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salvador-navarro.com

sábado, octubre 30, 2021

Agostini

Yo aprendí francés con Planeta-Agostini.

Era un chaval y bajaba cada semana a comprar un fascículo. ¡Hasta 96! Y me los estudiaba todos. Con un casete. 'Écoutez-Répétez'. Yo escuchaba y repetía las veces que hiciera falta.

Lo fui mejorando leyendo a Anna Gavalda, Amélie Nothomb, Françoise Sagan... o escuchando a Zazie. Siempre las mujeres para facilitarme el camino.

Así que cuando me fui a vivir a París con treinta y tantos años, mi francés era muy académico.

Mi amigo David, en cambio, se encontró con el idioma de sopetón. Renault lo contrató y lo envió a Francia, donde nos conocimos, sin saber ni papa de francés. De modo que lo aprendió en la calle, en charlas de café, en bares de copas.

Cuando nuestra 'mamá francesa' Brigitte nos invitaba a su casa a comer, casi a diario, nos decía que parecía tener sentados en la mesa a un pijo de clase alta y a un antisistema del extrarradio.

¡David! —interrumpía ella.

Le corregía a cada momento por los tacos, las expresiones malsonantes y las barbaridades que decía, sin él ser consciente. Se limitaba a repetir lo que escuchaba.

En París conocimos una noche a una francesita divertidísima, que hablaba el español tal como David hablaba el francés. Estaba enamorada de España. Tanto es así que encontró trabajo en Valencia. En la última entrevista antes de contratarla, le preguntaron:

Estamos interesados en ficharte, pero tenemos dos posibles puestos y nos gustaría saber cuál es el que preferirías.

A lo que ella respondió, en su español callejero:

A mí me la trae floja.

Y se fue a Valencia.

jueves, octubre 28, 2021

Cancela

¿Tú puedes cocinar? —le pregunté.

Entonces me contó que, desde hace años, un matrimonio que vive frente a él le acerca la comida a diario.

Ésa es la cocina, Salvador me dijo desde su silla de ruedas, mientras yo visitaba las habitaciones con su permiso.

Vi el plato de puchero sin terminar en el fregadero y no me atreví a preguntar si tenía algo en la nevera.

Salvo la comida, yo puedo cuidar de mí —me explicó—. Incluso me ducho yo solo, ¿sabes? Pero no me ducho mucho, para que no se me caiga el pelo que me queda.

Los servicios sociales le envían una chica todos los días a su casa.

—Marina está aquí una hora y veinte. Ni un minuto más ni un minuto menos.

Para Antonio, el tiempo es un elemento constante en su discurso.

¿Tú vas a venir dos horas cada semana, Salvador?

Vendré las veces que sea necesario, Antonio, hasta que termine de escribir el relato de tu vida.

Ayer estuvimos de tanteo. Me puso a prueba con frases directas, para ver mi reacción. Se emocionó, me miró de reojo, me contó chistes verdes y recitó poemas. 

—Otro día que vengas, te canto una copla.

Me explicó quién era cada cual entre las fotos de su casa.

Ya todos están muertos.

miércoles, octubre 27, 2021

Universo

Cuando una persona nos deja, un Universo se desvanece.

El de sus miedos, sus ilusiones, sus historias de amor, sus mediocridades, todo el aprendizaje que le llevó a ser quien era, sus ganas de vivir, ¿dónde se va todo eso?

Este pasado lunes, a la salida de una tertulia literaria, uno de los ponentes me animó a tomar una cerveza. Me presentó a varios amigos, una de ellas iba con sus padres. Sentados en una mesa de la Alameda, con la noche recién caída, el padre de esta chica comenzó a contarnos una historia familiar. Cómo su familia en la posguerra se trasladó desde Cazalla a Sevilla a partir de un pálpito de su madre. Estaba contando una parte nuclear de su vida, pero todos habíamos quedado en pocos minutos para continuar la nuestra. El hombre enlazaba con fluidez su relato, que nos maravillaba, pero no dejábamos de mirar el reloj.

-Perdone, tenemos que irnos.

Yo, recién llegado al lugar de la cena donde estaba citado, me quedé con el runrún de ese hombre mayor y su historia de juventud sin terminar.

