección en toda esta historia la da ella, Cécile Kyenge, manteniendo su dignidad sin perder los papeles, haciendo caso omiso a la degradación pretendida y continuando con su trabajo, muy a pesar de la escasa reacción de un pueblo italiano poco dado a dar muestras de una mínima conciencia social respecto a asuntos sociales donde las minorías ven conculcados sus derechos.

Nacer en Italia, en pleno siglo XXI, siendo negro u homosexual, más aún siendo mujer, es una garantía para ser ultrajado sin remedio durante todo lo que dure tu existencia, a no ser que los poderes públicos, emanados del pueblo, algún día desautoricen voces como las del senador.

En países como España también se discrimina, no me caigo de un guindo, pero la ejemplaridad de las instituciones públicas ayuda a dar consuelo al ultrajado.

lunes, julio 22, 2013

Baguette

De mis tiempos parisinos, cuando bajaba a la boulangerie justo bajo mi casa, en la esquina entre la rue Saint-Jacques y el Boulevard Port-Royal, la secuencia venía a ser más o menos la siguiente para comprar un baguette (recién hecho, de los que se deshacen en la boca):

–– Bonjour Monsieur

–– Ça va?

–– Qu'est-ce que vous désirez?

–– Une baguette

–– Voilà Monsieur, quoi d'autre?

–– C'est tout!

–– Parfait

–– Merci

–– Je vous souhaite une bonne journée

–– Moi aussi

–– Au revoir

–– Au revoir

La mujer, pelirroja de pelo corto y ojos azules, más bien gordita, nunca te miraba a los ojos y te deseaba una jornada perfecta poniendo cara de sabueso y pendiente más del siguiente en la cola que de uno mismo, que se sentía transparente entre tantos halagos.

Cuando, en Sevilla, bajo a comprar el pan veo como una chavala le dice al tendero:

–– Un bollo

–– Toma

Los holas, gracias y buenos días, no siempre pero a menudo, están en la mirada.

miércoles, julio 17, 2013

Olas

Decía Carmen Martín Gaite que el sexo son como dos olas que se funden, hay veces que lo hacen en la cumbre de cada una de ellas y el resultado es espectacular, pero no es fácil que siempre ocurra ese milagro de compenetración brutal.

Con las relaciones personales ocurre lo mismo, somos olas individuales, con nuestros ritmos particulares, no siempre coincidentes con las subidas y velocidades del resto de olas que nos rodean en la inmensa planitud del mar.

Hay momentos en que te acuerdas con enorme emoción de alguien que es, o fue, importante en tu vida. En algunas ocasiones, cuando llegan esos instantes, haces por recuperar el contacto, con una llamada, un mensaje, una cita... Pero la ola de esa persona, muchas veces, está en otras cosas, tal vez apaciguada o mirando hacia otro lado, divirtiéndose con otras tantas o con ganas de latitudes nuevas.

Hay días en que recibes guiños directísimos de gente a quien bien quieres pero con la que esa noche no te apetece una cena, o compartir una confidencia o reírte con una charla nocturna por teléfono, sin considerar, porque tal vez no haya que hacerlo, que cuanto menos chocan dos olas menos fuerza encuentran para volver a reencontrarse..

Nos buscamos y nos escabullimos como olas. Yo te busco, tú te vas, él me añora, ella se fue, están por ti, tú estás en tu mundo. Olas que rompen diferente, que se cruzan en diágonal o chocan de frente, olas que se alejan definitivamente hacia horizontes inabarcables, olas que no hacen más que rebotar contra la misma roca, olas que no salen de su estanque tranquilo. Olas que se ven, que se gustan, que se ignoran... Pero qué bonito cuando rompes de lleno contra otra en plena cumbre.

sábado, julio 13, 2013

Inteligencia

Me mosquean las personas inteligentes y pesimistas.

Hay razones sobradas para justificar que el mundo no funciona, para desconfiar de la naturaleza humana a partir de ejemplos concretos que podrían configurar un escenario estadístico irreprochable para confirmar que no hay futuro.

La grandeza de nuestra existencia es precisamente la de que podemos encontrar igual número de argumentos para rebatir esa idea, con experiencias concretas, cercanas o de telediario, que nos invitan a pensar en un mejor porvenir para el ser humano.

El principal objetivo de una persona inteligente debiera ser la búsqueda de la felicidad, porque no es inteligente aquél que se martiriza explicando el sinsentido de las cosas, ya que habría perdido el principal argumento para justificar sus ansias de saber: su propia motivación personal para crecer como persona.

¿Qué nos queda si no luchamos por encontrar siempre la luz al final del túnel?

A pesar del enorme atractivo que supone para mí una persona astuta, perspicaz, lista y capaz, prefiero mil veces a una persona simple optimista que a un lumbreras peleado con la vida.

lunes, julio 08, 2013

Fantasía

Un día entendí la capacidad real de creer en la ficción que representa el cine, pero cuando quise contárselo a un amigo la idea se me fue de la cabeza.

El principal problema para la gente no amante de las artes es su incapacidad para adentrarse en mundos que no les sean tangibles.

Suele coincidir, es mi percepción, con aquéllos que tienen más dificultad para empatizar con el resto del mundo, que tienen un punto de sensibilidad menos desarrollado.

La clave, que olvidé, para dejarte arrastrar por la ficción, los mundos inventados, al ver una película o disfrutar de un libro, está en pensar que esa historia se gestó en la mente de una persona real, humana y defectuosa como aquélla que disfruta con la obra.

Yo no entiendo mi vida sin ese pasado, inexistente en mí, creado a partir de imágenes robadas de creadores que quisieron situarla en mi biblioteca de recuerdos prestados.

Fantasear con la adrenalina de una situación límite en la que no te juegas la vida te ofrece la posibilidad de experimentar en un banco de pruebas inofensivo tu destreza para enfrentarte al mundo, como un piloto de vuelos comerciales se entrena continuamente, en espacios bien anclados a la tierra, ante contingencias en el cielo que, afortunadamente, casi nunca llegarán.

miércoles, julio 03, 2013

Roto

Durante las eternas vacaciones de verano de mi infancia, en La Antilla, fui tejiendo un mundo de amigos paralelo al de la ciudad. En algunos casos, éste fue enlazando con mi vida en Sevilla conforme fui creciendo, pero la mayor parte de los miembros de esa pandilla quedaban relegados de año en año al puro contacto veraniego. Estaba la pandilla de los grandes -la de mis hermanas-, mi pandilla y la de los pequeños, la de mi hermano David.

De esos años, felices por definición, se tienen recuerdos que asustan de tan diáfanos, imborrables tal vez por ser períodos de dolce far niente en que uno nacía al descubrimiento del propio cuerpo, al nacimiento de la amistad, del sexo, indefenso ante los primeros enamoramientos, brutales.

Una de las personas que recuerdo, de la pandilla de los mayores, era una niña grande de andares torpes con un labio roto, circunstancia que le impedía, yo pensaba, relacionarse de igual a igual con los demás. Brusca en sus gestos, tal vez defensivos, inteligente, protectora de sus hermanos pequeños y adorable en su interior, le perdí la pista hace años-luz.

Hace unas semanas vino una mujer a auditarnos a la fábrica, una mujer de unos cincuenta años, enormemente preparada, con el mismo labio roto que aquélla de mi infancia.

Cuando los días de auditoría pasaron y se tuvo que subir al estrado para transmitir las conclusiones finales a un salón de actos repleto, todos estuvimos más o menos impactados por su físico especial, por sus gestos instintivos para taparse con las manos, agachar o girar la cabeza, intentando hacer desviar la atención a lo que realmente era el centro de ese encuentro, el resultado de varios días de trabajo inspeccionando nuestra fábrica.

A mí, viéndola triunfante, me embargaba la emoción de comprobar cómo esa mujer, impecablemente vestida, intelectualmente brillante y capacitada por la experiencia combatía los complejos que todos tenemos de nosotros mismos con una exposición clara, concisa y profesional que se convertía en un canto de libertad.

Admirar la fuerza de quien gana batallas, a pesar de todo, no nos puede hacer olvidar que hay quien no sabe, puede o tiene fuerzas para abandonar su cueva de introversión.