Esta tarde, a las cinco y media, tengo mi primera cita con un señor de ochenta y tantos años al que una ONG ha seleccionado, por su pasado, sus condiciones de vida y su soledad, para publicarle una historia de vida. Sé que se llama Antonio y vive por la calle San Luis. Poco más. Es mi responsabilidad escucharle, saber preguntarle, quedar las tardes que sean necesarias con él, para introducir su historia en una esfera de cristal, que no deje escapar los aromas, el tiempo necesario para convertirla en un relato en papel.

Sé que está ilusionado, como lo estaba ese hombre hablando de cómo un día su familia cogió todos sus bártulos y dejaron su vida fácil en Cazalla para jugarse el futuro en Sevilla. Ese futuro ya es casi pasado y no tuvimos tiempo para escucharlo.

¿Dónde se van tantas historias?

Quizás, ojalá, se integren en el subconsciente de la gente que las escucha.

martes, octubre 26, 2021

Pegas

Si es cuestión de poner pegas, no se salva ni el Tato.

Ni nosotros mismos, muchas veces, nos aguantamos, ¿qué sentido tiene ser exigente con las perfecciones de los demás?

Cierto es que los años nos van arrimando a personas con las que tenemos más afinidades, tanto como que con ese paso del tiempo son más y más los que se meten en sus cuevas, refugio de sus soledades. La vida apalea y no todos están dispuestos a librar batallas innecesarias, así que van renunciando a todo lo que no sea vivir en su agujero, en muchas ocasiones tras convertir en apestados a todos aquellos que alguna vez, aunque sea en su percepción tremenda de las cosas, les fallaron.

No hay nadie cercano, nadie, que no me haya fallado una, dos y tres veces. No soy partidario de poner cruces, porque pocas cosas son tan graves, porque yo soy el primero que en multitud de ocasiones no estuve a la altura.

Porque sé distinguir el error del desprecio.

Soy un fiel defensor del perdón de despistes, malas caras y gruñidos varios de la gente a la que quiero.

Se les dice 'esto no me gusta de ti' porque 'me gusta ser tu amigo'.

 

lunes, octubre 25, 2021

Insomnio

No sé qué es el insomnio.

Desde que tengo uso de razón he dormido como un angelito. Suelo coger una postura que ya no suelto en toda la noche para viajar por el espacio de la vida de mis sueños.

Hay veces, cuando he cerveceado antes de acostarme, en que me levanto para ir al baño poco antes de amanecer y luego, con la casa en silencio, la cabeza empieza a dar vueltas, guerrillera, buscando la actividad de un nuevo día.

Inventé un método para engañarla, utilizándola de cómplice para conseguirlo. Imaginé el sueño más dulce y la memoria lejana me llevó a nuestra vieja casa de la playa, a la hora tonta de antes de comer, los días en que yo me subía un poco antes, me duchaba y me tiraba en el sofá del gran salón-comedor. Entraba una brisa suave por la ventana abierta, por la que llegaban sonidos lejanos de los bañistas, que se confundían con los ruidos del cacharreo propio de las cocinas preparando la comida. En esa casa grande apenas estaba yo, en la inmensidad de ese sofá, desde el que diviso la mesa, enorme, porque todo es enorme cuando se vuela a la infancia, y el viejo televisor. 

Ya estoy dormido. Feliz.

domingo, octubre 24, 2021

chocos

Tu hermana es una enamorada de los chocos. 

¿Qué hermana? pregunto yo.

Raquel me contesta Fran, incrédulo con mi despiste.

A veces tengo la sensación de que la vida pasa a mi lado sin enterarme. Tan entrometido en mi mundo estoy que se me escapan las cosas terrenales. 

Cuando yo, además, presumo para mí mismo de lo contrario, de observar la vida con pasión. A mi hermana, a los chocos y a las lámparas del bar donde nos los tomamos.

Siento admitir que no soy tan guay como quiero ser, ni tan despierto, ni tan en el mundo. Mi universo interior emborrona muchas veces mi mirada hacia lo que ocurre ahí afuera.

Hoy tenemos setas nos decían el otro día en un bar de pueblo. 

¡Mi plato favorito! exclamó Fran.

Pero, ¿desde cuándo te han gustado a ti las setas? le pregunté. 

Juntar

Cualquier situación de éxito que imaginemos tendrá mil nombres propios de triunfadores que han conseguido alcanzar esa meta.

No hablo de premios Nobel, sino de hazañas domésticas, logros profesionales, victorias del día a día. 

Hay mucha gente que observa esos triunfos, desde su atalaya, con la impotencia de pensar que sus vidas son más mediocres a cada conquista ajena, porque se produce la falsa sensación de que todos los demás se juntan en una sola persona, el vencedor de todas las batallas.

Uno se escapa dos días de vacaciones a una playa en Canarias y la ve llena de turistas y se dice 'cómo disfruta la gente, cuando yo estaría rompiéndome los cuernos en el trabajo'; uno va a celebrar un aniversario a un restaurante de lujo y no queda una mesa libre y se plantea 'qué poderío económico tiene la gente'; uno se embarca en la compra de un coche y tiene que hacer cola en el concesionario, 'con lo carísimo que sale un coche'.

Lo que nos falta por integrar es que el de Canarias, el del restaurante y el del concesionario son fundamentalmente gente como tú, que consigue regalarse premios merecidos muy de vez en cuando.


Autenticidad

Yo no sé cómo se mide la autenticidad, pero es algo que valoro como primordial.

Gente que es lo que refleja su sonrisa, que reacciona tal como tú lo esperas, que te dice lo que piensa sin herir, y sin mentir, que es coherente con su manera de pensar.

Tal vez esas personas sean menos divertidas, porque se las ve venir, pero llenan la atmósfera de una brisa templada que reconforta.

A mí, de golpe, una persona se me desvanece cuando actúa contradiciendo sus principios, por mucho que yo no los comparta.

No dentro de mucho tiempo nos colocarán cascos con muchos cables para analizar cómo somos. Lucecillas verdes por aquí, otras rojas por allá que no querremos reconocer. 

El auténtico es la suma de muchos verdes.

Nadie nunca puede acertar en todo, nadie nunca será bueno a rabiar. Sí ha habido y habrá aquel que siempre sabe estar en su sitio, en ese lugar hacia el que tú miras cuando lo quieres buscar. 

sábado, octubre 23, 2021

Interruptores

Tengo tres interruptores sobre mi mesilla de noche.

Uno enciende mi lámpara de lectura, el otro la luz del techo y el tercero unos grandes focos que Fran instaló para cuando necesitamos ver de verdad.

No hay noche en la que, al dejar de leer, momento en el que suelo estar grogui, dude de cuál es el que apaga mi lamparilla. 

Entonces empieza el festival de luces, porque nunca doy con el bueno a la primera, y termino por tirar el móvil, dejar caer el libro y despertar a Fran.

Es en ese momento, cada noche, cuando me duermo prometiéndome que estableceré una regla para nunca más olvidar cuál de los tres es el que debo pulsar. Tanto es así que los tres interruptores se me aparecen en sueños con los usos más inesperados, en ocasiones equivocarme implica activar la silla eléctrica de alguien que no me cae bien.

Lo cierto es que, con la luz del día, cuando me asalta la idea de cómo hacer para distinguir cada uno de ellos, me planto. No quiero. 

Me parece tremendamente tierno reprocharme cada día el ser tan torpe.

lunes, octubre 18, 2021

Irreverente

Me gusta la gente sin prejuicios, con la sonrisa en la boca, que se ríen de si mismos... y yo no soy, siempre, como la gente que me gusta.

Yo soy más complicado. 

Soy un tipo interesante que busca ser más frívolo, menos transcendente y pudoroso, más irreverente, menos novelero.

Busco sin buscar personas de sonrisa fácil, porque sé que ahí está la vida.

La vida en mayúsculas no se piensa, se vive.

Me pirra la gente fresca. La que me observa y se ríe, no de mí, sino de todo.

Mis pasos son una constante huida de lo mediocre, de lo feo, de lo fácil. 

Yo quiero ser, un poco, como la gente irreverente que me enamora.

Varilleros

Descubrí la maldad, en mayúsculas, siendo muy chico.

Mi madre tenía cierto problema con los oídos, desde que recuerdo. Y recuerdo que era algo que le preocupaba.

Una mañana de verano, yo era realmente muy pequeño, ella conversaba en la orilla con sus amigas en la orilla de la playa. Yo, siempre atento a todo, escuché la conversación.

-Fui al otorrino y le dije que sentía como si tuviese un tapón en los oídos.

Por el tono en su voz, sabía que a la escena le había dado mucha importancia.

-Es como si los tuviera atascados -le contaba a su amiga-, y entonces me respondió que llamara a los varilleros que se dedican a desatascar las alcantarillas.

Recuerdo el fuego en mi interior. Entendí la rabia de mi madre, el maltrato del médico y la capacidad del ser humano para hacer el mal por diversión.

domingo, octubre 17, 2021

Haz de luz

El silencio asusta porque nos deja desnudos, porque nos interpela sin intermediarios, nos menea, se cuela por las rendijas de nuestras inseguridades y provoca frío.

Estamos desentrenados para no escuchar más que el ruido de la calle desde la ventana.

En casa, cuando éramos pequeños, se producía un fenómeno mágico, una de cada mil noches, en la habitación de mis padres. 

Por una rendija del ventanal se colaba una luz tenue que se proyectaba en el techo. Entonces se corría la voz entre los hermanos, apagábamos luces y nos tumbábamos junto a mi madre para ver las figuras diminutas de la gente, de los coches, de los árboles, proyectadas como en una película de súper 8 contra el muro.

Sólo se escuchaban nuestras risas y el silencio impaciente de la espera, hasta que llegaba un nuevo vecino atravesando la calle para verlo reflejado en una esquina de la habitación.

Ese silencio familiar de casa grande y oscura, de pararse todo, de escucharse nuestras respiraciones, de olernos. Tan raro.

En mi piso actual ese fenómeno no se produce. La luz se cuela, autista, sin regalarme figurillas. 

Aunque hay noches en las que yo insisto en apagarlo todo, lámparas y sonidos, para dejar que entre ese rayo de luz blanca que me lleva al frío, placentero, de radiografiarme por dentro. 

Sin ruidos, sólo yo conmigo, y el haz de luz, castrado de magia, a la búsqueda de superpoderes.

viernes, octubre 15, 2021

Recepción

Verás cómo nos pregunta si queremos que nos llame a la habitación para despertarnos.

Volvíamos tarde al hotel tras nuestro primer día en París. Fran había extraviado la llave de la habitación y teníamos que pedir un duplicado en recepción. 

Llevo 25 años yendo al mismo hotel Meliá de los Grandes Boulevares y en todo este tiempo siempre me he encontrado en el turno de noche al mismo señor amable, altísimo, de rasgos árabes, al que cada vez que viajo temo no volver a encontrar porque tiene esa edad indefinida que parece siempre a punto de la jubilación. 

Veníamos de cenar en un pequeñillo bar de vinos, donde pregunté por el chaval que me atendió con exquisita profesionalidad, de sonrisa sincera, las últimas veces que fui.

Ya no vive en París.

Uno muere un poquito cada vez que no encuentra a las personas de siempre en los lugares que ama.

El recepcionista de noche del Meliá, sin embargo, sigue ahí. Todos estos días, al levantarme a horas intempestivas para ir a trabajar, me ha organizado el desayuno fuera de las horas oficiales. Un tipo encantador. Se preocupa por saber qué zumo tomo, cuántos croissants quiero, si está bien hecho el café.

¿Podría hacernos un duplicado de la llave? —le pedimos, esa primera noche, al llegar.

El hotel ha sufrido varias reformas, por allí han pasado no sé cuántos directores, pero ahí sigue él, interesándose por el día a día de clientes que, como yo, tememos el día en el que, al llegar de noche, nos encontremos a un desconocido en su lugar. 

Ya estaba llegando el ascensor cuando nos gritó.

¡Señores!

Se acercó a la carrera.

¿Quieren que les despierte mañana?

martes, octubre 12, 2021

Andaluz

Cuando a alguien lo educan para hacerle ver que no vale para nada, muchas veces ese crío acaba creyéndoselo.

España ha querido educar a Andalucía así durante mucho tiempo. Sólo aparecíamos en las películas para servir a los señores y contar chistes.

'Pero qué graciosos son'.

Había interés en que creyésemos que no valíamos para nada, porque la mejor forma de no tener problemas con un pueblo es ningunearlo.

Atrás está nuestro pasado brutal, nuestros grandes creadores, el impresionante patrimonio cultural con el que convivimos en tierras andaluzas.

Parece que en esta región no hay universidades, no se investiga, no se produce, no se crea, no se piensa. Cada vez que se acuerdan de nosotros en los telediarios es para entrevistarnos en la cola del paro o en la barra de un bar.

Ayer, cuando llegamos a nuestro hotel de París, nos recibió en recepción una chica encantadora, de Chipiona, que acababa de incorporarse como becaria.

Sois andaluces, ¿verdad? —nos preguntó, aliviada al escuchar nuestro acento.

Cuando le respondimos que sí, nos contó su experiencia en esos primeros días de trabajo.

Pero llevo muy mal el francés, será porque los andaluces tenemos dificultades con los idiomas.

Yo no pude reprimirme y le dije, firme, con todo mi cariño.

Yo soy andaluz y no tengo ningún problema con el francés.

domingo, octubre 10, 2021

Análisis

Si analizas mucho las frases antes de hablar, no dices nada.

Si no las analizas y las sueltas sin pensar, tampoco dices mucho.

Yo soy un gran fan del silencio, de no lanzarme a comentar mientras no piense que voy a aportar algo. Hago el ejercicio, complejísimo, de decidir en décimas de segundo si merece la pena interrumpir para introducirme en una conversación.

Son muchas las ocasiones en las que paramos el relato de alguien para intentar lucirnos, sin escuchar con atención lo que la persona que está a nuestro lado trata de explicar. Muchas veces con mejores argumentos que los nuestros.

Hay veces, ahora con el teletrabajo, en que escucho a compañeros míos interrumpir constantemente y me digo, ¿se están escuchando?

Tal vez peque de lo contrario, pero sí tengo la sensación de que cuando alzo la voz, para dar mi opinión, se hace un silencio para saber qué pienso.

Hombre

Mi espíritu idealista es reacio a admitir diferencias de base entre el hombre y la mujer, porque he conocido todo tipo de perfiles en los dos géneros y me cuesta admitir una determinada predisposición hormonal que marque los comportamientos. 

Es un hecho que hay más ingenieros que ingenieras, o más médicas o enfermeras que hombres ejerciendo esas profesiones.

Hay más querencia, en general, del hombre por lo tangible, lo material, y de las mujeres por lo humano, lo emocional. 

Será por eso que me siento más cómodo entre mujeres, sin tener por ello que renegar de mi masculinidad. 

No sé cuánto hay de educativo, de gestos aprendidos, de 'solucionable', imagino que mucho, pero la castración emocional en la que se desprecia lo sensible hace un flaco favor al hombre. 

Sé que hay muros que caen y muchos más que caerán, pero mi tiempo pasa rápido y no quiero invertirlo en gente que tienen que beber tres whiskies para decirte lo que sienten.

sábado, octubre 09, 2021

Trabajar

Desde pequeño me angustiaba el concepto de trabajar.

Sin trabajo no había dinero y sin dinero uno no podía vivir.

Yo crecí en una familia de clase media y nunca me faltó nada. Era, además, buen estudiante, por lo que el futuro se presentaba esperanzador.

A pesar de todo, siempre tuve la sensación de ser un intruso. Todo el mundo parecía tener claro qué hacer con su vida y yo no. Podría haber estudiado cualquier cosa, porque me encantaba aprender, pero sólo sabía lo que no quería ser.

Estudié ingeniería porque tenía buena salida, no por un especial entusiasmo. Tenía, además, amigos que también se matriculaban allí. ¿Por qué no?

Llevo casi treinta años ejerciendo de ingeniero, me gano bien la vida y aun así no hay día en que no me repita: 'soy un intruso'.

Con el paso de los años descubrí, muy poco a poco y a partir de escenas muy concretas, que sí sabía lo que quería hacer en la vida: contar historias. En ello me afano.

Sé que la vida me ha tratado bien, que soy un privilegiado, que nunca tuve cerca el riesgo de perder el empleo, que no lo debí hacer mal del todo. 

Sin embargo, suena el despertador y me digo:

Soy un intruso.

Opinión

Hay mil asuntos sobre los que no tengo opinión.

O sobre los que mi opinión podría cambiar en función de mi estado de ánimo.

Debemos ser valientes para asumir que hay temas que no dominamos y no romper el silencio con teorías sobre aquello que desconocemos.

No sé si es bueno legalizar la droga o la prostitución, como mucho puedo hacerme preguntas honestas acerca de lo que supondría el que se hiciera. No sé si es conveniente que la industria se robotice cada vez más, porque lo que supone de logro, al eliminar tareas repetitivas o fatigosas, implica también disminución en los puestos de trabajo. Desconozco si es buena idea enfrentarse a China por no ser un estado democrático, porque el gigantesco país es tan poderoso que desestabilizarlo podría implicar traer el caos al planeta Tierra.

Quiero saber de mucho, pero sé que no llegaré a asimilar tantos conceptos como para ser una persona capaz de argumentar acerca de lo divino y de lo humano.

Admiro a quien tiene criterios claros, al tiempo que me asusta que sus argumentaciones no tengan bases lo suficientemente sólidas como para mantenerse en pie.

¿En manos de quién estamos?

Nuestro futuro debería estar supervisado por sabios buenos, que tengan los medios y la mesura para saber decidir, pero eso va contra las bases mismas de la democracia.

Dudar de todo es sano, aunque yo dude hasta de la duda en sí.

Colapso

Uno de los defectos de fábrica con los que nací es el de mi incapacidad para controlar mis emociones.

Ayer asistí a una charla muy esperada de mi admirado escritor Jesús Carrasco. Con un delicioso saber estar, nos narró durante una hora, ante un público entregado, sus aprendizajes de media vida apegado a la creación de novelas, la escena de su padre leyendo en casa, sus historias fallidas, la capacidad de reinventarse, el poder de la lectura.

Cuando supe que la última media hora se permitirían preguntas desde el patio de butacas, estructuré en mi cabeza la que yo llevaba años queriéndole hacer. Porque a mí no me convenció 'Intemperie', la novela que lo llevó a ser un autor de culto, pero sí me convencía él como persona y, sobre todo, su última obra, 'Llévame a casa'.

Tras reordenar el discurso en mi cabeza levanté la mano y me acercaron un micro. Fue decir la primera frase 'voy a polemizar contigo' y sentí que se me agarraba la garganta, que la sangre comenzaba a fluir desordenada a borbotones y que no llegaría con calma al final de mis argumentos. Escucharme a mí mismo hablar emocionado me hacía sentir más ridículo aún. No sé donde termina la hipersensibilidad y comienza la inmadurez.

Conseguí hilvanar, con mucha dificultad, el razonamiento y él me contestó con toda la humildad.

Al salir, le confesé a mi amigo Isaac lo infantil de mi descontrol.

—Ha sido muy emocionante tu emoción —me dijo, cariñoso.

El día del funeral de mi padre mis hermanos me animaron a escribir unas palabras. Escribí mi texto más bonito. Sin embargo, cuando llegó el momento de levantarme a leerlo, no pude. Supe en ese momento que hubiera entrado en colapso y mi padre no se merecía eso.

Cuando la emoción me sube por las piernas, me agarra entero y pierdo el tono, la calma y la razón.

viernes, octubre 08, 2021

Offshore

Cada vez que explotan escándalos de multimillonarios que esconden sus fortunas en paraísos fiscales creo un poco menos en el ser humano.

Personas que tienen su vida más que resuelta y, sin embargo, quieren guardar sus tesoros bajo tierra, sin el mínimo sentido empático hacia la sociedad en la que viven.

No es cuestión de pedirles caridad, sino un mínimo sentido ético de la existencia. Por mucho avión privado en el que vayan y urbanizaciones privadas en las que residan, no son ninguna raza inmune al devenir del resto de los mortales. Usan aeropuertos y autopistas que no son suyos, viven en países que no les pertenecen, conviven con una sociedad que les es ajena. 

Porque no pagan nada, no tienen derecho a nada.

Son los apestados de nuestro tiempo, los avariciosos compulsivos, los que se jactan de vivir en el lujo sin aportar nada al sistema del que disfrutan.

Son ricos a reventar y escoria humana. Indignos de admiración.

jueves, octubre 07, 2021

Envejecer

Uno envejece en la cara de los amigos que no ve con frecuencia, en sus ritmos, en sus formas de apalancarse, en sus discursos apagados, en sus barrigas, sus canas, sus lamentos, en la manera de contar cómo éramos, en sus ganas de jubilarse, en sus penas por los hijos independizados.

Y es que uno no se ve envejecer con facilidad, porque se mira todos los días en un espejo que te dice cada mañana 'eres el mismo de siempre'. Como la lava del volcán, que parece que siempre está en el mismo sitio, que no avanza, pero que en cuanto te descuidas ha llegado al mar.

Yo me encuentro con gente a la que quiero, a las que veo de higos a brevas, y suspiro por que no perciban en mí lo que yo observo en ellos.

Es bueno sentir, aunque sea mentira, que los otros se estropean más, se vuelven más gruñones que tú y más desengañados de la vida. Convencerse de que uno va a mejor, que vive en plenitud, que gana con los años.

Creerse que uno está tocado por la varita mágica de la eterna juventud es una estrategia inmejorable para alinearse con el sol.

martes, octubre 05, 2021

Descolgados

Siempre me preocuparon los descolgados, una inquietud tambaleante entre la compasión y la admiración que me tenía confundido cuando era un chaval.

Tal vez porque yo era un descolgado. Mi adolescencia avanzaba por derroteros distintos a los de mis amigos, ¡los inseparables! Los que uno por entonces cree que van a ser para siempre.

A ellos no les gustaban los chicos, a ellos no se les había muerto la madre, a ellos no les veía yo comerse la cabeza por lo tremebundo que se me antojaba el vivir.

Entonces yo me iba agarrando a los raros, divisaba el horizonte cercano y, sin saber cómo, me asociaba a aquéllos que tenían problemas para integrarse, complejos físicos, familias desestructuradas.

Si yo era raro, tenía que estar con los raros.

Cuando quería ser normal me pasaba de rosca, me emborrachaba como una cuba, aceptaba todos los retos, me metía en todas las movidas, para demostrarle a ellos, es decir a mí, que yo era el más normal de los normales.

Pero los descolgados seguían ahí y yo los admiraba, por no ir en el rebaño. Y los compadecía, por no estar en el rebaño.

Tengo un imán, me dicen, para la gente complicada, a pesar de que gané la batalla, creo, que un día emprendí, sin saberlo, por dejar de ser un raro.

Con lo chulo que es ser diferente...

domingo, octubre 03, 2021

Error

Cuánta gente no se equivoca pensando que el amor es para siempre.

Que no hay que currarlo. Que cuando hay hipotecas, niños y amigos comunes ya todo se ha consolidado. Que basta con el beso de buenas noches y preguntar, de vez en cuando, si todo va bien.

Que basta con ser buena persona con el otro.

Que los silencios en la mesa de cenar no son destructivos, que la cara de cuerno constante se aguanta porque sí, porque toca. Porque te quieren, porque te lo mereces.

El amor como contrato.

Llega un día en que dices basta ya de fríos, quiero que me toques como entonces. Que me preguntes por mí y no por mi trabajo, ni por los niños, ni si necesito dinero o que te lleve a ningún lado.

Cuando el derrumbe empieza ya es complejo poner armazones que sostengan el edificio que se construyó con pilares fuertes, porque son estos los primeros que se carcomieron.

Muchos piensan en un futuro de cuidarse mutuamente, sin saber que no habrá quien le cuide cuando esos años lleguen.

No hay que esperar a dentro de un rato para decir qué guapo eres, cuánto te quiero, muero contigo, tenemos que volver a viajar a esos sitios donde fuimos tan felices.

Hostia

Estaba trabajando en Valladolid en las fechas en que la ciudad celebraba las Fiestas de San Mateo.

La parte alta de mi espalda, por esos días, andaba muy dolorida, lo que no me coartó para adentrarme por las calles del centro y así investigar en qué consistía esa celebración.

Los andaluces, educados en un castellano suave, de pronunciación redondeada, siempre nos sorprendemos con el español de las gentes de la Meseta, tan marcado en sus terminaciones, categórico, rotundo.

Me paseé entre las casetas, sin decidirme a instalarme en ninguna. Ofrecían cervezas, vinos, pinchos, quesos, cubatas. Yo sólo pensaba en la espalda y entendí que un par de cañas no vendrían mal para olvidar la punzada continua cerca del omóplato. Esa misma tarde había ido a un fisio y me había rociado bien de una crema que olía a eucalipto.

Déjatela unas cuantas horas, para que haga efecto.

Por fin me introduje entre la multitud para pedirme mi cerveza.

El camarero olió la crema de mi espalda y soltó a voz en grito.

¡Aquí alguien se ha pegado una hostia! Dios, ¡que me huele la caseta a Reflex!

Yo me hice el loco y salí de allí. 

¡Cómo impone el castellano de Castilla!


Andes

Tuve la fortuna de nacer con una enorme capacidad de sugestión, de forma que disfruto con pasión las cosas más allá del tiempo en el que se producen, sólo con imaginar cuándo ocurrirán o trayendo su recuerdo a mi mente.

Tras una semana de trabajo en la ciudad brasileña de Curitiba, volaba a Chile para continuar mis tareas en una fábrica cercana a Santiago. Toda mi lucha con la agencia de viajes fue reprogramar el vuelo para evitar la noche y poder así sobrevolar los Andes en todo el esplendor bajo la luz del sol.

La experiencia fue sobrecogedora. Dejas las cumbres blancas tan cerca que hasta las azafatas se asoman a contemplar el espectáculo de los lagos turquesa en un infinito manto blanco que refleja una luz imposible de disfrutar sin pensar que la magia existe.

El descenso comienza apenas las nieves han dejado paso a inmensos bosques verdes. A punto de aterrizar, cuando ya teníamos cerca las casas cercanas al aeropuerto, el avión rugió y se reorientó hacia arriba en una maniobra de una brusquedad inesperada. Los gritos se hicieron histéricos.

Les habla el comandante, hemos debido abortar el aterrizaje por la presencia de manadas de perros en las pistas.

Nunca supe si eso fue cierto, pero hay veces en que las verdades son tan imposibles de creer que más vale inventarse mentiras piadosas cuando las situaciones se vuelven críticas.

sábado, octubre 02, 2021

Anodino

Enlazar palabras clave de conversaciones anodinas es una de mis especialidades.

En muchas ocasiones, me ha salvado. Sobre todo en el trabajo. Hay gente muy mediocre que se toma por interesante, que te suelta discursos soporíferos sobre temas que consideran transcendentales.

Entonces yo los miro a los ojos, pongo cara de atención y vuelo hacia territorios menos ásperos que los que me ofrece quien no me interesa.

Mi cualidad, bastante simple, consiste en retener dos o tres conceptos. Encadenarlos y anclarlos en mi memoria de las cosas prácticas. Este señor me ha querido decir que para conseguir cuadrar el presupuesto de una determinada fábrica es necesario disminuir el gasto en herramientas. Punto. Para ello ha necesitado veinticinco minutos, ponerse doce medallas, hablarme de lo ocupado que está y de lo malos compañeros que son aquéllos con los que comparte despacho.

Si fuéramos más directos con los temas terrenales, ganaríamos tiempo para extendernos en aquello que nos hace realmente crecer.

Berberechos

Me encantaba ir subido al carrito del Carrefour, o como quiera que se llamase por entonces.

Que mi madre se parase en la calle de las conservas y me dijese:

—Borete, busca los berberechos de tu padre.

Como un Indiana Jones pequeñillo de ciudad, yo iba a la caza de los berberechos, como si me cronometrasen para los Juegos Olímpicos.

Tal cual si fuera un perro al que le lanzaran una pelota, mi madre me ponía más retos. Los yogures que te gustan, el suavizante en bote grande, unos cepillos de dientes para tus hermanas, una bolsa con cuatro tomates bien rojos.

Yo corría por los pasillos y traía varias opciones entre las manos, para que ella decidiera qué suavizante, cuántos yogures o si podía cogerme unas palmeras de chocolate.

Sigo experimentando cierta melancolía cuando, cuarenta años después, voy con Fran llevando el carro del hipermercado. Él lleva todo organizado en el móvil, me va cantando la lista de la compra y a mí, de vez en cuando, se me produce un cosquilleo cerebral al pasar junto a los berberechos de mi padre.

viernes, octubre 01, 2021

Pata

De nada vale arrepentirse de los cristales rotos.

Ya la copa se rompió. ¿De qué sirve martirizarte con no haber dirigido bien el giro de tu brazo al recoger la mesa?

Yo no soy de darme latigazos innecesarios, la vida transcurre sin pausa en escenarios que no son corregibles. Vamos caminando y nos equivocamos, metemos la pata, descuidamos movimientos que se supone que controlamos.

Si la copa se rompe, tomemos la escoba y recojamos los cristales. No hay que paralizarse por movimientos torpes que hubiéramos sabido controlar. 

Amemos nuestras equivocaciones, porque son nuestros defectos los que nos hacen humanos. Las copas se vuelven a comprar, aunque no sean las mismas, las manchas, más o menos, se limpian, los arañazos en el coche por un mal aparcamiento no son sino rayones. 

Si tropezamos, soltemos una sonrisa. Somos un desastre, ¿y qué?

Me aburre la gente perfecta.